sábado, 17 de mayo de 2014

DISCURSO PARA LA GRADUACIÓN DE 2014.

Resulta siempre para mí muy grato el tener la oportunidad de dirigiros unas palabras en este día tan anhelado de vuestra graduación, en el que culminan vuestros estudios de Bachillerato.
Siempre que se presenta esta ocasión me veo ante la dificultad que supone decir algo distinto, algo nuevo. No es tarea fácil pero con todo existe un hecho que ayuda a no caer en una simple repetición: cada promoción es distinta a las anteriores, nuestra experiencia con cada una de las distintas promociones que se van sucediendo nunca es la misma, siempre hay algo, algún rasgo que distingue a una promoción de otra.
En vuestro caso y por lo que a mí respecta se da un hecho singular: con muchos de vosotros yo tuve por primera vez la obligación de dar clase en el nivel de Segundo de la ESO, hasta entonces para mí desconocido. Ello ha ocasionado que para muchos de vosotros yo haya sido uno de los profesores con los que habéis coincidido más años, y de este hecho se puede ya extraer una conclusión optimista y positiva: si durante tantos años habéis recibido clase de mí y vuestro entendimiento no ha quedado dañado, ello es signo contundente de que estáis sobradamente preparados para hacer frente a cualquier circunstancia por difícil y complicada que ella sea.
Hasta tener que impartir en el nivel de Segundo de la ESO, mi manera de afrontar las diferentes materias que debía impartir había sido muy distinta. Estaba acostumbrado a dar clase a grupos con una edad superior. De repente me encontré ante alumnos más pequeños en edad, más pequeños muchos de ellos en tamaño y también me resultaba extraño oír unas voces que en más de un caso eran todavía voces infantiles.
También era para mí gran novedad escuchar las preguntas que me formulabais acerca de cómo quería yo que fuera vuestro cuaderno, si quería que tuvierais archivador o no. Yo intentaba responderos de acuerdo a mi costumbre con los cursos de edad más avanzada y por tanto os decía que a mí me daba igual cómo era vuestro cuaderno, que lo que me importaba era que cada uno de vosotros trabajara con un orden personal que le resultara eficaz y que lo importante era hacer las cosas bien, con independencia de que se trabajara con un tipo de cuaderno u otro o con archivador o sin él. Después de insistir en estos puntos solía preguntar: ¿entendido? Y las voces todavía infantiles me respondían: sí, profe. En ese momento yo reiteraba: ¿alguna duda? Momento en el cual no faltaba nunca una mano que se alzara y que me preguntara: ¿entonces cómo quieres que trabajemos, con archivador o sin él? Comprendí que tenía que aprender mucho en mi nueva faceta de profesor casi infantil.
Pasaron los años, nos encontramos en cuarto de la Eso y por fin en el Bachillerato, en la asignatura de filosofía. Las voces infantiles se habían convertido en voces metálicas a veces un poco inseguras y las preguntas sobre el cuaderno habían desaparecido. En su lugar las preguntas ahora versaban sobre la utilidad de mi materia, la filosofía. ¿Para qué sirve?
Sin daros apenas cuenta del hecho, habíais pasado de preguntar por el “cómo” a preguntar por el “para qué”. No era pequeño avance y para mí no era pequeño punto de apoyo para intentar explicar qué lugar podía ocupar la filosofía en nuestros conocimientos.
Había con todo un aspecto en el que por más que me esforzara no conseguía encontrar en vosotros avance ni evolución alguna: el uso generalizado que hacíais del teléfono móvil en clase, uso prohibido pero que no conseguían evitar ni amonestaciones, confiscaciones o castigos. Al principio, mal pensado yo, creí que lo utilizabais de forma incorrecta, bien para hablar con vuestros amigos, bien para obtener información en los exámenes. Pero. ¡qué mal pensado había sido yo! No me di cuenta de que en realidad, vuestro constante uso del móvil obedecía a vuestro afán por ampliar sobre la marcha los datos que os proporcionaba el profesor, que por tanto todo se debía a vuestro afán por saber; y si acaso alguien se sentía tentado para hacer uso del móvil con intención de copiar, había que interpretar tal acto no como un intento deliberado de engañar al profesor sino, por el contrario, como homenaje cultural a aquellos monjes medievales que con tesón se dedicaron a copiar para que nosotros pudiésemos disfrutar algún día de los tesoros de la sabiduría antigua. Si la labor de copiar de aquellos monjes era universalmente valorada y admirada, lógico resultaba que nuestros jóvenes alumnos, grandes admiradores de la historia medieval, imitaran su comportamiento.
En estos años transcurridos desde vuestra llegada al instituto no sólo en vosotros y en vuestros estudios se ha producido un cambio. La sociedad entera ha experimentado una convulsión y crisis como pocas veces se han visto. Hace seis años se hablaba de cierta crisis que podría tal vez causar alguna que otra dificultad. Hoy, por desgracia, la crisis no nos trae la connotación de algo excepcional sino que se nos muestra con la solidez y perseverancia de algo estable, algo que se niega a desaparecer de nuestro horizonte. En actos como el de hoy, aunque teñidos de recuerdos y de nostalgia, es el futuro el protagonista. Vuestras preocupaciones más inmediatas van dirigidas hacia vuestros más próximos pasos, vuestros próximos estudios. El futuro, visto tradicionalmente como proyecto de nuestras ilusiones y deseos, se ve ahora más bien como algo amenazante y poco prometedor. Se habla ya abiertamente de la posibilidad de que las nuevas generaciones vivan con peores condiciones que las anteriores. El mundo en que os habéis de abrir paso es complicado y vuestra preparación y esfuerzo han de ser máximos para poder salir adelante en el mismo. Las ayudas con las que vais a poder contar no van a ser muchas.
Hay una expresión que los adultos usamos con frecuencia cuando personas más jóvenes se quejan de las condiciones en las que han de desempeñarse. Les solemos decir “es lo que hay”. Esa expresión hay que tomarla con cuidado. Según como se interprete puede ser acertada o equivocada. Acertada en el sentido de situarnos con realismo en la situación que nos ha tocado vivir: sin el conocimiento concreto del mundo en que vivimos es difícil salir adelante y si la expresión “es lo que hay” se toma en este sentido es correcta. Pero existe otro sentido de la expresión ante el cual es necesario no conformarse, especialmente los jóvenes: cuando al decir “es lo que hay” pretendemos decir algo así como: “las cosas son como son, te gusten o no”.  De conformarnos con este segundo sentido de la afirmación, ya no estaríamos actuando con realismo sino con conformismo, y el conformismo no es el reconocimiento lúcido de la realidad sino la claudicación ante sus injusticias. Muchas gentes a lo largo de la historia se encontraron con personas que les decían “es lo que hay” pero ellos dijeron: lucharemos para que haya otra cosa. Porque lo que hay no debe existir.
Os van a decir de ahora en adelante muchas veces “es lo que hay”. Si ven que nunca decís nada, llegará un momento en que ni siquiera exista “lo que hay”.
Deberéis sin duda, de ahora en adelante, centraros en vuestros estudios como tarea principal y a ello deberéis dedicar la mayor parte de vuestros esfuerzos, pero eso no os debe hacer personas ignorantes de la sociedad en la que vivís. Es necesario que cada uno de vosotros no se aísle en un enfoque exclusivamente profesional de su existencia. Se que la palabra “política” está muy desacreditada en nuestros días. Con todo, aunque uno no se preocupe de la misma, las decisiones que desde la política se adopten le van a afectar. La política no es simplemente aquello a lo que se dedican los políticos, es algo que se refiere a la comunidad a la que pertenecemos y en este sentido viene bien recordar lo que Antonio Machado recomendaba a los jóvenes: que hicieran política, porque si no la hacían, otros la harían por ellos y probablemente contra ellos.
En estos años habéis tenido distintas asignaturas que de manera no muy acertada pero sí asentada en el uso solemos denominar como asignaturas de ciencias y asignaturas de letras. Las primeras suelen ir acompañadas de una reputación de dificultad. Las segundas se suelen ver como más asequibles. Muchos alumnos adoptan un criterio dispar respecto a la manera en que han de hacer frente a dichas materias. Las matemáticas o la física se ven como asignaturas difíciles pero a su vez con el prestigio que siempre da ver una pizarra llena de cifras y fórmulas. Quizá haya más de un alumno que no siga bien los razonamientos pero esa pizarra repleta de fórmulas le lleva a pensar que lo que ha dicho el profesor es algo serio que hay que entender.
El profesor de historia o el de literatura llenan la pizarra de cifras, pero estas ya no se corresponden con fórmulas sino con fechas, con datos. Más de un alumno cree que ante esto no hay que entender nada, que de lo que se trata es de aprendérselo. Se establece de este modo una diferencia entre entender y aprender que no debería existir en ningún caso, pues si miramos las cosas con seriedad no es posible entender sin aprender y no es posible aprender sin entender.
He luchado estos años, creo que con poca fortuna, para desarraigar de mis alumnos esta manera de abordar los distintos conocimientos. No os echo a vosotros la culpa de ello, las causas son más profundas y la responsabilidad de este erróneo enfoque también corresponde en buena parte a nosotros, los profesores y sin duda, a los planes de estudio.
En ciertas materias, las llamadas de letras se asume que lo importante es el contenido. Por supuesto, sin contenido no hay conocimiento pero lo importante es que el alumno sea capaz de tener una actitud creativa ante el contenido y no simplemente reproductiva. A veces valoramos como buen ejercicio aquel en el que el alumno reproduce con más fidelidad los contenidos mal llamados teóricos. Poco importa que una vez aprendidos para el examen queden olvidados rápidamente.
No tengo yo capacidad para resolver esta situación pero sí que creo que de no darle una solución, eso que llamamos “humanidades” acabará siendo algo marginal en la enseñanza.
Hasta ahora habéis estado acostumbrados a una presencia de los profesores más directa. Quizá en más de una ocasión la preocupación por parte de los profesores puede que haya sido vista por vosotros como “pesadez”. A partir de ahora, vais a estudiar sin ese agobio que puede suponer la amonestación directa de cada profesor cuando vuestra actitud no era la correcta. Vais a tener mucha más libertad, y con ello mucha más responsabilidad. La relación con vuestros futuros profesores probablemente será más fría y puede que en un principio esa libertad os cueste, porque el ejercicio de la libertad nunca es fácil. Con todo, es un paso necesario para el desarrollo de toda persona.
Aquí nunca habéis sido un número. Os ponemos cara a todos, acabamos conociendo algo de vuestra manera de ser e intentamos con ese conocimiento acertar en nuestras actuaciones.
Tenéis que dar el paso de un tipo de responsabilidad escolar hacia un tipo de responsabilidad académica. Os costará dar el paso, pero es necesario para que esa mayoría de edad legal que más de uno de vosotros exhibe en su carnet de identidad se transforme en una verdadera mayoría de edad, la que sólo puede dar la independencia de juicio y la capacidad de análisis.
De las distintas etapas del sistema educativo, esta que hoy culmináis, la que siempre fue llamada enseñanza media, es la que se recuerda con más cariño, pues coincide con una primera juventud que aúna la ilusión de la salida de la niñez con la falta de responsabilidad que sólo la plena madurez proporciona. Es una edad en la que si vais con vuestra familia a cualquier celebración, a un banquete, nunca os paráis a pensar que alguien lo tiene que pagar, sois invitados por excelencia, el que paga es siempre otro.
En estos años han sido muy importantes vuestros padres, que aunque no siempre comprendidos por vosotros, han estado ayudándoos. Padres que a veces parecían molestaros pero que estaban detrás de la financiación de vuestro vestuario, vuestras salidas y, cómo no, vuestros más modernos teléfonos móviles. Padres que están detrás también de la financiación de esos elegantes trajes y vestidos con los que hoy estáis ataviados.
Se abre un tiempo nuevo. Parece que las perspectivas no son claras. Las dificultades se muestran como lo único cierto con lo que podéis contar.
Algo hay no obstante más importante que todos estos problemas y dificultades: vosotros mismos. A través de vosotros se expresa la fuerza de la vida, el empuje de la juventud, la ilusión y, por qué no, hasta la irreverencia y el desparpajo. Todas estas cualidades os harán sin duda no desfallecer en aquellos momentos en que veáis que las dificultades parecen venceros. El conocimiento y el estudio harán que esa fuerza sea fuerza inteligente.
¿Cómo? ¿Para qué?
Esas preguntas que os hacíais en distintas etapas van dirigidas a la más fundamental : ¿Qué? La pregunta que orienta el conocimiento y la acción.
Os deseo lo mejor a todos y sabed que aquí siempre tendréis un lugar en el que seréis recibidos con cariño.