Resulta
siempre para mí muy grato el tener la oportunidad de dirigiros unas palabras en
este día tan anhelado de vuestra graduación, en el que culminan vuestros
estudios de Bachillerato.
Siempre
que se presenta esta ocasión me veo ante la dificultad que supone decir algo
distinto, algo nuevo. No es tarea fácil pero con todo existe un hecho que ayuda
a no caer en una simple repetición: cada promoción es distinta a las
anteriores, nuestra experiencia con cada una de las distintas promociones que
se van sucediendo nunca es la misma, siempre hay algo, algún rasgo que
distingue a una promoción de otra.
En
vuestro caso y por lo que a mí respecta se da un hecho singular: con muchos de
vosotros yo tuve por primera vez la obligación de dar clase en el nivel de
Segundo de la ESO, hasta entonces para mí desconocido. Ello ha ocasionado que
para muchos de vosotros yo haya sido uno de los profesores con los que habéis
coincidido más años, y de este hecho se puede ya extraer una conclusión
optimista y positiva: si durante tantos años habéis recibido clase de mí y
vuestro entendimiento no ha quedado dañado, ello es signo contundente de que
estáis sobradamente preparados para hacer frente a cualquier circunstancia por
difícil y complicada que ella sea.
Hasta
tener que impartir en el nivel de Segundo de la ESO, mi manera de afrontar las diferentes
materias que debía impartir había sido muy distinta. Estaba acostumbrado a dar
clase a grupos con una edad superior. De repente me encontré ante alumnos más
pequeños en edad, más pequeños muchos de ellos en tamaño y también me resultaba
extraño oír unas voces que en más de un caso eran todavía voces infantiles.
También
era para mí gran novedad escuchar las preguntas que me formulabais acerca de
cómo quería yo que fuera vuestro cuaderno, si quería que tuvierais archivador o
no. Yo intentaba responderos de acuerdo a mi costumbre con los cursos de edad
más avanzada y por tanto os decía que a mí me daba igual cómo era vuestro
cuaderno, que lo que me importaba era que cada uno de vosotros trabajara con un
orden personal que le resultara eficaz y que lo importante era hacer las cosas
bien, con independencia de que se trabajara con un tipo de cuaderno u otro o
con archivador o sin él. Después de insistir en estos puntos solía preguntar:
¿entendido? Y las voces todavía infantiles me respondían: sí, profe. En ese
momento yo reiteraba: ¿alguna duda? Momento en el cual no faltaba nunca una
mano que se alzara y que me preguntara: ¿entonces cómo quieres que trabajemos,
con archivador o sin él? Comprendí que tenía que aprender mucho en mi nueva
faceta de profesor casi infantil.
Pasaron
los años, nos encontramos en cuarto de la Eso y por fin en el Bachillerato, en
la asignatura de filosofía. Las voces infantiles se habían convertido en voces
metálicas a veces un poco inseguras y las preguntas sobre el cuaderno habían
desaparecido. En su lugar las preguntas ahora versaban sobre la utilidad de mi
materia, la filosofía. ¿Para qué sirve?
Sin
daros apenas cuenta del hecho, habíais pasado de preguntar por el “cómo” a
preguntar por el “para qué”. No era pequeño avance y para mí no era pequeño
punto de apoyo para intentar explicar qué lugar podía ocupar la filosofía en
nuestros conocimientos.
Había
con todo un aspecto en el que por más que me esforzara no conseguía encontrar
en vosotros avance ni evolución alguna: el uso generalizado que hacíais del
teléfono móvil en clase, uso prohibido pero que no conseguían evitar ni
amonestaciones, confiscaciones o castigos. Al principio, mal pensado yo, creí
que lo utilizabais de forma incorrecta, bien para hablar con vuestros amigos,
bien para obtener información en los exámenes. Pero. ¡qué mal pensado había
sido yo! No me di cuenta de que en realidad, vuestro constante uso del móvil
obedecía a vuestro afán por ampliar sobre la marcha los datos que os
proporcionaba el profesor, que por tanto todo se debía a vuestro afán por
saber; y si acaso alguien se sentía tentado para hacer uso del móvil con
intención de copiar, había que interpretar tal acto no como un intento
deliberado de engañar al profesor sino, por el contrario, como homenaje
cultural a aquellos monjes medievales que con tesón se dedicaron a copiar para
que nosotros pudiésemos disfrutar algún día de los tesoros de la sabiduría
antigua. Si la labor de copiar de aquellos monjes era universalmente valorada y
admirada, lógico resultaba que nuestros jóvenes alumnos, grandes admiradores de
la historia medieval, imitaran su comportamiento.
En
estos años transcurridos desde vuestra llegada al instituto no sólo en vosotros
y en vuestros estudios se ha producido un cambio. La sociedad entera ha
experimentado una convulsión y crisis como pocas veces se han visto. Hace seis
años se hablaba de cierta crisis que podría tal vez causar alguna que otra
dificultad. Hoy, por desgracia, la crisis no nos trae la connotación de algo
excepcional sino que se nos muestra con la solidez y perseverancia de algo
estable, algo que se niega a desaparecer de nuestro horizonte. En actos como el
de hoy, aunque teñidos de recuerdos y de nostalgia, es el futuro el
protagonista. Vuestras preocupaciones más inmediatas van dirigidas hacia
vuestros más próximos pasos, vuestros próximos estudios. El futuro, visto
tradicionalmente como proyecto de nuestras ilusiones y deseos, se ve ahora más
bien como algo amenazante y poco prometedor. Se habla ya abiertamente de la
posibilidad de que las nuevas generaciones vivan con peores condiciones que las
anteriores. El mundo en que os habéis de abrir paso es complicado y vuestra
preparación y esfuerzo han de ser máximos para poder salir adelante en el
mismo. Las ayudas con las que vais a poder contar no van a ser muchas.
Hay
una expresión que los adultos usamos con frecuencia cuando personas más jóvenes
se quejan de las condiciones en las que han de desempeñarse. Les solemos decir
“es lo que hay”. Esa expresión hay que tomarla con cuidado. Según como se
interprete puede ser acertada o equivocada. Acertada en el sentido de situarnos
con realismo en la situación que nos ha tocado vivir: sin el conocimiento
concreto del mundo en que vivimos es difícil salir adelante y si la expresión
“es lo que hay” se toma en este sentido es correcta. Pero existe otro sentido
de la expresión ante el cual es necesario no conformarse, especialmente los
jóvenes: cuando al decir “es lo que hay” pretendemos decir algo así como: “las
cosas son como son, te gusten o no”. De
conformarnos con este segundo sentido de la afirmación, ya no estaríamos
actuando con realismo sino con conformismo, y el conformismo no es el
reconocimiento lúcido de la realidad sino la claudicación ante sus injusticias.
Muchas gentes a lo largo de la historia se encontraron con personas que les
decían “es lo que hay” pero ellos dijeron: lucharemos para que haya otra cosa.
Porque lo que hay no debe existir.
Os
van a decir de ahora en adelante muchas veces “es lo que hay”. Si ven que nunca
decís nada, llegará un momento en que ni siquiera exista “lo que hay”.
Deberéis
sin duda, de ahora en adelante, centraros en vuestros estudios como tarea
principal y a ello deberéis dedicar la mayor parte de vuestros esfuerzos, pero
eso no os debe hacer personas ignorantes de la sociedad en la que vivís. Es
necesario que cada uno de vosotros no se aísle en un enfoque exclusivamente
profesional de su existencia. Se que la palabra “política” está muy
desacreditada en nuestros días. Con todo, aunque uno no se preocupe de la
misma, las decisiones que desde la política se adopten le van a afectar. La
política no es simplemente aquello a lo que se dedican los políticos, es algo
que se refiere a la comunidad a la que pertenecemos y en este sentido viene
bien recordar lo que Antonio Machado recomendaba a los jóvenes: que hicieran
política, porque si no la hacían, otros la harían por ellos y probablemente
contra ellos.
En
estos años habéis tenido distintas asignaturas que de manera no muy acertada
pero sí asentada en el uso solemos denominar como asignaturas de ciencias y
asignaturas de letras. Las primeras suelen ir acompañadas de una reputación de
dificultad. Las segundas se suelen ver como más asequibles. Muchos alumnos
adoptan un criterio dispar respecto a la manera en que han de hacer frente a
dichas materias. Las matemáticas o la física se ven como asignaturas difíciles
pero a su vez con el prestigio que siempre da ver una pizarra llena de cifras y
fórmulas. Quizá haya más de un alumno que no siga bien los razonamientos pero
esa pizarra repleta de fórmulas le lleva a pensar que lo que ha dicho el
profesor es algo serio que hay que entender.
El
profesor de historia o el de literatura llenan la pizarra de cifras, pero estas
ya no se corresponden con fórmulas sino con fechas, con datos. Más de un alumno
cree que ante esto no hay que entender nada, que de lo que se trata es de
aprendérselo. Se establece de este modo una diferencia entre entender y
aprender que no debería existir en ningún caso, pues si miramos las cosas con
seriedad no es posible entender sin aprender y no es posible aprender sin
entender.
He
luchado estos años, creo que con poca fortuna, para desarraigar de mis alumnos
esta manera de abordar los distintos conocimientos. No os echo a vosotros la
culpa de ello, las causas son más profundas y la responsabilidad de este
erróneo enfoque también corresponde en buena parte a nosotros, los profesores y
sin duda, a los planes de estudio.
En
ciertas materias, las llamadas de letras se asume que lo importante es el
contenido. Por supuesto, sin contenido no hay conocimiento pero lo importante
es que el alumno sea capaz de tener una actitud creativa ante el contenido y no
simplemente reproductiva. A veces valoramos como buen ejercicio aquel en el que
el alumno reproduce con más fidelidad los contenidos mal llamados teóricos.
Poco importa que una vez aprendidos para el examen queden olvidados
rápidamente.
No
tengo yo capacidad para resolver esta situación pero sí que creo que de no
darle una solución, eso que llamamos “humanidades” acabará siendo algo marginal
en la enseñanza.
Hasta
ahora habéis estado acostumbrados a una presencia de los profesores más
directa. Quizá en más de una ocasión la preocupación por parte de los
profesores puede que haya sido vista por vosotros como “pesadez”. A partir de
ahora, vais a estudiar sin ese agobio que puede suponer la amonestación directa
de cada profesor cuando vuestra actitud no era la correcta. Vais a tener mucha
más libertad, y con ello mucha más responsabilidad. La relación con vuestros
futuros profesores probablemente será más fría y puede que en un principio esa
libertad os cueste, porque el ejercicio de la libertad nunca es fácil. Con
todo, es un paso necesario para el desarrollo de toda persona.
Aquí
nunca habéis sido un número. Os ponemos cara a todos, acabamos conociendo algo
de vuestra manera de ser e intentamos con ese conocimiento acertar en nuestras
actuaciones.
Tenéis
que dar el paso de un tipo de responsabilidad escolar hacia un tipo de
responsabilidad académica. Os costará dar el paso, pero es necesario para que
esa mayoría de edad legal que más de uno de vosotros exhibe en su carnet de
identidad se transforme en una verdadera mayoría de edad, la que sólo puede dar
la independencia de juicio y la capacidad de análisis.
De
las distintas etapas del sistema educativo, esta que hoy culmináis, la que
siempre fue llamada enseñanza media, es la que se recuerda con más cariño, pues
coincide con una primera juventud que aúna la ilusión de la salida de la niñez
con la falta de responsabilidad que sólo la plena madurez proporciona. Es una
edad en la que si vais con vuestra familia a cualquier celebración, a un
banquete, nunca os paráis a pensar que alguien lo tiene que pagar, sois
invitados por excelencia, el que paga es siempre otro.
En
estos años han sido muy importantes vuestros padres, que aunque no siempre
comprendidos por vosotros, han estado ayudándoos. Padres que a veces parecían
molestaros pero que estaban detrás de la financiación de vuestro vestuario,
vuestras salidas y, cómo no, vuestros más modernos teléfonos móviles. Padres
que están detrás también de la financiación de esos elegantes trajes y vestidos
con los que hoy estáis ataviados.
Se
abre un tiempo nuevo. Parece que las perspectivas no son claras. Las
dificultades se muestran como lo único cierto con lo que podéis contar.
Algo
hay no obstante más importante que todos estos problemas y dificultades:
vosotros mismos. A través de vosotros se expresa la fuerza de la vida, el
empuje de la juventud, la ilusión y, por qué no, hasta la irreverencia y el
desparpajo. Todas estas cualidades os harán sin duda no desfallecer en aquellos
momentos en que veáis que las dificultades parecen venceros. El conocimiento y
el estudio harán que esa fuerza sea fuerza inteligente.
¿Cómo?
¿Para qué?
Esas
preguntas que os hacíais en distintas etapas van dirigidas a la más fundamental
: ¿Qué? La pregunta que orienta el conocimiento y la acción.
Os
deseo lo mejor a todos y sabed que aquí siempre tendréis un lugar en el que
seréis recibidos con cariño.