martes, 24 de noviembre de 2020

EL PROFESOR Y SANCHO PANZA.

 

Este año estoy corrigiendo los exámenes con cierta "benevolencia". Si, como se suele decir, un profesor atraviesa en su trayectoria tres etapas: Sancho el Bravo, Sancho el Fuerte y Sancho Panza, en mi caso la fase sanchopancesca se ve agravada por el hecho de mi inminente jubilación. Me retiro en Navidad y mi intención, en la medida de lo posible, es la de no dejar muchos "heridos de guerra" como herencia para mi sucesor.

He realizado exámenes, recuperaciones, recuperaciones de las recuperaciones. He dicho hasta las preguntas que iban a entrar. Pese a ello, hay personas hábiles que consiguen no aprobar ni siquiera en estas condiciones. He tenido que recurrir a criterios poco ortodoxos desde el punto de vista pedagógico. Por ejemplo, considerar que tal chaval no tiene mucha idea pero que no es ni mala persona ni sinvergüenza.

Hoy, después de entregar una de estas pruebas de recuperación, me ha ocurrido algo que en 32 años jamás me había sucedido. Como diría Rajoy, me ha sucedido una cosa "notable". Un alumno se me ha acercado al final de la clase para plantearme que tenía una duda acerca de la calificación, que era un 5. Cuando me disponía a buscar su ejercicio me ha dicho que no era necesario, pues su duda se concretaba en la siguiente pregunta: ¿por qué me has aprobado? Honestidad por su parte y perplejidad por la mía.

Más o menos le he hecho entender lo muy peculiar de mis circunstancias y mi deseo de no dejar suspenso a nadie al que no pueda seguir con posterioridad para poder ayudarle a superar la materia.

No sé si me estaré excediendo y en mi afán de "amnistiar" estaré cayendo en prevaricación.

Con todo, pienso que no lo estoy haciendo mal del todo aunque, quién sabe.

No me gustaría que mi recuerdo fuera el de Gabriel el sanguinario, aunque puede que pase a la pequeña historia como Gabriel el tonto.

Al final dará lo mismo.

Mucha suerte a mis chavales en el futuro.