sábado, 21 de mayo de 2022

DISCURSO DE GRADUACIÓN DE BACHILLERATO 2022.

 

Una vez más, prosiguiendo una costumbre desde hace bastantes años establecida y sólo interrumpida en el año 2020 debido a la pandemia, nos reunimos para festejar la graduación de los alumnos de Segundo de Bachillerato. En esta ocasión nos volvemos a encontrar en este escenario del auditorio Joan Manuel Serrat del que nos despedimos en mayo de 2019 sin saber que íbamos a estar ausentes tres años. Es para mí un gran honor poder participar de esta celebración, y más si cabe dada mi situación como profesor ya retirado desde hace más de un año de mis labores docentes. El hecho de que a pesar de ello se siga contando conmigo para esta celebración me ilusiona por lo que ello supone de afecto a mi persona.

Hoy despedimos vuestro Bachillerato pero además concluye una etapa más larga para la mayoría de vosotros de seis años de estancia entre las paredes del instituto. No todos habéis cursado estos años en el centro pero sea la que sea vuestra procedencia, en él todos habéis sido acogidos.  Allá por septiembre de 2016, siendo todavía unos niños, la mayoría os incorporasteis a este nuestro centro.

Recuerdo todavía a algunos de vosotros en el curso de primero de la ESO, vuestras voces aún infantiles, vuestra energía, en ocasiones difícil de encauzar, vuestra forma de participar y debatir, sin duda desordenada pero llena de vitalidad.  A otros os conocí en cursos posteriores de la Eso, a algunos nada más que en el breve tiempo en el que en el curso pasado me ocupé del primero de Bachillerato. Por último están los que nunca fueron mis alumnos, éstos  sin duda, los más afortunados de todos.

Muchas habrán sido vuestras experiencias a lo largo de estos años. De lo que no cabe dudar es de que no han sido años fáciles, no ya por la dificultad que todo estudio ofrece, sino por las muy extremas situaciones por las que todos, y vosotros especialmente, habéis tenido que pasar.

Erais aún muy niños cuando allá por el año 2008 una crisis financiera internacional dañó las economías de la mayoría de países de nuestro entorno. Aún cuando no tuvierais edad para preocuparos de cuestiones financieras o económicas la angustia puede que estuviera presente en alguno de vuestros hogares. Cuando poco a poco parecía que aquella crisis iba quedando atrás sucedió lo inesperado: una crisis sanitaria como ninguno de nosotros había conocido ni podía imaginar. Fue durante el curso en el que la mayoría de vosotros estudiaba cuarto de la ESO cuando se suprimieron las clases, al principio por 15 días que puede que más de uno festejara como unas vacaciones anticipadas pero que se convirtieron en un confinamiento distópico y en un adiós definitivo a las aulas para el resto del curso. Nos vimos obligados a trabajar de una manera desconocida, aprendiendo sobre la marcha diversas técnicas de eso que empezamos a llamar "teletrabajo"  pero que no podía suplir de manera efectiva el contacto real con el aula. El curso pasado pudimos recuperar la presencia pero de una manera insuficiente, por días alternos.

También parecía estar superándose esta crisis sanitaria cuando otro hecho terrible se ha mostrado entre nosotros con toda su barbarie: la guerra, una guerra que en su sinrazón ha renunciado incluso a la hipocresía con la que siempre se intenta justificar la agresión y se ha impuesto con su cínica demostración de fuerza bruta.

Todas estas experiencias nos han afectado a todos y especialmente a vosotros, por cuanto han complicado sobremanera vuestras expectativas.

A pesar de todas estas adversas circunstancias habéis perseverado y por fin acabado vuestros estudios de Bachillerato.

Muchas han sido las materias, muchos los profesores. Vuestro interés se habrá volcado sin duda más hacia unas asignaturas que hacia otras pero todas ellas han cumplido su parte en una etapa en la que se ha de intentar dar un enfoque todavía no especializado.

Tiempo habéis tenido de observarnos, a cada uno con nuestras características, pequeñas manías y tiempo habéis tenido para haceros cargo de nuestros defectos y, eso espero, alguna virtud que en nosotros hayáis podido apreciar.

No todos habéis tenido a todos los profesores pero muchos de vosotros habréis podido apreciar distintas virtudes en ellos: la calma y tranquilidad imperturbable de Raúl,  el respeto infundido por Iván con esa su severa seriedad infundida desde su imponente "verticalidad", la tranquila energía de David, siempre suave en la forma pero contundente y certero en el fondo, la actitud humana y humanista de Concha en la defensa de la cultura clásica con sus viajes a Grecia, esas excursiones por Madrid de Pablo de las que este año he tenido el gusto de participar, aprendiendo de su saber y erudición a la vez que mejorando el  tono físico al tratar de seguir su marcha a menudo casi atlética por las calles de Madrid, Arturo con sus clases de arte a la par que ejerciendo como apóstol de Rafa Nadal en el centro aunque su tenis, con ser bueno no se pueda equiparar al del mallorquín si bien se asemeja en algo por lo que a la frecuencia de sus lesiones se refiere. Ha habido lugar para la risa, el enfado, los nervios, las inquietudes, las ilusiones, los disgustos.

También nosotros, los profesores, os hemos podido observar y tratar. Con algunos habremos acertado, con otros no habremos podido concitar su interés, es algo inevitable cuando se trabaja con grupos humanos tan amplios.

 Vuestros padres también habrán vivido de forma intensa estos años asistiendo a esa vuestra transformación, viendo en algunos casos cómo poco a poco el niño que creían poseer se iba convirtiendo en un ser a veces ensimismado, a veces esquivo, puede que difícil de trato en ocasiones, en un proceso inevitable pero que, como todo cambio, estaba lleno de dificultades de no fácil solución.

Quizá debido a la edad casi bíblica a la que me voy acercando también pienso en los que tenéis aún la suerte de disfrutar de vuestros abuelos. Estos, los viejos, bien mirado son los más jóvenes pues en años más jóvenes y tempranos que los nuestros nacieron. Nos pueden enseñar más cosas de las que suponemos, no ciertamente en innovaciones tecnológicas pero sí en experiencia y sabiduría. Una sociedad que no respeta a sus mayores es una sociedad que se priva voluntariamente de aprender de quienes antes que nosotros abrieron camino.

Estos años han sido también muy importantes en un aspecto que, aunque relacionado con vuestros estudios, tiene que ver sobre todo con vuestro desarrollo personal. Los años del instituto deben ser, y así espero que haya sido, los años del aprendizaje de la libertad personal. En la escuela erais niños y como a niños se os trataba. En vuestros futuros estudios o en la vida laboral seréis adultos. En el tiempo que habéis compartido en el instituto habéis transitado de la niñez a la edad adulta. Habéis pasado de una etapa en que la mayor parte de vuestros pasos era guiada por una autoridad externa a una de mayor autonomía, de mayor libertad. La libertad, cuando se habla de ella sin superficialidad, no es fácil, a veces nos asusta y nos resulta incómoda. Es cómodo ser menor de edad, como ya nos enseñó el viejo Kant, pero el precio de esa comodidad es el de una eterna inmadurez. La libertad nos permite hacer uso de nuestra razón. Nadie, salvo quien tenga alma de esclavo, puede desear ser un eterno menor de edad y estoy convencido que vosotros tampoco.

Muchos sois ya mayores de edad y los que todavía no lo sois estáis ya próximos a serlo. Es de desear que esa mayoría de edad legal se ajuste a una madurez real ejercida tanto en el estudio como en la vida laboral. También como ciudadanos alcanzáis la plenitud de derechos que se ha de concretar en vuestra actitud como tales. Hay mucho ruido en la sociedad actual. Hemos dado por normal el insulto como forma de participar en el debate que afecta a nuestro modo de vivir. No, el insulto es siempre un fracaso de la razón. El grito es un abuso por el que se pretende sustituir el mejor argumento, asunto este de la razón, con la mayor potencia física con la que el grito se profiere. Dentro de esa madurez de la que he hablado, sería mi deseo que en adelante seáis ciudadanos capaces de argumentar con respeto y no seres gritones y enfadados.

Si el insulto es un fracaso de la razón, la guerra es la máxima expresión del insulto. Ahora tenemos la guerra aquí en Europa. No todos tienen la misma responsabilidad ante una catástrofe así, de eso no hay duda. Con todo, si ya es sabido que una guerra civil se suele calificar de guerra entre hermanos, deberíamos pensar que, siendo uno el género humano, toda guerra es en el fondo una guerra civil, la de la humanidad consigo misma, y como dijo una importante figura durante nuestra última guerra civil, no debemos olvidar que al fin y al cabo "todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo", Ojalá vosotros seáis capaces de alumbrar un mundo sin guerras.

Siempre ha habido guerra, es cierto. También lo es que nunca debió haberla. Siempre ha habido injusticias, quizá siempre las habrá, pero nunca las debería haber. No es lícito el paso de lo que es a lo que debe ser. Hay personas que ante cualquier injusticia dicen "es lo que hay". Por fortuna también ha habido personas que ante esto no se resignaron. Aquella mujer que en los años cincuenta en EEUU se negó a ceder su asiento a un hombre blanco se negó a su vez a ceder a lo que había y con su valiente gesto dio un paso importantísimo para elevar la dignidad de todos. No deis por bueno eso de "es lo que hay". Cuando penséis que lo que hay no es satisfactorio nunca dejéis de luchar para cambiarlo.

Espero que en esta nueva madurez no os abandone nunca el deseo de seguir aprendiendo. Nunca se deja de aprender si uno está abierto a lo que el mundo ofrece. Si os vale de algo mi experiencia, puedo decir que a pesar de haber finalizado mi etapa como profesor me he ido con la sensación de que hasta el último día debía seguir aprendiendo y que había aspectos de mi trabajo que no había logrado realizar bien. No me refiero a los hechos evidentes, como que nunca aprendí a escribir bien en la pizarra, sino a la sensación de que en el fondo hubo muchas facetas que podría haber realizado de otra manera y que no conseguí lograrlo. Quizá lo que más insatisfacción me causó es el no haber conseguido dar siempre el paso de lograr que el alumno pasara de saberse algo a saberlo, es decir, de ser capaz de reproducir para un examen unos conocimientos a asimilarlos de una forma menos mecánica y más creativa. Estuve muchos años dando vueltas a este problema y me marché con la sensación de no haber sabido solventarlo. Es esa insatisfacción por lo no logrado la que os debe guiar en vuestro camino siempre. Como pensemos que algo ya lo sabemos de forma suficiente habremos perdido mucho de nosotros mismos.

Hoy es día de despedida, alegre sin duda pero siempre con la sombra de tristeza que toda despedida conlleva. Es en cierto modo la despedida de una primera juventud lindante con la adolescencia, difícil pero llena de ilusión y el paso a una juventud ya más marcada por las inquietudes de eso que llamamos el "ganarse la vida". Muchos seguiréis estudiando pero ya con la vista centrada en la profesión a la que vayáis a dedicar vuestras vidas. No han sido fáciles estos años de estudio en el instituto pero a partir de ahora a la dificultad se añadirá quizá una mayor frialdad, un mayor cálculo y la urgencia por abrirse paso a la vida laboral en un mundo poco acogedor.

A partir de hoy vuestros caminos se separan. Muchas de las amistades hechas puede que perseveren. En otros casos la distancia y las distintas ocupaciones harán que  vayáis perdiendo el contacto. Iréis viendo que la vida es un continuo despedirse. También el centro, con sus experiencias y recuerdos, irá poco a poco difuminándose. De vez en cuando vuestros recuerdos os harán volver a él pero la urgencia de los quehaceres de la vida irá dejando estos años en el ámbito de un recuerdo que espero que sea grato. También nosotros, los que fuimos vuestros profesores, iremos desvaneciéndonos poco a poco en vuestros recuerdos.  Con todo, cuando  pasen los años y volváis alguna vez vuestra mirada a estos años de instituto, desearía que esa no fuera una mirada de nostalgia pues el pasado no vuelve nunca y recordar algo con agrado no debe confundirse con el deseo de que algo permanezca. Es el carácter único y fugaz de cada instante lo que le da a su vez su trascendencia del mismo modo que la vida en su finitud la adquiere con el valor de algo único.  Tengo la esperanza de que en ese recuerdo sobrevuele un pensamiento simple pero certero: aquellos años no estuvieron mal, merecieron la pena.

Yo también tuve que dar paso en su día a mi despedida como profesor y pude vivir ese carácter por un lado satisfactorio de pensar que realicé mi labor si no de manera perfecta espero que sí de manera digna pero comprendiendo que era necesario que otros hombres, otras mujeres, con más juventud y energía, con nuevos métodos, prosiguieran con las tareas de un trabajo no siempre bien apreciado pero necesario.

En lo que a mí concierne, sé que más de una vez mis decisiones fueron equivocadas pero siempre las tomé convencido de que eran las mejores para mis alumnos. El error, la equivocación, forman parte de la humana condición y en este sentido yo he sido plenamente humano, como estoy seguro que también lo fueron los que durante años fueron mis compañeros. Hablo por mí y creo que también por mis antiguos compañeros si afirmo que hemos intentado en nuestras clases dar lo mejor de nosotros mismos y, hablando ahora  por mí, si no lo hice mejor es porque no supe más.

Os deseo a todos éxito en vuestros distintos caminos y que seáis dignos de alcanzar la felicidad en la medida en que ello sea posible en esta vida.

¡ Larga vida a la promoción 2016-2022!

Hasta siempre.

 

 

 

miércoles, 20 de abril de 2022

UN PRÓLOGO DE MUÑOZ MOLINA.

 


"Sabemos el final de esta historia y estamos familiarizados con cada uno de sus episodios y de sus personajes, pero una y otra vez sentimos la necesidad urgente de que nos la cuenten de nuevo, y según nos adentramos en ella casi se nos olvida que sucedió hace mucho tiempo, y deseamos angustiosamente que los hechos no tomen el mismo curso inevitable, y se apodera de nosotros la mezcla de incertidumbre y esperanza con que solemos volvernos hacia un futuro sombrío que sin embargo no está prescrito. El lector de un libro de historia es una Casandra clarividente y abatida que profetiza el devenir del pasado, y sin embargo las lecciones que obtiene de él difícilmente le empujan al fatalismo: la historia nos cuenta o intenta contarnos lo que sucedió, pero también nos advierte, por la minuciosidad con que revela los encadenamientos de los hechos, que lo sucedido no era inevitable, y que la variación de cualquier circunstancia podría haber provocado una cadena de acontecimientos por completo distinta. Detrás de la firmeza indudable de lo que ha sido se insinúa la fragilidad y la indeterminación de lo que pudo no ser, de lo que estuvo a punto, en el filo mismo de haber sido de otro modo. En este sentido creo que debe entenderse la paradoja enunciada por Borges de que el pasado es tan conjetural como el futuro: sabemos que el 30 de enero de 1933 Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania, pero según vamos aprendiendo más pormenores de la historia, de manera instintiva esa forma verbal en pasado se convierte en conjetura improbable, pierde la macabra legitimidad que otorgamos siempre a lo que ha sucedido. Tendemos a pensar que las cosas, porque sucedieron, no tenían más remedio que suceder. Y sin embargo, la averiguación atenta de los pormenores de la historia nos lleva siempre a la conclusión contraria, a una rebeldía en apariencia inútil, pero yo creo que en el fondo saludable, contra la fatalidad de lo real."

Hasta aquí las sobrias y certeras palabras con las que Antonio Muñoz Molina prologó la edición española de A treinta días del poder, la obra con la que Henry Ashby Turner describiera los avatares, maniobras y cálculos con los que los políticos de la Alemania de la terminal República de Weimar trataron de solventar la situación política que condujo a que el 30 de enero de 1933 el anciano presidente Hindenburg entregara el cargo de canciller a Adolf Hitler, hasta entonces despreciado por el viejo mariscal de campo como "ese cabo bohemio".

Llama la atención de Muñoz Molina el hecho de que podamos seguir leyendo con atención y emoción unos hechos de los cuales quien más, quien menos, conoce su desenlace.

La sorpresa de Muñoz Molina no deja de ser la del novelista asombrado ante el hecho de que podamos leer como intriga inquietante algo que, por ser conocido el final, no nos debería atrapar con la misma intensidad con que lo hacen los argumentos complicados de los que desconocemos su final.

Siendo como es su sorpresa la del novelista, plantea su reacción admirada una muy inteligente visión de lo que es la contingencia y la necesidad.

Ante el futuro reina siempre la incertidumbre. Sabemos que las cosas podrán ocurrir de una forma o de otra, prevemos qué posibilidades encierran más oportunidad de cumplirse pero sabemos que la mayor posibilidad no es certeza y que la menor no es imposibilidad. El futuro en este sentido lo vemos como un ámbito de libertad en cuanto es algo no determinado y no entregado por ello al fatalismo.

Caso distinto nos plantean los hechos de un pasado ya cumplido. Lo ya efectuado se nos presenta como fijo, cerrado en sí mismo, acabado y por ello determinado. Al leer acontecimientos del pasado ellos no pueden discurrir en la narración con la libertad del novelista en la ficción sino con la fidelidad del historiador honesto que trata de reflejar de la forma más fiel posible lo ya acaecido.

Lo que sorprende a Muñoz Molina es lo paradójico del hecho de que una narración fiel y pormenorizada de unos hechos ya sabidos en su resolución nos pueda atrapar con la misma fuerza que lo pudiera hacer la narración de unos hechos inventados por la ficción y en gran medida imprevisibles.

Lo que con su gesto de sorpresa acierta a captar Muñoz Molina es el acierto de Turner al saber trasladar en su narración un hecho que no todos los historiadores aciertan a plasmar: el pasado fue en un momento concreto algo presente y por tanto algo preñado de posibilidades que podrían haberse realizado. El determinismo de lo ya sucedido es algo incuestionable pero deja abierta una importante cuestión: el presente en el que sucedieron los hechos no estaba determinado, los actores que participaron en este drama son responsables y cabían otras posibles soluciones al problema al que se tuvieron que enfrentar.

Aquellos políticos pensaron que al asociar al poder al "cabo bohemio" estaban en cierto modo domesticando a la bestia. A los pocos meses la bestia mandó al ostracismo a alguno de ellos y a más de uno a la muerte.

El final podría haber sido otro y al leer sobre este periodo no podemos evitar el hecho de desear otro final y con ello intuimos que el fatalismo de lo acaecido no debe imponerse al imperativo de lo que debe hacerse para que hechos de esta gravedad no vuelvan a suceder.