"Sabemos
el final de esta historia y estamos familiarizados con cada uno de sus
episodios y de sus personajes, pero una y otra vez sentimos la necesidad
urgente de que nos la cuenten de nuevo, y según nos adentramos en ella casi se
nos olvida que sucedió hace mucho tiempo, y deseamos angustiosamente que los
hechos no tomen el mismo curso inevitable, y se apodera de nosotros la mezcla
de incertidumbre y esperanza con que solemos volvernos hacia un futuro sombrío
que sin embargo no está prescrito. El lector de un libro de historia es una
Casandra clarividente y abatida que profetiza el devenir del pasado, y sin
embargo las lecciones que obtiene de él difícilmente le empujan al fatalismo:
la historia nos cuenta o intenta contarnos lo que sucedió, pero también nos
advierte, por la minuciosidad con que revela los encadenamientos de los hechos,
que lo sucedido no era inevitable, y que la variación de cualquier
circunstancia podría haber provocado una cadena de acontecimientos por completo
distinta. Detrás de la firmeza indudable de lo que ha sido se insinúa la
fragilidad y la indeterminación de lo que pudo no ser, de lo que estuvo a
punto, en el filo mismo de haber sido de otro modo. En este sentido creo que
debe entenderse la paradoja enunciada por Borges de que el pasado es tan
conjetural como el futuro: sabemos que el 30 de enero de 1933 Adolf Hitler fue
nombrado canciller de Alemania, pero según vamos aprendiendo más pormenores de
la historia, de manera instintiva esa forma verbal en pasado se convierte en
conjetura improbable, pierde la macabra legitimidad que otorgamos siempre a lo
que ha sucedido. Tendemos a pensar que las cosas, porque sucedieron, no tenían
más remedio que suceder. Y sin embargo, la averiguación atenta de los
pormenores de la historia nos lleva siempre a la conclusión contraria, a una
rebeldía en apariencia inútil, pero yo creo que en el fondo saludable, contra
la fatalidad de lo real."
Hasta
aquí las sobrias y certeras palabras con las que Antonio Muñoz Molina prologó
la edición española de A treinta días del
poder, la obra con la que Henry Ashby
Turner describiera los avatares, maniobras y cálculos con los que los políticos
de la Alemania de la terminal República de Weimar trataron de solventar la
situación política que condujo a que el 30 de enero de 1933 el anciano
presidente Hindenburg entregara el cargo de canciller a Adolf Hitler, hasta
entonces despreciado por el viejo mariscal de campo como "ese cabo
bohemio".
Llama
la atención de Muñoz Molina el hecho de que podamos seguir leyendo con atención
y emoción unos hechos de los cuales quien más, quien menos, conoce su
desenlace.
La
sorpresa de Muñoz Molina no deja de ser la del novelista asombrado ante el
hecho de que podamos leer como intriga inquietante algo que, por ser conocido
el final, no nos debería atrapar con la misma intensidad con que lo hacen los
argumentos complicados de los que desconocemos su final.
Siendo
como es su sorpresa la del novelista, plantea su reacción admirada una muy
inteligente visión de lo que es la contingencia y la necesidad.
Ante
el futuro reina siempre la incertidumbre. Sabemos que las cosas podrán ocurrir
de una forma o de otra, prevemos qué posibilidades encierran más oportunidad de
cumplirse pero sabemos que la mayor posibilidad no es certeza y que la menor no
es imposibilidad. El futuro en este sentido lo vemos como un ámbito de libertad
en cuanto es algo no determinado y no entregado por ello al fatalismo.
Caso
distinto nos plantean los hechos de un pasado ya cumplido. Lo ya efectuado se
nos presenta como fijo, cerrado en sí mismo, acabado y por ello determinado. Al
leer acontecimientos del pasado ellos no pueden discurrir en la narración con
la libertad del novelista en la ficción sino con la fidelidad del historiador
honesto que trata de reflejar de la forma más fiel posible lo ya acaecido.
Lo
que sorprende a Muñoz Molina es lo paradójico del hecho de que una narración
fiel y pormenorizada de unos hechos ya sabidos en su resolución nos pueda
atrapar con la misma fuerza que lo pudiera hacer la narración de unos hechos
inventados por la ficción y en gran medida imprevisibles.
Lo
que con su gesto de sorpresa acierta a captar Muñoz Molina es el acierto de
Turner al saber trasladar en su narración un hecho que no todos los
historiadores aciertan a plasmar: el pasado fue en un momento concreto algo
presente y por tanto algo preñado de posibilidades que podrían haberse
realizado. El determinismo de lo ya sucedido es algo incuestionable pero deja
abierta una importante cuestión: el presente en el que sucedieron los hechos no
estaba determinado, los actores que participaron en este drama son responsables
y cabían otras posibles soluciones al problema al que se tuvieron que
enfrentar.
Aquellos
políticos pensaron que al asociar al poder al "cabo bohemio" estaban
en cierto modo domesticando a la bestia. A los pocos meses la bestia mandó al
ostracismo a alguno de ellos y a más de uno a la muerte.
El
final podría haber sido otro y al leer sobre este periodo no podemos evitar el
hecho de desear otro final y con ello intuimos que el fatalismo de lo acaecido
no debe imponerse al imperativo de lo que debe hacerse para que hechos de esta
gravedad no vuelvan a suceder.