lunes, 19 de enero de 2015

ERROR Y BELLEZA.


Escuchando recientemente una entrevista realizada al gran director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, al ser preguntado este po
r las imperfecciones que muchas veces se producen al interpretar una obra en público, deslizó como respuesta a tal interrogante una afirmación a la que apenas dio importancia pero que encierra una gran verdad: el error también forma parte de la belleza.

Gustavo Dudamel.


Gustavo Dudamel constataba un hecho que se puede producir en la ejecución de toda música en vivo: el fallo, la no adecuación de lo ejecutado a lo que en el ensayo se había planificado de manera concienzuda, y ese imprevisto, en principio no deseable, fue subsumido por él en la categoría de lo bello. Dudamel, al incluir el error en lo bello rompía con casi todas las ideas dominantes sobre lo que debe ser la belleza, pero se mostraba con ello en sintonía con el modo verdadero de hacer música.


Furtwaengler


La grabación en estudio soslaya cualquier imperfección, a diferencia de las grabaciones de una obra en vivo. Existe una grabación de la novena sinfonía de Beethoven correspondiente al año 1951 con ocasión de la reinauguración del teatro wagneriano de Bayreuth, a cargo del mítico director de orquesta Furtwaengler. Dicha grabación ha sido considerada como una de las mejores interpretaciones de las que consta registro de una obra ya recogida con generosidad en disco. Uno de los movimientos en los que el director estuvo en estado de gracia fue el tercero, adagio molto e cantabile. En el transcurso de la escucha de ese movimiento hay un momento en el que se aprecia con nitidez un fallo estrepitoso del trompa, que al hacer un salto de sexta ascendente da la última nota con una vacilación característica de un instrumento predispuesto al fallo como es la trompa. Nos podemos hacer idea de la zozobra que el instrumentista debió de experimentar en el momento concreto de la ejecución pero al cabo de los años tal fallo se ha convertido en legendario y no nos impide apreciar la belleza tanto de la música en sí como de su ejecución. El error del instrumentista, un hecho no deseable, imprevisto, es decir, un accidente, tanto en sentido musical como filosófico, pues emite un sonido vacilante no incluido en la partitura, se convierte por parte de los oyentes de esa versión en algo que, lejos de ser accidental, ha adquirido casi la categoría de algo estructural dentro del contexto de esa interpretación de 1951. La sublime interpretación lo es más por ser humana y el error nos muestra no solo una belleza olímpica sino una lucha por arrancar de la materialidad física del sonido algo que trasciende a su mero existir físico.


Rubinstein.



Pronto van a cumplirse cuarenta años desde que tuviera la ocasión de escuchar en el Teatro Real de Madrid al gran pianista polaco Rubinstein. A pesar de ser ya un hombre octogenario se presentó con un programa exigente: segundo concierto para piano y orquesta de Chopin y quinto concierto para piano y orquesta, emperador, de Beethoven. El ya anciano pianista tocó sin aspavientos innecesarios pero sus dedos ya fatigados por la edad no iban tan rápido como sí que seguía yendo su cabeza. Cometió errores, tocó notas falsas, pero resultó un concierto maravilloso, pues si bien el mecanismo del pianista estaba ya gastado, su musicalidad permanecía indemne. Fue un concierto lleno de errores y de belleza.


El banquete de Platón, por Parraga.

El Banquete de Platón nos habla de la belleza en sí, de algo que no es más o menos bello, sino de la belleza, es decir, de una idea. Lo curioso es que, a pesar de la intención personal de Platón, lo más “bello” del diálogo no es la manera en que el filósofo habla de la belleza sino la forma en que habla del amor. En el discurso que Platón pone en boca de Sócrates lo que más destaca es la forma en que el amor es desterrado del ámbito de lo divino: el amor no puede ser un dios porque es imperfecto, porque el amor es amor a algo que se desea,  el deseo muestra anhelo, por tanto carencia. Un ser perfecto no tendría carencias. Platón nos habla del amor a la belleza pero nos cautiva más el proceso ascensional del amor que la belleza en sí.
Quizá, todas estas disquisiciones no sean más que una equivocación con los términos que empleamos, pues si la música solo existe como proceso, está más próxima al anhelo que a la consumación y por tanto, más cerca del amor que de la belleza. La música solo existe mientras se hace, a diferencia de lo perfecto, que es algo que no se hace sino que es.

viernes, 2 de enero de 2015

VERDADES COMO PUÑOS.

Cuando alguien se jacta de decir “verdades como puños”, poniéndose a sí mismo como ejemplo de sinceridad y honestidad, está confundiendo dos ámbitos: el del conocimiento y el del boxeo, y está erigiendo a este último en árbitro supremo de decisión acerca de la verdad.
Quien afirma decir “verdades como puños” lo que en realidad defiende es el puñetazo como supremo argumento, algo que depende más de la fuerza  que de la neurona.
Con el puño se podrá vencer pero no convencer.
Algo de esta idea pugilística acerca de la verdad ha quedado plasmado en nuestra manera de enfocar un debate, pues siempre preguntamos al finalizar el mismo por quién ha ganado y quién ha perdido.
Si aceptamos que las verdades deben ser como puños estamos aceptando que la violencia es el único criterio de verdad. El resultado de tal planteamiento no puede ser otro que el de un torneo de gritos. Se intentará que el grito de uno se imponga al grito del otro, algo que más tiene que ver con la lucha animal por dominar el territorio que con el empeño racional en que nuestros argumentos se impongan por su mayor evidencia.
Algunos no son capaces de separar el pensamiento del músculo.
Las emisoras de radio y televisión cuentan en algún caso con especialistas en formar opinión a partir de su convicción de decir “verdades como puños”. La proliferación de contertulios que tratan de decir su verdad como puño da como resultado una cacofonía de la cual no resulta más que la confusión y el aturdimiento.
La evidencia no necesita de puños. Se impone con necesidad. Se muestra.
La satisfacción que algunos sienten al decir “verdades como puños” es una de la muchas maneras que ha adoptado la idea de que la propia convicción es suficiente criterio para sostener una opinión y que basta la sinceridad con que una opinión sea expuesta para garantizar la razón de la misma.
Muchos olvidan que la convicción y la sinceridad pueden en más de un caso ir unidas al disparate más grosero.
Convicción y sinceridad son condiciones necesarias para sostener una opinión, pero no son condiciones suficientes. Ambas han de rendirse ante el tribunal del la crítica, tribunal que no admite más fuerza que la del superior argumento.
Cuando alguien nos da un puñetazo y nos hace caer lo único que queda claro es la superioridad física de quien nos ha tumbado con su fuerza.
Cuando alguien nos muestra con argumentos que estábamos en un error, no nos vence, pues nunca se puede considerar derrotado a quien se ha dado cuenta de que hasta ahora estaba equivocado.