Escuchando recientemente una entrevista realizada al
gran director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, al ser preguntado este
po
r las imperfecciones que muchas veces se producen al interpretar una obra en público, deslizó como respuesta a tal interrogante una afirmación a la que apenas dio importancia pero que encierra una gran verdad: el error también forma parte de la belleza.
r las imperfecciones que muchas veces se producen al interpretar una obra en público, deslizó como respuesta a tal interrogante una afirmación a la que apenas dio importancia pero que encierra una gran verdad: el error también forma parte de la belleza.
Gustavo Dudamel. |
Gustavo Dudamel constataba un hecho que se puede producir
en la ejecución de toda música en vivo: el fallo, la no adecuación de lo
ejecutado a lo que en el ensayo se había planificado de manera concienzuda, y
ese imprevisto, en principio no deseable, fue subsumido por él en la categoría
de lo bello. Dudamel, al incluir el error en lo bello rompía con casi todas las
ideas dominantes sobre lo que debe ser la belleza, pero se mostraba con ello en
sintonía con el modo verdadero de hacer música.
Furtwaengler |
La grabación en estudio soslaya cualquier
imperfección, a diferencia de las grabaciones de una obra en vivo. Existe una
grabación de la novena sinfonía de Beethoven correspondiente al año 1951 con
ocasión de la reinauguración del teatro wagneriano de Bayreuth, a cargo del
mítico director de orquesta Furtwaengler. Dicha grabación ha sido considerada
como una de las mejores interpretaciones de las que consta registro de una obra
ya recogida con generosidad en disco. Uno de los movimientos en los que el
director estuvo en estado de gracia fue el tercero, adagio molto e
cantabile. En el transcurso de la escucha de ese movimiento hay un momento
en el que se aprecia con nitidez un fallo estrepitoso del trompa, que al
hacer un salto de sexta ascendente da la última nota con una vacilación
característica de un instrumento predispuesto al fallo como es la trompa. Nos
podemos hacer idea de la zozobra que el instrumentista debió de experimentar en
el momento concreto de la ejecución pero al cabo de los años tal fallo se ha
convertido en legendario y no nos impide apreciar la belleza tanto de la música
en sí como de su ejecución. El error del instrumentista, un hecho no deseable,
imprevisto, es decir, un accidente, tanto en sentido musical como filosófico,
pues emite un sonido vacilante no incluido en la partitura, se convierte por
parte de los oyentes de esa versión en algo que, lejos de ser accidental, ha adquirido
casi la categoría de algo estructural dentro del contexto de esa
interpretación de 1951. La sublime interpretación lo es más por ser humana y el
error nos muestra no solo una belleza olímpica sino una lucha por
arrancar de la materialidad física del sonido algo que trasciende a su mero
existir físico.
Rubinstein. |
Pronto van a cumplirse cuarenta años desde que
tuviera la ocasión de escuchar en el Teatro Real de Madrid al gran
pianista polaco Rubinstein. A pesar de ser ya un hombre octogenario se presentó
con un programa exigente: segundo concierto para piano y orquesta de
Chopin y quinto concierto para piano y orquesta, emperador, de
Beethoven. El ya anciano pianista tocó sin aspavientos innecesarios pero sus
dedos ya fatigados por la edad no iban tan rápido como sí que seguía yendo su
cabeza. Cometió errores, tocó notas falsas, pero resultó un concierto
maravilloso, pues si bien el mecanismo del pianista estaba ya gastado, su
musicalidad permanecía indemne. Fue un concierto lleno de errores y de belleza.
El banquete de Platón, por Parraga. |
El Banquete de Platón nos habla de la belleza en
sí, de algo que no es más o menos bello, sino de la belleza, es
decir, de una idea. Lo curioso es que, a pesar de la intención personal de
Platón, lo más “bello” del diálogo no es la manera en que el filósofo habla de
la belleza sino la forma en que habla del amor. En el discurso que Platón pone
en boca de Sócrates lo que más destaca es la forma en que el amor es desterrado
del ámbito de lo divino: el amor no puede ser un dios porque es imperfecto,
porque el amor es amor a algo que se desea,
el deseo muestra anhelo, por tanto carencia. Un ser perfecto no tendría
carencias. Platón nos habla del amor a la belleza pero nos cautiva más el
proceso ascensional del amor que la belleza en sí.
Quizá, todas estas disquisiciones no sean más que una
equivocación con los términos que empleamos, pues si la música solo existe como
proceso, está más próxima al anhelo que a la consumación y por tanto, más cerca
del amor que de la belleza. La música solo existe mientras se hace, a diferencia
de lo perfecto, que es algo que no se hace sino que es.