Tienen
los viejos y ya inútiles aparatos domésticos una peculiar belleza como
resultado de su liberación de la finalidad a la que, tanto en diseño como en su
mecanismo estaban destinados.
Una
vez cumplido su fin, acabada su vida útil, pasan a ser de simples utensilios a
muebles, y admiramos en ellos más lo peculiar de su diseño que su eficacia, ya
agotada.
Entre
dichos aparatos siempre me llamaron la atención las viejas radios. Con suficiente
edad como para poder recordarlas antes de la definitiva irrupción del
transistor, me llamaba en especial la atención su contundente presencia
diseñada para ocupar un lugar preferente en el salón antes de que el televisor,
más voluminoso entonces pero más vulgar en su aspecto, se adueñara del
principal rincón de cualquier salón.
La
radio, no poseída por todo el mundo y escuchada en muchas ocasiones de forma
comunitaria, fue durante muchos años, el medio de comunicación más importante.
Reflejo de su época, en estos aparatos se transmitía de manera regular la
información a través del diario hablado de Radio Nacional de España. También
ocupaba el centro de la programación un sinnúmero de radionovelas y
consultorios femeninos.
Recientemente,
con motivo de una limpieza de cajones para deshacerme de papeles ya caducados y
objetos inservibles, he recuperado una vieja radio que apareció por la casa de
mi madre en Córdoba allá por los años cincuenta. Todavía se enciende, eso sí,
con el uso de un alternador pues sigue utilizando la vieja corriente de 125. La
he colocado en lugar preferente en mi estudio. Ahí luce, señorial e inútil,
aristocrática en suma.
El
dial promete escuchar emisoras de Burdeos, Lyon, París, Londres, Barcelona,
Madrid, Bruselas, Estrasburgo, Budapest, Florencia...aunque en aquellos aparatos lo
único que se podía escuchar era la emisora local.
Siempre
me excitó la imaginación el recorrido a través del dial por el nombre de esas
ciudades, por más que la experiencia cotidiana desmintiera la promesa que en
esos nombres se encontraba inscrita.
No
me atrevería nunca a calificar como mendaz la aparición del nombre de esas
variopintas ciudades ya que si bien la realidad desmentía siempre la indicación
del dial, otra realidad menos tangible pero no menos real se mostraba: la de la
capacidad de sugestión y de incitación a la imaginación que la radio tenía,
capacidad que la televisión, con la contundencia de la imagen, nunca pudo
superar.
La
belleza de un objeto puede ser pretendida, cuando este es el fin directo de la
producción, pero puede ser también la consecuencia no pretendida por el
productor pero sí surgida de la pérdida de la utilidad a la que el objeto
estaba destinado en su planteamiento inicial. La caducidad de un utensilio lo
hace por definición inútil pero precisamente por ello resalta rasgos que en su
vida útil quedaban ocultos ante la finalidad inmediata para la que estaba
pensado.
El
lugar que ahora ocupa mi vieja radio no hará que sirva para transmitir la
actualidad pero sí que servirá como recuerdo de su importante preponderancia en
una época en la que se constituyó en la más importante ventana al mundo para
muchas familias. Una ventana que al no ser visual forzaba
necesariamente al ejercicio de una imaginación que no sé si hoy por hoy está
embotada ante la profusión instantánea de todo tipo de imágenes.