Hace
ya unos cuantos años me comentaba un compañero que una amiga inglesa que
hablaba el español con soltura entendía sin la menor dificultad los giros de
cualquier conversación con una excepción: no había manera de hacerle comprender
el significado de la expresión "que si quieres arroz, Catalina". Cada
vez que alguien recurría a esa frase hecha, la inglesa no hacía más que
preguntar si a esa Catalina le gustaba mucho el arroz, o tenía hambre o qué era
lo que le hacía demandar constantemente tal alimento.
No
quiero pensar lo que la amiga inglesa habría pensado de oír expresiones tales
como "lagarto, lagarto" u otras similares.
Viene
esto a cuenta del empeño que desde hace años muestran las autoridades
educativas por imponer el llamado bilingüismo en las aulas. La idea es fácil de
vender a los padres: el uso del inglés en las aulas como primera lengua hará
que los alumnos aprendan el segundo idioma con facilidad. Para ello se recurre
a habilitar a profesores españoles para que den su materia en inglés.
No
dudo yo de la competencia en tal lengua de quienes en ella se habilitan pero la
competencia en un idioma no hace a nadie auténticamente bilingüe. El
bilingüismo puro es un fenómeno no habitual. Un buen dominio del inglés
capacita para quien lo posee a dar una buena conferencia, pero no una clase.
En
una clase, y más si se trata de una materia humanística, es fundamental el
juego con las palabras.
Dicho
de otra forma: la verdadera lengua es aquella en la que se insulta.
Hay
que dar clase en la lengua con la que se insulta. Otra cosa no es más que puro
engaño, embeleco.
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