jueves, 2 de agosto de 2018

EL QUE MANDA Y EL QUE OBEDECE.


La fotografía está tomada el 21 de marzo de 1933. Corresponde a la inauguración del Reichstag, celebrada en la iglesia de la guarnición de Potsdam.



El canciller recibe al Presidente del Reich. El antiguo soldado viste una muy burguesa levita y se adelanta para saludar al viejo mariscal de campo.
La sensación que se obtiene, si no supiésemos ya de sobra el final de la historia, es la de sumisión del despectivamente llamado "cabo bohemio" hacia el viejo militar que así lo denominaba en sus círculos de confianza.
Hitler da la mano al presidente Hindenburg mientras efectúa una inclinación de cabeza en señal de respeto. El contraste entre la apariencia de gris funcionario del canciller y la imponente planta estatuaria del presidente no puede ser más llamativo. Si sólo supiésemos de estos dos personajes por esta instantánea deberíamos concluir que la persona de la izquierda claramente obedece y la de la derecha manda.
La fotografía y la ceremonia en sí son totalmente engañosas en lo que representan. En aquel momento el canciller se estaba apoderando apresuradamente de todos los resortes de mando en representación de lo que se creía una nueva Alemania y el presidente, un anciano, había quedado reducido a un símbolo que lo unía más a la desaparecida Alemania imperial que al nuevo orden que entonces estaba dando sus primeros pasos.
La fotografía es una obra maestra de la propaganda. Hitler adopta, por una vez, de forma deliberada, el aspecto de un político civil joven que se inclina ante el prestigio militar. Se trataba de buscar una imagen que estableciera una unión entre el nuevo sistema y las viejas tradiciones.
Posteriormente, en el interior de la iglesia el mariscal dirigió un saludo hacia el palco vacío del kaiser. Extraña república aquella en la que su presidente rendía honores a un jefe de estado ya desposeído.
Poco más de un año después el anciano presidente fallecía y Hitler incorporaba sus funciones de jefe de estado a las que ya ejercía como canciller.
El atuendo de civil fue desapareciendo de su vestuario y con él el disimulo del que esta instantánea es un ejemplo supremo.


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