sábado, 11 de abril de 2020

CURSO INTERRUMPIDO.


El curso está acabado. Se habla de clases telemáticas, de seguir avanzando. Nos piden informes, estadísticas, todo ello para hacer ver que continuamos. Yo no sé hacer lo que me piden. No hay medios salvo que por tales se entiendan mi ordenador, mi wifi y mi correo.
Me obligan a dar la tabarra a unos chavales que estarán, en el mejor de los casos, encerrados y preocupados y en el peor con algún familiar afectado por la enfermedad. Las actividades puede que tengan sentido en algunas materias, no lo sé. En mi caso, no tienen ninguna. No entiendo nada de estándares de aprendizaje, y la expresión "criterios objetivos" me parece una contradicción. Un criterio es por necesidad subjetivo, pues es un marco que permite juzgar algo destacando qué es lo importante y lo que no, y ello será siempre una decisión basada en fundamentos que hay que querer que sean honestos, pero que siempre serán subjetivos.
Estamos en abril y todavía no sabemos si las actividades que mandamos servirán para la evaluación, o se evaluará de otra forma.
Nadie se atreve a proponer lo más obvio: dar por terminado este maldito curso y evaluar haciendo un balance con los datos que tenemos de aquel tiempo en que podíamos dar clase.
En lo que a los alumnos de Segundo de Bachillerato se refiere, sabemos que habrá una prueba de selectividad, se han dado fechas, pero nadie ha dicho nada sobre la materia que habrán de estudiar, pues es claro que el programa no se podrá terminar.
En mi opinión, según mi criterio, totalmente subjetivo, ante una situación excepcional, a la hora de calificar, lo único que cabe es sentido común y, en la medida de lo posible, benevolencia.
P.D.
La presidenta de la Comunidad de Madrid se ha recuperado de la enfermedad. Me alegro, como debe hacer toda persona bien nacida, de su recuperación.
En cuanto al otro mal que aqueja a la presidenta, la falta de juicio, ya dijo el viejo Kant que a la falta de juicio se la denomina sandez y ante ese mal no hay remedio posible.


domingo, 5 de abril de 2020

MI ÚLTIMO DISCURSO.


Durante más de diez años, conforme se aproximaba mayo, yo empezaba a preparar el discurso de graduación que en nombre de mis compañeros dedicaba a los alumnos de Bachillerato que terminaban sus estudios en el centro.
Me gustaba prepararlo a conciencia, aunque era difícil eludir tópicos en una exposición anual que, por necesidad, no podía escapar de menciones repetitivas. Con todo, intentaba cada año introducir algún elemento nuevo que diera alguna frescura a mi intervención.
Si bien lo preparaba y lo repensaba con intensidad, lo pronunciaba siempre sin papeles, lo cual me obligaba a un importante esfuerzo. Mucho más cómodo sería decirlo leyendo unas cuartillas pero me parecía que lo que se ganaría en seguridad se perdería en autenticidad. La cuartilla para mí es un obstáculo que se interfiere entre mí y mi auditorio. Creo que hay que hablar sin papeles, siempre que ello sea posible.
Este año iba a ser mi último discurso. Me jubilo en diciembre y este era mi último curso completo.
La fatalidad no lo ha querido así. Algo infinitamente pequeño ha logrado imponerse a la inmensidad de nuestro mundo y ha truncado proyectos, ilusiones y vidas.
No podré pronunciar mi último discurso, no podré dirigir a mis alumnos esas palabras en las que tanto cariño ponía. Algo insignificante en comparación con la terrible tragedia que estamos padeciendo pero triste con todo para mí, que imaginaba otro final a mi carrera.
No habrá último discurso pues, como decía, me jubilo en diciembre aunque, ¿quién sabe? Quizá la crisis económica que ya estamos sufriendo y que vamos a sufrir con mayor intensidad haga que no se me permita jubilarme cuando yo creía que iba a hacerlo. Si así fuera y mis compañeros quisieran, en 2021 volvería a poner todo mi empeño en pronunciar un discurso digno.