martes, 10 de agosto de 2021

DAYRON.

 

La primera vez que hablé con Dayron, lo recuerdo perfectamente, fue para echarle una bronca. Se iniciaba el curso y en mi presentación ante un grupo de Segundo de la ESO acababa yo de señalar las líneas generales del comportamiento y de las normas que me interesaba que se siguieran. Una de las cosas que dije fue que a la hora de pasar lista los alumnos se limitaran a decir "Sí" si se encontraban presentes y que no me dieran explicaciones de aquellos que no estuvieran. Tras esto empecé a pasar lista. El primero que figuraba era Dayron Álvarez. En vez de responder "sí" me soltó la siguiente retahíla: "aquí estoy, preparado para aprender". Lo llamé a parte para recordarle, por si no había quedado claro, cuál era la forma correcta de responder.

A lo largo de los años, en distintos cursos, puede que le tuviera que llamar alguna vez la atención, nunca por motivos graves, pues su comportamiento no era malo y si de vez en cuando no observaba una conducta adecuada, se debía más a su inquietud que a un deliberado empeño en molestar.

El rostro, moreno, y los ojos, expresivos, le daban un aire risueño y jovial, propicio a una risa que traducía más gana de vivir que deseo de burla. Era difícil no querer a Dayron.

Poco a poco su figura se fue identificando con la del patín con el que tantas acrobacias era capaz de desplegar, de tal modo que parecía como si cuerpo y patín formaran una sola unidad.

Corta ha sido la vida de Dayron. Cuando lo conocí era todavía un niño. Se va siendo un joven todavía lleno de energía. Lo recordaremos siempre así, sin envejecer, sin perder las ilusiones, extraño privilegio este, el de permanecer siempre jóvenes, que tienen quienes nos dejaron antes de tiempo.

Nuestro amigo se ha anticipado a llegar al lugar del insondable misterio a que todos estamos destinados. Seguro que en esas desconocidas sendas estará ya explorando nuevas y audaces acrobacias.

En lo poco que un profesor puede conocer a sus alumnos tengo la impresión de que la felicidad que irradiaba del rostro de Dayron, la agilidad de su cuerpo, la habilidad para desafiar esa gravedad que nos ata al suelo no hacían más que expresar la vida en toda su alegría, esa alegría que transmiten quienes en el fondo han vivido como han querido, que es lo mejor que se puede decir de alguien.

¡Hasta siempre, mi joven amigo!.