sábado, 20 de mayo de 2023

DESPEDIDA BACHILLERATO. 2923.

 

Un año más nos encontramos aquí, en el auditorio Joan Manuel Serrat, para celebrar el acto de graduación de los alumnos de segundo de Bachillerato.

Este acto se viene celebrando en nuestro instituto desde el año 2007, en el que se realizó en el patio del Centro hasta hoy mismo con dos excepciones: en 2008 , en que no se celebró al no estar todavía consolidada esta costumbre y en 2020, por la pandemia que tantos proyectos dejó en el camino. En 2021 pudimos celebrarla con restricciones, en el patio del Centro y sin la presencia de padres y familiares. Espero y deseo que este acto se siga celebrando en años sucesivos.

Muchos de vosotros habéis formado parte de nuestro Centro desde el ya lejano septiembre de 2017. Otros os incorporasteis en cursos sucesivos. A algunos de vosotros tuve ocasión de daros clase en primero de la Eso. De otros, por el contrario, nunca tuve oportunidad de ser vuestro profesor. Tanto unos como otros tenéis sobrados motivos para mostraros optimistas: los que sí fuisteis mis alumnos porque a pesar de daros clase vuestro cerebro no quedó definitivamente dañado; los que no porque podéis constatar el hecho de que en esta vida también existe la buena suerte y la fortuna.

Los que fuisteis mis alumnos durante un curso  dispusisteis de tiempo sobrado para observar mis defectos y, espero, también alguna que otra virtud. Otros solo me visteis en la antipática figura del profesor de guardia que se interponía en vuestros deseos de salir al patio cuando por algún motivo el profesor de la asignatura había faltado a clase. En aquellas ocasiones tanto vosotros como yo cumplíamos con nuestra obligación: vital la vuestra en el deseo de poder disfrutar una hora de mayor libertad; profesional y legal la mía, en la obligación que tenía de mantener durante esa hora el buen orden en el centro evitando la confusión de un descanso en horario lectivo.

Recuerdo que en ese curso de 2017 a 2018 tuve dos grupos de primero de la ESO, cada uno con su peculiar carácter: uno de ellos estaba formado por pocos alumnos, eso sí, muy participativos y bulliciosos, hasta el punto de poner a prueba unas fuerzas que por mi parte ya empezaban a ser menguantes. Este pequeño grupo denominaba a su delegada de clase con el curioso apelativo de la "presidenta". Las clases se me hacían gratas y fáciles, aunque cansadas, pues si bien la disposición del grupo era casi siempre favorable a mis propuestas,  a veces resultaba difícil encauzar tanta energía. Recuerdo cómo comentaba con algún compañero   que aquellos chicos y chicas no se estaban quietos. "Parecen canguros", solía decir yo.

El otro grupo, algo más numeroso, me dio más trabajo. Tenía que emplearme más a fondo para poder llevar adelante mis propuestas. Me resultó más difícil en este caso encauzar al grupo en su marcha pero aunque no faltaran momentos de dificultad y tensión, creo que al final logramos una buena convivencia.

Con todas las dificultades que este oficio ofrece, mi recuerdo de aquel año es grato.

La distribución de grupos y asignaturas hizo que casi nunca volviera a coincidir con aquellos alumnos aunque siempre seguí con interés su evolución.

Desde aquellos tiempos hasta hoy muchas cosas han cambiado, no siendo la menor vuestro propio crecimiento, en lo físico y en lo personal. Entonces eran ocurrencias aún infantiles las que los alumnos me comunicabais. No he olvidado entre ellas la de un niño que, mediante dibujos, me mostraba las ventajas y virtualidades de su más reciente invento, llamado "lanzabrazos". Otro niño me manifestaba su curioso deseo, recibido por mí con unas abiertas ganas de reír, de ser un percebe.

Pasaron los años y aquellos niños y niñas fuisteis creciendo y junto a vuestra transformación personal se iba produciendo poco a poco un cambio en vuestros intereses y preocupaciones. Poco a poco iban desapareciendo los vestigios de la última infancia siendo sustituidos por las más inmediatas preocupaciones acerca de los estudios y sus progresos. Algunos seguíais dirigiéndoos a mí con confianza, otros os ibais mostrando no más esquivos pero sí más indiferentes, en un proceso lógico en el desarrollo de la personalidad de cada uno. Eso sí, nunca percibí falta de respeto ni el menor signo de hostilidad.

En la Navidad del difícil año de 2020, cuando llegó el momento de mi jubilación y vosotros estabais en Cuarto de la ESO, me marché del Centro pudiendo recibir de vosotros muestras de un cariño auténtico, plasmado en un librito en el que me deseabais lo mejor y en el que, dadas las circunstancias, no podía haber la menor muestra de adulación, pues ni era entonces vuestro profesor ni lo volvería a ser.

Como alumnos habéis adoptado durante estos años, no me lo negaréis, estrategias para vuestro provecho a corto plazo. Cuando el profesor se ha puesto enfermo, la primera reacción ha sido de contento, no por deseo de ningún mal al profesor, quiero creer, pero sí por el inesperado regalo de una hora sin clase. En ningún otro trabajo sucede tal cosa. Si acudimos a la farmacia, deseamos que esta esté abierta. Lo mismo sucede si de un comercio se trata. En nuestro campo, por el contrario, la noticia de que el profesor está paralizado víctima de un atasco produce como primera reacción alegría y como segunda el deseo de que ese atasco perdure indefinidamente.

 Si un profesor ha causado baja por algún motivo, puede que le hayáis dicho al sustituto que con ese profesor apenas habéis dado materia. Cuando el titular se ha reintegrado, más de uno le habrá manifestado su contento, añadiendo lo mismo, que con el sustituto no se hacía nada. Cuando la misma materia ha estado presente en distintos niveles, más de uno habrá dicho que con el profesor o la profesora del año anterior no disteis cosas que seguro que sí que se dieron. Nada nuevo y nada por lo que escandalizarse. Nosotros éramos igual. Hay cosas que no cambian.

En estos años habéis tenido muchos profesores y asignaturas. Algunas de estas asignaturas están muy presentes en los distintos cursos, caso de las matemáticas, la lengua, la historia, la educación física. Otras como la que yo impartía, la filosofía, han tenido menos presencia. Muy difícil es que todas os hayan interesado en la misma medida, pero todas ellas han sido importantes en vuestra formación. Importante e interesante también es el ejercicio de comparar la distinta forma de ser y de actuar de vuestros profesores, vuestras profesoras, en una lección viva de la diversidad de las distintas personalidades. Muchos habréis tenido oportunidad de apreciar la manera de trabajar de Marta en Educación Física, con sobriedad, entregada a su trabajo sin darse ninguna importancia; el difícil desempeño de Concha defendiendo unas materias importantes pero cada vez más ignoradas por las autoridades educativas; los de dibujo, en  su doble dimensión como lo es la artística y la técnica, complementarias ambas; los de Historia, obligándonos a pensar unos hechos del pasado sin los cuales no nos explicamos nosotros mismos; los de inglés, intentando que seáis capaces de dominar una herramienta cuya importancia hoy día no hace falta ponderar; los de lengua y literatura, en su doble vertiente como profesores que en lengua insisten en la importancia de la sintaxis, que muestra la dimensión del orden y la coherencia y en literatura tratan de mostrar la verdad que en la belleza de la ficción se encierra; los de matemáticas, enseñándonos no solo a calcular sino también a disciplinar nuestra mente para que el orden de la misma nos abra a captar la realidad, esa realidad que para Galileo estaba escrita en un lenguaje, el de las matemáticas, que era necesario saber leer para poder comprenderla e interpretarla. Puede que incluso hasta de nosotros, los de filosofía, hayáis podido aprender algo, o no, quién sabe. Si algo habéis aprendido, bien está, si no, siempre podemos apelar a nuestro último premio Princesa de Asturias y refugiarnos en la utilidad de lo inútil. También podemos ser complementarios de los de literatura y en vez de enseñar la verdad que la ficción encierra tratar de mostrar la ficción que tras muchas aparentes verdades se esconde.

A veces tenemos la tendencia de recordar a los profesores que nos han acompañado en los últimos años, olvidando de manera injusta a aquellos maestros que en nuestra primera infancia nos acompañaron y nos enseñaron lo más básico, es decir, lo más fundamental. No hay nadie que nos haya enseñado nada más decisivo como el saber leer y escribir, aunque ello no esté suficientemente reconocido y mucho menos pagado.

A lo largo de todos estos años tiempo hemos tenido tanto nosotros como vosotros de observarnos. Tiempo ha habido también para cometer errores, tanto vosotros como nosotros. Creo que puedo expresar el sentir general de quienes fueron mis compañeros si digo que aun sabiendo que en nuestras decisiones en ocasiones no siempre estuvimos acertados, siempre las tomamos convencidos de que eran las más adecuadas. Los errores forman parte de la humana condición, y todos alguna vez los cometimos, tanto nosotros como vosotros.

Los años del instituto, lo que antes los más viejos llamábamos Enseñanza Media, son años de transición tanto vital como académica. En el primer aspecto son los años en que se pasa de la niñez a la juventud, los años siempre difíciles de la adolescencia, años de transformación física y mental en los que, en un proceso complejo pero inevitable el niño que en vosotros había va desapareciendo para que surja un ser con más fuerza física, con mayor desarrollo intelectual pero también más difícil, más complejo e imprevisible, un ser a veces de difícil trato por parte de padres y profesores y que, en su busca de su propia identidad y personalidad no siempre hace la vida fácil y llevadera a quienes con él conviven. Es un proceso arduo pero inevitable que es llevado por algunos con más facilidad y por otros con más dificultad. Un proceso de crisis del que surge la persona madura. Padres y profesores somos quienes os tratamos de guiar en ese proceso que para ninguno de nosotros resulta fácil. No es fácil para unos padres que puede que a veces piensen que van perdiendo al tierno niño que creían tener. No es fácil para unos profesores que cada curso se ven ante unos chicos que siempre tienen la misma edad, siempre la misma energía. Nuestros alumnos no crecen, no envejecen. Los que sí envejecemos somos nosotros. En mi caso, nada particular por otro lado, al principio la distancia en edad con los más viejos de mis alumnos podía ser de siete u ocho años, como un hermano algo mayor, poco a poco fui alcanzando una edad en la que podía ser su padre, al final su abuelo. De haber perseverado en mi trabajo poco habría faltado para que algún alumno sugiriera mi ingreso en una residencia.

En el otro aspecto, en el académico, el instituto supone la transición entre la escuela y los estudios ya sean superiores o bien la vida laboral. En la escuela, el maestro está presente guiando vuestros pasos. En los estudios posteriores y no digamos ya en la vida laboral os tenéis que guiar vosotros mismos siendo capaces de usar la libertad. En el instituto se produce la transición, y es labor nuestra acostumbraros a ese nuevo marco de autonomía. Si lo hemos logrado habremos hecho bien nuestro trabajo, si no, habremos fracasado.

Los profesores que durante estos años se han encargado de vuestra formación puede que os hayan resultado en ocasiones pesados en su empeño de mejorar vuestro rendimiento pero raramente os habrán resultado indiferentes. A partir de ahora quienes curséis estudios superiores quizá no tengáis que soportar esa pesadez pero también vais a observar más frialdad e indiferencia. Algo del carácter familiar del instituto se va a perder en aras de una mayor competitividad. En cierto modo vais a poder disfrutar de una mayor libertad pero esa libertad puede que en algunos casos se os muestre como difícil. Con todo, será algo necesario para la forja de una personalidad independiente. La libertad no es fácil, siempre que no convirtamos a la libertad en una caricatura de la frivolidad, pues esa libertad lleva aparejada como su sombra la responsabilidad. Solo porque somos libres se nos pueden pedir cuentas por las consecuencias de nuestros actos. Sería más reconfortante no cargar con semejante responsabilidad pero ello nos convertiría en unos eternos menores de edad.

Ya lo dijo el filósofo regiomontano, aquel filósofo que en una vida externamente rutinaria apenas tuvo necesidad de viajar fuera de su ciudad pero que portaba en su interior, con la inmensidad de su inteligencia todo un mundo de conocimientos y un creativo océano de interrogantes: ser menor de edad es cómodo, pero de lo que se trata aquí no es de la comodidad sino de la dignidad que solo se alcanza cuando las personas somos capaces de actuar con autonomía. Ya se dijo en el pasado siglo que la libertad no nos hace felices, simplemente nos hace humanos, que no es poco.

Estudiamos, trabajamos porque vivimos y para vivir. Estamos aquí, estamos vivos. Por más que la ciencia de manera progresiva vaya arrancando cada vez con mayor precisión sus secretos a la naturaleza, nunca llegaremos a un conocimiento total. Las verdades de la ciencia son siempre provisionales y están abiertas a que nuevos descubrimientos nos hagan rectificar muchas de nuestras convicciones. Esta vida sigue siendo un misterio. Nos produce vértigo el no acabar de ver nunca cuál es el último "por qué". Ese vértigo aumenta si hablamos del "para qué". Con todo, es  el mundo en que hemos de vivir, la vida misma, que en su carácter único e irrepetible tiene su transcendencia. Su sentido lo hemos de crear nosotros, debemos en cierto modo tener algo de inventores, algo de poetas, de creadores en suma, vivir nuestra vida, no la de los demás.

En esa vida os vais a encontrar con hechos a los que tendréis que ser capaces de responder con vuestra inteligencia. Cuando hablo de inteligencia me refiero a inteligencia natural, a esa de la que Descartes afirmaba irónicamente que era la cosa mejor repartida del mundo pues todos se daban por satisfechos con la que tenían.

No podemos desdeñar la tecnología en sus aplicaciones prácticas pero esa tecnología debe estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio de la tecnología. No podemos prescindir hoy día del uso de instrumentos como el teléfono móvil, que nos permite realizar operaciones que a los más viejos nos parecen casi milagrosas. Con todo, bueno sería no caer en una caverna platónica en la que acabáramos disputando sobre sombras. Las pantallas no nos deben hacer olvidar la luz de la calle, las conversaciones reales, las amistades. Como ya dijo el poeta, debemos aprender a distinguir las voces de los ecos. Natural es el deseo de tener cosas pero es esencial aprender que somos nosotros los que tenemos las cosas y no deben ser las cosas las que nos tengan a nosotros.

Hoy es día de alegría, día de fiesta, que recordaréis siempre en vuestras vidas. Esa alegría, no obstante, no está privada de cierta sensación agridulce, pues es también día de despedida. Despedida de un Centro en el que la mayoría habéis estado seis años. Despedida también de unos compañeros y unas compañeras con los que habéis convivido. A partir de hoy, vuestros caminos se separan. Algunas de las amistades hechas en estos años perdurarán. En otros casos, las urgencias de los quehaceres cotidianos harán que poco a poco se separen vuestros caminos.

Para mí también hoy es un día de alegría y celebración. Alegría al asistir a vuestro crecimiento personal y celebración de un fin de ciclo. Mi alegría, sin embargo, también está teñida de algo de tristeza pues hoy , tras quince ocasiones en las que la confianza de mi director y de mis compañeros me ha permitido dirigir las palabras en el acto de graduación a las distintas promociones, dejo de hacerlo. Este será mi último discurso de graduación. No se debe ello a que me encuentre cansado de hacerlo. Al contrario, ha sido para mí un honor poder dirigir estas palabras de despedida a las distintas promociones. Lo que ocurre es que, abandonada ya mi labor profesional como profesor desde la Navidad del año 2020, poco a poco voy dejando de conocer a los alumnos. También muchos de los profesores ya no son conocidos por mí. Me causa tristeza ser consciente de que esta es la última vez que podré dirigirme a los jóvenes, lo que ha constituido  mi trabajo durante largos años. En cierto modo, y valga mucho o poco lo que yo haya podido deciros, esta es mi última lección. Espero que ella no os haya resultado estéril.

Termino como siempre, deseándoos a todos éxito en vuestros futuros estudios y en vuestra vida profesional y felicidad, en la medida en que ello sea posible, en vuestra vida más personal.

¡Larga vida a la promoción 2017-2023!

¡Hasta siempre!