Un
año más nos encontramos aquí, en el auditorio Joan Manuel Serrat, para celebrar
el acto de graduación de los alumnos de segundo de Bachillerato.
Este
acto se viene celebrando en nuestro instituto desde el año 2007, en el que se realizó
en el patio del Centro hasta hoy mismo con dos excepciones: en 2008 , en que no
se celebró al no estar todavía consolidada esta costumbre y en 2020, por la
pandemia que tantos proyectos dejó en el camino. En 2021 pudimos celebrarla con
restricciones, en el patio del Centro y sin la presencia de padres y
familiares. Espero y deseo que este acto se siga celebrando en años sucesivos.
Muchos
de vosotros habéis formado parte de nuestro Centro desde el ya lejano
septiembre de 2017. Otros os incorporasteis en cursos sucesivos. A algunos de
vosotros tuve ocasión de daros clase en primero de la Eso. De otros, por el
contrario, nunca tuve oportunidad de ser vuestro profesor. Tanto unos como
otros tenéis sobrados motivos para mostraros optimistas: los que sí fuisteis
mis alumnos porque a pesar de daros clase vuestro cerebro no quedó
definitivamente dañado; los que no porque podéis constatar el hecho de que en
esta vida también existe la buena suerte y la fortuna.
Los
que fuisteis mis alumnos durante un curso
dispusisteis de tiempo sobrado para observar mis defectos y, espero,
también alguna que otra virtud. Otros solo me visteis en la antipática figura
del profesor de guardia que se interponía en vuestros deseos de salir al patio
cuando por algún motivo el profesor de la asignatura había faltado a clase. En aquellas
ocasiones tanto vosotros como yo cumplíamos con nuestra obligación: vital la
vuestra en el deseo de poder disfrutar una hora de mayor libertad; profesional
y legal la mía, en la obligación que tenía de mantener durante esa hora el buen
orden en el centro evitando la confusión de un descanso en horario lectivo.
Recuerdo
que en ese curso de 2017 a 2018 tuve dos grupos de primero de la ESO, cada uno
con su peculiar carácter: uno de ellos estaba formado por pocos alumnos, eso
sí, muy participativos y bulliciosos, hasta el punto de poner a prueba unas
fuerzas que por mi parte ya empezaban a ser menguantes. Este pequeño grupo
denominaba a su delegada de clase con el curioso apelativo de la
"presidenta". Las clases se me hacían gratas y fáciles, aunque
cansadas, pues si bien la disposición del grupo era casi siempre favorable a
mis propuestas, a veces resultaba
difícil encauzar tanta energía. Recuerdo cómo comentaba con algún
compañero que aquellos chicos y chicas
no se estaban quietos. "Parecen canguros", solía decir yo.
El
otro grupo, algo más numeroso, me dio más trabajo. Tenía que emplearme más a
fondo para poder llevar adelante mis propuestas. Me resultó más difícil en este
caso encauzar al grupo en su marcha pero aunque no faltaran momentos de
dificultad y tensión, creo que al final logramos una buena convivencia.
Con
todas las dificultades que este oficio ofrece, mi recuerdo de aquel año es
grato.
La distribución
de grupos y asignaturas hizo que casi nunca volviera a coincidir con aquellos
alumnos aunque siempre seguí con interés su evolución.
Desde
aquellos tiempos hasta hoy muchas cosas han cambiado, no siendo la menor
vuestro propio crecimiento, en lo físico y en lo personal. Entonces eran
ocurrencias aún infantiles las que los alumnos me comunicabais. No he olvidado
entre ellas la de un niño que, mediante dibujos, me mostraba las ventajas y
virtualidades de su más reciente invento, llamado "lanzabrazos". Otro
niño me manifestaba su curioso deseo, recibido por mí con unas abiertas ganas
de reír, de ser un percebe.
Pasaron
los años y aquellos niños y niñas fuisteis creciendo y junto a vuestra
transformación personal se iba produciendo poco a poco un cambio en vuestros
intereses y preocupaciones. Poco a poco iban desapareciendo los vestigios de la
última infancia siendo sustituidos por las más inmediatas preocupaciones acerca
de los estudios y sus progresos. Algunos seguíais dirigiéndoos a mí con confianza,
otros os ibais mostrando no más esquivos pero sí más indiferentes, en un proceso
lógico en el desarrollo de la personalidad de cada uno. Eso sí, nunca percibí
falta de respeto ni el menor signo de hostilidad.
En
la Navidad del difícil año de 2020, cuando llegó el momento de mi jubilación y
vosotros estabais en Cuarto de la ESO, me marché del Centro pudiendo recibir de
vosotros muestras de un cariño auténtico, plasmado en un librito en el que me
deseabais lo mejor y en el que, dadas las circunstancias, no podía haber la
menor muestra de adulación, pues ni era entonces vuestro profesor ni lo
volvería a ser.
Como
alumnos habéis adoptado durante estos años, no me lo negaréis, estrategias para
vuestro provecho a corto plazo. Cuando el profesor se ha puesto enfermo, la
primera reacción ha sido de contento, no por deseo de ningún mal al profesor,
quiero creer, pero sí por el inesperado regalo de una hora sin clase. En ningún
otro trabajo sucede tal cosa. Si acudimos a la farmacia, deseamos que esta esté
abierta. Lo mismo sucede si de un comercio se trata. En nuestro campo, por el
contrario, la noticia de que el profesor está paralizado víctima de un atasco
produce como primera reacción alegría y como segunda el deseo de que ese atasco
perdure indefinidamente.
Si un profesor ha causado baja por algún
motivo, puede que le hayáis dicho al sustituto que con ese profesor apenas
habéis dado materia. Cuando el titular se ha reintegrado, más de uno le habrá
manifestado su contento, añadiendo lo mismo, que con el sustituto no se hacía
nada. Cuando la misma materia ha estado presente en distintos niveles, más de
uno habrá dicho que con el profesor o la profesora del año anterior no disteis
cosas que seguro que sí que se dieron. Nada nuevo y nada por lo que
escandalizarse. Nosotros éramos igual. Hay cosas que no cambian.
En
estos años habéis tenido muchos profesores y asignaturas. Algunas de estas
asignaturas están muy presentes en los distintos cursos, caso de las
matemáticas, la lengua, la historia, la educación física. Otras como la que yo
impartía, la filosofía, han tenido menos presencia. Muy difícil es que todas os
hayan interesado en la misma medida, pero todas ellas han sido importantes en
vuestra formación. Importante e interesante también es el ejercicio de comparar
la distinta forma de ser y de actuar de vuestros profesores, vuestras profesoras,
en una lección viva de la diversidad de las distintas personalidades. Muchos
habréis tenido oportunidad de apreciar la manera de trabajar de Marta en
Educación Física, con sobriedad, entregada a su trabajo sin darse ninguna
importancia; el difícil desempeño de Concha defendiendo unas materias
importantes pero cada vez más ignoradas por las autoridades educativas; los de
dibujo, en su doble dimensión como lo es
la artística y la técnica, complementarias ambas; los de Historia, obligándonos
a pensar unos hechos del pasado sin los cuales no nos explicamos nosotros
mismos; los de inglés, intentando que seáis capaces de dominar una herramienta
cuya importancia hoy día no hace falta ponderar; los de lengua y literatura, en
su doble vertiente como profesores que en lengua insisten en la importancia de
la sintaxis, que muestra la dimensión del orden y la coherencia y en literatura
tratan de mostrar la verdad que en la belleza de la ficción se encierra; los de
matemáticas, enseñándonos no solo a calcular sino también a disciplinar nuestra
mente para que el orden de la misma nos abra a captar la realidad, esa realidad
que para Galileo estaba escrita en un lenguaje, el de las matemáticas, que era
necesario saber leer para poder comprenderla e interpretarla. Puede que incluso
hasta de nosotros, los de filosofía, hayáis podido aprender algo, o no, quién
sabe. Si algo habéis aprendido, bien está, si no, siempre podemos apelar a
nuestro último premio Princesa de
Asturias y refugiarnos en la utilidad
de lo inútil. También podemos ser complementarios de los de literatura y en
vez de enseñar la verdad que la ficción encierra tratar de mostrar la ficción
que tras muchas aparentes verdades se esconde.
A
veces tenemos la tendencia de recordar a los profesores que nos han acompañado
en los últimos años, olvidando de manera injusta a aquellos maestros que en
nuestra primera infancia nos acompañaron y nos enseñaron lo más básico, es
decir, lo más fundamental. No hay nadie que nos haya enseñado nada más decisivo
como el saber leer y escribir, aunque ello no esté suficientemente reconocido y
mucho menos pagado.
A lo
largo de todos estos años tiempo hemos tenido tanto nosotros como vosotros de
observarnos. Tiempo ha habido también para cometer errores, tanto vosotros como
nosotros. Creo que puedo expresar el sentir general de quienes fueron mis
compañeros si digo que aun sabiendo que en nuestras decisiones en ocasiones no
siempre estuvimos acertados, siempre las tomamos convencidos de que eran las
más adecuadas. Los errores forman parte de la humana condición, y todos alguna
vez los cometimos, tanto nosotros como vosotros.
Los
años del instituto, lo que antes los más viejos llamábamos Enseñanza Media, son
años de transición tanto vital como académica. En el primer aspecto son los
años en que se pasa de la niñez a la juventud, los años siempre difíciles de la
adolescencia, años de transformación física y mental en los que, en un proceso
complejo pero inevitable el niño que en vosotros había va desapareciendo para
que surja un ser con más fuerza física, con mayor desarrollo intelectual pero
también más difícil, más complejo e imprevisible, un ser a veces de difícil
trato por parte de padres y profesores y que, en su busca de su propia
identidad y personalidad no siempre hace la vida fácil y llevadera a quienes
con él conviven. Es un proceso arduo pero inevitable que es llevado por algunos
con más facilidad y por otros con más dificultad. Un proceso de crisis del que
surge la persona madura. Padres y profesores somos quienes os tratamos de guiar
en ese proceso que para ninguno de nosotros resulta fácil. No es fácil para
unos padres que puede que a veces piensen que van perdiendo al tierno niño que
creían tener. No es fácil para unos profesores que cada curso se ven ante unos
chicos que siempre tienen la misma edad, siempre la misma energía. Nuestros
alumnos no crecen, no envejecen. Los que sí envejecemos somos nosotros. En mi
caso, nada particular por otro lado, al principio la distancia en edad con los
más viejos de mis alumnos podía ser de siete u ocho años, como un hermano algo
mayor, poco a poco fui alcanzando una edad en la que podía ser su padre, al
final su abuelo. De haber perseverado en mi trabajo poco habría faltado para
que algún alumno sugiriera mi ingreso en una residencia.
En
el otro aspecto, en el académico, el instituto supone la transición entre la
escuela y los estudios ya sean superiores o bien la vida laboral. En la
escuela, el maestro está presente guiando vuestros pasos. En los estudios
posteriores y no digamos ya en la vida laboral os tenéis que guiar vosotros
mismos siendo capaces de usar la libertad. En el instituto se produce la
transición, y es labor nuestra acostumbraros a ese nuevo marco de autonomía. Si
lo hemos logrado habremos hecho bien nuestro trabajo, si no, habremos
fracasado.
Los
profesores que durante estos años se han encargado de vuestra formación puede
que os hayan resultado en ocasiones pesados en su empeño de mejorar vuestro rendimiento
pero raramente os habrán resultado indiferentes. A partir de ahora quienes
curséis estudios superiores quizá no tengáis que soportar esa pesadez pero
también vais a observar más frialdad e indiferencia. Algo del carácter familiar
del instituto se va a perder en aras de una mayor competitividad. En cierto
modo vais a poder disfrutar de una mayor libertad pero esa libertad puede que
en algunos casos se os muestre como difícil. Con todo, será algo necesario para
la forja de una personalidad independiente. La libertad no es fácil, siempre
que no convirtamos a la libertad en una caricatura de la frivolidad, pues esa
libertad lleva aparejada como su sombra la responsabilidad. Solo porque somos
libres se nos pueden pedir cuentas por las consecuencias de nuestros actos.
Sería más reconfortante no cargar con semejante responsabilidad pero ello nos
convertiría en unos eternos menores de edad.
Ya
lo dijo el filósofo regiomontano, aquel filósofo que en una vida externamente
rutinaria apenas tuvo necesidad de viajar fuera de su ciudad pero que portaba
en su interior, con la inmensidad de su inteligencia todo un mundo de
conocimientos y un creativo océano de interrogantes: ser menor de edad es
cómodo, pero de lo que se trata aquí no es de la comodidad sino de la dignidad
que solo se alcanza cuando las personas somos capaces de actuar con autonomía.
Ya se dijo en el pasado siglo que la libertad no nos hace felices, simplemente
nos hace humanos, que no es poco.
Estudiamos,
trabajamos porque vivimos y para vivir. Estamos aquí, estamos vivos. Por más
que la ciencia de manera progresiva vaya arrancando cada vez con mayor
precisión sus secretos a la naturaleza, nunca llegaremos a un conocimiento
total. Las verdades de la ciencia son siempre provisionales y están abiertas a
que nuevos descubrimientos nos hagan rectificar muchas de nuestras convicciones.
Esta vida sigue siendo un misterio. Nos produce vértigo el no acabar de ver
nunca cuál es el último "por qué". Ese vértigo aumenta si hablamos
del "para qué". Con todo, es el mundo en que hemos de vivir, la vida misma,
que en su carácter único e irrepetible tiene su transcendencia. Su sentido lo
hemos de crear nosotros, debemos en cierto modo tener algo de inventores, algo
de poetas, de creadores en suma, vivir nuestra vida, no la de los demás.
En
esa vida os vais a encontrar con hechos a los que tendréis que ser capaces de
responder con vuestra inteligencia. Cuando hablo de inteligencia me refiero a
inteligencia natural, a esa de la que Descartes afirmaba irónicamente que era
la cosa mejor repartida del mundo pues todos se daban por satisfechos con la que
tenían.
No
podemos desdeñar la tecnología en sus aplicaciones prácticas pero esa
tecnología debe estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio de la
tecnología. No podemos prescindir hoy día del uso de instrumentos como el
teléfono móvil, que nos permite realizar operaciones que a los más viejos nos
parecen casi milagrosas. Con todo, bueno sería no caer en una caverna platónica
en la que acabáramos disputando sobre sombras. Las pantallas no nos deben hacer
olvidar la luz de la calle, las conversaciones reales, las amistades. Como ya
dijo el poeta, debemos aprender a distinguir las voces de los ecos. Natural es
el deseo de tener cosas pero es esencial aprender que somos nosotros los que
tenemos las cosas y no deben ser las cosas las que nos tengan a nosotros.
Hoy
es día de alegría, día de fiesta, que recordaréis siempre en vuestras vidas.
Esa alegría, no obstante, no está privada de cierta sensación agridulce, pues
es también día de despedida. Despedida de un Centro en el que la mayoría habéis
estado seis años. Despedida también de unos compañeros y unas compañeras con
los que habéis convivido. A partir de hoy, vuestros caminos se separan. Algunas
de las amistades hechas en estos años perdurarán. En otros casos, las urgencias
de los quehaceres cotidianos harán que poco a poco se separen vuestros caminos.
Para
mí también hoy es un día de alegría y celebración. Alegría al asistir a vuestro
crecimiento personal y celebración de un fin de ciclo. Mi alegría, sin embargo,
también está teñida de algo de tristeza pues hoy , tras quince ocasiones en las
que la confianza de mi director y de mis compañeros me ha permitido dirigir las
palabras en el acto de graduación a las distintas promociones, dejo de hacerlo.
Este será mi último discurso de graduación. No se debe ello a que me encuentre
cansado de hacerlo. Al contrario, ha sido para mí un honor poder dirigir estas
palabras de despedida a las distintas promociones. Lo que ocurre es que,
abandonada ya mi labor profesional como profesor desde la Navidad del año 2020,
poco a poco voy dejando de conocer a los alumnos. También muchos de los
profesores ya no son conocidos por mí. Me causa tristeza ser consciente de que
esta es la última vez que podré dirigirme a los jóvenes, lo que ha constituido mi trabajo durante largos años. En cierto
modo, y valga mucho o poco lo que yo haya podido deciros, esta es mi última
lección. Espero que ella no os haya resultado estéril.
Termino
como siempre, deseándoos a todos éxito en vuestros futuros estudios y en
vuestra vida profesional y felicidad, en la medida en que ello sea posible, en
vuestra vida más personal.
¡Larga
vida a la promoción 2017-2023!
¡Hasta
siempre!
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