He visto cómo en algún instituto se ofrece como asignatura optativa “oratoria”. Nada que objetar en principio a la posibilidad de saber hablar en público. Lo que, en cambio, no me convence es el hecho de que al ofrecer dicha materia se publicite como una de sus virtudes la de poder hacerte “líder” si consigues dominar el arte de hablar en público.
Hablar bien es una mezcla virtuosa de otro tipo de habilidades, no siendo la menor de ellas la de pensar bien.
Se puede hablar sin tropiezos y no decir nada. Por otro lado un profesor es eso, profesor. La pretendida capacidad de enseñar a los alumnos a ser “líderes” hace del profesor más bien un entrenador, profesión sin duda muy digna pero distinta a la de profesor.
Yo no he liderado nunca nada. No he vivido bajo la tonta pretensión de ser un ganador. Es el fracaso más que el triunfo, el que enseña.
Estoy un poco harto del afán de enseñar a ser competitivos.
Cuando de muy joven intenté alguna vez jugar al fútbol pude darme cuenta de dos cosas: que era muy malo, un tuercebotas y que cuando había peligro para mi portería me entraba risa. Bajo esas premisas difícilmente podría haber hecho progresos en el complicado ámbito del balompié.
Algún compañero en alguna ocasión afirmó de mí que tenía aspecto de piloto de la RAF derribado o de aristócrata ruso en el exilio. Ninguna de las dos posibilidades expresaba triunfo, más bien derrota.
En definitiva, no le temo a la posibilidad de ser un perdedor. Sí que temo más bien la de ser un “ganador” petulante, hablar y no decir nada y liderar el vacío y el sinsentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario