viernes, 27 de septiembre de 2024

SER MAJO:

 

No acabo de ver como un gran elogio la afirmación de que Fulanito de Tal es muy “majo”. Más bien tengo la sospecha de que cuando de alguien decimos que es muy majo es porque no sabemos qué otra afirmación importante podemos hacer de esa tal persona.

De alguien que haya hecho aportaciones importantes, no digo a la Humanidad, sino simplemente a su entorno, resaltamos dichas aportaciones pero no resumimos su hacer afirmando que es  o era “muy majo”. No concibo oír decir a un amante de la música clásica que Beethoven, Mozart o Haydn fueran muy “majos”, sí que eran compositores con grandes cualidades. Del mismo modo, nunca he oído decir que Miguel Ángel, Rafael o Leonardo fueran majos, lo fueran o no en sus vidas privadas.

Es mejor que uno reciba alabanzas por lo que ha hecho que no que se diga que es o era “muy majo”.

De mí, más de uno ha solido decir que era muy “majo”, señal de que, como por otra parte creo que es cierto, no he hecho aportaciones realmente significativas a mi entorno. Qué le vamos a hacer. Pocas son las personas que realmente consiguen dejar herencias significativas.

martes, 24 de septiembre de 2024

LA ASIGNATURA DE ORATORIA.

He visto cómo en algún instituto se ofrece como asignatura optativa “oratoria”. Nada que objetar en principio a la posibilidad de saber hablar en público. Lo que, en cambio, no me convence es el hecho de que al ofrecer dicha materia se publicite como una de sus virtudes la de poder hacerte “líder” si consigues dominar el arte de hablar en público.

Hablar bien es una mezcla virtuosa de otro tipo de habilidades, no siendo la menor de ellas la de pensar bien.

Se puede hablar sin tropiezos y no decir nada. Por otro lado un profesor es eso, profesor. La pretendida capacidad de enseñar a los alumnos a ser “líderes” hace del profesor más bien un entrenador, profesión sin duda muy digna pero distinta a la de profesor.

Yo no he liderado nunca nada. No he vivido bajo la tonta pretensión de ser un ganador. Es el fracaso más que el triunfo, el que enseña.

Estoy un poco harto del afán de enseñar a ser competitivos.

Cuando de muy joven intenté alguna vez jugar al fútbol pude darme cuenta de dos cosas: que era muy malo, un tuercebotas y que cuando había peligro para mi portería me entraba risa. Bajo esas premisas difícilmente podría haber hecho progresos en el complicado ámbito del balompié.

Algún compañero en alguna ocasión afirmó de mí que tenía aspecto de piloto de la RAF derribado o de aristócrata ruso en el exilio. Ninguna de las dos posibilidades expresaba triunfo, más bien derrota.

En definitiva, no le temo a la posibilidad de ser un perdedor. Sí que temo más bien la de ser un “ganador” petulante, hablar y no decir nada y liderar el vacío y el sinsentido.

domingo, 21 de julio de 2024

RETRATO DE LA NIÑA ESCONDIDA.

 

Mi madre, como cualquier otra madre del mundo, solía atribuirme todo tipo de capacidades y entre ellas, me adjudicaba sin ningún tipo de discusión posible, la de escribir bien.

Mi madre tuvo una vida larga pero de salud delicada. Desde muy joven se vio afectada de un asma que le provocaba ahogos en respiración, fatiga y cansancio. Fue delicada pero a su vez de una fortaleza admirable.

En sus últimos años, cada vez que sufría algún achaque en su salud creía llegado el final y me encomendaba que escribiera algo sobre ella y además me indicaba el título: retrato de la niña escondida.

¿Por qué? Ahí viene la razón.

No fue fácil la vida de mi madre. Nació el 5 de febrero de 1930 en San Fernando ( Cádiz),en el seno de una familia protestante, hija de Emilia, jovencísima madre de 16 años y de un hombre del que durante muchos años sólo supimos que se llamaba Pedro de Vegas. Era pues mi madre fruto de la relación entre mi abuela y ese tal Pedro, pastor protestante cuyo comportamiento causó el consiguiente escándalo y su expulsión del ministerio que ejercía en la Iglesia Evangélica Española.

La venida al mundo de mi madre supuso la llegada de un ser no deseado por cuanto aconteció en una época en la que la soltería de las madres suponía un hecho que se consideraba vergonzoso. Los hombres y mujeres de aquella familia no estaban preparados, no podían estarlo, ante lo que la época consideraba como ilegitimidad.

La fecha de nacimiento de mi madre nunca coincidió con la fecha oficial, pues sólo fue inscrita el día 24 de ese mismo mes, casi veinte días después de su nacimiento. Nadie sabía qué hacer con la niña, cómo justificar de quién era.

Su madre, a la que nosotros llamábamos "Lita", apelativo al parecer sugerido por mi madre y que podía derivar tanto de abuelita como de Emilita, persona que siempre fue sensible e inteligente, se vio privada de una existencia normal, cargando durante toda su vida, no muy larga por cierto, con el peso de la ocultación de su maternidad. Sólo en una triste situación, cuando se encontraba ya en estado terminal, y a requerimiento de una cariñosa enfermera que quería que hablara, y que le preguntaba a mi abuela que quién era esa mujer tan guapa que estaba en la habitación, refiriéndose a mi madre, mi abuela hizo acopio de toda su energía, poca en aquel momento, para decir "¡es mi hija!". Fue la única vez que vi a mi abuela llamar así a mi madre. Hubo algo, mucho, de satisfacción. Por una vez, al borde ya de trascender esta dimensión mundana, dijo la verdad limpia, sin enmascaramiento. Pudo al fin liberarse de los ocultamientos y medias verdades en los que se vio obligada a desempeñarse por culpa de las imposiciones de una sociedad peor. Esa escena ha quedado grabada en mi cerebro y permanecerá mientras pueda disfrutar del uso de razón.

En la juventud de mi madre, acaecida en Córdoba, continuaron las medias verdades y equívocos hasta prácticamente su matrimonio, celebrado en Córdoba en su manifestación religiosa pero jurídicamente por poderes dado que la ceremonia religiosa protestante no surtía efectos jurídicos y a su vez ningún juez quería proceder a la realización de la boda civil.

En su vida de casada mi madre tuvo tres hijos, siendo yo el menor de ellos, pero mi familia permaneció oculta a ojos de muchos. Este absurdo secreto salió a la luz cuando estando de vacaciones una de mis hermanas, cansada de tanto ocultamiento e hipocresía explicó con detalle a unos familiares argentinos que estaban de visita en España que ella era hija de Ana, mi madre, y que esta, a su vez era hija de Emilia, a la que hasta ese momento suponían sin hijos.

Esta familia argentina se manifestó por un lado con sorpresa y estupor pero por otro con ardiente deseo de conocer a mi madre, a mi padre y al resto de los hijos, cosa que sucedió poco después en el transcurso de una visita de estos familiares a Madrid.

La visita fue muy cariñosa y cordial. Una prima de mi madre, cómplice del engaño y ocultamiento al que hasta entonces habíamos sido sometidos preguntó a Antonio, el familiar argentino que qué le había parecido la prima Ana. Este Antonio respondió, en un lenguaje galante tal como se estilaba en la época pero con una clara intención de censura hacia el engaño en el que hasta entonces había permanecido que mi madre era muy guapa y que por eso la habían tenido escondida.

Mi madre siempre mantuvo, hasta sus últimos días, una actitud que oscilaba entre la rabia y la tristeza, por el hecho de saberse como una persona no deseada en su venida al mundo. Desde que comenzó la guerra, a sus seis años, no volvió a acudir a una escuela. Hasta entonces había asistido a clase en la escuela de la Iglesia Evangélica Española, pero esta fue cerrada por los nacionales, que rápidamente ocuparon San Fernando fusilando al tío de mi madre, el pastor Miguel Blanco Ferrer, hombre que se encargaba del culto y de la escuela de la iglesia, aficionado a la música y a la cultura y que no cometió más delito que el de estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Este pastor, dentro de sus posibilidades, se hizo cargo en gran medida de la educación de mi madre. Con ella paseaba a la cercana Cádiz, se encargaba de los regalos de reyes y en la medida en que ello era posible ejercía lo más parecido a una función paterna. Obran en mi poder las cartas que redactó desde la cárcel, tratando de hacer las gestiones oportunas para resolver su situación, inútiles al cabo, y en las que siempre se despedía con la expresión "besos a la niña" refiriéndose a mi madre. Actualmente tiene dedicada en San Fernando una calle que espero que a nadie se le ocurra retirar, calle del pastor Miguel Blanco Ferrer, aunque en estos tiempos de odio e ignorancia no me extrañaría que alguien tuviera la pretensión de retirarla. En los últimos años se le realizó a mi madre una prueba de ADN con el fin de poder encontrar los restos de su tío aunque no se ha podido dar hasta el momento con los mismos en los trabajos de identificación que se realizan en el cementerio de San Fernando. Con todo, tengo la satisfacción de haberla podido llevar a la calle que en esa localidad tiene dedicada.

La venida al mundo de mi madre causó contrariedad para sus familiares, una existencia llena de dificultades para ella misma, pero visto en perspectiva, fue una bendición. Su simiente junto con mi padre fue fecunda, con hijos, nietos y bisnietos a los que amó con locura. La vida de cada uno de nosotros es una posibilidad tan poco probable que cósmicamente es casi imposible. La única posibilidad de vivir es la que hemos tenido, no hay otra.

Ella solía decir que nunca había trabajado aunque en realidad no hizo otra cosa que trabajar. Un trabajo no remunerado, no reconocido y casi nunca apreciado, el de ama de casa. En sus últimos tiempos se lamentaba de no ser capaz de realizar las tareas a las que estaba habituada, con un sentimiento de culpa que yo me empeñaba, en vano, en disipar.

Sin necesidad de verbalizarlo se caracterizó por lo que hoy se suele llamar "vocación de servicio". Siempre atenta a nuestros progresos en los estudios y en el trabajo, se ocupó sin descanso de que nada nos faltara de lo que ella consideraba importante. Los últimos y difíciles años de mi padre, en buena medida imposibilitado, se vieron aliviados con el primor de los cuidados que ella le dedicó, en un momento en el que yo todavía estaba ligado a mis obligaciones laborales y por tanto, fue ella, mi madre, quien llevó el mayor peso en dichas tareas. Mi padre se sentía agradecido y en su desvalimiento lo quería mostrar dándole besos en la mano, gesto que en su natural humildad ella no creía merecer. Lo que yo no podía presentir es que pasados unos cuantos años sería yo el destinatario de esos besos en la mano con los que mi madre quería agradecer las ayudas que yo le proporcionaba. Había en aquel gesto sin duda desvalimiento pero también un agradecimiento que yo sí que no merecía, pues estoy convencido  de haber dado menos de lo que de ella he recibido.

La vida es única e irrepetible y quién sabe si en ese carácter único reside su verdadera trascendencia. No es la duración infinita sino la intensidad del instante lo que dota de valor a lo vivido. Cuando, ya en el hospital y paralizada de medio cuerpo, la saludé, me reconoció, esbozó lo más parecido a una sonrisa y pudo alargar hasta mi hombro el brazo del que todavía podía servirse. Ya no era capaz de hablar pero ese gesto, apenas unos instantes, ya acabado y perdido en el pasado, tiene para mí la trascendencia de lo permanente por la intensidad de su significado, la despedida definitiva que convierte en eterno un acontecimiento que en el mundo real apenas ocupa un momento. Sí, la eternidad puede que resida en lo más frágil, puede que lo exprese con más autenticidad que la mera duración. Vivir no es simplemente durar.

Mi madre, como ya ha aparecido en este escrito en alguna oportunidad, fue, según cualquier criterio, una mujer guapa. Esto último. que considerado en sí mismo no tiene más mérito que el de la casualidad genética, en su caso suponía algo más .La belleza. que en sí misma depende más de la suerte que del mérito, reflejaba en su caso el eco en el mundo sensible en el que habitamos de una belleza moral que no es más que trasunto de la bondad que en su vida reflejó. ¡Qué guapa fue y qué bello ejemplo nos ha regalado!

He tratado de cumplir con este escrito el encargo que de mi madre recibí. Ella fue la que me pidió que contara con toda claridad los hechos que aquí he referido. Lo que he escrito no está redactado con la perfección que, en su cariño, ella creía ver en mis escritos pero sí con la mejor intención y capacidad que yo tengo.

sábado, 4 de noviembre de 2023

EL ORDEN DE LOS FACTORES.

 

Si alguien que fuera muy devoto de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia y a la par estuviera dominado por el hábito de fumar le preguntara al cura si es correcto fumar mientras se reza la respuesta que con más probabilidad recibiría del sacerdote es que fumar mientras se reza constituye una falta de respeto.

Si el mismo devoto pero a la vez pecador como vicioso le preguntara al mismo sacerdote si es bueno rezar mientras se fuma, es probable que el cura le dijera " muy bien, hijo mío, cualquier ocasión es buena para dirigirse a Dios y honrarle".

Como se puede apreciar, en el lenguaje ordinario, a diferencia del lenguaje matemático, el orden de los factores sí altera el producto.

El arte de cualquier negociación consiste en esto, en tratar de convencer al interlocutor de que lo que te interesa a tí en realidad le interesa a él. Para ello hay que situar los factores en un orden que a la vez convenza al otro y te beneficie a tí. No es fácil, no siempre se consigue.

Veremos.

 

sábado, 20 de mayo de 2023

DESPEDIDA BACHILLERATO. 2923.

 

Un año más nos encontramos aquí, en el auditorio Joan Manuel Serrat, para celebrar el acto de graduación de los alumnos de segundo de Bachillerato.

Este acto se viene celebrando en nuestro instituto desde el año 2007, en el que se realizó en el patio del Centro hasta hoy mismo con dos excepciones: en 2008 , en que no se celebró al no estar todavía consolidada esta costumbre y en 2020, por la pandemia que tantos proyectos dejó en el camino. En 2021 pudimos celebrarla con restricciones, en el patio del Centro y sin la presencia de padres y familiares. Espero y deseo que este acto se siga celebrando en años sucesivos.

Muchos de vosotros habéis formado parte de nuestro Centro desde el ya lejano septiembre de 2017. Otros os incorporasteis en cursos sucesivos. A algunos de vosotros tuve ocasión de daros clase en primero de la Eso. De otros, por el contrario, nunca tuve oportunidad de ser vuestro profesor. Tanto unos como otros tenéis sobrados motivos para mostraros optimistas: los que sí fuisteis mis alumnos porque a pesar de daros clase vuestro cerebro no quedó definitivamente dañado; los que no porque podéis constatar el hecho de que en esta vida también existe la buena suerte y la fortuna.

Los que fuisteis mis alumnos durante un curso  dispusisteis de tiempo sobrado para observar mis defectos y, espero, también alguna que otra virtud. Otros solo me visteis en la antipática figura del profesor de guardia que se interponía en vuestros deseos de salir al patio cuando por algún motivo el profesor de la asignatura había faltado a clase. En aquellas ocasiones tanto vosotros como yo cumplíamos con nuestra obligación: vital la vuestra en el deseo de poder disfrutar una hora de mayor libertad; profesional y legal la mía, en la obligación que tenía de mantener durante esa hora el buen orden en el centro evitando la confusión de un descanso en horario lectivo.

Recuerdo que en ese curso de 2017 a 2018 tuve dos grupos de primero de la ESO, cada uno con su peculiar carácter: uno de ellos estaba formado por pocos alumnos, eso sí, muy participativos y bulliciosos, hasta el punto de poner a prueba unas fuerzas que por mi parte ya empezaban a ser menguantes. Este pequeño grupo denominaba a su delegada de clase con el curioso apelativo de la "presidenta". Las clases se me hacían gratas y fáciles, aunque cansadas, pues si bien la disposición del grupo era casi siempre favorable a mis propuestas,  a veces resultaba difícil encauzar tanta energía. Recuerdo cómo comentaba con algún compañero   que aquellos chicos y chicas no se estaban quietos. "Parecen canguros", solía decir yo.

El otro grupo, algo más numeroso, me dio más trabajo. Tenía que emplearme más a fondo para poder llevar adelante mis propuestas. Me resultó más difícil en este caso encauzar al grupo en su marcha pero aunque no faltaran momentos de dificultad y tensión, creo que al final logramos una buena convivencia.

Con todas las dificultades que este oficio ofrece, mi recuerdo de aquel año es grato.

La distribución de grupos y asignaturas hizo que casi nunca volviera a coincidir con aquellos alumnos aunque siempre seguí con interés su evolución.

Desde aquellos tiempos hasta hoy muchas cosas han cambiado, no siendo la menor vuestro propio crecimiento, en lo físico y en lo personal. Entonces eran ocurrencias aún infantiles las que los alumnos me comunicabais. No he olvidado entre ellas la de un niño que, mediante dibujos, me mostraba las ventajas y virtualidades de su más reciente invento, llamado "lanzabrazos". Otro niño me manifestaba su curioso deseo, recibido por mí con unas abiertas ganas de reír, de ser un percebe.

Pasaron los años y aquellos niños y niñas fuisteis creciendo y junto a vuestra transformación personal se iba produciendo poco a poco un cambio en vuestros intereses y preocupaciones. Poco a poco iban desapareciendo los vestigios de la última infancia siendo sustituidos por las más inmediatas preocupaciones acerca de los estudios y sus progresos. Algunos seguíais dirigiéndoos a mí con confianza, otros os ibais mostrando no más esquivos pero sí más indiferentes, en un proceso lógico en el desarrollo de la personalidad de cada uno. Eso sí, nunca percibí falta de respeto ni el menor signo de hostilidad.

En la Navidad del difícil año de 2020, cuando llegó el momento de mi jubilación y vosotros estabais en Cuarto de la ESO, me marché del Centro pudiendo recibir de vosotros muestras de un cariño auténtico, plasmado en un librito en el que me deseabais lo mejor y en el que, dadas las circunstancias, no podía haber la menor muestra de adulación, pues ni era entonces vuestro profesor ni lo volvería a ser.

Como alumnos habéis adoptado durante estos años, no me lo negaréis, estrategias para vuestro provecho a corto plazo. Cuando el profesor se ha puesto enfermo, la primera reacción ha sido de contento, no por deseo de ningún mal al profesor, quiero creer, pero sí por el inesperado regalo de una hora sin clase. En ningún otro trabajo sucede tal cosa. Si acudimos a la farmacia, deseamos que esta esté abierta. Lo mismo sucede si de un comercio se trata. En nuestro campo, por el contrario, la noticia de que el profesor está paralizado víctima de un atasco produce como primera reacción alegría y como segunda el deseo de que ese atasco perdure indefinidamente.

 Si un profesor ha causado baja por algún motivo, puede que le hayáis dicho al sustituto que con ese profesor apenas habéis dado materia. Cuando el titular se ha reintegrado, más de uno le habrá manifestado su contento, añadiendo lo mismo, que con el sustituto no se hacía nada. Cuando la misma materia ha estado presente en distintos niveles, más de uno habrá dicho que con el profesor o la profesora del año anterior no disteis cosas que seguro que sí que se dieron. Nada nuevo y nada por lo que escandalizarse. Nosotros éramos igual. Hay cosas que no cambian.

En estos años habéis tenido muchos profesores y asignaturas. Algunas de estas asignaturas están muy presentes en los distintos cursos, caso de las matemáticas, la lengua, la historia, la educación física. Otras como la que yo impartía, la filosofía, han tenido menos presencia. Muy difícil es que todas os hayan interesado en la misma medida, pero todas ellas han sido importantes en vuestra formación. Importante e interesante también es el ejercicio de comparar la distinta forma de ser y de actuar de vuestros profesores, vuestras profesoras, en una lección viva de la diversidad de las distintas personalidades. Muchos habréis tenido oportunidad de apreciar la manera de trabajar de Marta en Educación Física, con sobriedad, entregada a su trabajo sin darse ninguna importancia; el difícil desempeño de Concha defendiendo unas materias importantes pero cada vez más ignoradas por las autoridades educativas; los de dibujo, en  su doble dimensión como lo es la artística y la técnica, complementarias ambas; los de Historia, obligándonos a pensar unos hechos del pasado sin los cuales no nos explicamos nosotros mismos; los de inglés, intentando que seáis capaces de dominar una herramienta cuya importancia hoy día no hace falta ponderar; los de lengua y literatura, en su doble vertiente como profesores que en lengua insisten en la importancia de la sintaxis, que muestra la dimensión del orden y la coherencia y en literatura tratan de mostrar la verdad que en la belleza de la ficción se encierra; los de matemáticas, enseñándonos no solo a calcular sino también a disciplinar nuestra mente para que el orden de la misma nos abra a captar la realidad, esa realidad que para Galileo estaba escrita en un lenguaje, el de las matemáticas, que era necesario saber leer para poder comprenderla e interpretarla. Puede que incluso hasta de nosotros, los de filosofía, hayáis podido aprender algo, o no, quién sabe. Si algo habéis aprendido, bien está, si no, siempre podemos apelar a nuestro último premio Princesa de Asturias y refugiarnos en la utilidad de lo inútil. También podemos ser complementarios de los de literatura y en vez de enseñar la verdad que la ficción encierra tratar de mostrar la ficción que tras muchas aparentes verdades se esconde.

A veces tenemos la tendencia de recordar a los profesores que nos han acompañado en los últimos años, olvidando de manera injusta a aquellos maestros que en nuestra primera infancia nos acompañaron y nos enseñaron lo más básico, es decir, lo más fundamental. No hay nadie que nos haya enseñado nada más decisivo como el saber leer y escribir, aunque ello no esté suficientemente reconocido y mucho menos pagado.

A lo largo de todos estos años tiempo hemos tenido tanto nosotros como vosotros de observarnos. Tiempo ha habido también para cometer errores, tanto vosotros como nosotros. Creo que puedo expresar el sentir general de quienes fueron mis compañeros si digo que aun sabiendo que en nuestras decisiones en ocasiones no siempre estuvimos acertados, siempre las tomamos convencidos de que eran las más adecuadas. Los errores forman parte de la humana condición, y todos alguna vez los cometimos, tanto nosotros como vosotros.

Los años del instituto, lo que antes los más viejos llamábamos Enseñanza Media, son años de transición tanto vital como académica. En el primer aspecto son los años en que se pasa de la niñez a la juventud, los años siempre difíciles de la adolescencia, años de transformación física y mental en los que, en un proceso complejo pero inevitable el niño que en vosotros había va desapareciendo para que surja un ser con más fuerza física, con mayor desarrollo intelectual pero también más difícil, más complejo e imprevisible, un ser a veces de difícil trato por parte de padres y profesores y que, en su busca de su propia identidad y personalidad no siempre hace la vida fácil y llevadera a quienes con él conviven. Es un proceso arduo pero inevitable que es llevado por algunos con más facilidad y por otros con más dificultad. Un proceso de crisis del que surge la persona madura. Padres y profesores somos quienes os tratamos de guiar en ese proceso que para ninguno de nosotros resulta fácil. No es fácil para unos padres que puede que a veces piensen que van perdiendo al tierno niño que creían tener. No es fácil para unos profesores que cada curso se ven ante unos chicos que siempre tienen la misma edad, siempre la misma energía. Nuestros alumnos no crecen, no envejecen. Los que sí envejecemos somos nosotros. En mi caso, nada particular por otro lado, al principio la distancia en edad con los más viejos de mis alumnos podía ser de siete u ocho años, como un hermano algo mayor, poco a poco fui alcanzando una edad en la que podía ser su padre, al final su abuelo. De haber perseverado en mi trabajo poco habría faltado para que algún alumno sugiriera mi ingreso en una residencia.

En el otro aspecto, en el académico, el instituto supone la transición entre la escuela y los estudios ya sean superiores o bien la vida laboral. En la escuela, el maestro está presente guiando vuestros pasos. En los estudios posteriores y no digamos ya en la vida laboral os tenéis que guiar vosotros mismos siendo capaces de usar la libertad. En el instituto se produce la transición, y es labor nuestra acostumbraros a ese nuevo marco de autonomía. Si lo hemos logrado habremos hecho bien nuestro trabajo, si no, habremos fracasado.

Los profesores que durante estos años se han encargado de vuestra formación puede que os hayan resultado en ocasiones pesados en su empeño de mejorar vuestro rendimiento pero raramente os habrán resultado indiferentes. A partir de ahora quienes curséis estudios superiores quizá no tengáis que soportar esa pesadez pero también vais a observar más frialdad e indiferencia. Algo del carácter familiar del instituto se va a perder en aras de una mayor competitividad. En cierto modo vais a poder disfrutar de una mayor libertad pero esa libertad puede que en algunos casos se os muestre como difícil. Con todo, será algo necesario para la forja de una personalidad independiente. La libertad no es fácil, siempre que no convirtamos a la libertad en una caricatura de la frivolidad, pues esa libertad lleva aparejada como su sombra la responsabilidad. Solo porque somos libres se nos pueden pedir cuentas por las consecuencias de nuestros actos. Sería más reconfortante no cargar con semejante responsabilidad pero ello nos convertiría en unos eternos menores de edad.

Ya lo dijo el filósofo regiomontano, aquel filósofo que en una vida externamente rutinaria apenas tuvo necesidad de viajar fuera de su ciudad pero que portaba en su interior, con la inmensidad de su inteligencia todo un mundo de conocimientos y un creativo océano de interrogantes: ser menor de edad es cómodo, pero de lo que se trata aquí no es de la comodidad sino de la dignidad que solo se alcanza cuando las personas somos capaces de actuar con autonomía. Ya se dijo en el pasado siglo que la libertad no nos hace felices, simplemente nos hace humanos, que no es poco.

Estudiamos, trabajamos porque vivimos y para vivir. Estamos aquí, estamos vivos. Por más que la ciencia de manera progresiva vaya arrancando cada vez con mayor precisión sus secretos a la naturaleza, nunca llegaremos a un conocimiento total. Las verdades de la ciencia son siempre provisionales y están abiertas a que nuevos descubrimientos nos hagan rectificar muchas de nuestras convicciones. Esta vida sigue siendo un misterio. Nos produce vértigo el no acabar de ver nunca cuál es el último "por qué". Ese vértigo aumenta si hablamos del "para qué". Con todo, es  el mundo en que hemos de vivir, la vida misma, que en su carácter único e irrepetible tiene su transcendencia. Su sentido lo hemos de crear nosotros, debemos en cierto modo tener algo de inventores, algo de poetas, de creadores en suma, vivir nuestra vida, no la de los demás.

En esa vida os vais a encontrar con hechos a los que tendréis que ser capaces de responder con vuestra inteligencia. Cuando hablo de inteligencia me refiero a inteligencia natural, a esa de la que Descartes afirmaba irónicamente que era la cosa mejor repartida del mundo pues todos se daban por satisfechos con la que tenían.

No podemos desdeñar la tecnología en sus aplicaciones prácticas pero esa tecnología debe estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio de la tecnología. No podemos prescindir hoy día del uso de instrumentos como el teléfono móvil, que nos permite realizar operaciones que a los más viejos nos parecen casi milagrosas. Con todo, bueno sería no caer en una caverna platónica en la que acabáramos disputando sobre sombras. Las pantallas no nos deben hacer olvidar la luz de la calle, las conversaciones reales, las amistades. Como ya dijo el poeta, debemos aprender a distinguir las voces de los ecos. Natural es el deseo de tener cosas pero es esencial aprender que somos nosotros los que tenemos las cosas y no deben ser las cosas las que nos tengan a nosotros.

Hoy es día de alegría, día de fiesta, que recordaréis siempre en vuestras vidas. Esa alegría, no obstante, no está privada de cierta sensación agridulce, pues es también día de despedida. Despedida de un Centro en el que la mayoría habéis estado seis años. Despedida también de unos compañeros y unas compañeras con los que habéis convivido. A partir de hoy, vuestros caminos se separan. Algunas de las amistades hechas en estos años perdurarán. En otros casos, las urgencias de los quehaceres cotidianos harán que poco a poco se separen vuestros caminos.

Para mí también hoy es un día de alegría y celebración. Alegría al asistir a vuestro crecimiento personal y celebración de un fin de ciclo. Mi alegría, sin embargo, también está teñida de algo de tristeza pues hoy , tras quince ocasiones en las que la confianza de mi director y de mis compañeros me ha permitido dirigir las palabras en el acto de graduación a las distintas promociones, dejo de hacerlo. Este será mi último discurso de graduación. No se debe ello a que me encuentre cansado de hacerlo. Al contrario, ha sido para mí un honor poder dirigir estas palabras de despedida a las distintas promociones. Lo que ocurre es que, abandonada ya mi labor profesional como profesor desde la Navidad del año 2020, poco a poco voy dejando de conocer a los alumnos. También muchos de los profesores ya no son conocidos por mí. Me causa tristeza ser consciente de que esta es la última vez que podré dirigirme a los jóvenes, lo que ha constituido  mi trabajo durante largos años. En cierto modo, y valga mucho o poco lo que yo haya podido deciros, esta es mi última lección. Espero que ella no os haya resultado estéril.

Termino como siempre, deseándoos a todos éxito en vuestros futuros estudios y en vuestra vida profesional y felicidad, en la medida en que ello sea posible, en vuestra vida más personal.

¡Larga vida a la promoción 2017-2023!

¡Hasta siempre!

martes, 21 de febrero de 2023

AMANCIO NO ORTEGA.

 

Recuerdo no hace muchos años haber preguntado a mis alumnos, mayoritariamente madridistas, si sabían quién fue Amancio. La mayoría no lo sabía y a unos pocos el único Amancio que les resultaba familiar era Amancio Ortega. Yo saqué la cuestión de Amancio con el fin de relativizar la fama efímera de algunos nombres en su día gloriosos.

La ignorancia de mis alumnos ante una de las leyendas indiscutibles del club de sus amores no sólo era muestra de lo poco durable de la fama deportiva sino también del poco peso que lo histórico tiene en nuestra cultura. Si Amancio le resultaba a mis chavales algo remoto y desconocido se puede imaginar con qué interés estudiarían en historia a Cánovas, Azaña o Gil Robles.

No en todas las latitudes es tan efímero el éxito y la fama. En Milán los jóvenes aficionados siguen saludando con cariño a Luis Suárez ( el español Balón de Oro, no el otro).

La primera vez que oí hablar de Amancio fue nada más llegar a Madrid, en el año 1967. Mi abuela disponía de televisor, artefacto todavía no al alcance de muchos hogares. Se transmitía un partido que supongo sería de Copa de Europa y el nombre de Amancio era citado constantemente por el comentarista.

Con posterioridad ya pude ser consciente de su verdadero valor e importancia.

Campeón de la Eurocopa en 1964 ( hasta 2008 el máximo triunfo del fútbol español de selecciones), campeón de Europa con el Real Madrid en 1966 con un equipo conocido como el Madrid " ye ye", renovado y con la figura de Gento como enlace con el pasado, Amancio fue durante más de una década una figura constante en el paisaje futbolístico de los domingos y los miércoles.

Contaba el propio Amancio cómo, tras llegar al Madrid, en el primer entrenamiento se encontró con que su camiseta no disponía del escudo. El viejo Alfredo Di Stéfano se encargó de recordarle que no tenía escudo porque todavía no había realizado ningún acto reseñable para ganárselo.

En una ocasión fue multado por el presidente, Bernabéu. El motivo no fue otro que el de haber acertado un pleno de la quiniela, algo en principio no sancionable salvo por el hecho de que en aquella jornada el Madrid perdió y la seriedad casi calvinista del presidente Bernabéu no podía admitir que uno de sus jugadores pusiera en duda  la creencia en la victoria de su equipo.

En 1974, año de muy mala temporada liguera para el Madrid, en una eliminatoria de copa, la bestialidad de un defensa del Granada a punto estuvo de acabar con la carrera de Amancio. Se mantuvo un par de años más pero ya no volvió a jugar con la selección.

Amancio, el "brujo", como era conocido, prolongó su relación con el fútbol como entrenador de éxito en el filial, el Castilla, y con menos éxito en el primer equipo.

En ocasiones tuvo que sufrir la pitada de la afición ( quién no la ha sufrido en Chamartín).

No sé cuál sería su cotización hoy día pero supongo que no sería pequeña.

Bueno es recordar lo pasado y de ese modo escapar al lamentable "presentismo" en nuestro modo de acercarnos al mundo.

sábado, 21 de mayo de 2022

DISCURSO DE GRADUACIÓN DE BACHILLERATO 2022.

 

Una vez más, prosiguiendo una costumbre desde hace bastantes años establecida y sólo interrumpida en el año 2020 debido a la pandemia, nos reunimos para festejar la graduación de los alumnos de Segundo de Bachillerato. En esta ocasión nos volvemos a encontrar en este escenario del auditorio Joan Manuel Serrat del que nos despedimos en mayo de 2019 sin saber que íbamos a estar ausentes tres años. Es para mí un gran honor poder participar de esta celebración, y más si cabe dada mi situación como profesor ya retirado desde hace más de un año de mis labores docentes. El hecho de que a pesar de ello se siga contando conmigo para esta celebración me ilusiona por lo que ello supone de afecto a mi persona.

Hoy despedimos vuestro Bachillerato pero además concluye una etapa más larga para la mayoría de vosotros de seis años de estancia entre las paredes del instituto. No todos habéis cursado estos años en el centro pero sea la que sea vuestra procedencia, en él todos habéis sido acogidos.  Allá por septiembre de 2016, siendo todavía unos niños, la mayoría os incorporasteis a este nuestro centro.

Recuerdo todavía a algunos de vosotros en el curso de primero de la ESO, vuestras voces aún infantiles, vuestra energía, en ocasiones difícil de encauzar, vuestra forma de participar y debatir, sin duda desordenada pero llena de vitalidad.  A otros os conocí en cursos posteriores de la Eso, a algunos nada más que en el breve tiempo en el que en el curso pasado me ocupé del primero de Bachillerato. Por último están los que nunca fueron mis alumnos, éstos  sin duda, los más afortunados de todos.

Muchas habrán sido vuestras experiencias a lo largo de estos años. De lo que no cabe dudar es de que no han sido años fáciles, no ya por la dificultad que todo estudio ofrece, sino por las muy extremas situaciones por las que todos, y vosotros especialmente, habéis tenido que pasar.

Erais aún muy niños cuando allá por el año 2008 una crisis financiera internacional dañó las economías de la mayoría de países de nuestro entorno. Aún cuando no tuvierais edad para preocuparos de cuestiones financieras o económicas la angustia puede que estuviera presente en alguno de vuestros hogares. Cuando poco a poco parecía que aquella crisis iba quedando atrás sucedió lo inesperado: una crisis sanitaria como ninguno de nosotros había conocido ni podía imaginar. Fue durante el curso en el que la mayoría de vosotros estudiaba cuarto de la ESO cuando se suprimieron las clases, al principio por 15 días que puede que más de uno festejara como unas vacaciones anticipadas pero que se convirtieron en un confinamiento distópico y en un adiós definitivo a las aulas para el resto del curso. Nos vimos obligados a trabajar de una manera desconocida, aprendiendo sobre la marcha diversas técnicas de eso que empezamos a llamar "teletrabajo"  pero que no podía suplir de manera efectiva el contacto real con el aula. El curso pasado pudimos recuperar la presencia pero de una manera insuficiente, por días alternos.

También parecía estar superándose esta crisis sanitaria cuando otro hecho terrible se ha mostrado entre nosotros con toda su barbarie: la guerra, una guerra que en su sinrazón ha renunciado incluso a la hipocresía con la que siempre se intenta justificar la agresión y se ha impuesto con su cínica demostración de fuerza bruta.

Todas estas experiencias nos han afectado a todos y especialmente a vosotros, por cuanto han complicado sobremanera vuestras expectativas.

A pesar de todas estas adversas circunstancias habéis perseverado y por fin acabado vuestros estudios de Bachillerato.

Muchas han sido las materias, muchos los profesores. Vuestro interés se habrá volcado sin duda más hacia unas asignaturas que hacia otras pero todas ellas han cumplido su parte en una etapa en la que se ha de intentar dar un enfoque todavía no especializado.

Tiempo habéis tenido de observarnos, a cada uno con nuestras características, pequeñas manías y tiempo habéis tenido para haceros cargo de nuestros defectos y, eso espero, alguna virtud que en nosotros hayáis podido apreciar.

No todos habéis tenido a todos los profesores pero muchos de vosotros habréis podido apreciar distintas virtudes en ellos: la calma y tranquilidad imperturbable de Raúl,  el respeto infundido por Iván con esa su severa seriedad infundida desde su imponente "verticalidad", la tranquila energía de David, siempre suave en la forma pero contundente y certero en el fondo, la actitud humana y humanista de Concha en la defensa de la cultura clásica con sus viajes a Grecia, esas excursiones por Madrid de Pablo de las que este año he tenido el gusto de participar, aprendiendo de su saber y erudición a la vez que mejorando el  tono físico al tratar de seguir su marcha a menudo casi atlética por las calles de Madrid, Arturo con sus clases de arte a la par que ejerciendo como apóstol de Rafa Nadal en el centro aunque su tenis, con ser bueno no se pueda equiparar al del mallorquín si bien se asemeja en algo por lo que a la frecuencia de sus lesiones se refiere. Ha habido lugar para la risa, el enfado, los nervios, las inquietudes, las ilusiones, los disgustos.

También nosotros, los profesores, os hemos podido observar y tratar. Con algunos habremos acertado, con otros no habremos podido concitar su interés, es algo inevitable cuando se trabaja con grupos humanos tan amplios.

 Vuestros padres también habrán vivido de forma intensa estos años asistiendo a esa vuestra transformación, viendo en algunos casos cómo poco a poco el niño que creían poseer se iba convirtiendo en un ser a veces ensimismado, a veces esquivo, puede que difícil de trato en ocasiones, en un proceso inevitable pero que, como todo cambio, estaba lleno de dificultades de no fácil solución.

Quizá debido a la edad casi bíblica a la que me voy acercando también pienso en los que tenéis aún la suerte de disfrutar de vuestros abuelos. Estos, los viejos, bien mirado son los más jóvenes pues en años más jóvenes y tempranos que los nuestros nacieron. Nos pueden enseñar más cosas de las que suponemos, no ciertamente en innovaciones tecnológicas pero sí en experiencia y sabiduría. Una sociedad que no respeta a sus mayores es una sociedad que se priva voluntariamente de aprender de quienes antes que nosotros abrieron camino.

Estos años han sido también muy importantes en un aspecto que, aunque relacionado con vuestros estudios, tiene que ver sobre todo con vuestro desarrollo personal. Los años del instituto deben ser, y así espero que haya sido, los años del aprendizaje de la libertad personal. En la escuela erais niños y como a niños se os trataba. En vuestros futuros estudios o en la vida laboral seréis adultos. En el tiempo que habéis compartido en el instituto habéis transitado de la niñez a la edad adulta. Habéis pasado de una etapa en que la mayor parte de vuestros pasos era guiada por una autoridad externa a una de mayor autonomía, de mayor libertad. La libertad, cuando se habla de ella sin superficialidad, no es fácil, a veces nos asusta y nos resulta incómoda. Es cómodo ser menor de edad, como ya nos enseñó el viejo Kant, pero el precio de esa comodidad es el de una eterna inmadurez. La libertad nos permite hacer uso de nuestra razón. Nadie, salvo quien tenga alma de esclavo, puede desear ser un eterno menor de edad y estoy convencido que vosotros tampoco.

Muchos sois ya mayores de edad y los que todavía no lo sois estáis ya próximos a serlo. Es de desear que esa mayoría de edad legal se ajuste a una madurez real ejercida tanto en el estudio como en la vida laboral. También como ciudadanos alcanzáis la plenitud de derechos que se ha de concretar en vuestra actitud como tales. Hay mucho ruido en la sociedad actual. Hemos dado por normal el insulto como forma de participar en el debate que afecta a nuestro modo de vivir. No, el insulto es siempre un fracaso de la razón. El grito es un abuso por el que se pretende sustituir el mejor argumento, asunto este de la razón, con la mayor potencia física con la que el grito se profiere. Dentro de esa madurez de la que he hablado, sería mi deseo que en adelante seáis ciudadanos capaces de argumentar con respeto y no seres gritones y enfadados.

Si el insulto es un fracaso de la razón, la guerra es la máxima expresión del insulto. Ahora tenemos la guerra aquí en Europa. No todos tienen la misma responsabilidad ante una catástrofe así, de eso no hay duda. Con todo, si ya es sabido que una guerra civil se suele calificar de guerra entre hermanos, deberíamos pensar que, siendo uno el género humano, toda guerra es en el fondo una guerra civil, la de la humanidad consigo misma, y como dijo una importante figura durante nuestra última guerra civil, no debemos olvidar que al fin y al cabo "todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo", Ojalá vosotros seáis capaces de alumbrar un mundo sin guerras.

Siempre ha habido guerra, es cierto. También lo es que nunca debió haberla. Siempre ha habido injusticias, quizá siempre las habrá, pero nunca las debería haber. No es lícito el paso de lo que es a lo que debe ser. Hay personas que ante cualquier injusticia dicen "es lo que hay". Por fortuna también ha habido personas que ante esto no se resignaron. Aquella mujer que en los años cincuenta en EEUU se negó a ceder su asiento a un hombre blanco se negó a su vez a ceder a lo que había y con su valiente gesto dio un paso importantísimo para elevar la dignidad de todos. No deis por bueno eso de "es lo que hay". Cuando penséis que lo que hay no es satisfactorio nunca dejéis de luchar para cambiarlo.

Espero que en esta nueva madurez no os abandone nunca el deseo de seguir aprendiendo. Nunca se deja de aprender si uno está abierto a lo que el mundo ofrece. Si os vale de algo mi experiencia, puedo decir que a pesar de haber finalizado mi etapa como profesor me he ido con la sensación de que hasta el último día debía seguir aprendiendo y que había aspectos de mi trabajo que no había logrado realizar bien. No me refiero a los hechos evidentes, como que nunca aprendí a escribir bien en la pizarra, sino a la sensación de que en el fondo hubo muchas facetas que podría haber realizado de otra manera y que no conseguí lograrlo. Quizá lo que más insatisfacción me causó es el no haber conseguido dar siempre el paso de lograr que el alumno pasara de saberse algo a saberlo, es decir, de ser capaz de reproducir para un examen unos conocimientos a asimilarlos de una forma menos mecánica y más creativa. Estuve muchos años dando vueltas a este problema y me marché con la sensación de no haber sabido solventarlo. Es esa insatisfacción por lo no logrado la que os debe guiar en vuestro camino siempre. Como pensemos que algo ya lo sabemos de forma suficiente habremos perdido mucho de nosotros mismos.

Hoy es día de despedida, alegre sin duda pero siempre con la sombra de tristeza que toda despedida conlleva. Es en cierto modo la despedida de una primera juventud lindante con la adolescencia, difícil pero llena de ilusión y el paso a una juventud ya más marcada por las inquietudes de eso que llamamos el "ganarse la vida". Muchos seguiréis estudiando pero ya con la vista centrada en la profesión a la que vayáis a dedicar vuestras vidas. No han sido fáciles estos años de estudio en el instituto pero a partir de ahora a la dificultad se añadirá quizá una mayor frialdad, un mayor cálculo y la urgencia por abrirse paso a la vida laboral en un mundo poco acogedor.

A partir de hoy vuestros caminos se separan. Muchas de las amistades hechas puede que perseveren. En otros casos la distancia y las distintas ocupaciones harán que  vayáis perdiendo el contacto. Iréis viendo que la vida es un continuo despedirse. También el centro, con sus experiencias y recuerdos, irá poco a poco difuminándose. De vez en cuando vuestros recuerdos os harán volver a él pero la urgencia de los quehaceres de la vida irá dejando estos años en el ámbito de un recuerdo que espero que sea grato. También nosotros, los que fuimos vuestros profesores, iremos desvaneciéndonos poco a poco en vuestros recuerdos.  Con todo, cuando  pasen los años y volváis alguna vez vuestra mirada a estos años de instituto, desearía que esa no fuera una mirada de nostalgia pues el pasado no vuelve nunca y recordar algo con agrado no debe confundirse con el deseo de que algo permanezca. Es el carácter único y fugaz de cada instante lo que le da a su vez su trascendencia del mismo modo que la vida en su finitud la adquiere con el valor de algo único.  Tengo la esperanza de que en ese recuerdo sobrevuele un pensamiento simple pero certero: aquellos años no estuvieron mal, merecieron la pena.

Yo también tuve que dar paso en su día a mi despedida como profesor y pude vivir ese carácter por un lado satisfactorio de pensar que realicé mi labor si no de manera perfecta espero que sí de manera digna pero comprendiendo que era necesario que otros hombres, otras mujeres, con más juventud y energía, con nuevos métodos, prosiguieran con las tareas de un trabajo no siempre bien apreciado pero necesario.

En lo que a mí concierne, sé que más de una vez mis decisiones fueron equivocadas pero siempre las tomé convencido de que eran las mejores para mis alumnos. El error, la equivocación, forman parte de la humana condición y en este sentido yo he sido plenamente humano, como estoy seguro que también lo fueron los que durante años fueron mis compañeros. Hablo por mí y creo que también por mis antiguos compañeros si afirmo que hemos intentado en nuestras clases dar lo mejor de nosotros mismos y, hablando ahora  por mí, si no lo hice mejor es porque no supe más.

Os deseo a todos éxito en vuestros distintos caminos y que seáis dignos de alcanzar la felicidad en la medida en que ello sea posible en esta vida.

¡ Larga vida a la promoción 2016-2022!

Hasta siempre.