Siempre
estuvo prohibido fumar en los centros escolares pero a finales de los ochenta
ninguno de nosotros hacía el menor caso a dicha prohibición. Bien es cierto que
en el aula no se fumaba pero en los pasillos sí.
La
prohibición también regía por supuesto para los chavales. Cuando sorprendíamos
a alguno de ellos fumando por los pasillos le echábamos la bronca mientras
apurábamos nuestro cigarrillo ( eso sí que era jerarquía y estatus ).
Después
aparecieron por los centros profesores más serios y concienciados, que nos
afeaban nuestra conducta hasta que lograron que se nos habilitara una sala
especial para nosotros, con lo que se consiguieron dos cosas : que no les
molestáramos a ellos con nuestro humo a la vez que nos librábamos nosotros de
soportar sus caras de amargados sapos.
Los
no fumadores eran más intransigentes que los fumadores, como patentiza el hecho
de que a ellos les molestara que nosotros fumáramos en su presencia, cuando a
ninguno de nosotros nos molestó jamás que ellos no lo hicieran en la nuestra.
Se
logró que ni siquiera dispusiéramos de una sala para nuestro hábito. Con la
nueva legislación, el único lugar era la desnuda, intemperante, desolada ( puta
en definitiva ) calle.
Allí
nos concentrábamos en nuestros ratos libres para dedicarnos a nuestro malsano
vicio y para charlar. Al principio éramos unos cuantos, pero poco a poco el
número fue disminuyendo.
Ahora
somos muy pocos. A veces estoy solo fumando y contemplando las montañas, que
están nevadas otra vez, como en los triunfales años cuarenta. Cuando aparece
alguien charlo, cuando no pienso en mis cosas. Día habrá en que acabe hablando
solo, pero tampoco me importa mucho.
Ya
dijo Machado que quien habla solo, espera hablar a Dios un día.
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