Si
damos por cierto que el último vagón de un tren es el más peligroso en caso de
accidente ( no lo sé pero poco importa al caso ), no sería sagaz la propuesta
de suprimir ese último vagón para, de tal modo, evitar el peligro.
Quien
tal cosa propusiera estaría confundiendo la materia
con la función pensando que al
eliminar la primera desaparecería la segunda.
Algo
parecido ocurre con lo nuevo y lo viejo. Nuevo y viejo son
conceptos relacionales. Lo nuevo lo es respecto de algo viejo y, a su vez, algo
queda como viejo ante la irrupción de lo nuevo.
Es
refrescante siempre la aparición de algo nuevo. Forma parte de la necesaria
renovación sin la que la vida quedaría reducida a la monotonía de lo ya siempre
visto. Pero no basta con que lo nuevo sea nuevo. Además debe ser mejor. Si lo nuevo no trae consigo nada
aparte de su propia novedad pronto será tan viejo como lo viejo a lo que
pretende sustituir.
Lo
nuevo no puede quedar reducido simplemente a lo novedoso, pues ello es algo que pronto se agota en sí mismo.
Sobre
todo, a lo nuevo hay que exigirle que no aprenda pronto a actuar igual que lo
viejo, pues para ese viaje no hacen falta alforjas.
Lo
nuevo aparece porque hay una demanda de ello, pero no es suficiente con ocupar
el espacio de la demanda.
Lo
nuevo frente a lo viejo no es la solución, pero hay que tenerlo en cuenta
porque sí es un síntoma.
La
enfermedad existe y quienes tienen responsabilidad son quienes no han estado
atentos a su progreso.
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