jueves, 30 de julio de 2015

¿IDEAS CLARAS?

No es lo mismo tener las ideas claras que tener buenas ideas.
Cuando lo único que se nos ocurre elogiar de alguien es que tiene las ideas claras hay muchas probabilidades de que estemos no ante alguien con un buen pensamiento sino ante un pensador de barra de bar o, lo que es peor, ante un tertuliano.
Hay gente que se entusiasma ante cualquier simpleza con tal de que se diga de manera contundente o, como dicen algunos, "sin complejos".
De quien sólo podemos decir que tiene las ideas claras podemos sospechar que en su mente habita una sola idea y en su persona muy mala idea.
La historia de las desgracias de la Humanidad está llena de personas que, en su momento, tuvieron las ideas muy claras.
La verdadera claridad de las ideas ha de ser consecuencia de la claridad de pensamiento y no actitud previa al mismo. Lo primero rinde tributo a la razón y lo segundo a la jactancia.
Yo quiero gente que no tenga las ideas claras si por claridad se entiende la chulería, gente perpleja y con dudas.

Las personas que no dudan me dan miedo.

miércoles, 29 de julio de 2015

LA "CRIMINALIZACIÓN" DEL RESFRIADO.

Toda persona recuerda con nostalgia los solícitos cuidados de que era objeto por parte de sus padres cuando, de pequeño, caía enfermo.
La enfermedad, con frecuencia alguna gripe, era un mal pero también suponía, especialmente en invierno, la oportunidad de liberarse durante algunos días de la disciplina de la escuela y ser el centro de la atención y preocupación materna, en una época en la que las madres siempre estaban en casa.
Aún contando con el abatimiento que la fiebre solía causar, la sensación cierta de sentirse protegido compensaba en cierto modo el malestar físico que la enfermedad traía consigo.
Había con todo, un tipo de mal físico ante el que el pequeño debía soportar no sólo sus incomodidades, sino el reproche de sus mayores: el resfriado.
Cualquier otra enfermedad se aceptaba de manera estoica como una fatalidad ante la que no cabía otra respuesta que la espera de la acción eficaz de las distintas medicinas. Ante la aparición del resfriado la actitud de los mayores solía ser distinta. Se partía del axioma no discutido de que el resfriado era consecuencia de algún descuido y, por tanto, cuando se dejaban ver los primeros síntomas del mismo en forma de estornudos o toses, a la preocupación de los mayores se añadía el reproche que estos mismos lanzaban a la pequeña víctima en forma de bronca por el poco cuidado que esta había tenido.
"¿ Lo ves? Te lo dije, saliste muy desabrigado, no te pusiste la bufanda, ya te avisé que había corriente".
El resfriado te convertía en enfermo pero también en culpable. No entraba en la mentalidad de los mayores la posibilidad de que uno pudiera haberse resfriado sin tener responsabilidad alguna en tal infortunio.
Existía una generalizada "criminalización" del resfriado.
Tal actitud quedaba interiorizada en la mente del joven enfermo, de tal manera que el proceso de recuperación de la salud se convertía en expiación de una falta, no ética pero sí de hábito.
A veces, si uno estornudaba o tosía, era necesario que se esforzara en el empeño de dejar claro que se trataba de un simple estornudo o una tos esporádica porque de lo contrario, se activaban de manera automática, todas las sartas de reproches y acusaciones por nuestro descuido.
Si uno mismo notaba que el estornudo o la tos no eran esporádicos sino claros síntomas de haber contraído la enfermedad culpable, procuraba, mientras ello fuera posible, disimular tales manifestaciones, de tal manera que el sentimiento de culpa, ya hecho suyo por la joven víctima, recluía a tales síntomas en el secreto de una clandestinidad condenada al fracaso, pues más pronto que tarde, la inexorable fuerza de los síntomas se abría paso y rompía con fuerza las cadenas de la cautela que la víctima quería imponer para mantener el mal en los límites de su intimidad.
A la larga toda la maquinaria de precauciones se mostraba como un empeño fracasado, el resfriado se apoderaba de uno y el reproche y la bronca se añadían como un complemento necesario al malestar ya de suyo bastante intenso del resfriado.
Sólo el transcurso del tiempo lograba atemperar, hasta conseguir su desaparición, tanto el mal físico como el reproche, que iban disminuyendo a la par hasta que se producía la curación.


viernes, 17 de julio de 2015

FRANCO CUARENTA AÑOS DESPUÉS.

De todos los dictadores que, a partir de los años veinte y treinta del pasado siglo se hicieron con el poder en Europa, el español Francisco Franco (1892-1975) es el más difícil de captar en su singularidad. Cuando se van a cumplir cuarenta años de su muerte, sigue sorprendiendo cómo un hombre sin destacadas cualidades salvo en el ámbito estrictamente militar pudo conseguir el único objetivo claro que persiguió, la permanencia en el poder hasta el último día de su vida.
No encontraremos en él notas de campechanía paternalista al modo de su antecesor en el ejercicio de la dictadura, el general Miguel Primo de Rivera. El otro dictador peninsular, el portugués Antonio de Oliveira Salazar, ofrece rasgos que, sin ser en absoluto atractivos, resultan cuando menos curiosos, por cuanto se trata de un dictador civil, catedrático de la Universidad de Coimbra, que ejerce el puesto ejecutivo de Primer Ministro llamado por los militares para hacer frente a la difícil situación de la hacienda. La máxima magistratura, la Presidencia de la República, fue ejercida siempre durante los años del llamado Estado Novo por un militar, durante los primeros años el mariscal Carmona, posteriormente el general Craveiro Lopes y, cuando este último mostró demasiada independencia, ocupó el cargo el almirante Américo Thomaz. Salazar gustaba más del poder que de sus oropeles. En lo personal era austero hasta extremos que rozaban lo ascético y sus maneras lo mostraban como monjil. Sólo la enfermedad pudo apartarlo del poder cuando, al final de su vida, fue sustituido por el doctor Marcelo Caetano.
Los grandes dictadores fascistas y nazis, Mussolini y Hitler, llegaron al poder por medios distintos pero al frente de grandes movimientos de masas, como sin duda fueron el fascismo y el nacional-socialismo. Sus trayectorias fueron diversas como diversas fueron las naciones que acaudillaron. Su vida anterior a la conquista del poder es errática, nada previsible, bordeando a veces situaciones al límite de lo que se consideraba entonces socialmente admisible. Su muerte es trágica, pero acorde con la tragedia que contribuyeron a desencadenar.
Stalin dirigió la URSS con mano de hierro, haciendo honor a su sobrenombre. Se abrió paso al poder mediante la lucha despiadada y lo ejerció con la misma brutalidad y sin ningún escrúpulo. Permaneció al frente de la URSS hasta su muerte en 1953. También amaba más el ejercicio del poder que su apariencia, ocupó cargos de partido como el de Secretario General del PCUS y sólo en 1941 se decidió a ejercer la presidencia del Consejo de Ministros, cuando empezó a sospechar que Alemania estaba distanciándose de él, comportándose más bien como un jefe de oficina con una capacidad de decisión omnímoda.
La trayectoria de Franco antes de hacerse con el poder es quizá la más "profesional", Procedente de una familia de marinos, se sintió siempre atraído por las cosas del mar y sólo el cierre de las academias de la armada hizo que dirigiera su orientación hacia el ejército de tierra, ingresando en 1907, con apenas catorce años, en la Academia de Infantería de Toledo.

Dada su baja estatura, débil complexión y voz atiplada, fue desde un primer momento fácil víctima de las bromas y chanzas características de una institución cerrada como es el Ejército.
Todos sus biógrafos coinciden en que no se apreciaron en sus años de cadete cualidades excepcionales, siendo un alumno normal.
Tras graduarse en la Academia, dos caminos se le ofrecían: el rutinario tránsito por distintas guarniciones de la Península o el más expuesto del combate en la Guerra de Marruecos. El primero ofrecía seguridad, pero no posibilidades de progreso. El segundo era sin duda más aventurado, pero en compensación permitía que, si las circunstancias eran propicias, se alcanzaran rápidos ascensos.
Franco consiguió ser destinado a África y allí llamaría rápidamente la atención de sus superiores por su meticulosidad en el mando. El general Dámaso Berenguer se fijó pronto en la manera en que Franco dirigía las columnas a su cargo.


Alfonso XIII condecora a Franco.


También los hombres que se encontraban bajo su mando apreciaron que cuando Franco dirigía las operaciones, las bajas eran menores pues aunque no era un hombre cobarde en lo personal, sí que era bastante escrupuloso a la hora de abordar las maniobras, de tal manera que predominaba más la cautela que la audacia.
En África también se ganó fama de hombre riguroso hasta la obsesión con el cumplimiento del reglamento.
El atrabilario Millán Astray se fijó en él cuando se constituyó el Tercio de Extranjeros, la Legión, y lo adoptó como su segundo.

Franco con Millán Astray, fundador de la Legión.


Tras algunas estancias en la península, donde cultivó su noviazgo con Carmen Polo, una señorita de la alta sociedad de Oviedo con la que contraería matrimonio, Franco regresó a África para hacerse cargo de la Legión. Como jefe de la misma se ganó fama de hombre severo hasta la insensibilidad, aplicando castigos ejemplares entre los que se encontraba el fusilamiento. El hecho más brutal, jamás desmentido por él ni por sus personas más próximas es el del fusilamiento de un legionario que arrojó su plato de comida a un oficial. Fue ejecutado sumariamente y sus compañeros fueron obligados a desfilar ante el cadáver.
Los ascensos por méritos de guerra propiciaron que la carrera de Franco fuera meteórica, de tal manera que en 1926 era ya general de brigada.
Franco recibió con cautela la llegada al poder del general Primo de Rivera, no porque tuviera grandes objeciones que plantear al sistema dictatorial sino por la inicial oposición del dictador a prolongar la sangría que suponía la guerra de Marruecos. No obstante, la íntima simpatía que Franco siempre sintió hacia los métodos autoritarios hizo que poco a poco se fuera identificando con la manera de gobernar del general jerezano. Por otra parte, durante el gobierno de Primo de Rivera, Franco se sintió protagonista de dos hechos que marcaron su biografía: el desembarco, en colaboración con los franceses en Alhucemas y la dirección de la Academia General Militar con sede en Zaragoza.
Franco sirvió con fidelidad a Primo de Rivera en ambos cometidos, de carácter militar, si bien en ámbitos distintos: el combate y la formación.
A diferencia de generales como Goded, Franco no sintió en esos años la tentación de participar en ninguna de las muchas conspiraciones de carácter cívico-militar que se fraguaron contra Primo de Rivera. Siempre consideró la etapa de gobierno de Primo de Rivera como globalmente positiva.
Permaneció al frente de la Academia de Zaragoza bajo las presidencias del general Berenguer y del almirante Aznar.
En el puesto de director de la Academia le sorprendió la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. Franco, monárquico de convicción más que de sentimiento, acató con disciplina aunque sin el menor entusiasmo el nuevo orden de cosas.


Franco arenga a sus hombres en la Academia de Zaragoza.


El 15 de abril de 1931 reunió a los hombres bajo su mando para dar cuenta del cambio de régimen y les dirigió las siguientes palabras:
" Proclamada la República en España y concentrados en el Gobierno provisional los más altos poderes de la nación, a todos corresponde cooperar con su disciplina y sólidas virtudes a que la paz reine y la nación se oriente por los naturales cauces jurídicos".
Aceptación sin la menor muestra de entusiasmo, pero acatamiento.
Franco no se sintió nunca concorde con un régimen que propugnaba cambios en unos ámbitos que le afectaban de manera profesional y en sus convicciones.
En el ámbito profesional, el nuevo ministro de la Guerra, Manuel Azaña, se propuso realizar una drástica reducción del hipertrofiado ejército de la monarquía, con un exceso de oficiales y jefes. También se abolieron los grados de teniente general y capitán general, siendo a partir de entonces el de general de división el máximo grado. En este mismo orden de cosas, se suprimieron las viejas regiones militares con sus capitanes generales y fueron sustituidas por divisiones orgánicas al mando de generales de división. Se revisaron los ascensos por méritos de guerra, medida que afectaba de manera muy personal a Franco que, si bien mantuvo su grado de general de división, vio mermada su situación en el escalafón.

Con el ministro de la Guerra, Manuel Azaña.


Como culminación de estos sinsabores profesionales, el Gobierno provisional de la República, a instancias del ministro Azaña, decidió suprimir la Academia General Militar de Zaragoza.
La supresión de la Academia llevaba consigo su cese en el destino, pero además suponía para Franco el brusco final de una institución que consideraba como su obra personal. Con motivo del cierre de la Academia Franco volvió a dirigirse a sus hombres el 14 de junio de 1931 con un discurso en el que, aún cuidándose de manifestar su acatamiento, se traslucía de forma nítida el malestar que le causaba tal medida. Una de las afirmaciones más conocidas y citadas de aquel discurso es aquella en la que Franco hace de la disciplina una palanca para criticar con toda claridad al gobierno:
"Disciplina!..., nunca buen definida y comprendida. ¡Disciplina!..., que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!..., que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrecemos".
En el discurso de cierre de la Academia Franco resalta el valor de la disciplina y su superior mérito cuando el acatamiento resulta desagradable, al modo de una interpretación tosca del rigorismo kantiano.
El discurso de Franco no pasó desapercibido a las autoridades, especialmente al ministro de la Guerra, Manuel Azaña. que consideró que una alocución como la que había proferido Franco era merecedora de que su autor cesara en el mando de no ser porque, con el cierre del centro, quedaba ya ipso facto cesante.
Franco estuvo bastantes meses sin destino, hasta el punto en que vio peligrar su carrera. Por fin, en febrero de 1932 fue destinado a La Coruña, como jefe de una brigada de infantería.
Aunque poco favorable a las orientaciones del gobierno de la República, Franco no se implicó en la intentona que algunos militares, encabezados por el general Sanjurjo, protagonizaron en agosto de 1932.
La orientación laica que caracterizó al bienio de gobierno de Azaña disgustó a Franco que, aunque sin los extremos de ostentación que mostró cuando llegó al poder, era un católico convencido, aunque su religiosidad era más rutinaria y formalista que profunda.
Las elecciones celebradas el 19 de noviembre de 1933, con el derecho a voto por primera vez de las mujeres, dieron el triunfo a las derechas representadas por la CEDA de José María Gil Robles y a los republicanos radicales de Alejandro Lerroux. De momento, Lerroux formó gobierno con el consentimiento aunque sin la participación de los hombres de Gil Robles.

Franco, jefe de estado mayor, con el ministro Gil Robles.


Franco se sintió mucho más a gusto con la nueva situación política.
Gil Robles abogaba por una revisión constitucional orientada hacia un régimen corporativo a la manera del Portugal de Salazar, de inspiración católica. Franco se encontraba cerca de esta posición. Aunque monárquico, actuaba de hecho de una forma accidentalista en la alternativa entre monarquía o república, diferenciándose en este punto de los monárquicos de estricta observancia que, a su vez, se estaban alejando en los años treinta del liberalismo tradicional que había acompañado a la Monarquía desde los tiempos de la Restauración de Cánovas del Castillo.
En 1934 se estaba produciendo una ruptura doble: por un lado el elemento obrero, encuadrado en el PSOE y por otro las que entonces se denominaban izquierdas burguesas, cuyo más eminente representante era Manuel Azaña, se estaban alejando progresivamente no sólo del gobierno sino del marco institucional. A ello hubo que añadir el enfrentamiento con el gobierno catalán a cuenta de la Ley de contratos de cultivo de la Generalitat, considerada inconstitucional por el Tribunal de Garantías Constitucionales.
La entrada en octubre de 1934 de ministros de la CEDA en el gobierno fue el detonante definitivo de una insurrección que tuvo como protagonistas al gobierno de la Generalitat en Cataluña y a los socialistas, junto con elementos anarquistas y en menor medida comunistas en el resto de España. El movimiento catalán fue rápidamente sofocado en Barcelona por el general Batet. Distinta sería la suerte de la insurrección obrera que, en Asturias, alcanzó extremos de gran virulencia que desbordaron a las fuerzas gubernamentales.
El ministro radical de la guerra, Diego Hidalgo, llamó al general Franco para tenerlo junto a sí como asesor con el objeto de dirigir las operaciones de represión desde Madrid. Se envió a Asturias para reprimir el movimiento al general López Ochoa, por su trayectoria republicana. Franco, claramente un militar africanista, organizó desde Madrid la represión. Fue enviada a Asturias la Legión. El movimiento fue sofocado pero con un elevado precio en víctimas. La contundente actuación de Franco le ganó las simpatías de las gentes conservadoras y la inquina de la izquierda.
Cuando Gil Robles fue nombrado ministro de la Guerra, este otorgó a su vez el cargo de Jefe de Estado Mayor a Francisco Franco. Era la culminación de su carrera profesional. En este puesto permaneció hasta las elecciones de 1936 y la llegada al poder del Frente Popular.
Cuando se fueron conociendo los resultados de las elecciones del 16 de febrero de 1936, que daban como vencedora a la coalición de izquierdas del Frente Popular, Franco sugirió al todavía jefe de gobierno, Manuel Portela Valladares, la proclamación del estado de guerra, sin éxito. Llamado Manuel Azaña al poder por el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, Franco fue destinado a la comandancia militar de Canarias, una manera de alejar a un militar que se suponía poco proclive a la nueva situación política.
Los acontecimientos políticos y sociales se precipitaron durante la primavera de 1936: incidentes callejeros, quema de iglesias, ocupación de tierras, destitución del presidente de la República, elevación a la jefatura del Estado de Manuel Azaña y sustitución del mismo por Santiago Casares Quiroga al frente del gobierno.
Desde el principio el sector de militares de derecha se decidió por la vía de la insurrección y el general de brigada Mola se convirtió en el "director" de un movimiento concebido como un levantamiento de las distintas guarniciones. Generales como Varela, Orgaz, Saliquet. Kindelán y Goded se incorporaron pronto a la conspiración. También lo hizo el general Queipo de Llano. Se pensó en Franco desde un principio como uno de los militares fundamentales para participar en el movimiento pero este último tardó en incorporarse a la conspiración, aunque estuvo en todo momento informado acerca de los pormenores de la misma.
Franco realizó en estos meses previos al alzamiento una efímera incursión en el terreno de la política directa, pues estuvo tentado a participar a la elección a diputado por Cuenca, circunscripción en la que se debía repetir la elección. Fue convencido de que el parlamento no era el lugar donde sus cualidades pudieran resaltar más y abandonó el intento.
La idea de Mola consistía en que Franco, una vez asegurada la insurrección en Canarias, debía hacerse con el control de las tropas del Protectorado de Marruecos, que eran las de mayor nivel profesional, con los Regulares y la Legión.
Franco no estaba dispuesto a participar en una aventura incierta que pudiera poner en riesgo su carrera y su vida. Dirigió una  carta al jefe de Gobierno y ministro de la Guerra, Casares Quiroga, en la que le afirmaba lo siguiente:
«Respetado ministro:
Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo de la oficialidad parecen producir las últimas medidas militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no le hiciese presente mis impresiones sobre el momento castrense y los peligros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satisfacción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales. Las recientes disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y oficiales sentenciados en Cataluña, y la más moderna de destinos antes de antigüedad y hoy dejados al arbitrio ministerial, que desde el movimiento militar de junio del 17 no se habían alterado, así como los recientes relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría del Ejército. Las noticias de los incidentes de Alcalá de Henares con sus antecedentes de provocaciones y agresiones por parte de elementos extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que produce, sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado, en momentos de ofuscación, que interpretado en forma de delito colectivo tuvo gravísimas consecuencias para los jefes y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando dolor y sentimiento en la colectividad militar. Todo esto, excelentísimo señor, pone aparentemente de manifiesto la información deficiente que, acaso, en este aspecto debe llegar a V.E., o el desconocimiento que los elementos colaboradores militares pueden tener de los problemas íntimos y morales de la colectividad militar. No desearía que esta carta pudiese menoscabar el buen nombre que posean quienes en el orden militar le informen o aconsejen, que pueden pecar por ignorancia; pero sí me permito asegurar, con la responsabilidad de mi empleo y la seriedad de mi historia, que las disposiciones publicadas permiten apreciar que los informes que las motivaron se apartan de la realidad y son algunas veces contrarias a los intereses patrios, presentando al Ejército bajo vuestra vista con unas características y vicios alejados de la realidad. Han sido recientemente apartados de sus mandos y destinos jefes, en su mayoría, de historial brillante y elevado concepto en el Ejército, otorgándose sus puestos, así como aquellos de más distinción y confianza, a quienes, en general, están calificados por el noventa por ciento de sus compañeros como más pobres en virtudes. No sienten ni son más leales a las instituciones los que se acercan a adularlas y a cobrar la cuenta de serviles colaboraciones, pues los mismos se destacaron en los años pasados con Dictadura y Monarquía. Faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones; prestan un desdichado servicio a la patria quienes disfracen la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndoles aparecer como símbolos de conspiración y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia de los poderes públicos en la administración del Ejército en el año 1917, surgieron las Juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en un plano anímico, que las Juntas Militares están hechas.
Los escritos que clandestinamente aparecen con las iniciales de U.M.E. y U.M.R.A. son síntomas fehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se atiende a evitarlo, cosa que considero fácil con medidas de consideración, ecuanimidad y justicia. Aquel movimiento de indisciplina colectivo de 1917, motivado, en gran parte, por el favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor grado, que las que hoy se sienten en los cuerpos del Ejército. No le oculto a V.E. el peligro que encierra este estado de conciencia colectivo en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas de la patria.
Apartado muchas millas de la península, no dejan de llegar hasta aquí noticias, por distintos conductos, que acusan que este estado que aquí se aprecia, existe igualmente, tal vez en mayor grado, en las guarniciones peninsulares e incluso entre todas las fuerzas militares de orden público.
Conocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado muchos años, puedo asegurarle que es tal el espíritu de justicia que impera en los cuadros militares, que cualquiera medida de violencia no justificada produce efectos contraproducentes en la masa general de las colectividades al sentirse a merced de actuaciones anónimas y de calumniosas delaciones.
Considero un deber hacerle llegar a su conocimiento lo que creo una gravedad grande para la disciplina militar, que V.E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes de cuerpo que, exentos de pasiones políticas, vivan en contacto y se preocupen de los problemas íntimos y del sentir de sus subordinados.

Muy atentamente le saluda su affmo. y subordinado, Francisco Franco.»


Difícil resulta, sin caer en el peligroso terreno de los juicios de intenciones, juzgar esta carta. El contenido resulta claro, pero es imposible leer la carta olvidando los acontecimientos que rápidamente sucedieron y que tuvieron a su autor por protagonista. La carta ha sido interpretada de distinta manera según la cercanía o lejanía al propio Franco. Sus simpatizantes la han interpretado como una última y desesperada advertencia antes de lanzarse a una incierta sublevación.
En todo caso, es evidente que Franco actúa con doblez, pues se muestra como disciplinado y ajeno a cualquier conspiración, cuando evidentemente era conocedor de lo que Mola estaba tejiendo, aunque sí que puede ser cierto que no tuviera una postura clara de alzarse en el momento de la redacción de la carta.
Los acontecimientos del 12 y 13 de julio parece que fueron definitivos para decidir a Franco a participar en la sublevación.
El 12 de julio fue asesinado el teniente Castillo, simpatizante de la izquierda. Al día siguiente, unos guardias de asalto, como represalia, secuestraron y asesinaron al jefe del Bloque Nacional, el antiguo ministro de la dictadura José Calvo Sotelo.
El 17 de julio se inició el alzamiento militar por parte de las fuerzas destacadas en el protectorado de Marruecos.
Franco se sumó a última hora al alzamiento pero una vez que lo hizo se comprometió a fondo con el mismo.
Su bando como comandante militar de Canarias trata de justificar la sublevación como un hecho que se impone ante la quiebra de un poder público que el propio alzamiento ha contribuido a crear, en un mecanismo clásico de justificación de un hecho que en sí es una desnuda y gravísima desobediencia.
En su manifiesto Franco dice:
Españoles:
A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la patria, a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a su defensa.
La situación de España es cada día que pasa más crítica. La anarquía reina en la mayoría de sus campos y de sus pueblos; autoridades de nombramiento gubernativo presiden, cuando no fomentan, las revueltas. A tiros de pistolas y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los bandos de ciudadanos, que, alevosa y traidoramente, se asesinan, sin que los poderes públicos impongan la paz y la justicia.
Huelgas revolucionarias de todo orden paralizan la vida de la Nación, arruinando y destruyendo sus fuentes naturales de riqueza y creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación a los hombres trabajadores.
Los monumentos y tesoros artísticos son objeto de los más enconados ataques de las hordas revolucionarias, obedeciendo a las consignas que reciben de las directivas extranjeras, que cuentan con la complicidad o negligencia de gobernadores monteriles.
Los más graves delitos se cometen en las ciudades y en los campos, mientras las Fuerzas de Orden Público permanecen acuarteladas, corroídas por la desesperación que provoca una obediencia ciega a gobernantes que intentan deshonrarlas. El Ejército, la Marina y demás Institutos armados son blanco de los soeces y calumniosos ataques, precisamente por aquellos que deben velar por sus prestigios.
Los estados de excepción y alarma sólo sirven para amordazar al pueblo y que España ignore lo que sucede fuera de las puertas de sus villas y ciudades, así como para encarcelar a los pretendidos adversarios políticos.
La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total; ni igualdad ante la Ley, ni libertad, aherrojada por la tiranía, ni fraternidad; cuando el odio y el crimen han sustituido al mutuo respeto, ni unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento territorial más que por regionalismo que los propios poderes fomentan; ni integridad y defensa de nuestras fronteras, cuando en el corazón de España se escuchaban las emisoras extranjeras que predican la destrucción y el reparto de nuestro suelo.
La Magistratura española, que la Constitución garantiza, igualmente sufre persecuciones que la enervan o mediatiza y recibe los más duros ataques a su independencia.

Pactos electorales, hechos a costa de la integridad de la propia Patria, unidos a los asaltos a Gobiernos Civiles y cajas fuertes, para falsear las actas, formaron la máscara de la legalidad que nos preside. Nada contuvo la apetencia de Poder; destitución ilegal del moderador; glorificación de la revolución de Asturias y de la separación catalana; una y otra quebrantadoras de la Constitución que, en nombre del pueblo, era el Código fundamental de nuestras Instituciones.
Al espíritu revolucionario e inconsciente de las masas, engañadas y explotadas por los agentes soviéticos, que ocultan la sangrienta realidad de aquel régimen que sacrificó para su existencia veinticinco millones de personas, se unen la malicia y negligencia de Autoridades de todo orden que, amparadas en un poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer el orden y el imperio de la libertad y la justicia.
¿Es que se puede consentir un día más el vergonzoso espectáculo que estamos dando al mundo?
¿Es que podemos abandonar a España a los enemigos de la Patria, con un proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y sin resistencia?
¡Eso no!  Que lo hagan los traidores, pero no lo haremos quienes juramos defenderla.
Justicia e igualdad ante la Ley os ofrecemos. Paz y amor entre los españoles. Libertad y fraternidad exentas de libertinaje y tiranía. Trabajo para todos. Justicia social, llevada a cabo sin enconos ni violencias y una equitativa y progresiva distribución de la riqueza sin destruir ni poner en peligro la economía española.
Pero, frente a eso, una guerra sin cuartel a los explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los extranjeros o a los extranjerizantes, que directa o solapadamente intentan destruir a España.
En estos momento es España entera la que se levanta pidiendo paz, fraternidad y justicia; en todas las regiones, el Ejército, la Marina y Fuerzas de Orden Público se lanzan a defender la Patria. La energía en el mantenimiento del orden estará en proporción a la magnitud de las resistencias que se ofrezcan.
Vuestro impulso no se termina por la defensa de unos intereses bastardos, ni por el deseo de retroceder en el camino de la Historia, porque las Instituciones, sean cuales fueren, deben garantizar un mínimo de comprensión de todos los organismos nacionales, con una respuesta anárquica, cuya realidad es imponderable.
Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular aquellas conquistas que representan un avance en el mejoramiento político-social, y el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestros pechos, del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, por primera vez, y por este orden la trilogía: fraternidad. libertad e igualdad.
Españoles: ¡Viva España! ¡Viva el honrado pueblo español y malditos los que en lugar de cumplir sus deberes traicionan a España.


El manifiesto de Franco se inscribe en una línea de argumentación clásica en cualquier rebelión, cual es justificar la ruptura de una legalidad alegando para ello que tal legalidad ya estaba de hecho destruida.

El 1 de octubre de 1936, nombrado jefe del estado.


Lo que queda de la historia de Franco deja de ser patrimonio de su biografía para pasar a formar parte de la Historia de España: su nombramiento como generalísimo de los ejércitos y jefe de Estado el 1 de octubre de 1936, su apropiación de agrupaciones políticas y símbolos al constituir en abril de 1937 el partido único Falange española tradicionalista y de las Jons, la formación de su primer gobierno en enero de 1938, la victoria en abril de 1939, el estallido en ese mismo año de la guerra en Europa que pronto se convertiría en guerra mundial, su simpatía cautelosa hacia las potencias del Eje y su también cauteloso apartamiento de esa simpatía cuando empezó a ser evidente la derrota de las potencias que conformaban dicho Eje, el aislamiento internacional en 1945, la progresiva aproximación a los Estados Unidos utilizando como baza un anticomunismo que resultaba eficaz en la guerra fría, el fin del aislamiento con la admisión en la ONU en 1955, la aproximación a Europa desde la peculiaridad de su régimen a partir del final de los años cincuenta, el despegue económico de los años sesenta y el estancamiento del régimen en los años setenta, hasta el último coletazo del año 1975, con frecuentes atentados de grupos como ETA, FRAP y la aparición de los Grapo coincidiendo con su última arenga pública desde el balcón del Palacio de Oriente el 1 de octubre de 1975.
¿Quién fue Franco en verdad? ¿qué fue?
Franco fue en esencia un militar de corte conservador sin una ideología elaborada pero con unas creencias básicas en un mundo presidido por el orden, la unidad, la familia y la patria.
Las ideologías le sirvieron más de vestidura que de doctrina y las utilizó según el momento, de tal manera que no dudó en apropiarse de los ropajes y la retórica del movimiento fascista de Falange, pero limando los aspectos sociales más radicales que anidaban en los fascismos de los años treinta.
Cuando el fascismo dejó de ser una doctrina respetable tras su derrota en 1945 fue girando hacia un corporativismo católico de tipo autoritario y conservador, pero cuidando siempre de mantener un equilibrio entre las distintas familias que conformaban su régimen.
A finales de los años cincuenta, aunque con reticencias, abandonó la dirección de los asuntos económicos en manos de técnicos pertenecientes en su mayoría al Opus Dei.
En los años setenta Franco fue adoptando el aspecto de un anciano venerable, muy lejos de su inicial presentación como militar con mando en plaza. En 1973 dejó la presidencia del gobierno en manos de su alter ego almirante Carrero Blanco, quedando como Jefe de Estado, en un posición que recordaba a las de las presidencias de república no ejecutivas pero en el marco de un sistema dictatorial. Tras la muerte en atentado del almirante el 20 de diciembre de 1973, Franco nombró un nuevo presidente del gobierno en la persona de Carlos Arias Navarro.
A diferencia del general Primo de Rivera, que no dudaba en considerar su gobierno como una dictadura y que se llamaba a sí mismo dictador, Franco nunca admitió esa denominación. No reconoció que su sistema fuera una dictadura, y estaba prohibido calificar a su régimen como dictatorial.
El hecho de que Primo de Rivera se considerara dictador y Franco no tiene más importancia que la de una mera disquisición nominal. En la tradición romana, de la que procede el término, la dictadura estaba considerada como una magistratura personal excepcional, para hacer frente a una situación que no pudiera ser resuelta por los cauces ordinarios. El dictador disponía de un poder sin restricción pero tasado en el tiempo. La dictadura había de deponerse una vez superada la coyuntura que la había hecho necesaria. Se distinguía por tanto entre Dictadura y Tiranía, que era un poder arbitrario e ilegítimo.
El general Primo de Rivera, cuando se hizo con el poder, manifestó su intención de no ejercerlo indefinidamente sino hasta alcanzar unos objetivos que permitieran la vuelta a la normalidad. Se presentaba por tanto, con un carácter de caducidad.
El rechazo de Franco al uso del término dictador no se debía a la connotación peyorativa que tal término tiene hoy día sino a que el sentido tradicional de la dictadura lo hacía un régimen tasado en el tiempo por definición y por tanto, con fecha de caducidad.
La intención original de Franco fue la de no ser un simple puente de excepción entre un régimen republicano y una monarquía restaurada. Los generales monárquicos que lo apoyaron en un principio no llegaron a detectar con clarividencia el deseo de Franco de construir un nuevo régimen.
Franco fue objetivamente un dictador, pero las claves culturales que manejaba en su época estaban todavía impregnadas de una tradición romana que le resultaba inconveniente para su intención de permanecer indefinidamente en el poder.
Conforme en Europa se restablecían los sistemas democráticos, Franco se vio en la necesidad de calificar a su régimen como una democracia, pero como quiera que las diferencias entre su sistema y los de Europa occidental eran manifiestas, tuvo que recurrir a una denominación que ya había sido empleada en España en los años treinta por el liberal Salvador de Madariaga, paradójicamente uno de sus mayores enemigos, y así, de este modo, su sistema fue bautizado como una democracia orgánica, en la que la participación no se encauzaba a través de los partidos políticos sino a través de lo que se entendía como instituciones naturales: familia, municipio y sindicato. Tales subterfugios no engañaban a nadie y fuera de las fronteras todo el mundo consideraba que el régimen español era una dictadura.
Otra cuestión que fue muy debatida en los años de Franco fue la de si se debía calificar a su sistema como totalitario o más bien como autoritario. Esta última distinción, popularizada en España por el sociólogo Juan José Linz, resultó muy útil en los años de la Guerra Fría para distinguir entre sistemas que, como el soviético y el de los países de la Europa del Este, se consideraban como totalitarios y aquellos otros como los de Salazar en Portugal y el de Franco en España, que eran calificados de sistemas autoritarios. Antes de la guerra mundial también eran considerados totalitarios los regímenes de Hitler y Mussolini.
La intención de justificación de tal distinción era evidente: si bien no se consideraba aceptable ni homologable un sistema como el de Franco, al presentarlo como simplemente autoritario, se encontraba la excusa necesaria para poder colaborar en algunos aspectos con él, en especial en los ámbitos de la lucha estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Un régimen autoritario no era democrático, pero tampoco se consideraba que fuera una dictadura implacable que invadiera todos los estratos de la sociedad. La distinción, al servicio de claros intereses, constituía manifiestamente un hipocresía al servicio de una postura cínica.
Con ser cierto lo anterior, también lo es que la distinción totalitario-autoritario, despojada de esa intención utilitaria, no siempre se ha entendido de una manera correcta, debido en parte, precisamente, al empleo torticero de la misma. En sentido contrario, quienes sí se percataron de ese uso, para no caer en sus redes, adoptaron de manera poco consciente la interpretación tradicional de totalitario-autoritario en el sentido de dictadura fuerte- dictadura débil.
La primera interpretación obedece a un claro interés de tergiversación. La segunda se debe a un mal entendido.
Lo más característico de la distinción totalitario-autoritario no radica en la mayor brutalidad o arbitrariedad del primer sistema frente al segundo sino al grado en que el sistema político consigue impregnar al conjunto de la sociedad. Un sistema totalitario sería aquel en el que no hay ámbito alguno de la sociedad civil que deje de estar impregnado por los valores del sistema político. Un sistema autoritario sería aquel en el que, pese al carácter dictatorial del sistema, este nunca llega a colonizar de manera total todos los ámbitos de la sociedad. Un sistema puede ser simplemente autoritario y a su vez extremadamente violento. Paradójicamente, un sistema totalitario puede que , precisamente por impregnar a toda la sociedad con sus valores, no se vea obligado, una vez consolidado, a emplear una violencia desmesurada.
La distinción entre estado totalitario y estado autoritario es útil siempre que la sepamos captar como una tipología que responde a lo que Max Weber denominaba tipos ideales, útiles para la clasificación pero que nunca se dan con la misma pureza y exactitud en el marco histórico real. En la historia realmente acontecida ni siquiera regímenes extremos como lo fueron el nazismo alemán o el estalinismo consiguieron dominar de manera total a todos los estratos de la sociedad. Esto se aprecia claramente en el régimen de Hitler, en el que, dado su carácter belicista, tenía el ejército una función importantísima, pero que no evitó que fuera en los sectores más clásicos de la oficialidad donde se fraguó la más importante conspiración contra su régimen, la que estalló el 20 de julio de 1944.
La aspiración última de un sistema totalitario consiste en una extrema politización de la sociedad sobre la que se ejerce el poder en forma de exaltada adhesión. Por el contrario, un sistema autoritario aspira a lograr el mayor grado posible de despolitización, quedando los momentos de exaltación convertidos en decorado o fachada programada por el poder, en "claque", que fue de hecho la función que en el régimen de Franco cumplió el llamado Movimiento Nacional. Si bien a un sistema autoritario no le interesa, como es lógico, la existencia de grupos que le disputen su hegemonía, mantiene un cierto nivel de tolerancia con todos aquellos sectores que, aunque sepa que no le son afines, identifique como poco peligrosos.
La represión forma parte esencial en el mantenimiento del poder tanto en los sistemas totalitarios como en los autoritarios.
El régimen de Franco fue en extremo represivo desde sus inicios y mantuvo dicho carácter hasta el final de los días del dictador. En sus comienzos la represión fue brutal, en el marco de la guerra civil, y dirigida hacia todo tipo de persona o agrupación de la que se tuviera constancia de poca simpatía hacia el movimiento militar. El estado de guerra, declarado en las guarniciones que se sumaron al alzamiento, se mantuvo hasta 1948.
Lo más significativo del régimen de Franco fue el alto nivel de represión que se siguió ejerciendo a partir de 1939, una vez acabada la guerra.
Himmler, el jefe de las SS, quedó sorprendido cuando visitó España en 1940 por la gran cantidad de fusilamientos que se seguían practicando. Es sin duda sorprendente que un hombre como Himmler pudiera sentirse a disgusto con la represión, pero ello muestra la clara diferencia en la forma de movilizar a la población por parte de un sistema que, como el nazismo, no dejaba de ser un movimiento de masas y un sistema que, como el de Franco, no tenía más ideología que la del orden como marco de referencia para que los intereses que representaba pudieran abrirse camino.
Dentro del propio bando nacional no dejó de sorprender el grado extremo de represión que Franco ejercía. En 1938 en un discurso en Burgos, el general Yagüe, máximo responsable de la matanza de Badajoz, se lamentó públicamente del resentimiento que tal política de represión provocaba y que evitaba que muchas personas pudieran identificarse de una manera sincera con el alzamiento nacional. Estas fueron las palabras de Yagüe:

 "Para darle a la unificación calor humano, para que ésta sea sentida y bendecida en todos los lugares, hay que perdonar. Perdonar, sobre todo. En las cárceles hay, camaradas, miles y miles de hombres que sufren prisión. Y, ¿por qué? Por haber pertenecido a algún partido o a algún sindicato. Entre esos hombres hay muchos honrados y trabajadores, a los que con muy poco esfuerzo, con un poco de cariño, se les incorporaría al Movimiento. Hay que ser generosos, camaradas. Hay que tener el alma grande y saber perdonar. Nosotros somos fuertes y nos podemos permitir ese lujo. Yo pido a las autoridades que revisen expedientes y revisen penas. Que lean antecedentes y que vayan poniendo en libertad a esos hombres para que devuelvan a sus hogares el bienestar y la tranquilidad, para que podamos empezar a desterrar el odio, para que cuando venimos a predicar estas cosas grandes de nuestro credo no veamos ante el público sonrisas de escepticismo y acaso miradas de odio, porque tened en cuenta que en el hogar donde hay un preso sin que haya habido delito tiene que anidar el odio"..
Yagüe fue apartado durante algunos meses del mando de las operaciones.

Franco junto a Juan Yagüe en Sevilla en 1936.


La represión fue cambiando de carácter conforme los aliados iban ganando la guerra mundial. A partir de 1945 Franco tuvo que adoptar medidas que lavaran la cara de su régimen y en este sentido se promulgó el Fuero de los españoles. La invasión del valle de Arán por fuerzas comunistas al finalizar la guerra mundial hizo que el ejército entrara de nuevo en labores de represión que, poco a poco, fueron quedando en manos de la Guardia Civil. Los comunistas fueron durante los primeros veinte años del régimen la fuerza más organizada y la que sufrió con más fuerza la represión.
A partir de la segunda mitad de los años cincuenta la universidad empezó a escapar del control de la dictadura y los estudiantes más politizados sufrieron las consecuencias de la represión.
En los años sesenta y setenta el mundo laboral se sumó a los sectores que demandaban cambios y entró en la misma espiral de represión y, lo más sorprendente, sectores de la iglesia católica empezaron a desvincularse del régimen y a participar en labores de oposición.
El 20 de diciembre de 1973 el atentado que costó la vida al presidente del gobierno, Luis Carreo Blanco, situó a la organización ETA como el enemigo más peligroso del régimen.
En 1963 se aplicó la pena de muerte al comunista Grimau y en 1974 fueron ejecutados Salvador Puig Antich y una apátrida de origen alemán.
El 27 de septiembre de 1975 se ejecutaron cinco penas de muerte a dos miembros de ETA y a tres del FRAP. Es la última ocasión en que en España se ha aplicado la pena de muerte.
Franco presentaba a su régimen en los años en los que parecía que la victoria en la guerra mundial se iba a decantar por el Eje como un estado totalitario, pero tras la derrota del nazismo en 1945 tal lenguaje fue abandonado.
Manuel Azaña captó en plena guerra con una gran intuición las diferencias que existían entre el fascismo genuino y el estado que se estaba formando en el bando  nacional.


"En España puede haber muchos fascistas, pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfaran los rebeldes recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo español y tradicional. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. De ese lado el país no da para más" (Azaña, 1937)

Azaña captó el carácter esencialmente reaccionario del bando nacional, muy diferente del aspecto más moderno de los movimientos fascistas de masas. Del fascismo Franco adoptó el gesto y el decorado mientras le fueron útiles.
Tampoco es acertado describir al régimen de Franco como una dictadura militar, si bien fue indudablemente la dictadura de un militar.
Franco fue militar por profesión y temperamento y llegó al poder gracias al apoyo de sus compañeros de armas, teniendo el ejército una importancia decisiva en la formación de su régimen pero el nuevo estado que se estaba formando tenía unas aspiraciones de permanencia que no podían ser sustentadas de manera exclusiva por el ejército. Una dictadura militar tiene siempre un carácter de excepción que la hace incompatible con la aspiración a la permanencia. El mariscal Carmona en Portugal comprendió pronto este extremo y transformó su dictadura, que era fruto de un movimiento militar, en un régimen con vocación de permanencia cuando llamó al doctor Oliveira Salazar a que se hiciera cargo de la jefatura del gobierno. Ello permitió que en el país vecino se implantara un régimen que mantuvo su vigencia durante medio siglo, hasta su derrocamiento por el alzamiento militar del 25 de abril de 1974.
Franco se apoyó en un movimiento militar y, probablemente, sus compañeros de armas vieran en él al jefe ideal de un régimen sin vocación de permanencia. Franco tuvo desde muy pronto una visión providencialista de su mando (caudillaje en su lenguaje) que resultaba incompatible con el mero ejercicio de una jefatura corporativa del ejército. No se veía a sí mismo como un Primus inter pares, aunque puede que los compañeros de armas que lo elevaron a su posición no captaran este extremo. En la exaltación al mando supremo de Franco subyace un equívoco: sus compañeros pretendían nombrar a un generalísimo ( que a pesar de la connotación pomposa de tal título significa simplemente un general que coordina a todos los ejércitos) y poco a poco fueron comprendiendo que habían elegido a un caudillo con aspiración a ejercer el poder supremo sin límite.
El general Miguel Cabanellas, que había ejercido la jefatura de la Junta de Defensa hasta la toma de posesión de Franco el 1 de octubre de 1936 sí que penetró con todo acierto lo que iba a suceder. Cuando los altos mandos militares se reunieron para decidir nombrar un mando único y acordaron que Franco debía ejercer tal mando, Cabanellas les advirtió con palabras que resultaron proféticas:
"Ustedes no saben lo que han hecho porque no le conocen como yo, que lo tuve a mi órdenes en el ejército de África[...] Si, como quieren va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya en la guerra, ni después de ella, hasta la muerte".
Franco, que era consciente de la necesidad de dotar de un cierto grado de institucionalización a su sistema contó para ello con la ayuda de Ramón Serrano Súñer, un abogado del Estado que fue el personaje más influyente durante los primeros años de su régimen y que dio los pasos necesarios para construir un estado que no se limitara a ser lo que, en feliz expresión del propio Serrano, no era al principio más que un simple estado campamental.
A partir de 1942 se eclipsó la figura de Serrano pero tras los distintos cambios de gobierno Franco no perdió nunca de vista la necesidad de dotar de instituciones estables a su régimen, empeño que cristalizó en las distintas leyes fundamentales: fuero del trabajo, ley constitutiva de las Cortes, fuero de los españoles, ley de sucesión, ley de principios del Movimiento y Ley Orgánica del Estado, esta última considerada como la culminación institucional de su régimen.
Conforme fueron pasando los años, la sociedad española se fue alejando de las bases fundacionales del régimen, en un proceso gradual por el que las nuevas generaciones cada vez veían como más lejano y ajeno al régimen vigente. Lo característico de este proceso fue que esta lejanía no se limitaba a los sectores que pidieran verse como los perdedores de la guerra civil sino que fue afectando de manera progresiva a sectores que en principio se consideraban como pertenecientes al bando ganador.
Los monárquicos fueron los primeros de entre los considerados vencedores que empezaron a ver a la figura de Franco como un obstáculo a sus aspiraciones. También fueron los primeros en ver el mando único de Franco como una garantía de futura restauración monárquica. Fue Kindelán, reconocido monárquico, uno de los mandos más decisivos a la hora de otorgar a Franco el poder supremo. Cierto es que militares falangistas como Yagüe también lo apoyaron, pero el factor monárquico fue decisivo. También se percataron pronto del error que habían cometido al pensar que estaban nombrando a un generalísimo y no a un caudillo.
Desde el sector falangista militares como Juan Yagüe sí que apoyaban claramente la idea de un caudillo. Poco antes de que Franco fuera nombrado jefe de estado Yagüe arengó en Cáceres a sus seguidores anunciándoles que pronto tendrían un caudillo.
El sector tradicionalista también apoyó a Franco pero en este caso no disponían de un candidato claro al trono.
El sector monárquico, que tenía en la figura de Juan de Borbón a un posible rey, osciló entre la cooperación y la oposición. El propio Juan de Borbón sintió que Franco estaba ocupando el puesto que a él correspondía de una manera ilegítima y ello se manifestó de manera evidente el último año de vida de Franco, cuando desde Estoril realizó unas declaraciones que suponían una ruptura clara con la figura de Franco. En una alocución celebrada el 14 de junio de 1975 ante representantes de partidos de la oposición moderada Don Juan manifestó que Franco había sido elevado por sus compañeros de armas para llevar a cabo una misión más concreta y circunstancial que la que de hecho venía ejerciendo, dado que había acabado por ejercer la jefatura del estado de manera vitalicia. El día 18 de junio el gobierno español desaconsejó la presencia de Juan de Borbón en España.
Franco actuó con bastante astucia para poder controlar la oposición que más le podía preocupar, que era la de los sectores del bando nacional desilusionados con su clara intención de no abandonar el poder. Con la oposición de los derrotados no se empleó la astucia sino la represión sin matices.
El régimen de Franco fue consecuencia de hechos correspondientes a la realidad española pero la manera cruenta en que surgió, en medio de una guerra civil. hizo que desde un principio los factores internacionales fueran decisivos.
Franco estableció desde muy pronto una eficaz interlocución con la Alemania nazi y la Italia fascista. Al acabar la guerra en 1939, el régimen se situaba claramente dentro de las coordenadas de las potencias del Eje.
Como es sabido, la derrota alemana de 1945 propició una situación de aislamiento del régimen de Franco pero este supo explotar las posibilidades que el anticomunismo occidental ofrecía durante la guerra fría, de tal manera que poco a poco pudo salir del aislamiento. En 1953 se estableció un nuevo concordato con la Santa Sede así como unos pactos militares con los Estados Unidos.


Entrevista con Hitler en Hendaya en 1940.


 Entre 1936 y 1945 fueron contadas las entrevistas que Franco sostuvo con otros gobernantes. En 1940 sostuvo la que quizá resultó más famosa, con Hitler en Hendaya.
En 1941 sostuvo una entrevista con Mussolini y otra con el mariscal Petain.


Con Mussolini y Serrano Súñer en 1941.


En el marco peninsular se estrecharon los lazos con el también régimen dictatorial de Portugal, realizándose encuentros entre Franco y Oliveira Salazar.


Franco y el mariscal Petain en 1941.


En 1947 visitó España la esposa del general argentino Juan Domingo Perón, Eva Duarte.
En diciembre de 1959 tuvo lugar la visita a Madrid del presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, que supuso un claro éxito propagandístico para Francisco Franco.
En 1970 fue visitado por el entonces presidente Nixon. En 1975 otro presidente de los Estados Unidos, Ford, visitó a Franco.


Encuentro de Franco e Eisenhower en 1959.


En el ámbito iberoamericano se produjeron visitas esporádicas, como las del argentino Alejandro Lanusse o el paraguayo Alfredo Stroessner.
También visitó España el emperador de Etiopía Haile Selassie.
Las visitas de gobernantes extranjeros se constituían en auténticos acontecimientos nacionales.


Junto al presidente Nixon.


La política exterior de Franco estuvo marcada por un básico anticomunismo junto con gestos de amistad hacia el ámbito iberoamericano y árabe más retóricos que efectivos.
Un aspecto en el que el régimen de Franco se distinguió del portugués fue el de la política colonial. A diferencia del régimen portugués, que se empeñó en una costosa guerra colonial para mantener intacto su imperio, el régimen español preparó la independencia de sus territorios coloniales cuando comprendió que su permanencia en ellos era a largo plazo insostenible.


Franco y el presidente Ford.


El caso más paradójico lo constituyó Marruecos, por cuanto fue Franco quien se vio obligado a conceder la independencia al territorio del protectorado, cerrando de ese modo un capítulo no sólo de la historia de España sino de su biografía personal, dado que fue la guerra de Marruecos el hito más importante en la trayectoria militar de Franco. En África fue donde se cimentó su carrera militar con sus fulgurantes ascensos y África constituyó su principal baza a la hora de convertirse en el militar más importante del alzamiento de 1936. La independencia de Marruecos fue declarada en 1956.
En 1968 se concedió la independencia al territorio de Guinea Ecuatorial.
El territorio del Sáhara permaneció bajo soberanía española y la tramitación de su independencia supuso una crisis muy grave con el reino de Marruecos, que reclamaba la posesión de dicho territorio, que se complicó con la crisis vital del propio franquismo al coincidir dicha crisis con la enfermedad final de Franco en 1975.
Siguieron bajo dominio español las ciudades de Ceuta y Melilla, entonces denominadas plazas de soberanía.
La reclamación al Reino Unido del peñón de Gibraltar fue una constante del régimen de Franco que, a su vez, era usada como factor emocional de unión. Durante los años cuarenta, cuando España estaba dentro de la órbita de los países del Eje, Gibraltar fue una pieza manejada por la diplomacia de Hitler dentro de su lucha contra el Reino Unido. Se prometió a Franco su recuperación si este participaba en la guerra, en el marco de la denominada Operación Félix. El vuelco de Hitler contra la Unión Soviética hizo que dichos planes quedaran pospuestos.


El almirante Luis Carrero Blanco.


En los años sesenta, la línea política del ministro de asuntos exteriores, Fernando María Castiella, tuvo en Gibraltar uno de sus ejes. La tensión con el Reino Unido aumentó y como culminación de los incidentes, en 1969 el gobierno español cerró la verja de acceso a Gibraltar. Tal medida no doblegó a las autoridades británicas pero consiguió arruinar al colindante Campo de Gibraltar.
Una última cesión que el gobierno español se vio obligado a realizar fue la del territorio de Ifni en 1969.
El abandono de lo poco que quedaba de territorios coloniales no se hizo por convencimiento sino por entender que la correlación de fuerzas no era favorable al mantenimiento de España en dichos territorios.


Franco y el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro.


Franco mantuvo su mando 39 años, que rápidamente fueron redondeados en la cifra de 40 por la conciencia popular. En los tres primeros años su autoridad sólo se ejerció sobre el territorio dominado por el bando nacional, por lo que su dominio sobre la integridad del territorio se ejerció durante 36 años.


El ex presidente de la República francesa, De Gaulle, visita a Franco.


En los primeros años su dominio y autoridad fueron indiscutibles. En los últimos años de su vida, su participación en las tareas de gobierno efectivo se fue reduciendo pero para sus seguidores su autoridad como referencia permaneció intacta.


Última arenga desde la plaza de oriente, el 1 de octubre de 1975, junto al príncipe Juan Carlos.


Franco fue objeto del mayor culto a la personalidad del que ha disfrutado un gobernante en España. El control de la prensa hizo posible la erección de un mito del que no era posible realizar crítica alguna.
En 1966 una nueva ley de prensa, de carácter menos restrictivo, hizo posible la crítica cautelosa de ciertos aspectos de la realidad española, pero la figura de Franco nunca fue sometida a crítica.
La represión, la despolitización y la propaganda hicieron que en los últimos años la figura de Franco se viera más que como el representante de unos intereses políticos, como si fuera parte del paisaje, como algo natural.
El éxito de la estrategia de comunicación resultaba patente, pues lo que se ve como natural no se discute.
Por más importantes que sean los personajes históricos, y Franco lo es, sin duda, hay que realizar un esfuerzo para no olvidar que tales personajes no son lo sustantivo de la historia, son adjetivos.
Si Franco pudo permanecer hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975 en el poder, habrá que reconocerle la suficiente astucia para haber conseguido su empeño, pero no habrá que olvidar que sin el apoyo de fuerzas que consideraban de su interés su mantenimiento en el poder, a la larga hubiera sido imposible tan larga permanencia.
Esas mismas fuerzas fueron las que, una vez desaparecido Franco, comprendieron que la prolongación sin su fundador de un sistema tan peculiar era imposible, y se afanaron en un proceso de transición en colaboración con unas fuerzas de oposición que no tenían fuerza por sí mismas para forzar una ruptura del régimen.
Transcurridos cuarenta años desde la desaparición de Franco, muchas cosas han cambiado, pero también permanecen de manera soterrada malos hábitos en lo que a cultura cívica se refiere, siendo uno de ellos una desconfianza primaria en lo público en general, pues una característica del franquismo fue la de fomentar el interés por que  cada ciudadano se volcara en sus asuntos particulares, dejando el ámbito de lo colectivo en manos de quienes se entendía que eran expertos y sabían.
La sociedad civil española, aunque con importantes avances, sigue siendo débil.
Faltan hábitos de discusión y sobra visceralidad a la hora de presentar y discutir propuestas.
Franco está en la historia, pero ello no lo justifica, pues la historia constata lo que ha ocurrido, pero no lo santifica.
No se puede actuar ignorando que existió, pero preciso es reconocer que la posibilidad de que un régimen de tales características haya podido mantenerse sin grandes dificultades durante un tan largo periodo de tiempo es la expresión de un importante fracaso de España a la hora de poder constituir un sistema político democrático.
Franco fue una persona, fue también la máxima representación de un régimen pero fue en esencia el síntoma de la incapacidad de la sociedad española de los años treinta de establecer unas pautas democráticas de convivencia.