Toda
persona recuerda con nostalgia los solícitos cuidados de que era objeto por
parte de sus padres cuando, de pequeño, caía enfermo.
La
enfermedad, con frecuencia alguna gripe, era un mal pero también suponía,
especialmente en invierno, la oportunidad de liberarse durante algunos días de
la disciplina de la escuela y ser el centro de la atención y preocupación materna,
en una época en la que las madres siempre estaban en casa.
Aún
contando con el abatimiento que la fiebre solía causar, la sensación cierta de
sentirse protegido compensaba en cierto modo el malestar físico que la enfermedad
traía consigo.
Había
con todo, un tipo de mal físico ante el que el pequeño debía soportar no sólo
sus incomodidades, sino el reproche de sus mayores: el resfriado.
Cualquier
otra enfermedad se aceptaba de manera estoica como una fatalidad ante la que no
cabía otra respuesta que la espera de la acción eficaz de las distintas medicinas.
Ante la aparición del resfriado la actitud de los mayores solía ser distinta.
Se partía del axioma no discutido de que el resfriado era consecuencia de algún
descuido y, por tanto, cuando se dejaban ver los primeros síntomas del mismo en
forma de estornudos o toses, a la preocupación de los mayores se añadía el
reproche que estos mismos lanzaban a la pequeña víctima en forma de bronca por
el poco cuidado que esta había tenido.
"¿
Lo ves? Te lo dije, saliste muy desabrigado, no te pusiste la bufanda, ya te
avisé que había corriente".
El
resfriado te convertía en enfermo pero también en culpable. No entraba en la
mentalidad de los mayores la posibilidad de que uno pudiera haberse resfriado
sin tener responsabilidad alguna en tal infortunio.
Existía
una generalizada "criminalización" del resfriado.
Tal
actitud quedaba interiorizada en la mente del joven enfermo, de tal manera que
el proceso de recuperación de la salud se convertía en expiación de una falta,
no ética pero sí de hábito.
A
veces, si uno estornudaba o tosía, era necesario que se esforzara en el empeño
de dejar claro que se trataba de un simple estornudo o una tos esporádica
porque de lo contrario, se activaban de manera automática, todas las sartas de
reproches y acusaciones por nuestro descuido.
Si
uno mismo notaba que el estornudo o la tos no eran esporádicos sino claros
síntomas de haber contraído la enfermedad culpable, procuraba, mientras ello
fuera posible, disimular tales manifestaciones, de tal manera que el
sentimiento de culpa, ya hecho suyo por la joven víctima, recluía a tales
síntomas en el secreto de una clandestinidad condenada al fracaso, pues más
pronto que tarde, la inexorable fuerza de los síntomas se abría paso y rompía
con fuerza las cadenas de la cautela que la víctima quería imponer para
mantener el mal en los límites de su intimidad.
A
la larga toda la maquinaria de precauciones se mostraba como un empeño
fracasado, el resfriado se apoderaba de uno y el reproche y la bronca se
añadían como un complemento necesario al malestar ya de suyo bastante intenso
del resfriado.
Sólo
el transcurso del tiempo lograba atemperar, hasta conseguir su desaparición,
tanto el mal físico como el reproche, que iban disminuyendo a la par hasta que
se producía la curación.
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