miércoles, 29 de julio de 2015

LA "CRIMINALIZACIÓN" DEL RESFRIADO.

Toda persona recuerda con nostalgia los solícitos cuidados de que era objeto por parte de sus padres cuando, de pequeño, caía enfermo.
La enfermedad, con frecuencia alguna gripe, era un mal pero también suponía, especialmente en invierno, la oportunidad de liberarse durante algunos días de la disciplina de la escuela y ser el centro de la atención y preocupación materna, en una época en la que las madres siempre estaban en casa.
Aún contando con el abatimiento que la fiebre solía causar, la sensación cierta de sentirse protegido compensaba en cierto modo el malestar físico que la enfermedad traía consigo.
Había con todo, un tipo de mal físico ante el que el pequeño debía soportar no sólo sus incomodidades, sino el reproche de sus mayores: el resfriado.
Cualquier otra enfermedad se aceptaba de manera estoica como una fatalidad ante la que no cabía otra respuesta que la espera de la acción eficaz de las distintas medicinas. Ante la aparición del resfriado la actitud de los mayores solía ser distinta. Se partía del axioma no discutido de que el resfriado era consecuencia de algún descuido y, por tanto, cuando se dejaban ver los primeros síntomas del mismo en forma de estornudos o toses, a la preocupación de los mayores se añadía el reproche que estos mismos lanzaban a la pequeña víctima en forma de bronca por el poco cuidado que esta había tenido.
"¿ Lo ves? Te lo dije, saliste muy desabrigado, no te pusiste la bufanda, ya te avisé que había corriente".
El resfriado te convertía en enfermo pero también en culpable. No entraba en la mentalidad de los mayores la posibilidad de que uno pudiera haberse resfriado sin tener responsabilidad alguna en tal infortunio.
Existía una generalizada "criminalización" del resfriado.
Tal actitud quedaba interiorizada en la mente del joven enfermo, de tal manera que el proceso de recuperación de la salud se convertía en expiación de una falta, no ética pero sí de hábito.
A veces, si uno estornudaba o tosía, era necesario que se esforzara en el empeño de dejar claro que se trataba de un simple estornudo o una tos esporádica porque de lo contrario, se activaban de manera automática, todas las sartas de reproches y acusaciones por nuestro descuido.
Si uno mismo notaba que el estornudo o la tos no eran esporádicos sino claros síntomas de haber contraído la enfermedad culpable, procuraba, mientras ello fuera posible, disimular tales manifestaciones, de tal manera que el sentimiento de culpa, ya hecho suyo por la joven víctima, recluía a tales síntomas en el secreto de una clandestinidad condenada al fracaso, pues más pronto que tarde, la inexorable fuerza de los síntomas se abría paso y rompía con fuerza las cadenas de la cautela que la víctima quería imponer para mantener el mal en los límites de su intimidad.
A la larga toda la maquinaria de precauciones se mostraba como un empeño fracasado, el resfriado se apoderaba de uno y el reproche y la bronca se añadían como un complemento necesario al malestar ya de suyo bastante intenso del resfriado.
Sólo el transcurso del tiempo lograba atemperar, hasta conseguir su desaparición, tanto el mal físico como el reproche, que iban disminuyendo a la par hasta que se producía la curación.


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