Cada año quedan en los institutos
menos profesores que fumen. Todo el mundo se ha convertido a hábitos más
saludables.
Desde que hace ya algunos años se nos
expulsó a las tinieblas exteriores gracias a la acción de las personas serias,
los recreos se convirtieron en ocasión para que los viciosos nos reuniéramos en
el exterior. Como la mayoría de los viciosos solíamos llevarnos bien, quizá por
la solidaridad engendrada al compartir la misma debilidad, ese momento de
descanso era agradable y apacible.
Sucesivos cambios de destino hacían
que cada vez fuéramos menos, pues los profesores jóvenes, saludables, con
idiomas varios y sobradamente preparados, no fumaban.
Bien es verdad que esporádicamente
aparecía algún fumador cuya presencia y conversación no me resultaban gratos y
que me llevaba a decir entre dientes: ¿ este por qué no dejará el tabaco y
de paso me deja en paz? pero siempre era la excepción.
Ya no queda nadie. Sólo quedo yo. Ahí
estoy, en los recreos, solo, sin nadie con quien hablar, y consolándome con los
versos de Machado: "quien habla solo espera hablar a Dios un día".
Tal vez al final ni siquiera quede yo
porque mi hábito me lleve a hablar con Dios antes de tiempo.
Con todo, ocasión tengo de recordar
no sólo a Machado sino a Jorge Manrique:
"Cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor."
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