Por alguna extraña maldición del
destino me resultan con frecuencia aburridas las cosas que a mucha gente divierten y me interesan cosas que a la
mayoría aburren.
El tipo de debate político que
triunfa en televisión, donde tertulianos infatigables pasan horas y horas
gritando y no respetando jamás un turno de palabra es valorado como algo vivo y
dinámico, siendo así que a mí, a la primera interrupción se me embota la capacidad de concentración.
Aprecio la polifonía en su ámbito más
propio y logrado, que es la música. Con varias voces a la vez Bach construía
piezas milagrosas, que eran expresión al mismo tiempo de arquitectura y poesía.
Hablando varias personas a la vez la
polifonía se convierte en cacofonía y en vez de apreciarse el sentido de lo que
dice cada uno lo que se percibe es más bien el ruidoso concierto de varias
voces que se desgañitan en una variante televisiva de la darwiniana lucha por
la vida en la que se acaba imponiendo el más fuerte.
No hay auténtico debate, con
argumentos sólidos. Nada surge que muestre en mínimo grado el ingenio que se
requiere para mantener una auténtica discusión.
La artillería se impone a la esgrima
y yo, que he sido artillero a pesar mío y en contra de mi voluntad, valoro más
la habilidad del practicante de esgrima que la mera imposición física de la
superioridad artillera.
También se comparan a veces los
debates con imágenes pugilísticas, hablando de cosas tales como que fulanito
consiguió acertar directamente en la mandíbula de su contrincante.
Esta forma de debatir se parece demasiado
al humor rancio, donde abunda la sal gorda y está ausente la ironía.
Al parecer, el incombustible político
italiano Giulio Andreotti pensaba que en la política española faltaba finura (manca finezza).
El grito es expresión física, no
intelectual.
Siempre es mejor mostrar que decir.
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