Desde los clásicos como Platón ha
sido frecuente la comparación del estado con una nave y del gobernante con un
timonel.
También han menudeado imágenes en las
que se ve al gobernante como un guía, conductor o caudillo.
Común a todas estas imágenes es la
idea de alguien que está al mando para llevar una nave o vehículo de un sitio a
otro.
Algunos sólo pueden llevar a su
pueblo a las puertas de la Tierra Prometida, como Moisés, que no pudo más que
entreverla y dejar a Josué la culminación de la obra (muchos siglos después se
repitió el caso con Roosevelt, que no pudo más que atisbar la victoria de sus armas,
que sólo pudo culminar su sucesor Truman).
También de Suárez se dijo que
"pilotó" la transición, palabra esta última que no deja de ser una
metáfora gastada, pues alude a un camino que se recorre desde un punto de
partida definido hasta un punto de llegada deseado.
Ya hablemos de pilotos, de caudillos
o de guías, estamos refiriéndonos a personas que dirigen, mandan.
Rajoy no encaja en ninguna de estas
imágenes. Difícil es ver en él a un guía o caudillo. Ni la más poderosa
imaginación podría evocar su estampa en forma de estatua ecuestre. Nadie puede
ver en él al hombre que está al timón.
Con todo ha demostrado ser un hombre
al que resulta muy difícil apartar del lugar que ocupa. Personas que puede que
se consideren más cultivadas (Gallardón), más astutas(Esperanza Aguirre) o más
experimentadas(Aznar) apenas cuentan para el actual momento político.
Rajoy, como el "Yo Claudio"
de Robert Graves, es un superviviente en un nido de serpientes en el que los
más hábiles sucumben y los que se mantienen lo hacen a base de disimular sus
ambiciones y posibilidades.
Nadie como él ha sido tan capaz de
justipreciar las ventajas del corcho frente a las de la más equipada
embarcación.
Rajoy no pilota ninguna nave. No
gobierna.
Rajoy flota.