Tiene
razón mi amigo Fernando Sanz Moreno cuando habla de lo mucho que ha cambiado,
para bien, la asignatura de Educación Física tal como se concibe hoy en
comparación con lo que por ello se entendía en los años 70.
Entonces todo se reducía a ponerse en una fila para saltar ya fuera el potro o cualquier otro instrumento de tortura. Nadie te explicaba cómo se hacía pero como siempre había algún imbécil que lo hacía bien, desde ese momento los demás no teníamos excusa pues había quedado demostrado que se podía hacer.
Entonces todo se reducía a ponerse en una fila para saltar ya fuera el potro o cualquier otro instrumento de tortura. Nadie te explicaba cómo se hacía pero como siempre había algún imbécil que lo hacía bien, desde ese momento los demás no teníamos excusa pues había quedado demostrado que se podía hacer.
En
el Instituto de San Isidro nos reunían a dos grupos a la hora que tocaba lo que
todos llamábamos gimnasia. Para simplificar, pues no puedo recordar tras tantos
años la letra de los grupos, vamos a llamarlos grupo A y grupo B. Si fallaba
algún miembro del A se descojonaban los del B. Si fallaba alguno del B se
descojonaban los del A. Si era yo el que fallaba se descojonaban tanto los del
A como los del B. Fue en aquel momento cuando descubrí en mí la capacidad de
generar consensos que luego han solido reconocerme.
Mi
poca habilidad con el potro se veía compensada con creces si de correr se
trataba, pues, ligerito de cuerpo como era, ahí podía cobrar ventaja dejando
atrás a más de uno de los que habían participado en la algazara general ante mi
mal desempeño con el potro.
Aquella
asignatura no estaba dignificada. Los compañeros de Educación Física lucharon
para que su asignatura se diera en las debidas condiciones.
Hoy
a nadie se le ocurriría que alguien de francés o de filosofía o de historia
impartiera la Educación Física.
Hay
asignaturas en las que esta dignificación no se ha dado. Año tras año se
entrega la asignatura de Música a personas que no distinguen una corchea de una
redonda y, por supuesto, los encargados de otorgar la plaza puede que piensen
que la garrapatea es un apellido vasco. Nadie daría la asignatura de dibujo a
un especialista en literatura pero en España la música merece el mayor de los
desprecios.
Así
nos va: enemigos de la música y amigos del ruido y, sobre todo, sordos para la
música y me temo que para la argumentación.
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