jueves, 27 de abril de 2017

COSAS DEL TRABAJO.

Cuando participé en mi primer claustro como profesor de instituto, en octubre de 1988, acudí lleno de emoción, pensando que ingresaba en un club de gente interesante y selecta.
Me puse a escuchar y a observar. Lo que empecé a escuchar pronto dejó de interesarme: que si hay que subir por estas escaleras, bajar por las otras, que si el timbre de entrada, el de salida, etc.
Mi atención se apartó de lo que los distintos oradores iban diciendo y me dediqué más bien a mirar caras y gestos, hasta que tropecé con mi mirada en una colega algo mayor que no prestaba gran atención a lo que allí se decía y que entretenía sus afanes sin ningún tipo de complejo haciendo punto.
Empecé a tener una idea menos elevada de la profesión.
Ahora, a casi treinta años de distancia, puedo decir que he conocido a gente muy valiosa, pero también a algunos que no lo eran tanto.
También puedo decir que quizá comprendo mejor a la compañera que hacía punto: a saber la cantidad de años que llevaba a sus espaldas escuchando tópicos y sandeces.
Con posterioridad estuve en un centro donde las disputas y acusaciones personales eran tales que decidí comprarme unos tapones  que me ponía en los oídos para dejar de oír majaderías cada vez que había una reunión. Lo único malo de aquella precaución era que como me colocaba los tapones en la calle, para evitar ser observado,  a punto estuve de ser atropellado por un coche. Hubiera sido un accidente laboral: muerto cuando trataba de no oír estupideces.
En aquel sitio la situación llegó  a ser tan insostenible que se me llegó a ocurrir la idea, que no llevé a cabo, de contratar a los músicos de la cabra para que se pusieran a actuar a una señal mía, puesto que la sala de reuniones era perfectamente visible desde la calle , cada vez que uno de los impenitentes plastas hablara, y de ese modo, boicotear su intervención.
Gente extraña me he encontrado. En un centro tuve de compañero de guardia a un tipo que daba lengua y que sistemáticamente se dirigía a mí diciendo: "hostia, colega, es que yo soy del Liverpool y tengo en mi casa un montón de camisetas del equipo". Yo me limitaba a pensar para mí mismo: pues bueno es saberlo pero qué quieres que te diga.
En fin, no todos son así, por fortuna, pero hay cada uno....empezando por mí mismo, que en cierta ocasión, harto de que un alumno estuviera constantemente tirando un sacapuntas al suelo, me apropié del mismo y lo arrojé por la ventana. No lo aceptó de buen grado el alumno y puso los hechos en conocimiento del jefe de estudios. Cuando acudí al despacho llamado por el mismo, este ocupaba un asiento, el alumno agraviado por la pérdida del sacapuntas ocupaba otro asiento , luciendo una gorra con la visera hacia atrás y yo de pie. Como quiera que el jefe de estudios, ser bastante anodino por otra parte, no dijera nada, yo le indiqué al niño del sacapuntas que se quitara la gorra y que me dejara su asiento. En lo que respecta al sacapuntas, no me acuerdo lo que argumenté, pero la cosa no pasó a mayores. Tiempo después tuve otro problema con él, pero eso nunca lo contaré.
En fin, que hay mucha gente que merece la pena, pero visto a la distancia, yo esperaba algo mejor.


jueves, 20 de abril de 2017

ALGUNA COSA SOBRE MÚSICA.

Es la música un lenguaje que está estructurado mediante frases pero que no consta de nada equivalente a la palabra. Tiene por ello una sintaxis pero carece de semántica.
Al no poseer palabras carece de denotación. La denotación precisa, delimita, determina. La precisión que la palabra nos permite otorga al lenguaje dotado de la misma de concreción.
Al carecer la música de esa dimensión, de paradigma, se convierte en un lenguaje que no dice nada en concreto, pero en tal limitación radica gran parte de su riqueza, dado que su falta de eficacia denotativa se convierte por ello mismo en capacidad de connotación infinita.
La emoción que la música puede brindar deriva de esa capacidad connotativa.
Dado que la música posee sintaxis está dotada de estructura. La belleza deriva de ese orden constructivo sin el cual la obra de arte no existe. La estructura, necesaria para reducir a orden lo que de otro modo sería caos, produce satisfacción y en la  medida en que el orden es inteligente, admiración.
La belleza de una obra se nos impone cuando ese orden, construido por el autor y, por tanto, artificioso, consigue parecernos como natural.
Una obra de arte se crea, se inventa, no se descubre, a diferencia de los hallazgos científicos.
El talento del autor se muestra cuando ese orden inventado se impone con la naturalidad de algo descubierto.
La obra de arte fracasada es la que no consigue que olvidemos la construcción, apareciendo siempre ante nosotros como algo hecho y no algo dado.
El gran creador inventa, pero parece que descubre. Consigue mostrar como ley necesaria lo que en sí no es más que artificio contingente.
En la cosmovisión tradicional el mundo es contingente y ha sido creado por Dios, ser necesario. En la obra de arte lograda, el creador, ser concreto, particular y contingente, trae al ser un producto que nos parece necesario, como si ya estuviera ahí desde siempre y el creador no hubiera hecho otra cosa que descubrirlo.
Supremo engaño es el que está tras la suprema verdad de una obra conseguida.


martes, 11 de abril de 2017

¿NUEVOS USOS PARLAMENTARIOS?

Se ha impuesto últimamente un estilo bronco en la oratoria de algunos diputados.
No es nuevo el recurso al insulto en el parlamento español y en otros parlamentos. Tampoco es novedoso su uso no como expresión de acaloramiento sino como táctica.
El insulto, nunca recomendable pero siempre presente, se produce en la comunicación cotidiana cuando alguien se siente ofendido y se deja llevar de su temperamento perdiendo el control. Es una situación que a casi todo el mundo le ha ocurrido alguna vez.
Lo nuevo reside en la intensidad del uso del insulto no como resultado de un esporádico acaloramiento sino como recurso dialéctico por parte de quien habla.
No estamos ante alguien que se ha dejado arrebatar por un momento de genio sino ante quien deliberadamente insulta, con frialdad.
Los grandes parlamentarios destacaban por el ingenio con que eran capaces de discutir, pareciéndose su dialéctica a la esgrima, por la agilidad y rapidez con que eran capaces de asestar el golpe definitivo contra el adversario.
El estilo, por llamarlo de algún modo, que se está imponiendo ahora recuerda más bien al boxeo que a la esgrima, pero no al boxeo elegante del estilista sino al torpe del púgil ayuno de técnica pero sobrado de fuerza física.
Nada sabe el moderno parlamentario de la sabia máxima de Quintiliano, " suaviter in modo, fortiter in re", retomada en el siglo XVIII por Lord Chesterfield: suave en el modo; fuerte, contundente en la materia.
Tampoco vendría mal al parlamentario actual aprender algo de Francisco Silvela, con su dialéctica basada en el "puño de hierro en guante de seda".
El insulto, aparte de degradar a quien lo profiere, ofende a la inteligencia del público, pues en su contundencia casi física se muestra como una coerción hacia el mismo: presenta al público como cosa demostrada lo que tendría más bien que plantearse como materia disponible para permitir que el público, en uso de su inteligencia, llegara a sus propias conclusiones.
Resultado de imagen de FRANCISCO SILVELA
Francisco Silvela
Lo más inteligente (también lo más difícil) por parte de quien ejercita una labor dialéctica (y la de parlamentario debería serlo) es mostrar más que decir.
Cuando alguien es capaz de mostrar ante el público evidencias, no hace falta que las vista con insultos. El que insulta no se contenta con mostrar sino que lo que quiere es decir, no deja al oyente el ejercicio de su libertad sino que pretende llevarlo por el cuello hacia la conclusión deseada. Parece que se insulta al contrincante pero en realidad se está insultando al público, a través de la violencia del insulto, como si se le dijera a este público: "¡fíjate!.
Las redes sociales no son ajenas a este empleo torpe de la dialéctica, con su afán por el impacto inmediato, casi nunca compatible con el ejercicio del razonamiento.
El nuevo estilo parlamentario es decepcionante por cuanto no trae aire fresco a una institución anquilosada. Más bien se parece a quien ante una reunión que no le place, decide arrojar una bomba fétida. Quien así se comporta no es un innovador, es un gamberro, la cosa menos nueva del mundo.
Lo que consigue el parlamentario que hace uso del insulto como recurso es que en vez de fijarnos en las fechorías que quiere denunciar nos fijemos en su modo de relatarlas, de tal manera que al final lo que se logra es que hablemos más de su mal estilo que de lo que ha pretendido poner a la vista.
El resultado no hace más que beneficiar a quien estaba acusado, que en vez de dar cuenta de sus hechos, se puede presentar como víctima de los malos modos de quien le acusa.
Es justo la inversión del inteligente planteamiento de Francisco Silvela: puño de seda en guante de hierro.

Ineficacia y ruido.

sábado, 1 de abril de 2017

SENSATA PETICIÓN.

Entre otras sutilezas el Director General de Tráfico ha dicho que el piso asignado y reformado que tanto está dando que hablar es un derecho que le corresponde dada su condición de funcionario del grupo A.
No sé si será cierto que este señor sea funcionario del grupo A pero lo que  es indudable es que yo lo soy desde 1988 y le estoy agradecido por la información que me ha proporcionado pues hasta este preciso instante yo ignoraba que tuviera tal derecho.
Me tengo que desplazar todos los días desde Madrid hasta la localidad de Algete. Creo que después de tantos años tengo derecho a alguna consideración y por tanto solicito vivienda en dicha localidad para hacer uso de ella cada vez que no me apetezca desplazarme hasta mi domicilio en Madrid. También creo que tengo derecho a desplazarme con la dignidad debida y por tanto solicito un vehículo adecuado a mi representación, no descartando el uso de carroza tirada por caballos cada vez que la solemnidad del momento lo exija, por ejemplo, para acudir a la celebración de la Graduación ( o no Graduación en muchos casos) de los alumnos de Bachillerato.

Creo que es una petición ajustada a derecho, sensata y que no me será denegada, por más que mi humilde labor no pueda ser comparada en modo alguno con la gran aportación de servicio que sin duda ha prestado el actual Director General de Tráfico.