Cuando participé en mi primer
claustro como profesor de instituto, en octubre de 1988, acudí lleno de
emoción, pensando que ingresaba en un club de gente interesante y selecta.
Me puse a escuchar y a observar. Lo
que empecé a escuchar pronto dejó de interesarme: que si hay que subir por estas
escaleras, bajar por las otras, que si el timbre de entrada, el de salida, etc.
Mi atención se apartó de lo que los
distintos oradores iban diciendo y me dediqué más bien a mirar caras y gestos,
hasta que tropecé con mi mirada en una colega algo mayor que no prestaba gran
atención a lo que allí se decía y que entretenía sus afanes sin ningún tipo de
complejo haciendo punto.
Empecé a tener una idea menos elevada
de la profesión.
Ahora, a casi treinta años de
distancia, puedo decir que he conocido a gente muy valiosa, pero también a
algunos que no lo eran tanto.
También puedo decir que quizá
comprendo mejor a la compañera que hacía punto: a saber la cantidad de años que
llevaba a sus espaldas escuchando tópicos y sandeces.
Con posterioridad estuve en un centro
donde las disputas y acusaciones personales eran tales que decidí comprarme
unos tapones que me ponía en los oídos
para dejar de oír majaderías cada vez que había una reunión. Lo único malo de
aquella precaución era que como me colocaba los tapones en la calle, para
evitar ser observado, a punto estuve de
ser atropellado por un coche. Hubiera sido un accidente laboral: muerto cuando
trataba de no oír estupideces.
En aquel sitio la situación
llegó a ser tan insostenible que se me
llegó a ocurrir la idea, que no llevé a cabo, de contratar a los músicos de la
cabra para que se pusieran a actuar a una señal mía, puesto que la sala de
reuniones era perfectamente visible desde la calle , cada vez que uno de los
impenitentes plastas hablara, y de ese modo, boicotear su intervención.
Gente extraña me he encontrado. En un
centro tuve de compañero de guardia a un tipo que daba lengua y que
sistemáticamente se dirigía a mí diciendo: "hostia, colega, es que yo soy
del Liverpool y tengo en mi casa un montón de camisetas del equipo". Yo me
limitaba a pensar para mí mismo: pues bueno es saberlo pero qué quieres que te
diga.
En fin, no todos son así, por fortuna,
pero hay cada uno....empezando por mí mismo, que en cierta ocasión, harto de
que un alumno estuviera constantemente tirando un sacapuntas al suelo, me
apropié del mismo y lo arrojé por la ventana. No lo aceptó de buen grado el
alumno y puso los hechos en conocimiento del jefe de estudios. Cuando acudí al
despacho llamado por el mismo, este ocupaba un asiento, el alumno agraviado por
la pérdida del sacapuntas ocupaba otro asiento , luciendo una gorra con la
visera hacia atrás y yo de pie. Como quiera que el jefe de estudios, ser
bastante anodino por otra parte, no dijera nada, yo le indiqué al niño del
sacapuntas que se quitara la gorra y que me dejara su asiento. En lo que
respecta al sacapuntas, no me acuerdo lo que argumenté, pero la cosa no pasó a
mayores. Tiempo después tuve otro problema con él, pero eso nunca lo contaré.
En fin, que hay mucha gente que
merece la pena, pero visto a la distancia, yo esperaba algo mejor.