lunes, 12 de agosto de 2019

¿DOS CRISIS MINISTERIALES?



Lo más significativo de los momentos verdaderamente históricos consiste en que quienes los viven realmente no saben la trascendencia de lo que está aconteciendo. Es el famoso "sindrome de Fabrizio", llamado así por el protagonista de la Cartuja de Parma, que, presente en la batalla de Waterloo, no asiste a un cuadro épico sino a una incongruente sucesión de escenas ante un campo de berzas, apenas combate y cuando por fin pasa el emperador, no advierte su presencia confundiéndolo con un militar cualquiera.
En los momentos históricos, "aquel momento" todavía no era aquel momento que la historiografía fijará con los vívidos colores de un cuadro épico.
Estas consideraciones tienen que ver con esta página del diario La Vanguardia, en la que el corresponsal ante la Sociedad de Naciones en Ginebra da información acerca de la solución de dos crisis gubernamentales en dos países europeos en enero de 1933: la Francia de la Tercera República y la Alemania de la República de Weimar. El corresponsal informa con honestidad y sobriedad acerca del nombramiento de dos jefes de gobierno: el francés Édouard Daladier y el muy reciente ciudadano alemán Adolf Hitler, concediendo la misma importancia a ambos acontecimientos, lo cual se ve reflejado incluso físicamente en la disposición de los titulares del diario. Francia y Alemania son dos potencias de similar importancia y sus vicisitudes políticas deben ser atendidas con la misma diligencia. Es más, en ese momento concreto, Francia, aunque en crisis, es una potencia vencedora de la Gran Guerra, mientras que la joven república alemana se siente humillada por la derrota y por las disposiciones del Tratado de Versalles.
¿No era sagaz el corresponsal al no advertir que no se trataba de dos crisis políticas equiparables? Nosotros ya sabemos el final de la historia pero el redactor la está viviendo y no hay nada en ese momento que le permita adivinar la tragedia que está a punto de desencadenarse. Que Hitler es un demagogo peligroso, el corresponsal lo sabe, pero razona con la esperanza de que una cosa sean las bravatas del agitador que persigue el poder y otra su actuación una vez instalado en el mismo.
En apenas un mes, los comunistas serían encarcelados, los socialistas y conservadores hostigados, empezaría a hacerse la vida difícil a los judíos. En seis meses, quedarían proscritos todos los partidos políticos excepto el nazi, así como las organizaciones sindicales. En un año, tras la muerte del anciano presidente Hindenburg, Hitler acapararía todo el poder. El resto es historia terrible y conocida que tendría su final en Berlín en abril de 1945 con un escenario wagneriano de Ocaso de los dioses.
El redactor no se equivoca. Vive. Nadie es capaz de saltar por encima de sus propios condicionamientos temporales.
Hoy sabemos de la distinta importancia histórica de Daladier y de Hitler, pero en el momento de la redacción de la noticia Daladier era ya un político consolidado mientras que Hitler aparecía como un aventurero de futuro quizá incierto, pero nadie habría podido prever las dimensiones bíblicas de la tragedia por la que empezaba a deslizarse la civilización.
La historia acontecida adquiere un aspecto pétreo de necesidad. Por ello nos volcamos sobre ella con nuestro arsenal analítico de causas y consecuencias. Sabido es que ni siquiera la omnipotencia divina podría hacer que lo ya sucedido no haya acontecido. Sin embargo, esa contundencia determinista de lo ya acaecido nos oculta la contingencia de lo que aún está sucediendo. La historia sabemos cómo fue, pero podría haber sucedido de otra manera. Sólo lo ya pasado es como es de forma necesaria pero ha llegado a ello de manera contingente. El ascenso de Hitler fue todo menos inevitable. Muchos errores de cálculo se cometieron para que un hombre así pudiera durante doce años marcar el destino de la humanidad.
Las crónicas periodísticas puede que no tengan el empaque académico que aportan los historiadores tras investigar lo ya sucedido pero aportan por el contrario un elemento de indeterminación e incertidumbre que no siempre se da entre los historiadores. El periodista ha de dar cuenta de unos acontecimientos que en ese preciso instante están sucediendo. No puede, por tanto, hacer deducciones precisas, si acaso conjeturas más o menos fundadas. Esa imprecisión, que desde la perspectiva académica puede ser calificada como un defecto, desde una perspectiva más vital quizá nos aproxime mejor a la verdadera vivencia de unos acontecimientos que no están fijados, no están escritos.
En ocasiones, el relato histórico más concienzudo no es capaz de captar ese elemento de indeterminación. Ello se refleja incluso en el distinto estilo de las prosas del periodismo y de la historiografía. Los historiadores tienden a abusar del recurso del futuro para hablar del pasado, en expresiones del tipo "ello es lo que causará en última instancia....". Ese empleo del futuro para referirse al pasado envuelve a este pasado de un determinismo que no acierta a captar la esencial incertidumbre de toda acción humana.
A nosotros, que ya sabemos el discurrir de la historia, nos sobrecoge la simetría analítica y geométrica de esta página de La Vanguardia de enero de 1933.

sábado, 10 de agosto de 2019

DE MESAS Y CONSTITUCIONES.


En el mes de diciembre del 2018 comenté cómo mi mesa de trabajo tenía los mismos años que la Constitución. Fue un regalo de mi abuela materna con motivo de mis 18 años. El gobierno de Adolfo Suárez declaró la mayoría de edad a los 18 en vez de los 21 hasta entonces vigentes, de tal manera que fui de los primeros en gozar de la mayoría de edad a esa edad.
Recuerdo que comenté en 2018 que al igual que mi mesa, la Constitución había ido envejeciendo y por tanto necesitaba algunos retoques.
No puedo ir mucho más allá en lo que se refiere a las vidas paralelas de la Constitución y de mi mesa. Ni soy Plutarco ni soy Alan Bullock pero debo con todo señalar algo de lo sucedido con mi mesa por si pudiera interesar a algún experto constitucional.
El hecho es que hará unos 15 días mi mesa, que aunque desvencijada, había resistido más o menos los embates del tiempo de repente....PATAPAM, cayó totalmente derruida y quedó tan arrasada como Cartago a manos de Escipión. Tendría que haberla cambiado hace un tiempo pero no lo hice y al final me quedé sin mesa. Ahora tengo una nueva, más pequeña y coqueta con la que estoy satisfecho.
En fin, que es mejor cambiar las cosas a su debido tiempo que esperar a que se nos caigan encima.
Con todo, temo que no haya políticos capaces de poner las luces largas. Ellos sabrán.