viernes, 21 de mayo de 2021

DISCURSO DE GRADUACIÓN 2021.

 

En primer lugar quiero agradecer la oportunidad de poder dirigirme una vez más a los alumnos que al concluir el segundo curso de Bachillerato culminan un ciclo de la enseñanza tan importante y que tantos recuerdos deja siempre en quienes lo hemos vivido. Tampoco quiero en esta ocasión olvidarme de los alumnos que el año pasado culminaron su estancia con nosotros y que tan triste despedida tuvieron cuando algo infinitamente pequeño causó un daño infinitamente grande y frustró planes, ilusiones y, por desgracia, truncó vidas. Siempre me acompañará la pena de no haber podido despedir a aquella promoción como se debía y ellos merecían.

En esta ocasión el agradecimiento tiene para mí un carácter especial dado que, como es sabido, desde enero ya no pertenezco al Cuerpo de Profesores en el que durante más de 32 años he intentado prestar un servicio a la sociedad y a las distintas promociones de alumnos que a mi cargo han estado.

Hoy hablo desde mi nueva condición como jubilado, y me ilusiona que pueda tener esta inesperada oportunidad que me rescata por un momento de mis pasivos quehaceres.

Hoy despedimos en teoría al Bachillerato, es decir, a los cursos de 2019 a 2021, y sé que más de un alumno no cursó la ESO con nosotros. Con todo, me resultaría un tanto artificial limitarme a estos dos años, pues a muchos de vosotros os conocí desde niños, allá por septiembre de 2015, a unos por tener con vosotros clase directa, a otros por las guardias. Muchos recuerdos me vienen a la memoria de aquellos años. Todavía recuerdo a alguno de vosotros admirado ante un alumno repetidor llamado como yo, Gabriel, grande de cuerpo y ante el que escuchabais sus historias, en cuanto sonaba el timbre y concluía la clase, como si de un viejo lobo de mar se tratara. Recuerdo vuestra actitud participativa pero atropellada a la hora de intervenir, y ¿cómo no?, vuestra habilidad para conseguir desviarme de la lección que pretendía desarrollar y al final lograr que termináramos hablando de todo. También recuerdo cómo más de un alumno tuvo oportunidad de lucir sus artísticas cualidades, caso por ejemplo del que yo llamaba "niño cantor".

Pasaron los años, fuisteis madurando, o por lo menos eso quiero creer. Terminada la etapa de la ESO os encontré a la mayoría en primero de Bachillerato. Eran cursos numerosos pero el ambiente era grato hasta que llegó el fatídico día 10 de marzo de 2020 y cuando pensábamos que en quince días nos volveríamos a ver, todo se fue al traste. Todos tuvimos que improvisar una nueva manera de trabajar. Llegó un confinamiento que ni en nuestras peores pesadillas podríamos haber imaginado. Algunos lo sobrellevaron mejor, otros peor, para mí fue desolador.

Todos hicimos un esfuerzo grande para poder llevar el curso a buen puerto aunque fuera en esas penosas condiciones.

De repente nos vimos invadidos por un alud de correos con trabajos que prescribíamos  para poder mantener, en la medida de lo posible, el pulso del curso. A esto hay que añadir informes de todo tipo que debíamos enviar a la inspección educativa. Yo procuraba dar un margen amplio de tiempo para la entrega de los trabajos con el fin de que no se me acumulara en un solo día la labor de corrección pero siempre recibía la mayor parte de los trabajos el último día fijado. En un primer momento ello me producía enfado pero también comprendía que es una ley casi universal en el estudiante la de postergar para la última hora la realización de tareas y que todas las generaciones de estudiantes han solido hacer lo mismo. Por último me daba cuenta de que en realidad no tenía derecho a enfadarme porque yo también actuaba así en mi época de estudiante.

En aquellos tristes días tampoco dejaron de producirse situaciones cómicas y divertidas: en una ocasión, cuando me disponía a revisar un trabajo de una alumna sobre mi materia, filosofía, empecé a ver que en tal trabajo se me hablaba de la reproducción de las plantas, tema apasionante donde los haya. Sin duda la alumna había equivocado al profesor destinatario del trabajo. Recuerdo que le respondí que si bien yo había aprendido bastante acerca de la reproducción de las plantas, con todo me daba la sensación de que había enviado erróneamente el trabajo.

En otra ocasión recibí un correo de la profesora Carmen de matemáticas en la que me refería que aunque yo iba bien en matemáticas, con todo debía esforzarme más. Le respondí que estaba dispuesto a mejorar en matemáticas todo lo necesario pero que tenía la impresión de que me había confundido con otro Gabriel, como efectivamente así fue. Por no faltar a este cúmulo de confusiones yo también aporté mi contribución, pues quise explorar por mi cuenta cómo se creaba una sala telemática y, efectivamente, la creé, pero de forma inopinada me vi de repente en la pantalla de mi ordenador ante una señora que no había visto en mi vida y que me preguntaba que quién era yo. Salí como pude de una sala que pensaba que había creado pero al parecer no fue así sino que supongo que lo que ocurrió es que me sumé a alguna reunión ya existente.

Cuando a finales de junio vine para firmar las actas de fin de curso, estábamos nada más que los profesores y el personal de secretaría. Recuerdo que una vez cumplido el trámite legal subí al aula donde había dado mi última clase el día 10 de marzo y estuve allí un par de minutos solo, tenía necesidad de volver a un lugar del que fui arrancado de manera abrupta.

 

En septiembre nos pudimos reencontrar, eso sí, con las nuevas medidas y esas incómodas mascarillas que dificultan la expresión, si bien hay que reconocer que, al ocultarnos el rostro, a algunos como a mí nos favorecen en extremo.

Hay que admitir que habéis tenido muy mala suerte. Vuestros años de Bachillerato han estado marcados por unos largos meses de ausencia y luego por un sistema semipresencial alternativo que ha hecho muy difícil la labor tanto de alumnos como de profesores.

Tanto vosotros como vuestros profesores os habéis tenido que adaptar a un sistema que tiene su lugar como herramienta auxiliar pero que nunca puede sustituir a una clase presencial. No se puede transmitir una clase pues una clase no es una conferencia, tampoco ciertamente un discurso. En una clase hay momentos de atención, de distensión, de broma, de tensión a veces. Esa dinámica vista a través de una pantalla puede dar una impresión engañosa.

La enseñanza necesita el contacto humano. Las situaciones de emergencia han de ser tratadas con medidas de emergencia pero es de desear que más pronto que tarde se pueda recuperar la normalidad.

Los seres humanos no estamos preparados para valorar la normalidad, las cosas que damos por supuesto. Nos quejamos a veces por motivos insignificantes y sólo cuando ocurre algo excepcional, como desde hace año y medio nos ha acontecido a todos, nos damos cuenta de lo importante que es lo cotidiano, lo que nos parece habitual. La rutina tiene poco prestigio pero cuando se pierde nos damos cuenta de su importancia.

A lo largo de estos años habéis tenido que cursar muchas materias. Como no puede ser de otro modo, algunas os han resultado más interesantes que otras pero todas son importantes. Es cierto que muchas de las cosas aprendidas se olvidan pero nuestra mente pese a ello se enriquece. No es lo mismo olvidar que no haber sabido nunca algo. Lo importante es estar siempre abierto a aprender nuevas cosas, mantener la curiosidad y el asombro, que es la base del conocimiento.

No pensemos nunca que lo sabemos todo. Yo sigo considerándome un estudiante, no un maestro. Hablando con Pablo este año le comenté que me gustaría, ya liberado de mis obligaciones laborales, poder asistir a esas imaginativas excursiones a Madrid cuando las circunstancias lo permitan y se puedan reanudar las actividades extraescolares, para de ese modo poder aprender lo mucho que de un hombre sabio como Pablo se puede aprender. El día que pensemos que nada tenemos ya que aprender habrá muerto en nuestro espíritu algo muy importante.

El paso de la escuela al instituto supuso un cambio. El paso del instituto a otro tipo de estudios también supondrá un cambio y como tal puede que os resulte difícil. En la escuela el maestro estaba muy pendiente. En el instituto el profesor también lo está, pero de otro modo. En los estudios superiores vais a gozar de más libertad pero la libertad es un aprendizaje difícil. A más de uno le cuesta trabajar con libertad pues la libertad va unida a la autonomía y la autonomía exige madurez. Es de desear que estéis al nivel de esa madurez que implica pasar del nivel simplemente escolar al nivel ya académico. Si ello es así, nuestra labor como profesores habrá tenido un fruto positivo.

 

También vais a ser mayores de edad si es que no lo sois ya. Vais a ser ciudadanos que no debéis desentenderos de los asuntos públicos que a todos nos afectan. Todas las sociedades están en proceso de cambio y siempre los cambios, en costumbres, modo de organización política, social, producen inquietud. Jamás hemos tenido más oportunidades para estar informados pero es cierto que a veces no sabemos distinguir lo importante de lo llamativo. Hay mucho ruido en nuestro tiempo, demasiado grito y poca argumentación. Estamos en un régimen de opinión pública y es bueno opinar, pero las opiniones hay que trabajarlas con el estudio y la formación. Se suele decir que tenemos derecho a opinar de todo y no es así. Para opinar hay que saber y hay que formarse.

Ahora iniciáis un nuevo camino. Los cambios de etapa siempre son difíciles y más en vosotros que en algunos casos puede que hayáis convivido con vuestros compañeros muchos años, algunos desde la primera infancia. Ahora vuestras trayectorias os irán distanciando y aunque puede que mantengáis las amistades aquí hechas, la exigencia de vuestros estudios hará que sea más difícil mantener el contacto.

Es difícil marcharse de los sitios. Cuando estamos en ellos muchas veces el hartazgo normal que todo quehacer puede generar hace que sintamos deseos de marcharnos pero cuando por fin lo hacemos nos damos cuenta de lo mucho bueno que también dejamos atrás. Al principio puede que alguno de vosotros realice visitas al centro, al igual que yo lo hago a veces. Poco a poco vuestras visitas se irán espaciando y un día dejaréis de venir, como también lo haré yo sin duda. El edificio permanecerá pero las caras cada vez serán más desconocidas hasta que llegue el momento en que tanto vosotros como yo no tengamos ya a quién visitar o saludar. Sin embargo ello no querrá decir que el instituto haya desaparecido definitivamente de nuestras vidas, pues el instituto no es simplemente el edificio, son también las experiencias y vivencias en él acaecidas y ellas es de esperar que sí permanezcan en nuestros corazones como algo grato.

Las despedidas tienen esa mezcla de alegría y tristeza difícil de describir pero son necesarias.

Hoy muchos de vosotros termináis vuestra estancia en el centro. Yo también la terminé en diciembre después de más de quince años.

A lo largo de este período habrá muchos aspectos del centro que no os hayan gustado o no os hayan resultado satisfactorios. También habrá más de una crítica que podéis formular a nuestras actuaciones. Cometemos errores, como humanos que somos. Todos tenemos defectos. Los míos os habrán resultado evidentes: un temperamento excesivo en ocasiones., pero si hablo por mí, por lo menos me habréis de reconocer que en mí los enfados eran intensos pero nunca duraderos.

Ahora yo ya he dejado mi labor. Es necesario que otros hombres, otras mujeres, con nuevos métodos, nuevas energías, tomen el relevo y aporten nueva fuerza para un trabajo que la necesita y mucha.

¿Es preciso? sí, preciso es.

Tampoco me quiero olvidar en un día como hoy de aquellos alumnos que, por diversos motivos, no han logrado superar el curso. Es natural que un tal hecho cause desánimo pero desde aquí animo a que se sobrepongan a esta situación para que puedan lograr en otro momento lo que todavía no han conseguido.

Me gustaría que se pueda decir de vosotros que sois en el buen sentido de la palabra buenos. Aprovechando las palabras que nuestro compañero Pedro nos dirigió a Alfredo y a mí el día de nuestra despedida, el pasado 22 de diciembre, me gustaría incidir en el hecho de que la bondad y la inteligencia van unidas. Jamás un verso como este famoso alejandrino de Machado " soy en el buen sentido de la palabra bueno" ha sido peor interpretado, quizá confundiendo su intención con la bonhomía del autor. Machado, buen conocedor de la filosofía de Kant, quería hacer hincapié no en una idea de la bondad como falta de agudeza, sino justamente en lo contrario. La bondad sólo la puede tener quien a su vez podría tener la capacidad de no ser bueno. La inteligencia es la que nos permite comprensión. A veces confundimos inteligencia con astucia, que sí se puede dar en la maldad.

Estos seis años no se parecen a ningunos otros de la vida. Todas las etapas de la vida son difíciles pero en pocas los cambios son tan trascendentales. La lucha por la conquista de la identidad cada uno la lleva de distinta manera. En algunos casos puede que vuestros padres hayan podido sentir cómo iba desapareciendo el niño que creían conocer para en su lugar toparse con una persona que en ocasiones se les tornaba extraña. Ahora dais otro paso, el de la adolescencia a la primera juventud, también con sus problemas de inquietud acerca del futuro, del difícil horizonte laboral.

Ya para terminar, quiero desearos lo mismo que a todas las promociones que os han precedido: éxito en vuestra vida de estudio y laboral y felicidad, en la medida en que la felicidad es posible en esta vida. Muchas veces no se consigue la felicidad porque también existe la suerte y la fortuna, que no siempre están en nuestras manos y, por tanto, si alguien no fuera feliz, que nadie pueda al menos decir que esa felicidad no la mereció aunque no la consiguiera.

Os mando a todos un abrazo.

¡Larga vida a la promoción 2015- 2021!

¡Hasta siempre!.

 

 

domingo, 9 de mayo de 2021

EL HOMBRE, LA OBRA, LA IMAGEN.

 


"Así pues, me senté junto al enfermo y melancólico sufridor. Su cabello, casi totalmente gris, le sobresalía tupido y despeinado de la cabeza; ni liso, ni rizado, ni tieso, sino una mezcla de los tres. Sus rasgos, a primera vista, parecían intrascendentes: su rostro era mucho más pequeño de cómo lo había imaginado por el retrato que le ha atado a una imagen de salvajismo poderoso y genial. No había nada que expresara esa brusquedad, esa naturaleza borrascosa y desatada que se ha atribuido a su fisonomía para hacerla parecerse a sus obras. Pero ¿por qué habrían de parecerse los rasgos de Beethoven a sus partituras? Tenía la tez morena, aunque no del moreno sano e intenso del cazador. sino más bien de un enfermizo tono amarillento. Tenía la nariz estrecha y afilada, una boca generosa, unos ojos de color gris claro pequeños, pero elocuentes. Podía ver tristeza, sufrimiento y bondad en su rostro. Y, sin embargo, repito, no podía apreciarse, siquiera fugazmente, ni pizca de la hosquedad, ni un atisbo de la tremenda audacia que caracterizan el ímpetu de su genio".

Así describe Ludwig Rellstab la impresión que le causó Beethoven cuando fue a visitarlo en 1825, apenas dos años antes del fallecimiento del compositor. Llama la atención en esta descripción del encuentro cómo por dos veces el visitante resalta la diferencia entre la imagen que muestran los retratos y la impresión real que le causa el aspecto de Beethoven. Hay una pregunta bastante pertinente, "¿ por qué habrían de parecerse los rasgos de Beethoven a sus partituras?".

El conocimiento que de la obra de Beethoven pudiera tener Rellstab sería con bastante probabilidad limitado en una época en la que , a falta de los medios de reproducción que la tecnología nos ofrece desde hace bastantes años, la única posibilidad de conocer una obra la brindaba la suerte de poder estar en el lugar y momento adecuado cuando se efectuaba su ejecución o bien poseer la destreza técnica adecuada para leer correctamente una partitura, en el caso de que hubiera sido impresa.

Por tanto, de las observaciones de Rellstab se puede concluir con bastantes probabilidades de acierto que la imagen que tenía de la obra de Beethoven respondía más bien a una parte de la misma, la que se suele asociar con el estilo "heroico". Cuando Rellstab nos habla del parecido o no de Beethoven con sus partituras, podemos fácilmente imaginar que está pensando en obras como la Sinfonía heroica o en impresiones sonoras como las del arranque de la Quinta sinfonía y su asociación con la llamada del destino.

Cierto es que la imagen que de Beethoven se formó el romanticismo fue esta, la de un Prometeo en lucha con los dioses y por más que esta imagen pueda ser incompleta resulta incontrovertible que fue una imagen vigente y potente.

Partiendo de este hecho, la pregunta que formula Rellstab no deja de plantear una cuestión de interés: el parecido entre el hombre y su obra a través de dos lenguajes artísticos diferentes, el musical y el visual.

La mayor parte de retratos que de Beethoven nos han llegado nos muestran un rostro enérgico, resolutivo, con rasgos de dureza. Esa misma impresión es la que se desprende de las obras pertenecientes al llamado periodo heroico. No obstante, la impresión que a Rellstab le causa el encuentro directo con Beethoven es totalmente distinta, de ahí su pregunta que más que interrogante es sorpresa.

En una época anterior a la fotografía quizá nos podemos plantear si los retratistas se dejaron llevar más por la impresión que las creaciones de Beethoven causaban que por sus rasgos reales. Lo que viene a sugerir esta observación nos lleva a un punto interesante: ¿ los retratistas al tratar de trazar los rasgos de Beethoven no pudieron verse más bien arrastrados a pintar su música tal como era en aquel momento percibida por el público? Si a esto añadimos los rasgos del temperamento de Beethoven que algunas anécdotas nos muestran, también pudiera ser que en los retratos, a parte de su música, se quisiera reflejar un carácter.

Beethoven pertenece al clasicismo vienés, al igual que Mozart y Haydn, pero el culto a Beethoven es hijo del romanticismo y su idea del genio creador, con notas casi de divinidad. Se diría que la obra ha de parecerse al creador al igual que el mundo fue hecho a imagen y semejanza de Dios. La propia denominación de creador convierte al artista en un ser divino y no en un artesano, como durante mucho tiempo fue concebido el oficio de compositor.

Esa necesidad de tratar de ver una semejanza entre el hombre y su obra es también un rasgo que el romanticismo proyectó de manera retrospectiva sobre las creaciones del pasado. De ahí surgen, por ejemplo, las especulaciones sobre el presentimiento que Mozart tenía de su muerte cuando se hallaba inmerso en la composición de su Requiem. Que obras como La flauta mágica fueran de la misma época no suponía un inconveniente a la hora de refutar una imagen que, aunque falsa, tenía indudable fuerza dramática.

En paralelo con este parecido buscado entre la obra y los rasgos físicos del compositor se podría mencionar también la obsesión por encontrar un parecido o semejanza entre la grandeza de la obra y la grandeza personal de su creador. Si el primer paralelismo no deja de tener una relación con la estética, este segundo la tiene con la ética. Se suponía que la grandeza artística de la obra debía estar en correspondencia con la grandeza ética de su creador. Las mismas virtudes excelsas que en la obra de arte lograda se podían advertir debían estar en correspondencia con similares virtudes por parte del compositor y del artista en general. Las mezquindades que todo ser humano tiene quedaban ignoradas, relegadas, ante la necesidad de concebir al artista como un ser excepcional. Una idea de causalidad vigente en la filosofía moderna sostenía que tenía que haber tanta realidad o más en la causa que en el efecto. De acuerdo con esta venerable tradición acerca de la manera de entender la causalidad se hacía imposible admitir que una gran obra no fuera el fruto de un ser excepcional, si no sobrenatural.

En la medida en que sea posible conocer a un hombre que ya no es de nuestra época, por lo que podemos saber, Beethoven no fue en lo personal un ser privado de defectos, desde la soberbia hasta cierta mezquindad en lo que a asuntos económicos se refiere. Con todo, no parece un mal hombre, más bien, y en relación con su comportamiento con su sobrino Carlos, nos da la impresión de ser una persona bienintencionada pero torpe en su trato. Estos claroscuros, como los de cualquier vida, nos lo muestran como un hombre real pero no como un dios, como quizá el siglo XIX lo quiso ver.

Pese a la imagen romántica con su indudable atractivo, me parece mucho más interesante ver una gran obra como fruto de un ser humano en lucha con sus debilidades y su esencial fragilidad que como efecto de una omnipotencia casi divina pero que priva a la obra de lo más interesante, el esfuerzo y lucha por conseguir traer al ser algo meritorio por parte de un hombre real.

Los hombres se han admirado durante siglos ante un mundo fruto de la omnipotencia cuando lo admirable es lo que algunos pocos han conseguido crear desde la fragilidad de su humana condición.