domingo, 9 de mayo de 2021

EL HOMBRE, LA OBRA, LA IMAGEN.

 


"Así pues, me senté junto al enfermo y melancólico sufridor. Su cabello, casi totalmente gris, le sobresalía tupido y despeinado de la cabeza; ni liso, ni rizado, ni tieso, sino una mezcla de los tres. Sus rasgos, a primera vista, parecían intrascendentes: su rostro era mucho más pequeño de cómo lo había imaginado por el retrato que le ha atado a una imagen de salvajismo poderoso y genial. No había nada que expresara esa brusquedad, esa naturaleza borrascosa y desatada que se ha atribuido a su fisonomía para hacerla parecerse a sus obras. Pero ¿por qué habrían de parecerse los rasgos de Beethoven a sus partituras? Tenía la tez morena, aunque no del moreno sano e intenso del cazador. sino más bien de un enfermizo tono amarillento. Tenía la nariz estrecha y afilada, una boca generosa, unos ojos de color gris claro pequeños, pero elocuentes. Podía ver tristeza, sufrimiento y bondad en su rostro. Y, sin embargo, repito, no podía apreciarse, siquiera fugazmente, ni pizca de la hosquedad, ni un atisbo de la tremenda audacia que caracterizan el ímpetu de su genio".

Así describe Ludwig Rellstab la impresión que le causó Beethoven cuando fue a visitarlo en 1825, apenas dos años antes del fallecimiento del compositor. Llama la atención en esta descripción del encuentro cómo por dos veces el visitante resalta la diferencia entre la imagen que muestran los retratos y la impresión real que le causa el aspecto de Beethoven. Hay una pregunta bastante pertinente, "¿ por qué habrían de parecerse los rasgos de Beethoven a sus partituras?".

El conocimiento que de la obra de Beethoven pudiera tener Rellstab sería con bastante probabilidad limitado en una época en la que , a falta de los medios de reproducción que la tecnología nos ofrece desde hace bastantes años, la única posibilidad de conocer una obra la brindaba la suerte de poder estar en el lugar y momento adecuado cuando se efectuaba su ejecución o bien poseer la destreza técnica adecuada para leer correctamente una partitura, en el caso de que hubiera sido impresa.

Por tanto, de las observaciones de Rellstab se puede concluir con bastantes probabilidades de acierto que la imagen que tenía de la obra de Beethoven respondía más bien a una parte de la misma, la que se suele asociar con el estilo "heroico". Cuando Rellstab nos habla del parecido o no de Beethoven con sus partituras, podemos fácilmente imaginar que está pensando en obras como la Sinfonía heroica o en impresiones sonoras como las del arranque de la Quinta sinfonía y su asociación con la llamada del destino.

Cierto es que la imagen que de Beethoven se formó el romanticismo fue esta, la de un Prometeo en lucha con los dioses y por más que esta imagen pueda ser incompleta resulta incontrovertible que fue una imagen vigente y potente.

Partiendo de este hecho, la pregunta que formula Rellstab no deja de plantear una cuestión de interés: el parecido entre el hombre y su obra a través de dos lenguajes artísticos diferentes, el musical y el visual.

La mayor parte de retratos que de Beethoven nos han llegado nos muestran un rostro enérgico, resolutivo, con rasgos de dureza. Esa misma impresión es la que se desprende de las obras pertenecientes al llamado periodo heroico. No obstante, la impresión que a Rellstab le causa el encuentro directo con Beethoven es totalmente distinta, de ahí su pregunta que más que interrogante es sorpresa.

En una época anterior a la fotografía quizá nos podemos plantear si los retratistas se dejaron llevar más por la impresión que las creaciones de Beethoven causaban que por sus rasgos reales. Lo que viene a sugerir esta observación nos lleva a un punto interesante: ¿ los retratistas al tratar de trazar los rasgos de Beethoven no pudieron verse más bien arrastrados a pintar su música tal como era en aquel momento percibida por el público? Si a esto añadimos los rasgos del temperamento de Beethoven que algunas anécdotas nos muestran, también pudiera ser que en los retratos, a parte de su música, se quisiera reflejar un carácter.

Beethoven pertenece al clasicismo vienés, al igual que Mozart y Haydn, pero el culto a Beethoven es hijo del romanticismo y su idea del genio creador, con notas casi de divinidad. Se diría que la obra ha de parecerse al creador al igual que el mundo fue hecho a imagen y semejanza de Dios. La propia denominación de creador convierte al artista en un ser divino y no en un artesano, como durante mucho tiempo fue concebido el oficio de compositor.

Esa necesidad de tratar de ver una semejanza entre el hombre y su obra es también un rasgo que el romanticismo proyectó de manera retrospectiva sobre las creaciones del pasado. De ahí surgen, por ejemplo, las especulaciones sobre el presentimiento que Mozart tenía de su muerte cuando se hallaba inmerso en la composición de su Requiem. Que obras como La flauta mágica fueran de la misma época no suponía un inconveniente a la hora de refutar una imagen que, aunque falsa, tenía indudable fuerza dramática.

En paralelo con este parecido buscado entre la obra y los rasgos físicos del compositor se podría mencionar también la obsesión por encontrar un parecido o semejanza entre la grandeza de la obra y la grandeza personal de su creador. Si el primer paralelismo no deja de tener una relación con la estética, este segundo la tiene con la ética. Se suponía que la grandeza artística de la obra debía estar en correspondencia con la grandeza ética de su creador. Las mismas virtudes excelsas que en la obra de arte lograda se podían advertir debían estar en correspondencia con similares virtudes por parte del compositor y del artista en general. Las mezquindades que todo ser humano tiene quedaban ignoradas, relegadas, ante la necesidad de concebir al artista como un ser excepcional. Una idea de causalidad vigente en la filosofía moderna sostenía que tenía que haber tanta realidad o más en la causa que en el efecto. De acuerdo con esta venerable tradición acerca de la manera de entender la causalidad se hacía imposible admitir que una gran obra no fuera el fruto de un ser excepcional, si no sobrenatural.

En la medida en que sea posible conocer a un hombre que ya no es de nuestra época, por lo que podemos saber, Beethoven no fue en lo personal un ser privado de defectos, desde la soberbia hasta cierta mezquindad en lo que a asuntos económicos se refiere. Con todo, no parece un mal hombre, más bien, y en relación con su comportamiento con su sobrino Carlos, nos da la impresión de ser una persona bienintencionada pero torpe en su trato. Estos claroscuros, como los de cualquier vida, nos lo muestran como un hombre real pero no como un dios, como quizá el siglo XIX lo quiso ver.

Pese a la imagen romántica con su indudable atractivo, me parece mucho más interesante ver una gran obra como fruto de un ser humano en lucha con sus debilidades y su esencial fragilidad que como efecto de una omnipotencia casi divina pero que priva a la obra de lo más interesante, el esfuerzo y lucha por conseguir traer al ser algo meritorio por parte de un hombre real.

Los hombres se han admirado durante siglos ante un mundo fruto de la omnipotencia cuando lo admirable es lo que algunos pocos han conseguido crear desde la fragilidad de su humana condición.

 

 

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