"Así pues, me senté junto al enfermo y
melancólico sufridor. Su cabello, casi totalmente gris, le sobresalía tupido y
despeinado de la cabeza; ni liso, ni rizado, ni tieso, sino una mezcla de los
tres. Sus rasgos, a primera vista, parecían intrascendentes: su rostro era
mucho más pequeño de cómo lo había imaginado por el retrato que le ha atado a
una imagen de salvajismo poderoso y genial. No había nada que expresara esa
brusquedad, esa naturaleza borrascosa y desatada que se ha atribuido a su
fisonomía para hacerla parecerse a sus obras. Pero ¿por qué habrían de
parecerse los rasgos de Beethoven a sus partituras? Tenía la tez morena, aunque
no del moreno sano e intenso del cazador. sino más bien de un enfermizo tono
amarillento. Tenía la nariz estrecha y afilada, una boca generosa, unos ojos de
color gris claro pequeños, pero elocuentes. Podía ver tristeza, sufrimiento y
bondad en su rostro. Y, sin embargo, repito, no podía apreciarse, siquiera
fugazmente, ni pizca de la hosquedad, ni un atisbo de la tremenda audacia que
caracterizan el ímpetu de su genio".
Así describe Ludwig Rellstab la
impresión que le causó Beethoven cuando fue a visitarlo en 1825, apenas dos
años antes del fallecimiento del compositor. Llama la atención en esta
descripción del encuentro cómo por dos veces el visitante resalta la diferencia
entre la imagen que muestran los retratos y la impresión real que le causa el
aspecto de Beethoven. Hay una pregunta bastante pertinente, "¿ por qué
habrían de parecerse los rasgos de Beethoven a sus partituras?".
El conocimiento que de la obra de
Beethoven pudiera tener Rellstab sería con bastante probabilidad limitado en
una época en la que , a falta de los medios de reproducción que la tecnología
nos ofrece desde hace bastantes años, la única posibilidad de conocer una obra
la brindaba la suerte de poder estar en el lugar y momento adecuado cuando se
efectuaba su ejecución o bien poseer la destreza técnica adecuada para leer
correctamente una partitura, en el caso de que hubiera sido impresa.
Por tanto, de las observaciones de
Rellstab se puede concluir con bastantes probabilidades de acierto que la
imagen que tenía de la obra de Beethoven respondía más bien a una parte de la
misma, la que se suele asociar con el estilo "heroico". Cuando
Rellstab nos habla del parecido o no de Beethoven con sus partituras, podemos
fácilmente imaginar que está pensando en obras como la Sinfonía heroica o en impresiones sonoras como las del arranque de
la Quinta sinfonía y su asociación
con la llamada del destino.
Cierto es que la imagen que de
Beethoven se formó el romanticismo fue esta, la de un Prometeo en lucha con los
dioses y por más que esta imagen pueda ser incompleta resulta incontrovertible
que fue una imagen vigente y potente.
Partiendo de este hecho, la pregunta que
formula Rellstab no deja de plantear una cuestión de interés: el parecido entre
el hombre y su obra a través de dos lenguajes artísticos diferentes, el musical
y el visual.
La mayor parte de retratos que de
Beethoven nos han llegado nos muestran un rostro enérgico, resolutivo, con
rasgos de dureza. Esa misma impresión es la que se desprende de las obras
pertenecientes al llamado periodo heroico.
No obstante, la impresión que a Rellstab le causa el encuentro directo con
Beethoven es totalmente distinta, de ahí su pregunta que más que interrogante
es sorpresa.
En una época anterior a la fotografía
quizá nos podemos plantear si los retratistas se dejaron llevar más por la
impresión que las creaciones de Beethoven causaban que por sus rasgos reales.
Lo que viene a sugerir esta observación nos lleva a un punto interesante: ¿ los
retratistas al tratar de trazar los rasgos de Beethoven no pudieron verse más
bien arrastrados a pintar su música tal como era en aquel momento percibida por
el público? Si a esto añadimos los rasgos del temperamento de Beethoven que
algunas anécdotas nos muestran, también pudiera ser que en los retratos, a
parte de su música, se quisiera reflejar un carácter.
Beethoven pertenece al clasicismo
vienés, al igual que Mozart y Haydn, pero el culto a Beethoven es hijo del
romanticismo y su idea del genio creador, con notas casi de divinidad. Se diría
que la obra ha de parecerse al creador al igual que el mundo fue hecho a imagen
y semejanza de Dios. La propia denominación de creador convierte al artista en
un ser divino y no en un artesano, como durante mucho tiempo fue concebido el
oficio de compositor.
Esa necesidad de tratar de ver una
semejanza entre el hombre y su obra es también un rasgo que el romanticismo
proyectó de manera retrospectiva sobre las creaciones del pasado. De ahí
surgen, por ejemplo, las especulaciones sobre el presentimiento que Mozart
tenía de su muerte cuando se hallaba inmerso en la composición de su Requiem. Que obras como La flauta mágica fueran de la misma
época no suponía un inconveniente a la hora de refutar una imagen que, aunque
falsa, tenía indudable fuerza dramática.
En paralelo con este parecido buscado
entre la obra y los rasgos físicos del compositor se podría mencionar también
la obsesión por encontrar un parecido o semejanza entre la grandeza de la obra
y la grandeza personal de su creador. Si el primer paralelismo no deja de tener
una relación con la estética, este segundo la tiene con la ética. Se suponía
que la grandeza artística de la obra debía estar en correspondencia con la
grandeza ética de su creador. Las mismas virtudes excelsas que en la obra de
arte lograda se podían advertir debían estar en correspondencia con similares
virtudes por parte del compositor y del artista en general. Las mezquindades
que todo ser humano tiene quedaban ignoradas, relegadas, ante la necesidad de
concebir al artista como un ser excepcional. Una idea de causalidad vigente en
la filosofía moderna sostenía que tenía que haber tanta realidad o más en la
causa que en el efecto. De acuerdo con esta venerable tradición acerca de la
manera de entender la causalidad se hacía imposible admitir que una gran obra
no fuera el fruto de un ser excepcional, si no sobrenatural.
En la medida en que sea posible
conocer a un hombre que ya no es de nuestra época, por lo que podemos saber,
Beethoven no fue en lo personal un ser privado de defectos, desde la soberbia
hasta cierta mezquindad en lo que a asuntos económicos se refiere. Con todo, no
parece un mal hombre, más bien, y en relación con su comportamiento con su
sobrino Carlos, nos da la impresión de ser una persona bienintencionada pero
torpe en su trato. Estos claroscuros, como los de cualquier vida, nos lo
muestran como un hombre real pero no como un dios, como quizá el siglo XIX lo quiso
ver.
Pese a la imagen romántica con su
indudable atractivo, me parece mucho más interesante ver una gran obra como
fruto de un ser humano en lucha con sus debilidades y su esencial fragilidad
que como efecto de una omnipotencia casi divina pero que priva a la obra de lo
más interesante, el esfuerzo y lucha por conseguir traer al ser algo meritorio
por parte de un hombre real.
Los hombres se han admirado durante
siglos ante un mundo fruto de la omnipotencia cuando lo admirable es lo que
algunos pocos han conseguido crear desde la fragilidad de su humana condición.
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