lunes, 29 de abril de 2013

EL ASCENSO DE FRANCO AL PODER.






Tras la guerra civil española el régimen que quedó establecido se configuró de una manera muy personal en torno a la figura de Franco.
La ascensión al poder de Franco, en plena guerra fue muy rápida. Si bien la habitual cautela y prudencia del general hizo que tardara en decidirse a participar en la conspiración dirigida por Mola, su prestigio entre los conspiradores y su brillante hoja de servicios así como su conocida ideología hacían casi inevitable que en algún momento se incorporara al movimiento que se estaba fraguando para derribar a la República.
Ya en febrero de 1936, cuando se empezaron a conocer los resultados electorales favorables al frente popular, pidió en su calidad de jefe del estado mayor al todavía presidente del consejo, Portela Valladares, que el gobierno decretara el estado de guerra y que se ignoraran los resultados electorales. Cuando el nuevo gobierno tomó posesión Franco fue destinado a Canarias al ser considerada poco conveniente su presencia en la capital.
En su nuevo destino Franco llegó a provocar la desesperación de Mola por su excesiva cautela aunque finalmente se unió a la conspiración.
Hay un episodio político bastante curioso de esta época cual es el intento de Franco de participar en las elecciones que debían repetirse en Cuenca. José Antonio Primo de Rivera lo disuadió por considerar que entre sus cualidades no destacaba la de poder llegar a ser un gran parlamentario.
Cuando se inició el alzamiento en África, el 17 de julio de 1936 Franco maniobró para poder volar al territorio del protectorado asegurando antes el triunfo del movimiento militar en la región de Canarias. Una vez en África, Franco se puso al frente de las mejores tropas con que contaba entonces el ejército español: la legión y los regulares marroquíes. Consiguió también establecer un buen nivel de interlocución con alemanes e italianos lo que le permitió poner en funcionamiento un puente aéreo para transportar sus tropas a la península.
En agosto de 1936 en el ayuntamiento de Sevilla y en presencia del general Queipo de Llano Franco dio un importante paso para asegurarse la confianza de los elementos monárquicos: se volvió a implantar la tradicional bandera roja y amarilla. Hay que tener en cuenta que en un primer momento el movimiento militar no se había significado de forma explícita a favor de ninguna forma de gobierno. 
El ejército de África, comandado por Franco y con importantes jefes como Yagüe obtuvo rápidos avances sobre unas fuerzas milicianas mal equipadas y poco disciplinadas. La toma de Badajoz y de la plaza de Mérida supuso la unión de las zonas norte y sur del territorio controlado por los sublevados. En este contexto tuvo lugar en Badajoz una matanza de la que parece ser responsable Yagüe. Los avances de este ejército le permitieron a Franco establecer su cuartel general en Cáceres. Básicamente el avance se realizó a través del valle del Tajo. En septiembre se tomaba la plaza de Talavera de la Reina, hecho que motivó la caída del gobierno republicano de Giral y su sustitución por el gobierno de Largo Caballero.
Al llegar los avances del ejército de África a la localidad de Maqueda Franco tomó una decisión que parecía motivada más por razones de prestigio político y de propaganda que por razones estrictamente militares: en vez de avanzar rápidamente hacia Madrid se desvió a Toledo para liberar a los elementos nacionales que habían quedado sitiados en el alcázar al mando del coronel Moscardó. Esta operación dio gran prestigio a Franco pero probablemente impidió que pudiera tomar Madrid cuando se lo propuso.
Al iniciarse el alzamiento se había constituido en la llamada zona nacional una junta de defensa nominalmente presidida por el general Cabanellas. Esta junta se encargó de proveer a las necesidades más perentorias pero cuando se empezó a ver con claridad que el conflicto se estaba transformando en una guerra con sus frentes bien delimitados empezó a surgir en la zona nacional un movimiento favorable a constituir una verdadera unidad de mando para poder coordinar la lucha con mayor eficacia. La figura del general Franco apareció desde el principio como la más adecuada para ejercer la jefatura de los ejércitos. Sanjurjo había fallecido en Portugal víctima de un accidente de aviación cuando se dirigía a la zona nacional. Mola, director y sumo hacedor de la conspiración se veía a sí mismo con la suficiente distancia como para saber que no reunía las dosis suficientes de carisma y ascendiente entre los generales como para erigirse en jefe supremo. Monárquicos como Kindelán, jefe de la aviación y falangistas como Yagüe veían a Franco como el hombre más adecuado para dirigir los ejércitos mientras durara la contienda.

Alfredo Kindelán

En Salamanca, a finales de septiembre, se empezaron a mover los hilos que acabarían conduciendo a la elevación al poder de Franco.
Es importante destacar que en un primer momento la idea que predominaba entre los más destacados líderes militares era la de constituir una jefatura de tipo militar. En lo que respecta al mando político se empezó a valorar la conveniencia de que este se planteara como adjunto al mando militar mientras durara la contienda. De este modo se perfiló la idea de nombrar a Franco como generalísimo de los ejércitos dándole a su vez la jefatura del gobierno de manera anexa a ese mando hasta el fin de la guerra. Esta constricción temporal del mando político no era del gusto ni de Franco ni de sus más próximos colaboradores, entre quienes ya se contaba su propio hermano Nicolás. Finalmente se llegó a la conclusión de nombrar a Franco como jefe del gobierno del Estado y generalísimo de los ejércitos sin limitación alguna, en el supuesto implícito de que la jefatura política de Franco tendría una limitación temporal lógica cuando se hubieran conseguido los objetivos principales, que en aquel momento se concentraban en el fundamental de ganar la guerra.
Algunos de los militares que lo conocían bien, como Miguel Cabanellas, no dejaron de advertir de que con el nombramiento que se proponían realizar estaban entregando un poder a Franco que este consideraría definitivo.
El 1 de octubre de 1936 Franco fue investido en Burgos con su nuevo cargo, pero con una omisión gramatical de profundo calado: en lugar de jefe del gobierno del Estado Franco fue a partir de ese momento y hasta el final designado como jefe del Estado. Asumía todos los poderes del nuevo estado.
Una vez conseguido el objetivo de un mando único, Franco se centró en su labor como generalísimo en las tareas de dirigir la guerra y nombró una junta técnica del estado, presidida por el general Dávila, para que esta junta se hiciera cargo de los aspectos de administración.
Si bien se había resuelto el aspecto del mando único, quedaban aún importantes asuntos por concretar. Uno de ellos era el de la organización y encuadramiento de aquellas fuerzas políticas que daban su apoyo al movimiento. De estas fuerzas las más combativas eran la Falange y la Comunión Tradicionalista, representante la primera de un fascismo español y la segunda, conocida como Requeté, de los carlistas. Había también sectores que apoyaban el movimiento y que habían participado de manera intensa en la vida parlamentaria de la República. El caso más significativo de esto último era la CEDA de Gil Robles. Estaban también los monárquicos alfonsinos, cada vez más autoritarios y alejados del viejo monarquismo de raigambre liberal.
Franco se propuso desde muy pronto crear un movimiento o partido único que unificara bajo su propia jefatura a todos estos movimientos pero para que este fin pudiera ser alcanzado necesitaba superar las posturas e intereses particulares de los líderes de estos movimientos.

Ramón Serrano Súñer

Un hombre importante que apareció por Salamanca en 1937 huido de la zona republicana iba a ser fundamental para que Franco lograra este objetivo. Se trataba de Ramón Serrano Súñer, emparentado con Franco al estar casado con una hermana de la mujer del generalísimo.
Serrano Súñer, abogado del estado, amigo personal de José Antonio Primo de Rivera y antiguo parlamentario de la CEDA acudió con sus conocimientos jurídicos para conseguir por un lado que Franco alcanzara la jefatura política de todos los movimientos que desde la retaguardia apoyaban el alzamiento y por otro para dotar al nuevo estado de una estructura política más estable pues en opinión de Serrano la zona nacional estaba organizada de acuerdo con los esquemas mentales de tipo militar en lo que con expresión feliz calificaba de estado campamental.
En lo que respecta al estado de los distintos movimientos políticos, el que más había aumentado sus efectivos era la Falange. Sin embargo este grupo se veía lastrado por el hecho de que su jefe y líder carismático, José Antonio Primo de Rivera, estaba encarcelado en zona republicana, en Alicante. Nadie en la Falange tenía el mismo ascendiente entre los militantes como José Antonio. El fusilamiento de José Antonio el 20 de noviembre de 1936 iba a dejar al movimiento acéfalo, pero ello facilitó su control por parte de Franco.
Los tradicionalistas tenían por líder político a Fal Conde. Franco aprovechó una insinuación de este en el sentido de que los carlistas se proponían crear sus propias academias militares para amenazarlo con su fusilamiento por insubordinación. Finalmente Fal Conde se tuvo que exiliar en Portugal y quedó neutralizado como líder.
Gil Robles volvió de Francia pero no fue bien recibido en Burgos y tuvo que instalarse en Portugal. El líder católico era considerado en la nueva situación como un hombre que representaba el pasado de colaboración parlamentaria con la República y por tanto, como alguien al que no se asignaba ningún papel en el nuevo estado que se estaba configurando.

José Antonio Primo de Rivera

Neutralizados de una u otra manera los líderes de los distintos movimientos políticos. Franco aprovechó unos incidentes que tuvieron lugar en la retaguardia para dictar un decreto, preparado por Serrano, de acuerdo con el cual todas las organizaciones políticas que apoyaban la causa nacional quedaban disueltas constituyéndose en su lugar una nueva organización: Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, que pasaba a considerarse de ahora en adelante como partido único. Se trataba, probablemente del partido con nombre más largo de la historia. Esto es lo que se conoce habitualmente como Decreto de Unificación. Franco asumía la jefatura del nuevo ente. Por fin, a su jefatura militar y estatal, Franco podía añadir una jefatura política.
La nueva organización, heterogénea por definición, fue muy mal recibida y algunos líderes, como el falangista Hedilla, se resistieron a la misma, lo cual pagaron con amenaza de fusilamiento y finalmente con prisión.
Para culminar el proceso de ascensión de Franco al poder supremo todavía faltaba un último hecho: la formación de un gobierno.
Ya ha sido mencionado cómo en un primer momento Franco nombró una Junta Técnica del Estado a cuyo frente situó al general Dávila. Esta junta atendía los aspectos de organización administrativa.
Conforme los avances del ejército nacional hacían aumentar el territorio controlado por Franco, se hizo notar la necesidad de constituir una organización administrativa más compleja, dado que cada vez parecía más evidente el triunfo de los nacionales en la guerra.
El 31  de enero de 1938 se constituyó en Burgos el primer gobierno de la España Nacional. En él estaban representados implícitamente, pues no se reconocía la existencia de partidos políticos, aquellos sectores que apoyaban la causa nacional. Se sentaban en el gobierno monárquicos como Sainz Rodríguez, tradicionalistas como Esteban Bilbao, hombres que habían servido a la dictadura de Primo de Rivera, como el conde de Jordana, hombres del pasado monárquico como el general Martínez Anido y el hombre fuerte de la nueva situación: Ramón Serrano Súñer.
Franco, que desde casi un principio era conocido como el caudillo, añadía a la jefatura del estado la presidencia del gobierno, situación que mantendría hasta los años finales, cuando con el nombramiento del almirante Carrero Blanco como presidente del gobierno en 1973, Franco quedó con el cargo supremo de jefe del Estado pero se descargó de las labores cotidianas de gobierno.
Franco tenía en sus manos en 1938 una concentración de poder como ningún gobernante tendría nunca en la Historia de España. A partir de entonces, sus mayores habilidades se centrarían en mantener en sus manos ese poder sin que nadie se lo disputara nunca de manera eficaz.

domingo, 21 de abril de 2013

LA REPÚBLICA EN ESPAÑA.





Recuerdo de forma confusa mis estudios de lengua en el Bachillerato, cuando el profesor nos trataba de transmitir la diferencia entre denotación y connotación. Aunque siempre se me dio bien esa asignatura y solía sacar buenas notas, no podría ahora reproducir con exactitud científica la diferencia entre estos dos conceptos. Tampoco tengo la paciencia y diligencia necesarias como para acudir a mis viejos libros de texto o a otras fuentes para plasmar de una manera exacta el significado de dichos conceptos.
Lo que sí ha quedado en mi ánimo de una manera más o menos vaga y difusa es la idea de que denotación hace referencia al significado objetivo de la palabra y connotación tiene más que ver con las asociaciones y evocaciones que dicha palabra suscita.

AMADEO I DE SABOYA.
Lo anterior viene a cuento del significado que la palabra república tiene entre los españoles. Entre nosotros dicha palabra nos trae a la imaginación algo más que un simple régimen político. La imagen que ha quedado de una manera más o menos consciente asociada a ese régimen es la de caos, desorden, inestabilidad, radicalidad y contenido fuertemente escorado hacia la izquierda. Dado que las dos experiencias republicanas anteriores, las de 1873 y 1931, fueron experiencias fracasadas, dicho fracaso se ha incorporado de una manera casi analítica como una consecuencia necesaria de dicho régimen, como si fuera un elemento constitutivo del mismo.

Nicolás Salmerón

De la  Primera República existe una visión estereotipada, la de un régimen de soñadores, de personas incapaces de renunciar a sus principios y capaces de sacrificar la eficacia a dichos principios. Quizá esa imagen sea válida para Pi y Margall, pero ni siquiera sería apropiada para un hombre como Salmerón, del que ha quedado grabado sobre todo su gesto de dimitir para no verse obligado a firmar una sentencia de muerte, gesto noble pero que ha hecho olvidar que con Salmerón se inició una recuperación del orden público que culminaría Castelar. Este último ha visto eclipsada su labor de gobernante ante su indudable primacía en el ámbito de la oratoria, primacía que ha facilitado ver en él más al hombre de palabra que al hombre de acción, cuando lo cierto es que los meses en los que Castelar ocupó el poder ejecutivo lo ejerció de una manera bastante eficaz e incluso expeditiva. De hecho, el golpe de Pavía no iba contra Castelar, antes al contrario, fue la noticia de que Castelar había sido derrotado en el parlamento, después de gobernar con plenos poderes, la que precipitó la acción de Pavía, acción que a su vez no derribó a la República sino que dio lugar a un extraño régimen de dictadura republicana presidido por el general Serrano.


Tras el golpe de estado del general Martínez Campos en Sagunto, en diciembre de 1874, que abrió el paso a la restauración de los Borbones ya madurada en el aspecto político por Cánovas, la república quedó en el terreno ambiguo del mito. Ruiz Zorrilla y Villacampa fueron los últimos conspiradores. Castelar se refugió en una actitud de republicanismo teórico y colaboración de hecho con la monarquía que fue bautizada como posibilismo. La Restauración parecía firmemente asentada y superó la prueba de la temprana desaparición del rey Alfonso XII y también soportó con eficacia una larga regencia. Lo que no pudo hacer ese régimen es abrirse a más amplias bases y desde luego cometió en la esfera internacional la insensatez de pretender resistir el poderío de los Estados Unidos.

Proclamación de la Primera República tras la abdicación de Amadeo I de Saboya
El republicanismo se fue convirtiendo en un movimiento que de vez en cuando reaparecía, pero nunca con fuerza. En Barcelona, Salmerón siguió manteniendo viva la llama pero sólo volvió a cobrar fuerza cuando ese republicanismo se alió con el incipiente regionalismo catalán para dar pie a la Solidaridad Catalana. Muy Pronto, en la misma Barcelona, otro hombre, Alejandro Lerroux, enarbolará la bandera de un republicanismo distinto, de gran agresividad en las palabras y los gestos, pero muy turbio y confuso en sus relaciones con el poder.
Hubo años en los que la más fuerte oposición a la monarquía restaurada no vino de los partidarios estrictos de la república. Los anarquistas y anarco-sindicalistas no podían ser republicanos por definición, dada su negativa a reconocer ninguna legitimidad a ningún tipo de organización estatal. Los socialistas, si bien sentimentalmente republicanos, no hacían de la forma de gobierno el punto central de sus reivindicaciones y, en este sentido, puede considerarse que eran accidentalistas.
Hay episodios de crisis en que se produce colaboración entre distintas fuerzas y sectores republicanos, pero el acontecimiento que sirvió de catalizador de dicha colaboración fue sin duda el episodio iniciado en septiembre de 1923 con la implantación de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera.
Puede que la intención de Primo de Rivera fuera vagamente regeneracionista y es bastante probable pensar que en algún momento creyera el general jerezano encarnar la figura del cirujano de hierro de la que hablara Costa, pero el hecho cierto es que con la ruptura de la constitución de 1876 se derribaba un sistema que, aunque fraudulento y caciquil, había habituado a la población a la naturalidad del debate y discusión propios de una sociedad liberal. Eran muchos los años en que el público se había acostumbrado a emitir unas opiniones que aunque no consiguieran atravesar la maraña de argucias legales del sistema de la Restauración, habían hecho no obstante habitual el debate y la discusión. Primo de Rivera se presentó en un principio como un hombre que quería calafatear el barco viejo. Cuando aquellos que le auparon al poder fueron descubriendo que en realidad lo que quería era un barco nuevo lo despidieron. El rey Alfonso XIII quedó desnudo. Las viejas agrupaciones que lo sostenían estaban totalmente caducas y las generaciones nuevas y más inquietas no aceptaban una simple vuelta a los tiempos anteriores a 1923. Fue en este marco en el que fue calando de manera honda el ambiente que propició que la república se proclamara por segunda vez como forma de gobierno en España­.
1930 es el año clave. La dimisión de Primo de Rivera y la designación del general Berenguer para presidir un gobierno de vuelta a la normalidad fue un intento del rey, entre desesperado e inconsciente, de reactivar el viejo sistema de la Restauración, pero ahora ya muchas personalidades y sectores veían insuficiente el viejo sistema y la vieja clase política no podía sentir agradecimiento alguno a un rey que la había abandonado y menospreciado.
La imagen que Berenguer dio de una botella de champán que se abre y provoca la salida con fuerza del líquido hasta ese momento encerrado en ella es muy feliz y gráfica, es un resumen intuitivo de lo que supuso el año 1930.
Ortega, en su muy conocido artículo El error Berenguer, consiguió lanzar un dardo certero a la vez que inventaba una nueva forma de asociar una circunstancia a un nombre propio que si en lo gramatical suponía una vulneración de la función tradicional del complemento del nombre, en lo periodístico hizo fortuna hasta nuestros días.
En agosto, en San Sebastián se reunieron personalidades del republicanismo histórico, como Lerroux, hombres de un nuevo republicanismo no contaminado por las corruptelas del caudillo radical, representados por la figura de Azaña, monárquicos desengañados como Alcalá-Zamora, representantes de corrientes autonomistas y a título individual, pero de manera muy significativa, un socialista como Indalecio Prieto. De ahí surgió un plan insurreccional que fue muy mal ejecutado en diciembre, pero que dejó en el haber sentimental del republicanismo dos mártires, los capitanes Galán y García Hernández.
El año 1931 no comenzó mejor para los intereses del rey.  Berenguer planteó un plan  de convocatoria de elecciones que no tuvo éxito. Fue mientras sustituído por el almirante Aznar, quien pensó que era más apropiado acercarse a la normalidad institucional a través de un proceso gradual de elecciones de distinto rango, empezando por unas elecciones municipales que fueron convocadas para el domingo 12 de abril. En el plano judicial, el proceso contra los integrantes del llamado Comité Revolucionario que se había responsabilizado de la insurrección de diciembre de 1930 se saldó con una condena mínima, que puso a los detenidos en libertad y con un triunfo político de estos, a los que muchos sectores veían ya como al poder que iba a venir.
Cuando se empezaron a conocer los resultados de las elecciones, se vio que las candidaturas republicanas habían triunfado en las grandes ciudades a pesar de que el número de concejales monárquicos seguía superando al de concejales republicanos. Fueron los propios hombres del régimen, empezando por el conde de Romanones, los que, conocedores del valor que había que dar a los votos según fuera la influencia caciquil, interpretaron el resultado en el sentido de un plebiscito contrario al rey. Pese a los intentos de resistencia de Juan de la Cierva, la mayoría del gobierno, dominada por Romanones, persuadió al rey de que era inútil mantenerse en su situación, y este se decidió a suspender el ejercicio del poder real, mientras hablaba la nación, a la que reconocía como única dueña de sus destinos.
El ejército, a través de su ministro, general Berenguer, también hacía un llamamiento a respetar la voluntad de la nación. El general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, prácticamente ponía sus fuerzas a disposición de un comité revolucionario que estaba a punto de convertirse en Gobierno Provisional de la República. La escena protocolaria de rendición, aunque con algún momento de tensión, tuvo lugar en el domicilio del doctor Marañón, en una conversación entre Niceto Alcalá-Zamora y el conde de Romanones. Ahí se acordó que el rey abandonaría Madrid antes de que se ponga el sol ,como con insistencia dijo Don Niceto.
El 14 de abril quedaba proclamada la República en toda España de forma pacífica, en medio del entusiasmo popular y con aspectos confusos e inquietantes en Cataluña pues ahí se había proclamado una República catalana que al cabo de tres días se transformó en Generalitat de Cataluña.
Presidía el gobierno provisional de la República Niceto Alcalá-Zamora, un hombre procedente del viejo liberalismo anterior a la Dictadura. Por primera vez en España tres socialistas se sentaban en el gabinete: Francisco Largo Caballero como ministro de trabajo, Indalecio Prieto como ministro de hacienda y Fernando de los Ríos como ministro de justicia. Un hombre nuevo, Manuel Azaña, ocupaba la importantísima cartera de guerra. Como representante del viejo republicanismo aparecía la figura de Alejandro Lerroux.

GOBIERNO PROVISIONAL DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA.
El nuevo gobierno iniciaba su labor en medio del entusiasmo popular, con unas demandas de justicia social tan generalizadas que por fuerza habían de defraudar. Se propuso como tarea más urgente la apertura de un proceso constituyente. La convocatoria de elecciones dio lugar a un parlamento favorable claramente al nuevo régimen, con una clara desmoralización de las fuerzas monárquicas. Como figura destacada de la oposición aparecía otro hombre nuevo, José María Gil Robles, abogado salmantino de orientación católica. Había también una representación de los nacionalistas vascos.
Pronto apareció un problema que, no atajado a tiempo, acabaría asociándose al régimen republicano: el orden público. En mayo de 1931 se produjo la quema de conventos que el ministro católico Miguel Maura no supo afrontar con contundencia.
Los trabajos de elaboración de la nueva constitución suscitaron debates en algunos puntos, en especial en los temas religiosos. En el ámbito militar el ministro de la Guerra, Manuel Azaña se propuso introducir unas reformas que intentaban racionalizar la proporción entre altos mandos y tropas. Se produjo malestar en algunos sectores del ejército y algunos miembros del mismo abandonaron las fuerzas armadas aprovechando las ventajas que el gobierno dio para que los que no sintieran lealtad por el nuevo régimen pudieran abandonar el ejército con grandes ventajas económicas.
La discusión del lugar que habían de ocupar las órdenes religiosas dio paso en octubre a una crisis de gobierno que se tradujo en la dimisión de Alcalá-Zamora y en la subida al poder como presidente del gobierno provisional de Manuel Azaña, que retuvo la cartera de Guerra.

Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la segunda República

La constitución quedó proclamada en diciembre de 1931 y tras entrar en vigor, Alcalá-Zamora pasó a ser el presidente de la República y Manuel Azaña el presidente del consejo. Un cambio importante se produjo en el gabinete pues los radicales de Lerroux abandonaron el mismo para pasar progresivamente a constituirse en elementos de oposición y Azaña formó su gobierno con republicanos de izquierda y socialistas.
Tres problemas aparecían como más urgentes: reforma agraria, reforma militar y problema religioso. También estaba planteado el problema territorial con Cataluña. La constitución hablaba de que España era un estado integral pero se ofrecía la posibilidad de constituir comunidades autónomas. Cataluña empezó a trabajar en la elaboración de un estatuto de autonomía que estuvo listo en 1932.
La situación en el campo era muy distinta en la España septentrional y en la España meridional. En la España septentrional predominaba la pequeña propiedad y una actitud en general conservadora. En la España meridional lo característico era el latifundio y una masa de jornaleros privados de tierra y con malas condiciones sociales. El gobierno se dispuso a desarrollar una reforma agraria para paliar el problema, pero esa reforma parecía insuficiente a los jornaleros a los que iba dirigida y a su vez sembraba inquietud en los grandes propietarios.
En el ámbito militar se suprimieron las capitanías generales, que quedaron sustituidas por divisiones orgánicas. El máximo grado quedó en el de general de división. Se revisaron los ascensos por méritos de guerra y se suprimió la Academia General Militar de Zaragoza, decisión esta última que provocó un malestar muy notorio en su director, el joven general Francisco Franco.

Manuel Azaña

El 10 de agosto de 1932 el general Sanjurjo desde Sevilla y elementos monárquicos desde Madrid daban un golpe de estado que rápidamente fue sofocado por el gobierno. Sanjurjo fue detenido, juzgado y condenado a muerte aunque esta condena fue conmutada.
En enero de 1933 un trágico acontecimiento ocurrido en la localidad gaditana de Casas Viejas supuso un importante desgaste para el gobierno de Manuel Azaña. Un levantamiento anarquista fue brutalmente reprimido por la fuerza pública. La respuesta de Azaña, falto de información, que afirmó que en Casas Viejas no había sucedido más que lo que tenía que suceder, no fue una de sus mejores intervenciones y consiguió que se enemistaran con él sectores que iban desde los más radicales de la izquierda hasta unos monárquicos que vieron la ocasión tan esperada de atacarlo. Con todo, el gobierno continuaba firme en el parlamento, pero sin la confianza del presidente de la República. La constitución establecía un sistema de doble confianza, parlamentaria y presidencial. Este sistema propiciaba la intervención del jefe del estado de manera activa, y a esta situación puramente institucional se añadía un elemento personal: Alcalá-Zamora no dejaba de ser un hombre formado en la escuela política de Alfonso XIII y veía como algo normal la intervención del jefe del estado.
Tras diversas crisis y gobiernos de Lerroux y Martínez Barrio se llegó a las elecciones de 19 de noviembre de 1933 que dieron una mayoría de derechas.
La CEDA aparecía como el bloque más numeroso pero su no aceptación explícita de la constitución le vedaba un acceso directo al poder. Se produjo una situación de centro-derecha en la cual los radicales de Lerroux ocupaban el poder con el apoyo parlamentario de la CEDA. La nueva mayoría se decidió desde muy pronto a anular las medidas de la mayoría anterior, especialmente en aspectos importantes como la reforma agraria. También se fue a una amnistía para los implicados en los hechos del 10 de agosto de 1932 y poco a poco las relaciones con otros poderes como la Generalitat de Cataluña se hicieron muy difíciles.
En Cataluña el presidente Maciá había fallecido en la Navidad de 1933 y fue sustituido por Companys. El parlamento catalán elaboró una ley de contratos de cultivo que fue llevada por el gobierno central ante el Tribunal de garantías constitucionales.
En el partido socialista se impuso una línea insurreccional. En febrero de 1934 los socialistas austriacos habían sido derrotados y reprimidos por el canciller Dollfuss, que impuso un sistema corporativo. Los socialistas españoles temían que Gil Robles, con un pensamiento próximo al del canciller austriaco tratara de imponer en España un sistema similar.
En octubre de 1934, y como reacción a la incorporación al gabinete de ministros de la CEDA se produjo el movimiento revolucionario en Asturias y Cataluña. En Cataluña Companys proclamó un estado catalán dentro de una República federal española. El movimiento catalán fue rápidamente dominado por el general Batet. En Asturias los hechos adquirieron un carácter mucho más grave, produciéndose una auténtica situación de guerra. El movimiento fue reprimido desde Madrid bajo las instrucciones del general Franco. Tras este movimiento sucedió una violenta represión.
Gil Robles, finalmente nombrado ministro de la Guerra se rodeó de militares como el general Franco, nombrado jefe del estado mayor.
Alejandro Lerroux, el viejo caudillo radical, vio cómo su partido se veía salpicado de lleno por un escándalo que fue conocido popularmente como el estraperlo. Alcalá-Zamora dio paso a un gobierno presidido por Chapaprieta y finalmente encargó a Portela Valladares la formación de un gobierno dando al mismo Portela el importante decreto de disolución de las cortes.
Las elecciones se fijaron para el 16 de febrero de 1936. Las fuerzas se agruparon en frentes: un frente nacional y un frente popular.
Los resultados de las urnas dieron la victoria a la coalición de izquierdas del frente popular y supusieron el hundimiento de la opción de centro de Portela auspiciada por el presidente de la República. Una ola de pánico hizo que Portela abandonara el poder de forma precipitada y tuviera que encargarse del mismo Azaña, que fue nombrado de nuevo presidente del consejo. Aunque la coalición del frente popular era amplia, abarcando desde republicanos de izquierda hasta socialistas, el gobierno era exclusivamente republicano. La diputación permanente de las cortes aprobó una amnistía por los hechos de octubre. Se produjeron ocupaciones de fincas y el gobierno se vio superado por los acontecimientos.
La conspiración militar empezó a fraguarse desde antes que se constituyera el gobierno. El general Franco, todavía jefe del estado mayor, propuso a Portela la proclamación del estado de guerra y que se ignoraran los resultados electorales.
En abril, aplicando una lectura muy discutible de la Constitución, las cortes destituyeron al presidente de la república, Alcalá-Zamora. Provisionalmente se hizo cargo de la jefatura del estado Martínez Barrio, presidente de la Cortes.
Azaña, cansado de la situación y de la primera línea de la política, se dejó elevar hasta la jefatura del estado y fue elegido Presidente de la República en mayo de 1936. Una vez en esa magistratura, intentó que Indalecio Prieto ocupara la jefatura del gobierno, pero la oposición que este encontró en su propio partido hizo que finalmente Azaña diera el poder a Santiago Casares Quiroga.

SANTIAGO CASARES QUIROGA.
Mientras estos hechos se producían, la conspiración militar avanzaba dirigida por Mola. El general Franco, con gran prestigio en el ejército y siempre cauteloso, no se decidía de forma clara a implicarse en la conspiración.
En julio de 1936 se produjeron unos hechos graves: el asesinato del teniente Castillo, afecto a la República y el asesinato de líder del bloque nacional. José Calvo Sotelo, el 13 de julio.
El 17 de julio, en África, se produjo el alzamiento de las fuerzas allí establecidas. El general Franco se puso al frente de estas fuerzas tras conseguir volar a Marruecos. En la península el levantamiento militar se generalizó en los días 18 y 19 de julio. El alzamiento triunfó en Galicia, Navarra, Castilla la Vieja, parte de Aragón y parte de Andalucía. También triunfó en Mallorca. Fracasó en los principales núcleos urbanos: Madrid, Barcelona, Valencia. El gobierno republicano de Casares Quiroga se hundió y tras un intento de Martínez Barrio de llegar a un acuerdo con los rebeldes, se encargó del gobierno Giral, que rápidamente abrió los parques de armas a la población. Aparecieron las milicias y la autoridad del gobierno quedó reducida casi hasta un papel nominal. En el lado donde la insurrección triunfó, una fortísima represión se desató contra todas aquellas personas de las que hubiera la menor sospecha de simpatía no ya izquierdista sino simplemente republicana.
En la zona teóricamente dominada por el gobierno republicano se produjeron ejecuciones irregulares, algunas de ellas de una enorme gravedad, como la matanza de la cárcel modelo de Madrid en agosto de 1936.
Rápidamente lo que en principio estaba planteado como golpe de estado se convirtió en una guerra civil que duraría casi tres años.
En septiembre de 1936, tras la caída de Talavera de la Reina en manos de las tropas nacionales, el gobierno republicano de Giral hizo crisis y se constituyó un gobierno de más amplia base, dirigido por Francisco Largo Caballero y con la participación por primera vez de ministros comunistas. La base se amplió poco después hasta incluir la participación de la CNT y FAI, hecho insólito este, el de la participación de elementos anarco-sindicalistas en una acción de gobierno.

El gobierno de Largo Caballero se propuso restaurar la autoridad y constituir un ejército popular. El rápido avance por el valle del Tajo de las fuerzas nacionales provocó que estas se aproximaran a Madrid. Tras la toma de la localidad toledana de Illescas, el presidente de la República, Manuel Azaña, abandonó la capital y se trasladó a Barcelona. Cuando a principios de noviembre las tropas rebeldes se acercaron a la capital, el gobierno abandonó la misma y se trasladó a Valencia. En Madrid quedó establecida una Junta de defensa formada con la participación de los partidos del frente popular y como jefe de dicha junta quedó nombrado el general Miaja, asesorado por el teniente coronel Vicente Rojo.
Uno de los episodios más oscuros de la guerra tuvo lugar en estos días, cuando ante el temor de que los nacionales tomaran Madrid, un grupo de presos fue sacado de la capital. En la localidad de Paracuellos de Jarama se produjo una matanza. El comisario de orden público, el joven Santiago Carrillo, que representaba en la junta a las Juventudes Socialistas Unificadas, ha sido acusado durante años como responsable de esta matanza. Todavía hoy la polémica se mantiene viva.
En noviembre de 1936 parecía que la toma de Madrid por parte de los nacionales era inminente. Fue en ese momento cuando se produjo el reconocimiento de los nacionales por parte de Berlín y Roma.
Contra todo pronóstico, la capital resistió las acometidas de las tropas nacionales y finalmente Franco hubo de suspender el ataque a la capital.
En 1937 la guerra se centraría en la conquista del Norte y en la toma de Málaga por los nacionales y a final de año en la durísima batalla de  Teruel, ocurrida bajo unas condiciones climatológicas de extremado frío y fuerte nevada. En la campaña del norte se produjo el salvaje bombardeo de Guernica por la legión Cóndor.
En mayo, en Barcelona, unos enfrentamientos extremadamente graves entre los comunistas del PSUC, obedientes a Moscú y los marxistas del POUM y anarco-sindicalistas de la CNT-FAI trajo como consecuencia la disolución del gobierno de Largo Caballero y su sustitución por Negrín, que formó un equipo más distanciado de los deseos de las sindicales: CNT y UGT, quedando Prieto como ministro de Defensa. Este gobierno se propuso restaurar los aspectos de autoridad y disciplina y fue dando mayor protagonismo en el ejército a los comunistas.
Se produjeron importantes contraofensivas como las de Belchite y Brunete, así como la toma de Teruel. Estas ofensivas, que en un primer momento lograban sorprender a enemigo, al final terminaban siempre con un fuerte desgaste.
En 1938, las tropas nacionales, mandadas por Camilo Alonso Vega, llegaron al Mediterráneo en la localidad de Vinaroz. Esto supuso que la zona republicana quedara partida en dos. Fue en aquel momento, cuando se esperaba que Franco se dirigiera a Cataluña, cosa que no hizo, cuando se produjo la salida del gobierno de Prieto y su sustitución en Defensa por el propio Negrín, el jefe de gobierno.
En julio de 1938 se inició la más decisiva y sangrienta de las batallas habidas en la guerra, la batalla del Ebro. En un primer momento, los nacionales se vieron sorprendidos por la fuerte acometividad de las tropas republicanas, que consiguieron establecer una importante cabeza de puente. Franco, que tenía un sentido territorial de acuerdo con el cual no se debía permitir que el enemigo reconquistara una sola pulgada de terreno, empeñó todo su esfuerzo en conseguir que el enemigo volviera a pasar el río. La batalla duró cuatro meses, al cabo de los cuales el ejército de la República tuvo que replegarse a su punto de partida. Tras este último esfuerzo, el agotamiento del ejército popular era total y el año 1939 se inició con una ofensiva nacional que tuvo como consecuencia inmediata la toma de Barcelona el 26 de enero. Un movimiento de pánico entre la población y el ejército derrotado cristalizó en una masa imponente de refugiados que se dirigían hacia la frontera francesa.
Manuel Azaña, que desde tiempo atrás daba la guerra por perdida, atravesó la frontera a pie en febrero de 1939. En un primer momento se instaló en la embajada en París pero a final de mes dimitió. Se hizo cargo de la presidencia de la República de manera provisional el que era presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, pero ero obvio que en aquellas circunstancias resultaba imposible elegir un nuevo presidente.
Negrín defendía una política de resistencia a ultranza, en la esperanza de que el conflicto español enlazara con la conflagración mundial que ya se veía en el horizonte.  En este empeño ya sólo lo sostenían los comunistas, fuertes en el ejército pero mal vistos por el resto de fuerzas que habían formado el frente popular.
Negrín volvió al territorio español todavía controlado por la República, a la llamada zona Centro-Sur.
En Madrid se estaba fraguando una conspiración que tenía por objetivo acabar con la influencia de los comunistas y formar un gobierno que fuera capaz de ofrecer una negociación razonable al enemigo para acabar la guerra. Una serie de nombramientos militares por parte de Negrín constituyeron el incidente que se esperaba para dar lugar a una insurrección en la capital dirigida en el aspecto militar por el coronel Segismundo Casado y en el aspecto político por el socialista Julián Besteiro. En este movimiento participó también la CNT a través de Cipriano Mera. Tras cuatro días de lucha, se afirmó en el territorio todavía dominado por la República la autoridad de un Consejo de Defensa dirigido por Casado. Negrín tuvo que huir en avión y las nuevas autoridades se dirigieron al gobierno Nacional de Burgos con el fin de establecer unas negociaciones que pudieran conducir a una capitulación honrosa. Pronto descubrieron que desde Burgos lo único que se admitía era una rendición incondicional.
Las negociaciones fueron rotas por parte de Franco, que ordenó una ofensiva general que apenas encontró resistencia en unas fuerzas desmoralizadas. El ejército republicano prácticamente se disolvió. Madrid fue tomado el 28 de marzo. Alicante fue la última capital que quedó en manos del ejército republicano. El 1 de abril de 1939 Franco pudo firmar desde su cuartel general de Burgos el último parte de guerra, tan conocido y en el que anunciaba el fin de la guerra tras alcanzar sus tropas los últimos objetivos militares que se habían trazado.
La guerra civil española tuvo desde un primer momento un fuerte impacto internacional. Las potencias europeas influyeron con sus decisiones en la marcha de la misma.
En el Reino Unido la opinión conservadora veía en la República poco más que un régimen bolchevique al que había que derribar si se quería evitar una influencia soviética en España. Francia, que tenía en aquellos momentos un gobierno de frente popular, contaba con una opinión muy dividida y con las simpatías de la derecha hacia la causa nacional. La Italia de Mussolini apoyó desde un comienzo a los nacionales. También el régimen corporativo portugués de Carmona y Salazar tenía gran simpatía por la causa de los rebeldes. La Unión Soviética apoyó a la República para proseguir con una política que le permitiera una mayor presencia en la esfera internacional.
En Londres se creó un comité de no intervención que perjudicó claramente a la causa de la República pues no permitió que esta pudiera dotarse de armas compradas a las potencias occidentales quedando de este modo la Unión Soviética como único apoyo de la misma.
El régimen nazi apoyó a la causa nacional.
La intervención de extranjeros se produjo muy pronto. Los alemanes enviaron a la legión Cóndor y los soviéticos enviaron a cuadros para instruir al ejército popular así como armamento.
Las brigadas internacionales se formaron con simpatizantes izquierdistas de todo el mundo. Los italianos enviaron un cuerpo de tropas teóricamente formado por voluntarios.
Si en un principio la excusa del alzamiento era la poco verosímil de prevenir un levantamiento comunista, al final de la guerra la influencia comunista en el bando republicano acabó siendo cierta.
Si al comienzo decía que la República en España trae consigo una connotación de caos y desorden, está claro que el trágico final de la segunda experiencia republicana unido a los muchos años de propaganda adversa han transmitido una imagen de inestabilidad que es injusta.
Si nos fijamos en el primer bienio, podremos ver que el gobierno de Azaña fue bastante estable para los patrones parlamentarios españoles, más estable sin duda que la mayor parte de gabinetes de la época de Alfonso XIII.
Curiosamente es en la segunda fase, dominada por la situación de centro-derecha, cuando la inestabilidad gubernamental es mayor, recordando la situación de algunos gobiernos de Alfonso XIII. Presidentes del consejo como Samper, Chapaprieta o Portela sólo se explican por la permanencia de hábitos políticos heredados de la situación monárquica, con la activa participación del jefe del estado en las crisis de gobierno.
Muchos de los males que se asocian de manera irreflexiva al régimen republicano se deben en realidad a la fortísima crisis de los años treinta, que hizo que en la mayor parte de Europa el régimen parlamentario fuera sustituido por dictaduras.
La República vino en un contexto político y económico muy adverso y tuvo durante sus cinco años de efectivo vigor un poder coercitivo conforme al de cualquier estado de la época. Todas las insurrecciones que se produjeron contra ella fueron superadas y el alzamiento tuvo que transformarse en guerra para poder triunfar.

martes, 2 de abril de 2013

LOS INDECISOS.



Dos hombres: Cicerón y Erasmo, han suscitado una gran admiración, el primero en la antigüedad romana y el segundo en el Renacimiento humanista, por su saber y su erudición.
Ninguno de los dos ha sido considerado como pensador original y de hecho ninguno de ellos lo ha sido.
Cicerón no es un filósofo con una obra propia como lo fueron Platón, Aristóteles y en la medida en que sabemos algo de él, Epicuro.
Tampoco Erasmo ha sido considerado un pensador original.
Ambos comparten sin embargo, a la distancia de más de 1500 años y en épocas muy distintas algunos rasgos comunes.
Cicerón no fue un creador original pero sí que fue un gran transmisor, un gran educador. Marco Tulio Cicerón transmitió al público culto romano ( una minoría ) la información básica sobre la filosofía griega. Intentó transmitir el gusto por la filosofía y adaptar el latín a un uso filosófico, y sin darse cuenta, sin pretenderlo, introdujo importantes neologismos en la lengua latina.
Erasmo cultivó el diálogo filosófico, a la manera de Platón, para introducir en el público culto de su época el amor a la tolerancia y el odio a la superstición.
Ambos, el romano y el holandés, fueron hombres respetados, pero nunca adorados. Vivieron en épocas convulsas, de cambios de gran transcendencia ( el fin definitivo de la República romana el primero y el paso a un mundo moderno y más amplio, rota definitivamente la unidad religiosa el segundo ).
Cicerón se vio arrastrado por las luchas y guerras civiles que marcaron el final de la etapa republicana en Roma y finalmente fue víctima de las proscripciones y venganzas entre Marco Antonio y Octavio. Murió asesinado en medio de dichas luchas.
Erasmo preparó el terreno para una nueva forma de religiosidad, más atenta a la devoción y menos a las ceremonias exteriores. Cuando parecía que su obra iba a rendir fruto, la aparición de un hombre decidido, terco y sin ningún tipo de complejo como fue Lutero hizo que el gran iniciador de las reformas fuera visto por los incipientes evangélicos ( todavía no eran llamados protestantes ) como un hombre poco decidido, acobardado y que a la hora de definirse no se atrevió a dar el paso definitivo de romper con Roma.
A su vez, los más acérrimos al partido de Roma, los que pretendían que no era necesario ningún cambio, le achacaban la culpa a Erasmo de haber sembrado el terreno en el que recolectó Lutero.
Si Cicerón murió asesinado, Erasmo murió amargado y sin verdaderos partidarios.
Las personas de gran espíritu de fineza no son aptas para las épocas convulsas. Los hombres del matiz, del análisis, se ven en esas épocas más bien como hombres de poco valor, y su empeño en la conciliación se muestra ante la masa militante más como cobardía que como intento serio de aportar una solución de convivencia.
Lo menos importante es saber, en la medida en que ello sea posible, si estas personas fueron o no cobardes. Lo verdaderamente decisivo es que fueran lo que fueran, la dureza de la época y las claves en que estaba empeñada la lucha, los hubiera mostrado siempre como cobardes e indecisos.



DE OPINIONES Y CERTEZAS.




Es cada vez más frecuente encontrarse, cuando estamos discutiendo sobre un asunto, con personas que responden a lo que uno dice con la siguiente expresión: eso será tu opinión.
Yo suelo pensar: ¡claro que es mi opinión, de quién va s ser si no!
Si uno habla, existen muchas probabilidades de que lo que diga sea su opinión. Con señalar eso, no se avanza mucho acerca de lo acertado o no de lo que uno diga.
Lo que hay detrás de esa forma de argumentar es una mentalidad según la cual todo, absolutamente todo se puede reducir a una mera exposición de opiniones.
Se olvida que cuando alguien defiende algo, a veces cree en eso que está defendiendo. Si todo se pudiera reducir a un simple cotejo de opiniones se perdería todo el sentido de una verdadera discusión.
Puede que lo que yo diga sea una mera opinión, pero cuando argumento creo que además de ser una opinión, es verdad. De no ser así, no merecería la pena hablar.