Recuerdo
de forma confusa mis estudios de lengua en el Bachillerato, cuando el profesor
nos trataba de transmitir la diferencia entre denotación y connotación.
Aunque siempre se me dio bien esa asignatura y solía sacar buenas notas, no
podría ahora reproducir con exactitud científica
la diferencia entre estos dos conceptos. Tampoco tengo la paciencia y
diligencia necesarias como para acudir a mis viejos libros de texto o a otras
fuentes para plasmar de una manera exacta el significado de dichos conceptos.
Lo
que sí ha quedado en mi ánimo de una manera más o menos vaga y difusa es la
idea de que denotación hace referencia al significado objetivo de la palabra y
connotación tiene más que ver con las asociaciones y evocaciones que dicha
palabra suscita.
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AMADEO I DE SABOYA. |
Lo
anterior viene a cuento del significado que la palabra república tiene entre los españoles. Entre nosotros dicha palabra
nos trae a la imaginación algo más que un simple régimen político. La imagen
que ha quedado de una manera más o menos consciente asociada a ese régimen es
la de caos, desorden, inestabilidad, radicalidad y contenido fuertemente
escorado hacia la izquierda. Dado que las dos experiencias republicanas
anteriores, las de 1873 y 1931, fueron experiencias fracasadas, dicho fracaso
se ha incorporado de una manera casi analítica como una consecuencia necesaria
de dicho régimen, como si fuera un elemento constitutivo del mismo.
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Nicolás Salmerón |
De
la Primera República existe una visión
estereotipada, la de un régimen de soñadores, de personas incapaces de
renunciar a sus principios y capaces de sacrificar la eficacia a dichos
principios. Quizá esa imagen sea válida para Pi y Margall, pero ni siquiera
sería apropiada para un hombre como Salmerón, del que ha quedado grabado sobre
todo su gesto de dimitir para no verse obligado a firmar una sentencia de
muerte, gesto noble pero que ha hecho olvidar que con Salmerón se inició una
recuperación del orden público que culminaría Castelar. Este último ha visto
eclipsada su labor de gobernante ante su indudable primacía en el ámbito de la
oratoria, primacía que ha facilitado ver en él más al hombre de palabra que al
hombre de acción, cuando lo cierto es que los meses en los que Castelar ocupó
el poder ejecutivo lo ejerció de una manera bastante eficaz e incluso
expeditiva. De hecho, el golpe de Pavía no iba contra Castelar, antes al
contrario, fue la noticia de que Castelar había sido derrotado en el
parlamento, después de gobernar con plenos poderes, la que precipitó la acción
de Pavía, acción que a su vez no derribó a la República sino que dio lugar a un
extraño régimen de dictadura republicana presidido por el general Serrano.
Tras
el golpe de estado del general Martínez Campos en Sagunto, en diciembre de
1874, que abrió el paso a la restauración de los Borbones ya madurada en el
aspecto político por Cánovas, la república quedó en el terreno ambiguo del
mito. Ruiz Zorrilla y Villacampa fueron los últimos conspiradores. Castelar se
refugió en una actitud de republicanismo teórico y colaboración de hecho con la
monarquía que fue bautizada como posibilismo. La Restauración parecía firmemente
asentada y superó la prueba de la temprana desaparición del rey Alfonso XII y
también soportó con eficacia una larga regencia. Lo que no pudo hacer ese
régimen es abrirse a más amplias bases y desde luego cometió en la esfera
internacional la insensatez de pretender resistir el poderío de los Estados
Unidos.
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Proclamación de la Primera República tras la abdicación de Amadeo I de Saboya |
El
republicanismo se fue convirtiendo en un movimiento que de vez en cuando
reaparecía, pero nunca con fuerza. En Barcelona, Salmerón siguió manteniendo
viva la llama pero sólo volvió a cobrar fuerza cuando ese republicanismo se
alió con el incipiente regionalismo catalán para dar pie a la Solidaridad Catalana. Muy Pronto, en la
misma Barcelona, otro hombre, Alejandro Lerroux, enarbolará la bandera de un
republicanismo distinto, de gran agresividad en las palabras y los gestos, pero
muy turbio y confuso en sus relaciones con el poder.
Hubo
años en los que la más fuerte oposición a la monarquía restaurada no vino de
los partidarios estrictos de la república. Los anarquistas y
anarco-sindicalistas no podían ser republicanos por definición, dada su
negativa a reconocer ninguna legitimidad a ningún tipo de organización estatal.
Los socialistas, si bien sentimentalmente republicanos, no hacían de la forma
de gobierno el punto central de sus reivindicaciones y, en este sentido, puede
considerarse que eran accidentalistas.
Hay
episodios de crisis en que se produce colaboración entre distintas fuerzas y
sectores republicanos, pero el acontecimiento que sirvió de catalizador de
dicha colaboración fue sin duda el episodio iniciado en septiembre de 1923 con
la implantación de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera.
Puede
que la intención de Primo de Rivera fuera vagamente regeneracionista y es
bastante probable pensar que en algún momento creyera el general jerezano
encarnar la figura del cirujano de hierro
de la que hablara Costa, pero el hecho cierto es que con la ruptura de la
constitución de 1876 se derribaba un sistema que, aunque fraudulento y
caciquil, había habituado a la población a la naturalidad del debate y
discusión propios de una sociedad liberal. Eran muchos los años en que el
público se había acostumbrado a emitir unas opiniones que aunque no
consiguieran atravesar la maraña de argucias legales del sistema de la
Restauración, habían hecho no obstante habitual el debate y la discusión. Primo
de Rivera se presentó en un principio como un hombre que quería calafatear el
barco viejo. Cuando aquellos que le auparon al poder fueron descubriendo que en
realidad lo que quería era un barco nuevo lo despidieron. El rey Alfonso XIII
quedó desnudo. Las viejas agrupaciones que lo sostenían estaban totalmente
caducas y las generaciones nuevas y más inquietas no aceptaban una simple
vuelta a los tiempos anteriores a 1923. Fue en este marco en el que fue calando
de manera honda el ambiente que propició que la república se proclamara por
segunda vez como forma de gobierno en España.
1930
es el año clave. La dimisión de Primo de Rivera y la designación del general
Berenguer para presidir un gobierno de vuelta
a la normalidad fue un intento del rey, entre desesperado e inconsciente,
de reactivar el viejo sistema de la Restauración, pero ahora ya muchas
personalidades y sectores veían insuficiente el viejo sistema y la vieja clase
política no podía sentir agradecimiento alguno a un rey que la había abandonado
y menospreciado.
La
imagen que Berenguer dio de una botella de champán que se abre y provoca la
salida con fuerza del líquido hasta ese momento encerrado en ella es muy feliz
y gráfica, es un resumen intuitivo de lo que supuso el año 1930.
Ortega,
en su muy conocido artículo El error
Berenguer, consiguió lanzar un dardo certero a la vez que inventaba una
nueva forma de asociar una circunstancia a un nombre propio que si en lo
gramatical suponía una vulneración de la función tradicional del complemento
del nombre, en lo periodístico hizo fortuna hasta nuestros días.
En
agosto, en San Sebastián se reunieron personalidades del republicanismo
histórico, como Lerroux, hombres de un nuevo republicanismo no contaminado por
las corruptelas del caudillo radical, representados por la figura de Azaña,
monárquicos desengañados como Alcalá-Zamora, representantes de corrientes
autonomistas y a título individual, pero de manera muy significativa, un
socialista como Indalecio Prieto. De ahí surgió un plan insurreccional que fue
muy mal ejecutado en diciembre, pero que dejó en el haber sentimental del
republicanismo dos mártires, los capitanes Galán y García Hernández.
El
año 1931 no comenzó mejor para los intereses del rey. Berenguer planteó un plan de convocatoria de elecciones que no tuvo
éxito. Fue mientras sustituído por el almirante Aznar, quien pensó que era más
apropiado acercarse a la normalidad institucional a través de un proceso
gradual de elecciones de distinto rango, empezando por unas elecciones
municipales que fueron convocadas para el domingo 12 de abril. En el plano
judicial, el proceso contra los integrantes del llamado Comité Revolucionario
que se había responsabilizado de la insurrección de diciembre de 1930 se saldó
con una condena mínima, que puso a los detenidos en libertad y con un triunfo
político de estos, a los que muchos sectores veían ya como al poder que iba a
venir.
Cuando
se empezaron a conocer los resultados de las elecciones, se vio que las
candidaturas republicanas habían triunfado en las grandes ciudades a pesar de
que el número de concejales monárquicos seguía superando al de concejales
republicanos. Fueron los propios hombres del régimen, empezando por el conde de
Romanones, los que, conocedores del valor que había que dar a los votos según
fuera la influencia caciquil, interpretaron el resultado en el sentido de un
plebiscito contrario al rey. Pese a los intentos de resistencia de Juan de la
Cierva, la mayoría del gobierno, dominada por Romanones, persuadió al rey de
que era inútil mantenerse en su situación, y este se decidió a suspender el ejercicio del poder real, mientras
hablaba la nación, a la que reconocía como única dueña de sus destinos.
El
ejército, a través de su ministro, general Berenguer, también hacía un
llamamiento a respetar la voluntad de la nación. El general Sanjurjo, director
de la Guardia Civil, prácticamente ponía sus fuerzas a disposición de un comité
revolucionario que estaba a punto de convertirse en Gobierno Provisional de la
República. La escena protocolaria de rendición, aunque con algún momento de
tensión, tuvo lugar en el domicilio del doctor Marañón, en una conversación
entre Niceto Alcalá-Zamora y el conde de Romanones. Ahí se acordó que el rey
abandonaría Madrid antes de que se ponga
el sol ,como con insistencia dijo Don Niceto.
El
14 de abril quedaba proclamada la República en toda España de forma pacífica,
en medio del entusiasmo popular y con aspectos confusos e inquietantes en
Cataluña pues ahí se había proclamado una República catalana que al cabo de
tres días se transformó en Generalitat de Cataluña.
Presidía
el gobierno provisional de la República Niceto Alcalá-Zamora, un hombre procedente
del viejo liberalismo anterior a la Dictadura. Por primera vez en España tres
socialistas se sentaban en el gabinete: Francisco Largo Caballero como ministro
de trabajo, Indalecio Prieto como ministro de hacienda y Fernando de los Ríos
como ministro de justicia. Un hombre
nuevo, Manuel Azaña, ocupaba la importantísima cartera de guerra. Como
representante del viejo republicanismo aparecía la figura de Alejandro Lerroux.
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GOBIERNO PROVISIONAL DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA. |
El
nuevo gobierno iniciaba su labor en medio del entusiasmo popular, con unas demandas
de justicia social tan generalizadas que por fuerza habían de defraudar. Se
propuso como tarea más urgente la apertura de un proceso constituyente. La
convocatoria de elecciones dio lugar a un parlamento favorable claramente al
nuevo régimen, con una clara desmoralización de las fuerzas monárquicas. Como
figura destacada de la oposición aparecía otro hombre nuevo, José María Gil Robles, abogado salmantino de
orientación católica. Había también una representación de los nacionalistas
vascos.
Pronto
apareció un problema que, no atajado a tiempo, acabaría asociándose al régimen
republicano: el orden público. En mayo de 1931 se produjo la quema de conventos
que el ministro católico Miguel Maura no supo afrontar con contundencia.
Los
trabajos de elaboración de la nueva constitución suscitaron debates en algunos
puntos, en especial en los temas religiosos. En el ámbito militar el ministro
de la Guerra, Manuel Azaña se propuso introducir unas reformas que intentaban
racionalizar la proporción entre altos mandos y tropas. Se produjo malestar en
algunos sectores del ejército y algunos miembros del mismo abandonaron las
fuerzas armadas aprovechando las ventajas que el gobierno dio para que los que
no sintieran lealtad por el nuevo régimen pudieran abandonar el ejército con
grandes ventajas económicas.
La
discusión del lugar que habían de ocupar las órdenes religiosas dio paso en
octubre a una crisis de gobierno que se tradujo en la dimisión de Alcalá-Zamora
y en la subida al poder como presidente del gobierno provisional de Manuel
Azaña, que retuvo la cartera de Guerra.
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Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la segunda República |
La
constitución quedó proclamada en diciembre de 1931 y tras entrar en vigor,
Alcalá-Zamora pasó a ser el presidente de la República y Manuel Azaña el
presidente del consejo. Un cambio importante se produjo en el gabinete pues los
radicales de Lerroux abandonaron el mismo para pasar progresivamente a
constituirse en elementos de oposición y Azaña formó su gobierno con
republicanos de izquierda y socialistas.
Tres
problemas aparecían como más urgentes: reforma agraria, reforma militar y
problema religioso. También estaba planteado el problema territorial con
Cataluña. La constitución hablaba de que España era un estado integral pero se
ofrecía la posibilidad de constituir comunidades autónomas. Cataluña empezó a
trabajar en la elaboración de un estatuto de autonomía que estuvo listo en
1932.
La
situación en el campo era muy distinta en la España septentrional y en la
España meridional. En la España septentrional predominaba la pequeña propiedad
y una actitud en general conservadora. En la España meridional lo
característico era el latifundio y una masa de jornaleros privados de tierra y
con malas condiciones sociales. El gobierno se dispuso a desarrollar una
reforma agraria para paliar el problema, pero esa reforma parecía insuficiente
a los jornaleros a los que iba dirigida y a su vez sembraba inquietud en los
grandes propietarios.
En
el ámbito militar se suprimieron las capitanías generales, que quedaron
sustituidas por divisiones orgánicas. El máximo grado quedó en el de general de
división. Se revisaron los ascensos por méritos de guerra y se suprimió la
Academia General Militar de Zaragoza, decisión esta última que provocó un
malestar muy notorio en su director, el joven general Francisco Franco.
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Manuel Azaña |
El
10 de agosto de 1932 el general Sanjurjo desde Sevilla y elementos monárquicos
desde Madrid daban un golpe de estado que rápidamente fue sofocado por el
gobierno. Sanjurjo fue detenido, juzgado y condenado a muerte aunque esta
condena fue conmutada.
En
enero de 1933 un trágico acontecimiento ocurrido en la localidad gaditana de
Casas Viejas supuso un importante desgaste para el gobierno de Manuel Azaña. Un
levantamiento anarquista fue brutalmente reprimido por la fuerza pública. La
respuesta de Azaña, falto de información, que afirmó que en Casas Viejas no
había sucedido más que lo que tenía que suceder, no fue una de sus mejores
intervenciones y consiguió que se enemistaran con él sectores que iban desde
los más radicales de la izquierda hasta unos monárquicos que vieron la ocasión
tan esperada de atacarlo. Con todo, el gobierno continuaba firme en el
parlamento, pero sin la confianza del presidente de la República. La
constitución establecía un sistema de doble confianza, parlamentaria y
presidencial. Este sistema propiciaba la intervención del jefe del estado de
manera activa, y a esta situación puramente institucional se añadía un elemento
personal: Alcalá-Zamora no dejaba de ser un hombre formado en la escuela
política de Alfonso XIII y veía como algo normal la intervención del jefe del
estado.
Tras
diversas crisis y gobiernos de Lerroux y Martínez Barrio se llegó a las
elecciones de 19 de noviembre de 1933 que dieron una mayoría de derechas.
La
CEDA aparecía como el bloque más numeroso pero su no aceptación explícita de la
constitución le vedaba un acceso directo al poder. Se produjo una situación de
centro-derecha en la cual los radicales de Lerroux ocupaban el poder con el
apoyo parlamentario de la CEDA. La nueva mayoría se decidió desde muy pronto a
anular las medidas de la mayoría anterior, especialmente en aspectos
importantes como la reforma agraria. También se fue a una amnistía para los
implicados en los hechos del 10 de agosto de 1932 y poco a poco las relaciones
con otros poderes como la Generalitat de Cataluña se hicieron muy difíciles.
En
Cataluña el presidente Maciá había fallecido en la Navidad de 1933 y fue
sustituido por Companys. El parlamento catalán elaboró una ley de contratos de
cultivo que fue llevada por el gobierno central ante el Tribunal de garantías
constitucionales.
En
el partido socialista se impuso una línea insurreccional. En febrero de 1934
los socialistas austriacos habían sido derrotados y reprimidos por el canciller
Dollfuss, que impuso un sistema corporativo. Los socialistas españoles temían
que Gil Robles, con un pensamiento próximo al del canciller austriaco tratara
de imponer en España un sistema similar.
En
octubre de 1934, y como reacción a la incorporación al gabinete de ministros de
la CEDA se produjo el movimiento revolucionario en Asturias y Cataluña. En
Cataluña Companys proclamó un estado catalán dentro de una República federal
española. El movimiento catalán fue rápidamente dominado por el general Batet.
En Asturias los hechos adquirieron un carácter mucho más grave, produciéndose
una auténtica situación de guerra. El movimiento fue reprimido desde Madrid
bajo las instrucciones del general Franco. Tras este movimiento sucedió una
violenta represión.
Gil
Robles, finalmente nombrado ministro de la Guerra se rodeó de militares como el
general Franco, nombrado jefe del estado mayor.
Alejandro
Lerroux, el viejo caudillo radical, vio cómo su partido se veía salpicado de
lleno por un escándalo que fue conocido popularmente como el estraperlo.
Alcalá-Zamora dio paso a un gobierno presidido por Chapaprieta y finalmente
encargó a Portela Valladares la formación de un gobierno dando al mismo Portela
el importante decreto de disolución de las cortes.
Las
elecciones se fijaron para el 16 de febrero de 1936. Las fuerzas se agruparon
en frentes: un frente nacional y un frente popular.
Los
resultados de las urnas dieron la victoria a la coalición de izquierdas del
frente popular y supusieron el hundimiento de la opción de centro de Portela
auspiciada por el presidente de la República. Una ola de pánico hizo que
Portela abandonara el poder de forma precipitada y tuviera que encargarse del
mismo Azaña, que fue nombrado de nuevo presidente del consejo. Aunque la
coalición del frente popular era amplia, abarcando desde republicanos de izquierda
hasta socialistas, el gobierno era exclusivamente republicano. La diputación
permanente de las cortes aprobó una amnistía por los hechos de octubre. Se
produjeron ocupaciones de fincas y el gobierno se vio superado por los
acontecimientos.
La
conspiración militar empezó a fraguarse desde antes que se constituyera el
gobierno. El general Franco, todavía jefe del estado mayor, propuso a Portela
la proclamación del estado de guerra y que se ignoraran los resultados
electorales.
En
abril, aplicando una lectura muy discutible de la Constitución, las cortes
destituyeron al presidente de la república, Alcalá-Zamora. Provisionalmente se
hizo cargo de la jefatura del estado Martínez Barrio, presidente de la Cortes.
Azaña,
cansado de la situación y de la primera línea de la política, se dejó elevar
hasta la jefatura del estado y fue elegido Presidente de la República en mayo
de 1936. Una vez en esa magistratura, intentó que Indalecio Prieto ocupara la
jefatura del gobierno, pero la oposición que este encontró en su propio partido
hizo que finalmente Azaña diera el poder a Santiago Casares Quiroga.
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SANTIAGO CASARES QUIROGA. |
Mientras
estos hechos se producían, la conspiración militar avanzaba dirigida por Mola.
El general Franco, con gran prestigio en el ejército y siempre cauteloso, no se
decidía de forma clara a implicarse en la conspiración.
En
julio de 1936 se produjeron unos hechos graves: el asesinato del teniente
Castillo, afecto a la República y el asesinato de líder del bloque nacional.
José Calvo Sotelo, el 13 de julio.
El
17 de julio, en África, se produjo el alzamiento de las fuerzas allí
establecidas. El general Franco se puso al frente de estas fuerzas tras
conseguir volar a Marruecos. En la península el levantamiento militar se
generalizó en los días 18 y 19 de julio. El alzamiento triunfó en Galicia,
Navarra, Castilla la Vieja, parte de Aragón y parte de Andalucía. También
triunfó en Mallorca. Fracasó en los principales núcleos urbanos: Madrid,
Barcelona, Valencia. El gobierno republicano de Casares Quiroga se hundió y
tras un intento de Martínez Barrio de llegar a un acuerdo con los rebeldes, se
encargó del gobierno Giral, que rápidamente abrió los parques de armas a la
población. Aparecieron las milicias y la autoridad del gobierno quedó reducida
casi hasta un papel nominal. En el lado donde la insurrección triunfó, una
fortísima represión se desató contra todas aquellas personas de las que hubiera
la menor sospecha de simpatía no ya izquierdista sino simplemente republicana.
En
la zona teóricamente dominada por el gobierno republicano se produjeron
ejecuciones irregulares, algunas de ellas de una enorme gravedad, como la
matanza de la cárcel modelo de Madrid en agosto de 1936.
Rápidamente
lo que en principio estaba planteado como golpe de estado se convirtió en una
guerra civil que duraría casi tres años.
En
septiembre de 1936, tras la caída de Talavera de la Reina en manos de las
tropas nacionales, el gobierno republicano de Giral hizo crisis y se constituyó
un gobierno de más amplia base, dirigido por Francisco Largo Caballero y con la
participación por primera vez de ministros comunistas. La base se amplió poco
después hasta incluir la participación de la CNT y FAI, hecho insólito este, el
de la participación de elementos anarco-sindicalistas en una acción de
gobierno.
El
gobierno de Largo Caballero se propuso restaurar la autoridad y constituir un
ejército popular. El rápido avance por el valle del Tajo de las fuerzas
nacionales provocó que estas se aproximaran a Madrid. Tras la toma de la
localidad toledana de Illescas, el presidente de la República, Manuel Azaña,
abandonó la capital y se trasladó a Barcelona. Cuando a principios de noviembre
las tropas rebeldes se acercaron a la capital, el gobierno abandonó la misma y
se trasladó a Valencia. En Madrid quedó establecida una Junta de defensa
formada con la participación de los partidos del frente popular y como jefe de
dicha junta quedó nombrado el general Miaja, asesorado por el teniente coronel
Vicente Rojo.
Uno
de los episodios más oscuros de la guerra tuvo lugar en estos días, cuando ante
el temor de que los nacionales tomaran Madrid, un grupo de presos fue sacado de
la capital. En la localidad de Paracuellos de Jarama se produjo una matanza. El
comisario de orden público, el joven Santiago Carrillo, que representaba en la
junta a las Juventudes Socialistas Unificadas, ha sido acusado durante años
como responsable de esta matanza. Todavía hoy la polémica se mantiene viva.
En
noviembre de 1936 parecía que la toma de Madrid por parte de los nacionales era
inminente. Fue en ese momento cuando se produjo el reconocimiento de los
nacionales por parte de Berlín y Roma.
Contra
todo pronóstico, la capital resistió las acometidas de las tropas nacionales y
finalmente Franco hubo de suspender el ataque a la capital.
En
1937 la guerra se centraría en la conquista del Norte y en la toma de Málaga
por los nacionales y a final de año en la durísima batalla de Teruel, ocurrida bajo unas condiciones
climatológicas de extremado frío y fuerte nevada. En la campaña del norte se
produjo el salvaje bombardeo de Guernica por la legión Cóndor.
En
mayo, en Barcelona, unos enfrentamientos extremadamente graves entre los
comunistas del PSUC, obedientes a Moscú y los marxistas del POUM y
anarco-sindicalistas de la CNT-FAI trajo como consecuencia la disolución del
gobierno de Largo Caballero y su sustitución por Negrín, que formó un equipo
más distanciado de los deseos de las sindicales: CNT y UGT, quedando Prieto
como ministro de Defensa. Este gobierno se propuso restaurar los aspectos de
autoridad y disciplina y fue dando mayor protagonismo en el ejército a los
comunistas.
Se
produjeron importantes contraofensivas como las de Belchite y Brunete, así como
la toma de Teruel. Estas ofensivas, que en un primer momento lograban
sorprender a enemigo, al final terminaban siempre con un fuerte desgaste.
En
1938, las tropas nacionales, mandadas por Camilo Alonso Vega, llegaron al
Mediterráneo en la localidad de Vinaroz. Esto supuso que la zona republicana
quedara partida en dos. Fue en aquel momento, cuando se esperaba que Franco se
dirigiera a Cataluña, cosa que no hizo, cuando se produjo la salida del
gobierno de Prieto y su sustitución en Defensa por el propio Negrín, el jefe de
gobierno.
En
julio de 1938 se inició la más decisiva y sangrienta de las batallas habidas en
la guerra, la batalla del Ebro. En un primer momento, los nacionales se vieron
sorprendidos por la fuerte acometividad de las tropas republicanas, que
consiguieron establecer una importante cabeza de puente. Franco, que tenía un
sentido territorial de acuerdo con el cual no se debía permitir que el enemigo
reconquistara una sola pulgada de terreno, empeñó todo su esfuerzo en conseguir
que el enemigo volviera a pasar el río. La batalla duró cuatro meses, al cabo
de los cuales el ejército de la República tuvo que replegarse a su punto de
partida. Tras este último esfuerzo, el agotamiento del ejército popular era
total y el año 1939 se inició con una ofensiva nacional que tuvo como
consecuencia inmediata la toma de Barcelona el 26 de enero. Un movimiento de
pánico entre la población y el ejército derrotado cristalizó en una masa
imponente de refugiados que se dirigían hacia la frontera francesa.
Manuel
Azaña, que desde tiempo atrás daba la guerra por perdida, atravesó la frontera
a pie en febrero de 1939. En un primer momento se instaló en la embajada en
París pero a final de mes dimitió. Se hizo cargo de la presidencia de la
República de manera provisional el que era presidente de las Cortes, Diego
Martínez Barrio, pero ero obvio que en aquellas circunstancias resultaba
imposible elegir un nuevo presidente.
Negrín
defendía una política de resistencia a ultranza, en la esperanza de que el
conflicto español enlazara con la conflagración mundial que ya se veía en el
horizonte. En este empeño ya sólo lo sostenían
los comunistas, fuertes en el ejército pero mal vistos por el resto de fuerzas
que habían formado el frente popular.
Negrín
volvió al territorio español todavía controlado por la República, a la llamada
zona Centro-Sur.
En
Madrid se estaba fraguando una conspiración que tenía por objetivo acabar con
la influencia de los comunistas y formar un gobierno que fuera capaz de ofrecer
una negociación razonable al enemigo para acabar la guerra. Una serie de
nombramientos militares por parte de Negrín constituyeron el incidente que se
esperaba para dar lugar a una insurrección en la capital dirigida en el aspecto
militar por el coronel Segismundo Casado y en el aspecto político por el
socialista Julián Besteiro. En este movimiento participó también la CNT a través
de Cipriano Mera. Tras cuatro días de lucha, se afirmó en el territorio todavía
dominado por la República la autoridad de un Consejo de Defensa dirigido por
Casado. Negrín tuvo que huir en avión y las nuevas autoridades se dirigieron al
gobierno Nacional de Burgos con el fin de establecer unas negociaciones que
pudieran conducir a una capitulación honrosa. Pronto descubrieron que desde
Burgos lo único que se admitía era una rendición incondicional.
Las
negociaciones fueron rotas por parte de Franco, que ordenó una ofensiva general que apenas encontró resistencia en unas fuerzas desmoralizadas. El ejército
republicano prácticamente se disolvió. Madrid fue tomado el 28 de marzo.
Alicante fue la última capital que quedó en manos del ejército republicano. El
1 de abril de 1939 Franco pudo firmar desde su cuartel general de Burgos el
último parte de guerra, tan conocido y en el que anunciaba el fin de la guerra
tras alcanzar sus tropas los últimos objetivos militares que se habían trazado.
La
guerra civil española tuvo desde un primer momento un fuerte impacto
internacional. Las potencias europeas influyeron con sus decisiones en la
marcha de la misma.
En
el Reino Unido la opinión conservadora veía en la República poco más que un
régimen bolchevique al que había que derribar si se quería evitar una
influencia soviética en España. Francia, que tenía en aquellos momentos un
gobierno de frente popular, contaba con una opinión muy dividida y con las
simpatías de la derecha hacia la causa nacional. La Italia de Mussolini apoyó
desde un comienzo a los nacionales. También el régimen corporativo portugués de
Carmona y Salazar tenía gran simpatía por la causa de los rebeldes. La Unión
Soviética apoyó a la República para proseguir con una política que le
permitiera una mayor presencia en la esfera internacional.
En
Londres se creó un comité de no intervención que perjudicó claramente a la
causa de la República pues no permitió que esta pudiera dotarse de armas
compradas a las potencias occidentales quedando de este modo la Unión Soviética
como único apoyo de la misma.
El
régimen nazi apoyó a la causa nacional.
La
intervención de extranjeros se produjo muy pronto. Los alemanes enviaron a la
legión Cóndor y los soviéticos enviaron a cuadros para instruir al ejército
popular así como armamento.
Las
brigadas internacionales se formaron con simpatizantes izquierdistas de todo el
mundo. Los italianos enviaron un cuerpo de tropas teóricamente formado por
voluntarios.
Si
en un principio la excusa del alzamiento era la poco verosímil de prevenir un
levantamiento comunista, al final de la guerra la influencia comunista en el
bando republicano acabó siendo cierta.
Si
al comienzo decía que la República en España trae consigo una connotación de
caos y desorden, está claro que el trágico final de la segunda experiencia
republicana unido a los muchos años de propaganda adversa han transmitido una
imagen de inestabilidad que es injusta.
Si
nos fijamos en el primer bienio, podremos ver que el gobierno de Azaña fue
bastante estable para los patrones parlamentarios españoles, más estable sin
duda que la mayor parte de gabinetes de la época de Alfonso XIII.
Curiosamente
es en la segunda fase, dominada por la situación de centro-derecha, cuando la
inestabilidad gubernamental es mayor, recordando la situación de algunos
gobiernos de Alfonso XIII. Presidentes del consejo como Samper, Chapaprieta o
Portela sólo se explican por la permanencia de hábitos políticos heredados de
la situación monárquica, con la activa participación del jefe del estado en las
crisis de gobierno.
Muchos
de los males que se asocian de manera irreflexiva al régimen republicano se
deben en realidad a la fortísima crisis de los años treinta, que hizo que en la
mayor parte de Europa el régimen parlamentario fuera sustituido por dictaduras.
La
República vino en un contexto político y económico muy adverso y tuvo durante
sus cinco años de efectivo vigor un poder coercitivo conforme al de cualquier
estado de la época. Todas las insurrecciones que se produjeron contra ella
fueron superadas y el alzamiento tuvo que transformarse en guerra para poder
triunfar.