Dos
hombres: Cicerón y Erasmo, han suscitado una gran admiración, el primero en la
antigüedad romana y el segundo en el Renacimiento humanista, por su saber y su
erudición.
Ninguno
de los dos ha sido considerado como pensador original y de hecho ninguno de
ellos lo ha sido.
Cicerón
no es un filósofo con una obra propia como lo fueron Platón, Aristóteles y en
la medida en que sabemos algo de él, Epicuro.
Tampoco
Erasmo ha sido considerado un pensador original.
Ambos
comparten sin embargo, a la distancia de más de 1500 años y en épocas muy
distintas algunos rasgos comunes.
Cicerón
no fue un creador original pero sí que fue un gran transmisor, un gran
educador. Marco Tulio Cicerón transmitió al público culto romano ( una minoría
) la información básica sobre la filosofía griega. Intentó transmitir el gusto
por la filosofía y adaptar el latín a un uso filosófico, y sin darse cuenta,
sin pretenderlo, introdujo importantes neologismos en la lengua latina.
Erasmo
cultivó el diálogo filosófico, a la manera de Platón, para introducir en el público
culto de su época el amor a la tolerancia y el odio a la superstición.
Ambos,
el romano y el holandés, fueron hombres respetados, pero nunca adorados. Vivieron
en épocas convulsas, de cambios de gran transcendencia ( el fin definitivo de
la República romana el primero y el paso a un mundo moderno y más amplio, rota
definitivamente la unidad religiosa el segundo ).
Cicerón
se vio arrastrado por las luchas y guerras civiles que marcaron el final de la
etapa republicana en Roma y finalmente fue víctima de las proscripciones y
venganzas entre Marco Antonio y Octavio. Murió asesinado en medio de dichas
luchas.
Erasmo
preparó el terreno para una nueva forma de religiosidad, más atenta a la devoción
y menos a las ceremonias exteriores. Cuando parecía que su obra iba a rendir
fruto, la aparición de un hombre decidido, terco y sin ningún tipo de complejo
como fue Lutero hizo que el gran iniciador de las reformas fuera visto por los
incipientes evangélicos ( todavía no eran llamados protestantes ) como un
hombre poco decidido, acobardado y que a la hora de definirse no se atrevió a
dar el paso definitivo de romper con Roma.
A su vez, los más acérrimos al partido de Roma, los que pretendían que no era necesario ningún cambio, le achacaban la culpa a Erasmo de haber sembrado el terreno en el que recolectó Lutero.
Si Cicerón murió asesinado, Erasmo murió amargado y sin verdaderos partidarios.
Las personas de gran espíritu de fineza no son aptas para las épocas convulsas. Los hombres del matiz, del análisis, se ven en esas épocas más bien como hombres de poco valor, y su empeño en la conciliación se muestra ante la masa militante más como cobardía que como intento serio de aportar una solución de convivencia.
Lo menos importante es saber, en la medida en que ello sea posible, si estas personas fueron o no cobardes. Lo verdaderamente decisivo es que fueran lo que fueran, la dureza de la época y las claves en que estaba empeñada la lucha, los hubiera mostrado siempre como cobardes e indecisos.
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