Tras
la guerra civil española el régimen que quedó establecido se configuró de una
manera muy personal en torno a la figura de Franco.
La
ascensión al poder de Franco, en plena guerra fue muy rápida. Si bien la
habitual cautela y prudencia del general hizo que tardara en decidirse a
participar en la conspiración dirigida por Mola, su prestigio entre los
conspiradores y su brillante hoja de servicios así como su conocida ideología
hacían casi inevitable que en algún momento se incorporara al movimiento que se
estaba fraguando para derribar a la República.
Ya
en febrero de 1936, cuando se empezaron a conocer los resultados electorales
favorables al frente popular, pidió en su calidad de jefe del estado mayor al
todavía presidente del consejo, Portela Valladares, que el gobierno decretara
el estado de guerra y que se ignoraran los resultados electorales. Cuando el
nuevo gobierno tomó posesión Franco fue destinado a Canarias al ser considerada
poco conveniente su presencia en la capital.
En
su nuevo destino Franco llegó a provocar la desesperación de Mola por su
excesiva cautela aunque finalmente se unió a la conspiración.
Hay
un episodio político bastante curioso de esta época cual es el intento de
Franco de participar en las elecciones que debían repetirse en Cuenca. José
Antonio Primo de Rivera lo disuadió por considerar que entre sus cualidades no
destacaba la de poder llegar a ser un gran parlamentario.
Cuando
se inició el alzamiento en África, el 17 de julio de 1936 Franco maniobró para
poder volar al territorio del protectorado asegurando antes el triunfo del
movimiento militar en la región de Canarias. Una vez en África, Franco se puso
al frente de las mejores tropas con que contaba entonces el ejército español:
la legión y los regulares marroquíes. Consiguió también establecer un buen
nivel de interlocución con alemanes e italianos lo que le permitió poner en
funcionamiento un puente aéreo para transportar sus tropas a la península.
En
agosto de 1936 en el ayuntamiento de Sevilla y en presencia del general Queipo
de Llano Franco dio un importante paso para asegurarse la confianza de los
elementos monárquicos: se volvió a implantar la tradicional bandera roja y
amarilla. Hay que tener en cuenta que en un primer momento el movimiento
militar no se había significado de forma explícita a favor de ninguna forma de
gobierno.
El
ejército de África, comandado por Franco y con importantes jefes como Yagüe
obtuvo rápidos avances sobre unas fuerzas milicianas mal equipadas y poco
disciplinadas. La toma de Badajoz y de la plaza de Mérida supuso la unión de
las zonas norte y sur del territorio controlado por los sublevados. En este
contexto tuvo lugar en Badajoz una matanza de la que parece ser responsable
Yagüe. Los avances de este ejército le permitieron a Franco establecer su
cuartel general en Cáceres. Básicamente el avance se realizó a través del valle
del Tajo. En septiembre se tomaba la plaza de Talavera de la Reina, hecho que
motivó la caída del gobierno republicano de Giral y su sustitución por el gobierno
de Largo Caballero.
Al
llegar los avances del ejército de África a la localidad de Maqueda Franco tomó
una decisión que parecía motivada más por razones de prestigio político y de
propaganda que por razones estrictamente militares: en vez de avanzar
rápidamente hacia Madrid se desvió a Toledo para liberar a los elementos
nacionales que habían quedado sitiados en el alcázar al mando del coronel
Moscardó. Esta operación dio gran prestigio a Franco pero probablemente impidió
que pudiera tomar Madrid cuando se lo propuso.
Al
iniciarse el alzamiento se había constituido en la llamada zona nacional una
junta de defensa nominalmente presidida por el general Cabanellas. Esta junta
se encargó de proveer a las necesidades más perentorias pero cuando se empezó a
ver con claridad que el conflicto se estaba transformando en una guerra con sus
frentes bien delimitados empezó a surgir en la zona nacional un movimiento
favorable a constituir una verdadera unidad de mando para poder coordinar la
lucha con mayor eficacia. La figura del general Franco apareció desde el
principio como la más adecuada para ejercer la jefatura de los ejércitos.
Sanjurjo había fallecido en Portugal víctima de un accidente de aviación cuando
se dirigía a la zona nacional. Mola, director y sumo hacedor de la conspiración
se veía a sí mismo con la suficiente distancia como para saber que no reunía
las dosis suficientes de carisma y ascendiente entre los generales como para
erigirse en jefe supremo. Monárquicos como Kindelán, jefe de la aviación y
falangistas como Yagüe veían a Franco como el hombre más adecuado para dirigir
los ejércitos mientras durara la contienda.
Alfredo Kindelán |
En
Salamanca, a finales de septiembre, se empezaron a mover los hilos que
acabarían conduciendo a la elevación al poder de Franco.
Es
importante destacar que en un primer momento la idea que predominaba entre los
más destacados líderes militares era la de constituir una jefatura de tipo
militar. En lo que respecta al mando político se empezó a valorar la
conveniencia de que este se planteara como adjunto al mando militar mientras
durara la contienda. De este modo se perfiló la idea de nombrar a Franco como
generalísimo de los ejércitos dándole a su vez la jefatura del gobierno de
manera anexa a ese mando hasta el fin de la guerra. Esta constricción temporal
del mando político no era del gusto ni de Franco ni de sus más próximos
colaboradores, entre quienes ya se contaba su propio hermano Nicolás.
Finalmente se llegó a la conclusión de nombrar a Franco como jefe del gobierno
del Estado y generalísimo de los ejércitos sin limitación alguna, en el
supuesto implícito de que la jefatura política de Franco tendría una limitación
temporal lógica cuando se hubieran conseguido los objetivos principales, que en
aquel momento se concentraban en el fundamental de ganar la guerra.
Algunos
de los militares que lo conocían bien, como Miguel Cabanellas, no dejaron de
advertir de que con el nombramiento que se proponían realizar estaban
entregando un poder a Franco que este consideraría definitivo.
El
1 de octubre de 1936 Franco fue investido en Burgos con su nuevo cargo, pero
con una omisión gramatical de profundo calado: en lugar de jefe del gobierno
del Estado Franco fue a partir de ese momento y hasta el final designado como
jefe del Estado. Asumía todos los poderes del nuevo estado.
Una
vez conseguido el objetivo de un mando único, Franco se centró en su labor como
generalísimo en las tareas de dirigir la guerra y nombró una junta técnica del
estado, presidida por el general Dávila, para que esta junta se hiciera cargo
de los aspectos de administración.
Si
bien se había resuelto el aspecto del mando único, quedaban aún importantes
asuntos por concretar. Uno de ellos era el de la organización y encuadramiento
de aquellas fuerzas políticas que daban su apoyo al movimiento. De estas
fuerzas las más combativas eran la Falange y la Comunión Tradicionalista,
representante la primera de un fascismo español y la segunda, conocida como
Requeté, de los carlistas. Había también sectores que apoyaban el movimiento y
que habían participado de manera intensa en la vida parlamentaria de la
República. El caso más significativo de esto último era la CEDA de Gil Robles.
Estaban también los monárquicos alfonsinos, cada vez más autoritarios y
alejados del viejo monarquismo de raigambre liberal.
Franco
se propuso desde muy pronto crear un movimiento o partido único que unificara
bajo su propia jefatura a todos estos movimientos pero para que este fin
pudiera ser alcanzado necesitaba superar las posturas e intereses particulares
de los líderes de estos movimientos.
Ramón Serrano Súñer |
Un
hombre importante que apareció por Salamanca en 1937 huido de la zona
republicana iba a ser fundamental para que Franco lograra este objetivo. Se
trataba de Ramón Serrano Súñer, emparentado con Franco al estar casado con una
hermana de la mujer del generalísimo.
Serrano
Súñer, abogado del estado, amigo personal de José Antonio Primo de Rivera y
antiguo parlamentario de la CEDA acudió con sus conocimientos jurídicos para
conseguir por un lado que Franco alcanzara la jefatura política de todos los
movimientos que desde la retaguardia apoyaban el alzamiento y por otro para
dotar al nuevo estado de una estructura política más estable pues en opinión de
Serrano la zona nacional estaba organizada de acuerdo con los esquemas mentales
de tipo militar en lo que con expresión feliz calificaba de estado campamental.
En
lo que respecta al estado de los distintos movimientos políticos, el que más
había aumentado sus efectivos era la Falange. Sin embargo este grupo se veía
lastrado por el hecho de que su jefe y líder carismático, José Antonio Primo de
Rivera, estaba encarcelado en zona republicana, en Alicante. Nadie en la
Falange tenía el mismo ascendiente entre los militantes como José Antonio. El
fusilamiento de José Antonio el 20 de noviembre de 1936 iba a dejar al
movimiento acéfalo, pero ello facilitó su control por parte de Franco.
Los
tradicionalistas tenían por líder político a Fal Conde. Franco aprovechó una
insinuación de este en el sentido de que los carlistas se proponían crear sus
propias academias militares para amenazarlo con su fusilamiento por
insubordinación. Finalmente Fal Conde se tuvo que exiliar en Portugal y quedó
neutralizado como líder.
Gil
Robles volvió de Francia pero no fue bien recibido en Burgos y tuvo que
instalarse en Portugal. El líder católico era considerado en la nueva situación
como un hombre que representaba el pasado de colaboración parlamentaria con la
República y por tanto, como alguien al que no se asignaba ningún papel en el nuevo
estado que se estaba configurando.
José Antonio Primo de Rivera |
Neutralizados
de una u otra manera los líderes de los distintos movimientos políticos. Franco
aprovechó unos incidentes que tuvieron lugar en la retaguardia para dictar un
decreto, preparado por Serrano, de acuerdo con el cual todas las organizaciones
políticas que apoyaban la causa nacional quedaban disueltas constituyéndose en
su lugar una nueva organización: Falange Española Tradicionalista y de las
Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, que pasaba a considerarse de ahora en
adelante como partido único. Se trataba, probablemente del partido con nombre
más largo de la historia. Esto es lo que se conoce habitualmente como Decreto
de Unificación. Franco asumía la jefatura del nuevo ente. Por fin, a su
jefatura militar y estatal, Franco podía añadir una jefatura política.
La
nueva organización, heterogénea por definición, fue muy mal recibida y algunos
líderes, como el falangista Hedilla, se resistieron a la misma, lo cual pagaron
con amenaza de fusilamiento y finalmente con prisión.
Para
culminar el proceso de ascensión de Franco al poder supremo todavía faltaba un
último hecho: la formación de un gobierno.
Ya
ha sido mencionado cómo en un primer momento Franco nombró una Junta Técnica
del Estado a cuyo frente situó al general Dávila. Esta junta atendía los
aspectos de organización administrativa.
Conforme
los avances del ejército nacional hacían aumentar el territorio controlado por
Franco, se hizo notar la necesidad de constituir una organización
administrativa más compleja, dado que cada vez parecía más evidente el triunfo
de los nacionales en la guerra.
El
31 de enero de 1938 se constituyó en
Burgos el primer gobierno de la España Nacional. En él estaban representados
implícitamente, pues no se reconocía la existencia de partidos políticos,
aquellos sectores que apoyaban la causa nacional. Se sentaban en el gobierno
monárquicos como Sainz Rodríguez, tradicionalistas como Esteban Bilbao, hombres
que habían servido a la dictadura de Primo de Rivera, como el conde de Jordana,
hombres del pasado monárquico como el general Martínez Anido y el hombre fuerte
de la nueva situación: Ramón Serrano Súñer.
Franco,
que desde casi un principio era conocido como el caudillo, añadía a la jefatura del estado la presidencia del gobierno,
situación que mantendría hasta los años finales, cuando con el nombramiento del
almirante Carrero Blanco como presidente del gobierno en 1973, Franco quedó con
el cargo supremo de jefe del Estado pero se descargó de las labores cotidianas
de gobierno.
Franco
tenía en sus manos en 1938 una concentración de poder como ningún gobernante
tendría nunca en la Historia de España. A partir de entonces, sus mayores
habilidades se centrarían en mantener en sus manos ese poder sin que nadie se
lo disputara nunca de manera eficaz.
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