Afirmaba el historiador Javier Tusell que toda constitución monárquica era una constitución histórica.
Al plasmar tal matización, Javier Tusell estaba dando validez a una distinción
entre dos tipos posibles de constitución: la que se apoyaba en la historia y la
que se fundaba en valores estrictamente universalistas y racionales.
Si aceptamos la distinción entre dos tipos
de constitución, será menester encontrar el hecho diferencial, la diferencia
específica que permita distinguir a tales tipos de constitución. Será
necesario, por tanto, ver qué hecho es el que marca la diferenciación entre un
tipo de constitución u otro.
Mi forma de ver la distinción sostiene que
no cabe establecer tal distinción como algo basado en un hecho real, sino que
es preciso, para entender tal distinción, recurrir a la teoría de los tipos
ideales.
Para tratar de aclarar en la medida de lo
posible mi posición debemos acercarnos a ver qué entendemos hoy día por
constitución.
En nuestro actual marco normativo, y en
los países próximos a nosotros se entiende actualmente por constitución la ley
suprema, la ley de leyes, la más alta instancia legislativa por encima de la
cual no podemos encontrar una instancia mayor. Este primer enfoque es meramente
negativo y recuerda a una de las formas en que los gramáticos han encerrado su
definición de oración: unidad lingüística dotada de significación y que no
está incluida en una unidad lingüística mayor. Tanto en el ámbito
jurídico y político de lo constitucional como en el ámbito gramatical, la
definición negativa es una de las formas de referirse a la noción de autosuficiencia.
Esta noción de autosuficiencia está ya muy
presente desde los clásicos del pensamiento en general y del pensamiento
político en particular: el nombre de Aristóteles surge fácilmente al abordar
estas cuestiones. Piénsese en su noción negativa de sustancia ( frente al
accidente que sí que puede inherir en una sustancia ) o en su tratamiento de la
ciudad o polis ( caracterizada por ser el extremo de la
autosuficiencia ).
En los modernos ( Bodino ) se añade a este
aspecto negativo en principio una noción fuerte, la de soberanía .Tengamos
en cuenta con todo que la connotación negativa sigue muy presente cuando
utilizamos términos de uso tan frecuente como los de independencia.
En el caso concreto que nos ocupa, que es
el de las constituciones, nos vemos llevados por un proceso de fundamentación
ascendente en cuanto al rango de las normas, proceso que culmina precisamente
en la constitución propiamente dicha. El entramado normativo se nos aparece a
un primer golpe de vista como un sistema trabado, coherente y jerarquizado. En
cuanto nos situamos en el aspecto de jerarquización nos vemos conducidos de una
manera inevitable a la noción de rango,y a su vez, para poder determinar
el rango de las distintas normas y disposiciones debemos recurrir a la noción
de fundamentación. Una determinada norma, disposición, decreto o ley
obtiene su fundamentación de una norma de rango superior. Para detener el
proceso de fundamentación, es decir, para cerrarlo y no entrar por ello en un regreso
infinito,debemos encontrar una buena razón. Es justo aquí donde nos aparece
el sentido habitual de ley suprema, ley de leyes o constitución. La
constitución ha de tener unas muy especiales características que justifiquen
sin fisuras su alto y autosuficiente puesto. Tanto es así, que los juristas y
los historiadores reservan el poder de dar, de establecer una constitución en
el ámbito moderno, a partir de la Revolución francesa al poder
constituyente.
La noción de poder constituyente es
una de las más delicadas que se nos pueden aparecer tanto en el ámbito
histórico como en el político y jurídico. Junto con la noción de poder
constituyente aparece también la relación entre el constituyente y
lo constituido. Tratar de entender dicha relación nos sitúa de pleno en
las aporías a las que se ve llevada toda teoría basada en el pacto social, ya
sea en sus manifestaciones clásicas como las de Hobbes, Locke, Rousseau y en
cierto modo Kant, como en su tratamiento más contemporáneo como en Rawls, Kelsen
en cierta medida y en la problemática universalista de Habermas y Apel.
El hecho de que demos por supuesto que hay
un poder constituyente con capacidad y eficacia para generar una constitución
parece encerrar un planteamiento de fundamentación circular. Para que el poder
constituyente pueda actuar hay que dar por sentada de momento la existencia y
clara delimitación de un territorio sobre el que dicho poder resulte legítimo.
Ese territorio no puede emanar del constituyente sino que se ha de admitir su vigencia
previa. Ahora bien, esa vigencia previa , si no puede ser la emanación de la
constitución, habrá de ser necesariamente consecuencia de la contingencia
histórica. Esta afirmación no plantea serios problemas a nadie que tenga
familiaridad y afición hacia los estudios históricos, pero sí que resulta
problemática para el constitucionalista y para el firme partidario de
fundamentar la constitución y la convivencia política desde un marco
exclusivamente universalista y alejado de cualquier comunitarismo .El
universalista estricto, si quiere ser férreamente coherente con sus premisas,
habrá de abogar por una ciudadanía universal,pero no podrá, sin
contradicción, abogar por la pervivencia del estado-nación y a la vez fundar
tal estado-nación en premisas universalistas. La Revolución francesa fue
revolución, pero también fue francesa.
La anterior consideración va dirigida a
señalar los límites que el constituyente tiene y por lo tanto, apunta a que
ciertos aspectos son constituidos por el constituyente y ciertos otros
son simplemente reconocidos. Con ello retomamos la matización inicial de
Javier Tusell sobre el carácter histórico de toda constitución monárquica. Sin
duda, el historiador Tusell estaba aludiendo a que ninguna constitución
monárquica supera el carácter doctrinario que tuvieron la mayor parte de las
constituciones del s.XIX. De hecho, en las constituciones españolas, como las
de 1837, 1845 y también en la de 1876 se habla de que la potestad de hacer las
leyes reside en las cortes con el rey. Es sabido cómo en este marco cobra
sentido la afirmación de Canovas de que el rey jura la constitución no para ser
rey sino precisamente por serlo, es decir, que su ser rey escapa del poder del
constituyente, su ser rey cobra sentido de la historia, no de la Constitución.
El planteamiento de Tusell parece sugerir que otro tipo de constitución, y en
este sentido sólo puede tratarse de una constitución republicana, escaparía a
ese carácter histórico.
No obstante, una constitución republicana
seguiría teniendo carácter histórico. Lo único en lo que superaría en la
dimensión historicista a la constitución monárquica radicaría en el distinto
tipo de racionalidad en cuanto a la forma de elegir al jefe del estado,en una
racionalidad de carácter legal-racional frente a una manera de elegir basada en
la tradición, pero en todo lo demás no superaría dicho carácter histórico, pues
seguiría siendo heredera de las teorías del pacto social por un lado y por
otro, mientras no se supere el actual marco histórico, dicha constitución
seguiría teniendo a su base un factun histórico por naturaleza cual es
el del reconocimiento de una nación previa que es la que se dota de una
constitución, dado que una constitución no puede crear una nación, sino que
deriva de ella.
Cuando se plantea un conflicto de tipo
secesionista, en el cual un número significativo de habitantes de un
determinado territorio se muestra disconforme con su pertenencia a un estado
mayor y aboga por la independencia de tal territorio, surge de manera
inevitable un conflicto entre la legitimidad del sujeto constituyente actual y
la legitimidad del sujeto que se quiere constituir. Si la salida a tal
conflicto se plantea en términos se referendum para votar entre la
independencia del territorio o el mantenimiento del statu quo,se puede
realizar tal consulta atendiendo a dos criterios:
1- Dando el derecho a participar a todos
los ciudadanos, incluyendo a los de territorios ajenos al deseo de
independencia.
2- Dando el derecho a participar de manera
exclusiva a los ciudadanos de aquel territorio donde se ha planteado la
demanda.
Si se opta por la primera opción, los
ciudadanos del territorio en el que se plantea el conflicto considerarán que se
está dotando del derecho a participar a habitantes ajenos a los que ellos
entienden como pertenecientes a su verdadera nación.
Si se opta por la segunda opción, los
ciudadanos del resto del territorio considerarán que se está anticipando el
resultado de la demanda pues un pueblo al que se le da el derecho de decidir o
no su pertenencia a un estado es ya de hecho independiente como sujeto
político.
En el primer caso, los ciudadanos partidarios de la secesión consideran que se da voto a personas ajenas al sujeto político que ellos quieren constituir.
En el segundo caso, los ciudadanos del sujeto político efectiva y actualmente existente considerarán que se da derecho a un territorio particular a determinar las características del todo actual y efectivamente constituido puesto que una secesión por fuerza crea un estado nuevo pero en el mismo acto altera las características del viejo sin que los ciudadanos de este último puedan pronunciarse como tales.
En situaciones de clara opresión la opción secesionista puede tener a su favor un añadido de legitimidad al poder revestirse la reclamación de un sentido emancipatorio. En situaciones de tipo democrático el problema se torna irresoluble de acuerdo con cualquier criterio de decisión. En la disputa acerca del sujeto político legitimado para decidir aparece una imagen de muñeca rusa por la que hay que optar despreciando en la elección de forma forzosa a cualquiera de las muñecas de mayor o menor tamaño.
En el primer caso, los ciudadanos partidarios de la secesión consideran que se da voto a personas ajenas al sujeto político que ellos quieren constituir.
En el segundo caso, los ciudadanos del sujeto político efectiva y actualmente existente considerarán que se da derecho a un territorio particular a determinar las características del todo actual y efectivamente constituido puesto que una secesión por fuerza crea un estado nuevo pero en el mismo acto altera las características del viejo sin que los ciudadanos de este último puedan pronunciarse como tales.
En situaciones de clara opresión la opción secesionista puede tener a su favor un añadido de legitimidad al poder revestirse la reclamación de un sentido emancipatorio. En situaciones de tipo democrático el problema se torna irresoluble de acuerdo con cualquier criterio de decisión. En la disputa acerca del sujeto político legitimado para decidir aparece una imagen de muñeca rusa por la que hay que optar despreciando en la elección de forma forzosa a cualquiera de las muñecas de mayor o menor tamaño.
Como se puede ver, no es posible escapar
en uno u otro sentido a la circularidad del planteamiento.
La creación o desaparición de estados
hunde sus raíces en la historia y tratar de resolverlo por medios únicamente constitucionales
resulta ineficaz toda vez que el hecho constituyente pretende ser
autosuficiente pero no lo es.
Cuando Kelsen habla de hecho normativo al
referirse a la ley fundamental está apuntando a una consideración bastante
certera.
Son los hechos los
que crean normas en el ámbito de la historia y no al revés. La historia
constituye el marco donde se plasma de una manera más clara la llamada falacia
naturalista.