domingo, 20 de octubre de 2013

LÓGICA DE LA EXCLUSIÓN.

Hace ya bastantes años, en el tiempo en que yo era estudiante, se podía ver en una calle del centro de Madrid próxima al rastro una pintada de gran tamaño escrita en una pared que rezaba: “El hombre que no cree en Dios no es hombre”.
Siempre me llamó la atención la profunda incoherencia de la frase, pues si admitimos que el hombre que no cree en Dios no es hombre. ¿cómo puede haber algún hombre que no crea en Dios, incluido aquel de la pintada al cual se le negaba la condición humana?
La pintada no es más que un caso curioso de algo mucho más grave: la irracionalidad que toda lógica de la exclusión lleva consigo.
Cuando negamos la condición humana a toda aquella persona que tiene una manera distinta de ver la realidad a la que nosotros tenemos no sólo estamos atentando contra el más elemental derecho a la libertad de pensamiento sino que estamos partiendo de una lógica absurda. Podemos oponernos a los pensamientos de alguien pero no debemos negar nunca la condición humana de aquel con el que discrepamos. Si así hacemos, no sólo cerramos el ámbito de la convivencia sino que ignoramos un hecho tan sencillo como el de que cuando descalificamos y censuramos  a alguien, hasta el punto de negarle la condición humana, estamos en ese mismo momento reconociendo, aunque de forma torpe, tal condición.
Está claro que nadie censuraría a un perro o un gato por sus creencias. También está claro que nadie censuraría a su vecino por tratar a su perro como a un animal.
El hombre sí que puede tratar a sus semejantes como a animales, precisamente porque no lo son. La historia está llena de ejemplos dramáticos de tal barbarie, y no olvidemos que en el origen de tales desastres siempre se empezó por negar la condición humana de aquellos que finalmente acabarían sucumbiendo a la dominación de los fanáticos.


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