Tiene
alguna ventaja ser débil. Cuando eres niño te muestras mucho menos bullicioso
que los demás niños y ante los mayores apareces como un niño bueno.
Cuando
vas creciendo te resulta ajeno el espíritu de competición y de lucha y los demás
ven en ti una actitud de desinterés que identifican con la bondad cuando en
realidad se trata de falta de vitalidad.
Muestras
poca ambición y los semejantes ven en ello algo parecido a la sabiduría y desdén
hacia las cosas vanas y lo cierto es que
se trata más bien de falta de energía y ausencia de deseo de lucha.
De
niño fui débil y de mayor no he sido mucho más fuerte. Mientras muchos han
visto en ello una muestra de bondad natural, yo veo ante los ojos de mi
inteligencia más bien falta de espíritu de superación y ausencia de todo tipo
de ambición, de las legítimas y de las menos confesables.
Nunca
he tenido espíritu competitivo. Los juegos no solían entrar en mi ánimo de una
manera vívida sino que no olvidaba nunca que se trataba de juegos, por lo que
los mismos no se lograban como tales. Sabía que estaba jugando y ello hacía que
el juego no llegara a interesarme.
Pronto
me pasó lo mismo con las películas y poco después con las narraciones.
Al
final mi atención se ha reducido sin darme apenas cuenta a la sola fuerza de
los argumentos, pero mi excesiva distancia y la capacidad ( en principio buena
) de ponerme en el lugar del otro ha hecho que vea en ocasiones los argumentos
no como un medio de hacer aflorar la verdad sino más bien como una esgrima dialéctica,
es decir, como juego, y por tanto, con los mismos inconvenientes que el juego
me plantea en cuanto a la forma de vivirlos.
Soy
por naturaleza más espectador que protagonista. Trato de comprender a todos
pero estoy más pendiente de las razones que de las pasiones. Creo que se me
escapa aquello que no tengo.
Los
intereses se ocultan muchas veces tras las razones. Desenmascarar los intereses
es la manera más adecuada de hacer avanzar
el pensamiento, pero para ello hay que conocer bien esos mismos intereses y por
supuesto las pasiones.
Eso
lo saben bien los novelistas pero yo lo conozco mal.
No
se puede vivir y pensar en el mismo sentido. El análisis viene después de lo
vivido. Un exceso de análisis es un defecto de vida, es decir, un mal análisis.
Puede que también una mala vida.
Me
gustaría protagonizar más y observar menos.
Me
parece que ya es tarde.
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