martes, 8 de octubre de 2013

SOBRE BONDAD Y DEBILIDAD.

Tiene alguna ventaja ser débil. Cuando eres niño te muestras mucho menos bullicioso que los demás niños y ante los mayores apareces como un niño bueno.
Cuando vas creciendo te resulta ajeno el espíritu de competición y de lucha y los demás ven en ti una actitud de desinterés que identifican con la bondad cuando en realidad se trata de falta de vitalidad.
Muestras poca ambición y los semejantes ven en ello algo parecido a la sabiduría y desdén hacia las cosas vanas  y lo cierto es que se trata más bien de falta de energía y ausencia de deseo de lucha.
De niño fui débil y de mayor no he sido mucho más fuerte. Mientras muchos han visto en ello una muestra de bondad natural, yo veo ante los ojos de mi inteligencia más bien falta de espíritu de superación y ausencia de todo tipo de ambición, de las legítimas y de las menos confesables.
Nunca he tenido espíritu competitivo. Los juegos no solían entrar en mi ánimo de una manera vívida sino que no olvidaba nunca que se trataba de juegos, por lo que los mismos no se lograban como tales. Sabía que estaba jugando y ello hacía que el juego no llegara a interesarme.
Pronto me pasó lo mismo con las películas y poco después con las narraciones.
Al final mi atención se ha reducido sin darme apenas cuenta a la sola fuerza de los argumentos, pero mi excesiva distancia y la capacidad ( en principio buena ) de ponerme en el lugar del otro ha hecho que vea en ocasiones los argumentos no como un medio de hacer aflorar la verdad sino más bien como una esgrima dialéctica, es decir, como juego, y por tanto, con los mismos inconvenientes que el juego me plantea en cuanto a la forma de vivirlos.
Soy por naturaleza más espectador que protagonista. Trato de comprender a todos pero estoy más pendiente de las razones que de las pasiones. Creo que se me escapa aquello que no tengo.
Los intereses se ocultan muchas veces tras las razones. Desenmascarar los intereses es la manera más adecuada de hacer avanzar el pensamiento, pero para ello hay que conocer bien esos mismos intereses y por supuesto las pasiones.
Eso lo saben bien los novelistas pero yo lo conozco mal.
No se puede vivir y pensar en el mismo sentido. El análisis viene después de lo vivido. Un exceso de análisis es un defecto de vida, es decir, un mal análisis. Puede que también una mala vida.
Me gustaría protagonizar más y observar menos.
Me parece que ya es tarde.



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