La
actual dictadura de la salud ha hecho que, sin duda, muchas personas cambien
sus hábitos para bien. Nunca habrá que lamentarse por ello.
Nadie
negará que la persona que ha dejado de fumar o la que ha abandonado sus
costumbres sedentarias y las ha sustituido por un sano ejercicio hayan tomado una decisión correcta y saludable.
Existe
un colectivo, no obstante, que ha tenido que sufrir en sus carnes, abundantes
por demás, los ataques más furibundos y los reproches más despiadados acerca de
su estado: el de los gordos.
Contra
los gordos parece que todo está permitido. Desde la escuela hasta el trabajo,
el gordo ha de soportar con paciente resignación la burla de sus compañeros más
delgados. Tal parece como si su abundante volumen fuera una invitación a lanzar
dardos sobre un blanco en el que es difícil errar.
Cuando
el gordo llega a casa no será raro que, si sintoniza cualquier programa de
radio o televisión, se encuentre con algún especialista en dietética que le
aconseje radicales y traumáticos cambios en su estilo de vida para que mejoren
tanto su salud como su figura (que el especialista en dietética y nutrición
suela ser un tipo que está de buen año es un misterio del que ahora no me voy a
ocupar).
Dentro
de la crueldad que los tipos asténicos y esquizoides muestran a los
pícnicos quizá se encuentre una oculta y
poco evidente verdad: los gordos viven más que los flacos.
Se
me dirá que casi todo el mundo afirma que la obesidad no es buena para la
salud, que comporta importantes riesgos tanto para el corazón como para otro
tipo de enfermedades y que, por tanto, la esperanza de vida de un gordo se
puede ver comprometida.
Las
advertencias anteriormente formuladas, sin ser falsas, sí que son parciales
pues olvidan que en el mundo en que vivimos estamos claramente circunscritos a
una dimensión espacio-temporal. El espacio y el tiempo son dos dimensiones sin
las cuales no podemos entender ni concebir nuestro mundo. Ambas tienen idéntica
jerarquía. Kant las denominó formas a
priori de la sensibilidad. Dar más importancia a una de ellas en detrimento
de la otra constituye un acto de flagrante discriminación.
Si
atendemos a la anterior reflexión se podrá entender la razón de que afirme que
los gordos viven más. Viven más pues con su volumen llenan más espacio y por
tanto llenan de vida un espacio que de lo contrario estaría dominado por la
materia inerte.
Una
persona que viva 90 años vive a lo largo ( dimensión temporal ).
Una
persona rellenita y holgada vive a lo
ancho ( dimensión espacial).
Del
primero quizá podamos decir que tuvo una larga vida pero del segundo podemos
decir con la misma contundencia que tiene una ancha vida, y además, la tiene de
forma actual y plena, pues la posee toda ella en un presente efectivo y
glorioso. El futuro es incierto pero el presente siempre es cierto y
contundente.
Enhorabuena
pues a los gordos. De ahora en adelante podréis mostrar con orgullo vuestra
abundante y generosa carnalidad, felices en vuestra abundancia corporal sin que
os importen las burlas resentidas de gentes que viven menos pues ocupan menos y
que en cuanto a la duración de la vida solo cuentan con la incierta esperanza
del futuro.