Un
análisis no es una prescripción. Un
análisis es una descripción de los
elementos que componen una realidad compleja y de las relaciones que dichos
elementos guardan entre sí y con la realidad compleja de la que forman parte.
Como
un análisis no es prescriptivo no es posible extraer de él reglas que sirvan
para construir una nueva realidad. La actitud creativa requiere una visión más sintética que analítica.
La
impotencia de toda preceptiva radica
en la esterilidad de pensar que una disección analítica de una realidad puede
entregarnos el secreto de su construcción. Podrá ayudarnos sin duda, pero el
aspecto creativo escapará siempre a un ejercicio de mero análisis.
El
acto de creación requiere una visión intuitiva
y anticipada de una realidad todavía no existente. El acto de traer al ser
dicha realidad es el acto creativo por excelencia, y en él no está presente
todavía el análisis.
El
análisis es fecundo en lo que se refiere a reconocer
los elementos de una determinada realidad pero no es fértil para crear esa
realidad.
La
actitud didáctica suele prestar más atención al momento analítico por cuanto
este es más fácil de ser enseñado. Siempre es menos dificultoso enseñar lo que
es fácil de reconocer. La didáctica, por el contrario, siempre tendrá más
dificultad en orden a transmitir el aspecto creativo. La dificultad está en la
propia naturaleza del hecho. Bien mirado, no es enseñable de una forma directa.
Se podrá estimular el mismo, se podrá favorecer la condición más adecuada para
su surgimiento, pero en sentido estricto no se podrá enseñar nunca.
En
lo que se refiere a la recepción también
la actitud meramente analítica muestra insuficiencias. La capacidad de
recepción está en cierto modo ligada también con una disposición más sintética
que analítica. Apreciamos aquello que anticipadamente ya intuimos. El análisis
es un momento secundario tanto en sentido temporal como en sentido valorativo.
Nadie
aprende a apreciar una realidad compleja por simple análisis. Primero ha de
venir el gozo ante tal realidad y posteriormente el análisis para ahondar en su
conocimiento. Aquí se tropieza con la misma dificultad que en el caso de la
creación: lo que se puede enseñar con más facilidad, el componente analítico,
no es una realidad fundamental sino derivada.
Desde
el punto de vista de la realidad misma, los componentes que resultan de la
división analítica no tienen realidad efectiva sino realidad virtual. El análisis descompone una
realidad en partes pero lo hace de una manera mental, y por ello, esas partes
cobran existencia en tanto que son objeto de nuestra atención.
Tomar
las partes resultantes del análisis como elementos efectivamente existentes y
tratar de buscar en dichos elementos los fundamentos de cualquier ulterior
construcción lleva a un marco de paradoja y absurdo, parecido en el fondo a
aquellas paradojas que nos mostraban los antiguos cuando dividían cualquier
segmento en infinitas partes actual y efectivamente existentes negándose con
ello a poder explicar de manera cabal la realidad del movimiento, que quedaba
relegado a algo engañoso y falto de auténtica verdad. El resultado de una
división no es un átomo de mínima realidad que permita una progresión
auténtica. De divisiones mentales resultan realidades virtuales.
Cierto
es que el creador ha de traer su obra al ser en un tiempo sucesivo y por tanto,
ha de proceder por pasos y ha de ser capaz de ensamblar en una globalidad
partes que en un momento han estado separadas. La idea con la que obra ha de
ser, no obstante, total, aunque sea de manera intuitiva y apenas barruntada. El
éxito vendrá dado por la capacidad de hacer desaparecer las junturas y ello se logrará en la medida
en que se imponga la impresión dominante de la plasmación de la totalidad y no
la sensación del proceso terreno de
ensamblaje de las piezas. Para que ello ocurra se ha de conseguir que el oficio
con el que se ejercita dicho ensamblaje quede oculto de tal manera que
desaparezca el efecto de composición
y en su lugar aparezca el efecto de evocación
de algo que se imponga como necesario en su propia realidad. Es preciso que
la obra aparezca ante el receptor como algo descubierto
más que como algo inventado. La
invención será tanto más feliz cuanto menos muestre su carácter de invención.
El
academicismo es el contradictorio fruto estéril de la enseñanza analítica.
Se transmite lo que se puede transmitir, lo más externo y superficial, la manera pero no se enseña lo que bien
mirado no se puede enseñar, si acaso suscitar y favorecer, es decir, la
creatividad.
Con
todo, no es despreciable la dimensión analítica, en tanto en cuanto no es
despreciable nunca el oficio, el
saber hacer. Con el dominio del oficio se limitan los pasos en falso y los
caminos sin salida, pero el simple oficio, si no va dirigido y gobernado por un
auténtico poder creativo, dará si acaso una obra correcta, pero nunca una gran
obra.
El
oficio sin creatividad da una obra académica, de escuela. La creatividad sin
oficio da una obra insuficiente en lo referente a su coherencia.. El oficio y
la creatividad reunidos dan la gran obra, la obra lograda.
Sin
el oficio del artesano no se puede lograr la obra pero sin olvidar al artesano
que hay detrás no puede aparecer esta con la apariencia de lo necesario. Tras
la obra hay siempre un demiurgo pero esta, la obra, debe aparecer como autosuficiente
y necesaria, al modo de un universo panteísta. El “teísmo” que subyace debe
sucumbir ante el “panteísmo” en su apariencia de necesidad implacable. Sin la
“injusta” derrota del artesano no podrá imponerse la dimensión de necesidad que
tiene la cosa descubierta frente a la dimensión de contingencia de toda cosa
fabricada.
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