A partir de 1970 y durante un tiempo, debido a unas obras que se realizaron en el Instituto San Isidro de Madrid, que lo convirtieron de hecho en un centro nuevo pero conservando la fachada y su precioso claustro, la sede del mismo se trasladó de su lugar habitual y clásico de la calle de Toledo al viejo hospital de San Carlos de la calle de Atocha.
Fachada del actual Instituto Nacional de la Administración Pública, sede provisional del Instituto San Isidro a comienzos de los años setenta. |
Yo
estuve en las dos sedes, en distintos periodos. Estuve en San Carlos durante el
curso escolar 1970-71 y en la calle de Toledo, cursando el BUP y el COU entre
los años 75 y 79.
Hay
algo que en mi recuerdo expresa la continuidad de la institución: Mulas, el
director casi perpetuo del instituto.
En
el periodo de San Carlos al que me he referido antes se estaba planteando (nada
nuevo bajo el sol ) una importante reforma educativa, la que ha pasado a la
historia como “ley Palasí”. Esta ley suponía una transformación radical de los
planes de estudios. Con ella vinieron las evaluaciones, las nuevas
calificaciones (Muy deficiente, deficiente, suficiente, etc, etc ), las fichas
(ficha 17 A, ficha 17 B ), los conjuntos, los subconjuntos, monemas y
sintagmas, paradigmas y demás conceptos que, por supuesto la ley no se
inventaba, pues eran de curso ordinario en los estudios superiores pero que
hasta entonces apenas se habían enseñado en los niveles de enseñanza básica y
media.
Desaparecía
el ingreso de Bachillerato y en su lugar yo hice un curso que aun a día de hoy
no se a qué corresponde. Sólo sé que era “cuarto”, pero sigo sin saber de qué
“cuarto” se trataba. No era cuarto de primaria puesto que primaria sólo llegaba
hasta tercero. Tampoco era cuarto de Básica pues la básica sólo se implantaría
a partir del siguiente curso empezando por quinto. Sea de ello lo que fuere, en
todo caso de ese Cuarto se encargaba un maestro a la antigua usanza: Don
Ricardo.
Era
Don Ricardo , tal como yo lo puedo recordar después de tantos años, un hombre
calvo, elegante en su manera de vestir, siempre con sombrero que hacía ademán
de quitarse para saludar a algún padre cuando se lo encontraba en la puerta del
instituto. Don Ricardo era el tipo de maestro generalista que se encargaba de
nosotros durante toda la jornada, mañana y tarde.
Tenía
un método para la colocación de los alumnos en clase de acuerdo con el cual
estos se sentaban por orden de méritos, tras una prueba inicial. Esos puestos
se podían ganar o perder según uno respondiera de forma adecuada a las
preguntas de la lección que sistemáticamente realizaba.
Don
Ricardo impartía desde las matemáticas hasta las ciencias naturales pasando por
la gramática, la historia y, por supuesto, la religión.
Nosotros
estábamos muy preocupados por el punto de honor que podía suponer adelantar o
atrasar un puesto. Recuerdo perfectamente a nuestro compañero número uno,
puesto que mantuvo a lo largo de todo el curso. Su nombre era Rafael García
Pérez y lo volví a encontrar en el segundo periodo, el del BUP, ya en la calle
de Toledo. Del segundo recuerdo su nombre: Bartolomé. Mi vanidad infantil se
vio más que satisfecha pues acabé en un honroso número tres. Tengo presente en
mi memoria aún el enfado de un compañero, Gonzalo, el día en que tras un error
suyo yo conseguí desplazarlo de ese tercer puesto del que hasta entonces había
disfrutado.
Don
Ricardo, aunque severo en su forma de actuar, si bien se hacía temer también se
hacía querer. Nos contaba la historia probablemente como a él se la habían contado, pero lo cierto es
que no carecía de dotes narrativas. Su punto fuerte era la Reconquista y las
hazañas de los cristianos, y nos narraba la batalla de las Navas de Tolosa con
auténtica pasión.
Don
Ricardo era extremeño, como tantos maestros por entonces. Las virtudes que
tenía se convertían a veces en sus propios defectos y no era raro que su
rectitud se transformara en obcecación. En una ocasión nos dictó un problema en
el que, sin duda por error, se hablaba de que un señor compraba una cantidad de
“litros de trigo”. Tuvimos que copiar el problema tal cual pues si en su libro
ponía litros tenían que ser necesariamente litros.
Don
Ricardo era bastante serio y cumplidor. Mantenía el orden de una manera natural
y aunque a veces alzaba la voz, tales ocasiones eran raras. Algunos de sus
métodos serían hoy inaplicables, empezando por la forma de sentarse de los
alumnos. Si en algunos grupos se realizara tal sistema nos podríamos encontrar
con una pugna por ocupar el último puesto que daría de lleno con el problema de
la impenetrabilidad de la materia.
Perdí
de vista a Don Ricardo en el curso siguiente pues debido a la reestructuración
de los planes, los institutos no se iban
a hacer cargo de la enseñanza básica. Como les ocurre a todos los niños me
parecía Don Ricardo un hombre muy mayor, aunque tenía 63 años.
No
sé nada de las circunstancias personales de Don Ricardo pero me da la sensación
de que debió de ser un hombre listo que vio en el magisterio una posibilidad de
progresar y de tener un trabajo digno. Nos enseñaba lo que sabía y lo hacía de
la mejor manera que sabía. De eso se trata, en el fondo.
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