Todo el mundo tiene en su cabeza la escena en la que
Chaplin hace a su personaje en Tiempos Modernos encabezar por error una
manifestación obrera cuando recoge del suelo un trapo caído y es alcanzado por
unos manifestantes ante los que aparentemente aparece como su líder.
Artur Mas, a semejanza del personaje de Chaplin, se ha
colocado también a la cabeza de una manifestación que no es la suya, pero a
diferencia de aquél, lo ha hecho voluntariamente. Los suyos, jugadores
tradicionales de la ambigüedad, no lo acaban de reconocer. Los otros, que sí
saben a lo que juegan, están encantados de que se coloque al frente, pues si la
cosa se pone fea, será el primero en recibir los palos, y si la manifestación
tiene éxito, lo echarán de su lado como
a un limón exprimido.
De un hombre así se podrán decir muchas cosas, pero no que
sea un líder. Es un pelele vocacional. Sólo puede perder tanto si gana como si
pierde: si gana, el éxito lo cosecharán los genuinos defensores de la causa. Si
pierde, será el ejemplo del fracaso.
El personaje de Chaplin suscita ternura. El de nuestro
hombre, desprecio.
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