miércoles, 2 de marzo de 2016

CABRONES Y AMARGADAS.

Tengo un recuerdo de mis años de estudiante de instituto que refleja el machismo dominante en el ambiente y en nuestras expresiones.
Cuando un profesor nos resultaba enojoso, ya fuera por su exigencia académica o por la excesiva disciplina que nos imponía, solíamos decir de él que era un cabrón. Si en vez de un profesor era una profesora el objeto de nuestros odios, de ella no decíamos que era una cabrona sino que estaba amargada.
Un hombre podía ser sin duda un cabrón, pero de una mujer la única explicación que podía justificar su forma de actuar era, sin discusión, la amargura que la dominaba.
Las referencias eran: "el de física es una cabrón", "la de ciencias está amargada".
Si elevábamos el grado de nuestros calificativos decíamos algo así como "el de física, el muy cabrón", y en esta forma de expresión se mezclaba tanto el temor que nos inspiraba como una cierta admiración ante su capacidad de tener a raya a unos salvajes como nosotros.
El paralelismo no se mantenía en el caso de la mujer. No decíamos "la de naturales, la muy amargada" sino que en vez de esto surgía una mucho más despectiva alusión: "la de naturales, la muy puta". Aquí no había posibilidad de ver ningún tipo de elogio.
El progreso de las costumbres ha traído entre otras novedades una mayor igualdad en lo que a dicterios se refiere, de tal manera que ya no existe la machista separación entre cabrones y amargadas, siendo tal segregación sustituida por una mucho más igualitaria ponderación en la que cabrones y cabronas compiten en igualdad de condiciones en el favor de sus jóvenes oyentes, que no admiradores.
Esta es la reflexión de un servidor, al fin y al cabo un cabrón amargado.


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