La desaparición del Flaco, de Cruyff, supone un golpe muy
fuerte para el fútbol, ese deporte noble en torno al cual giran más veces de
las necesarias muchos canallas.
Hombre sin una gran envergadura física pero de una elegancia e inteligencia que pocos se atreverán a discutir, cambió la historia del fútbol tanto en su época como jugador como en la de entrenador.
Hombre sin una gran envergadura física pero de una elegancia e inteligencia que pocos se atreverán a discutir, cambió la historia del fútbol tanto en su época como jugador como en la de entrenador.
En esta última faceta fue más un intuitivo que un científico.
Era como esos directores de orquesta que sin necesidad de haber asistido a
muchos cursos de dirección son respetados por sus músicos, sabedores de que el
que empuña la batuta también supo en su día tocar el violín y por tanto sabe lo
que se hace cuando indica a sus músicos cómo ejecutar un determinado pasaje.
En lo personal, para los que tenemos ya unos años y estamos, como yo, en la sub
sesenta, es la desaparición de un ídolo, una despedida más de esa infancia en
la que uno era capaz de tener ídolos.
Cruyff, como en su día Di Stéfano, trasciende las pasiones de los colores sin
las cuales el fútbol no sería lo mismo.
Descanse en paz El Flaco.
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