sábado, 9 de abril de 2016

PRESIDENTES DE GOBIERNO QUE SALEN.

Una característica de la política española se puede observar en la manera que tienen los distintos presidentes de gobierno de abandonar el poder.
Cada uno de ellos lo ha hecho de distinta forma pero casi todos  con dosis más o menos intensas de traumatismo.
El primer ejemplo del que tengo constancia, por haberlo vivido y recordarlo perfectamente, es el del almirante Carrero Blanco. En su caso, la carga explosiva que ETA dispuso bajo la calzada de la madrileña calle de Claudio Coello provocó que su coche fuera lanzado a una altura de seis pisos para terminar alojado en un patio interior de la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano. Aquella lluviosa mañana de diciembre de 1973 no sólo acabó su vida el almirante Carrero sino que la bomba fue no sólo explosiva sino informativa y política. Era todo un mundo inmóvil y pétreo el que desaparecía con la muerte de aquel hombre de aspecto gris, sobrio y austero en lo personal, pero perteneciente a un mundo de ideas cada vez más alejado de la evolución de la sociedad española.

El almirante Luis Carrero Blanco saluda al jefe del Estado, Francisco Franco.


Su sucesor en la presidencia del gobierno, Carlos Arias Navarro, fue el último presidente de Franco y el primero de Juan Carlos. Hombre de lealtad personal al primero y más bien institucional al segundo, nunca se sintió a gusto en su cargo. Considerado demasiado "aperturista" por los más apasionados partidarios de Franco, apareció por el contrario como excesivamente timorato en el momento en que, bajo el rey Juan Carlos, se abrió un proceso de reformas. Cuando quería ofrecer una imagen de energía más bien se mostraba enfadado y nervioso. No transmitía autoridad sino inseguridad pues su forma de hablar en tales ocasiones se plasmaba en alzamiento de voz, señal siempre de falta de dominio de la situación.

Arias Navarro con Juan Carlos.


Su abandono del poder, formalmente una dimisión, fue en realidad un cese por parte del rey Juan Carlos. El escenario elegido por este último, un despacho que utilizaba su abuelo Alfonso XIII en el Palacio de Oriente, no dejaba de evocar una situación histórica parecida, puesto que en 1909, tras la crisis provocada por los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona y el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia, cuando la impopularidad del jefe de gobierno de la época Antonio Maura, amenazaba con salpicar la del propio Alfonso XIII, este último provocó una situación hasta entonces nunca dada: aceptó una dimisión que Maura nunca había presentado. Al entrar el político mallorquín en el despacho regio para tratar asuntos rutinarios el rey Alfonso le dio un fuerte abrazo y le dijo: muchas gracias, Antonio, por tu gesto patriótico. ¿ Qué te parece Moret como sucesor?. Parece que a Don Antonio no le agradó en exceso el movimiento del monarca.

Alfonso XIII despacha con Antonio Maura.


Arias, buen conocedor de esta historia, la evocó con sus amigos más íntimos la misma tarde de su cese. El presidente les dijo a sus amigos: el rey me ha "borboneado".
El sucesor de Arias, Adolfo Suárez, fue recibido por gran parte de la opinión como una incógnita. Suárez era un hombre joven que procedía del Movimiento. Sin una gran formación pero con una indudable intuición, supo captar bien el camino por el que debían hacerse reformas si se quería que la Monarquía tuviera un asidero firme. Bajo su primer gobierno se aprobó la ley para la Reforma política y se legalizaron todos los partidos políticos, incluido el Partido Comunista. Los partidos republicanos todavía no fueron legalizados pero sí pudieron presentarse bajo otras siglas en las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977.

Adolfo Suárez.


A partir de aquella fecha Suárez siguió en la presidencia pero ya no por designación personal del rey sino como ganador de las elecciones. Fue en este segundo periodo cuando se acordaron los pactos de la Moncloa y se aprobó la Constitución de 1978.
Tras ganar las elecciones de marzo de 1979 Suárez se convirtió en el primer presidente constitucional. A partir de aquel momento su estrella comenzó a declinar. El hombre que se había manejado con habilidad en el momento del cambio de régimen nunca se adaptó a los modos y maneras del sistema constitucional que tanto había contribuido a crear. Se mostraba incómodo en las comparecencias ante el Parlamento.
Suárez sufrió una doble oposición: la del partido socialista, muy contundente pero en cierto modo natural, y la de los suyos, que fue la más dañina. Suárez encabezaba un conglomerado, la UCD, cuyos votos procedían básicamente del electorado de centro-derecha, pero ciertas decisiones le acercaban a posiciones de centro-izquierda que a su vez ya estaban formalmente cubiertas por los socialistas.
La pérdida de confianza de los suyos y, probablemente, del propio rey, provocaron su dimisión en enero de 1981. El inmediato intento de golpe de estado del 23 de febrero le sorprendió en el Parlamento como presidente en funciones, comportándose con una gallardía y valentía que nadie pudo poner nunca en duda al no arrojarse al suelo durante el tiroteo que se produjo en el hemiciclo, al igual que hizo su vicepresidente, general Gutiérrez Mellado.

Leopoldo Calvo-Sotelo.


El siguiente presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, fue quien tuvo una salida menos traumática del cargo. Estuvo poco tiempo en el mismo y cubrió una etapa de transición hasta la llegada al poder de los socialistas con Felipe González al frente en 1982.
González, que estuvo en el poder 14 años, de 1982 a 1996, tampoco tuvo una salida tranquila. Los escándalos de corrupción que estallaron durante los últimos años de su mandato unidos a episodios oscuros como la denominada "guerra sucia" contra el terrorismo hicieron de sus tres últimos años un auténtico calvario.

Felipe González promete su cargo ante el rey Juan Carlos.


José María Aznar, que permaneció ocho años en el poder, de 1996 a 2004, también salió de manera traumática del cargo. En el caso de Aznar ocurrió un hecho nunca visto y difícilmente repetible: perdió unas elecciones a las que nunca se había presentado.

Aznar.


Aznar sostuvo siempre que su intención era la de permanecer sólo durante dos mandatos en el poder. Fiel a su promesa, no se presentó a las elecciones de 2004, designando en su lugar a Mariano Rajoy. Los atentados del 11 de marzo de 2004 y la pésima gestión de la información acerca de los mismos provocó un vuelco en el electorado que dio la victoria al socialista Zapatero. Aznar vivió la derrota de Rajoy como una derrota personal.

Zapatero.


El socialista Zapatero estuvo al frente del gobierno de 2004 a 2011. Durante su segundo mandato comenzó la crisis global que acabó afectando a España de una manera fortísima, con una caída brutal del empleo y un descontento generalizado. Zapatero vivió sus últimos años en la Moncloa como un náufrago que aplicaba políticas en las que no creía para paliar una crisis que se negó mucho tiempo a reconocer, llamándola "desaceleración", como si el cambio en las palabras pudiera suponer un alivio en la realidad. No dejaba de ser una actitud infantil rayana en el pensamiento mágico.
El actual presidente, Rajoy, ganó sus primeras elecciones, tras dos derrotas previas, por mayoría absoluta. Tras agotar la legislatura y celebradas las elecciones en diciembre de 2015, estuvo al frente de la candidatura más votada, pero sin apoyos suficientes para gobernar.
De Rajoy no se puede decir que haya abandonado el poder de manera traumática porque todavía sigue, en funciones, al frente del gobierno.

Rajoy practicando la lectura.


Ha estado durante cuatro años dirigiendo el gobierno como si no estuviera. Ha evitado comparecer ante la prensa en la medida de lo posible y cuando lo ha hecho no ha respondido con claridad a las preguntas.
El estilo de Rajoy no se parece al de ninguno de sus predecesores. Recuerda al de esos equipos de fútbol que esperan atrás con paciencia hasta que el adversario comete un error, momento en el que lanzan un contraataque y a veces hasta ganan el partido.
Gallego de Pontevedra, no es que cumpla aquel dicho de que si encuentras a un gallego por una escalera no sabes si sube o si baja. En su caso hay algo más: no sabes si entra o sale. Cuando acababa de entrar, parecía, por su displicencia, que estaba a punto de salir. Ahora, cuando se piensa que está a punto de salir, quizá esté a punto de entrar para largo tiempo.
Rajoy ha hecho de la inactividad un arte. Tiene sus seguidores, que alaban su "manejo de los tiempos". Difícilmente tendrá admiradores, pues su forma de conducirse no los necesita y hasta podrían serle perjudiciales.
La admiración y el entusiasmo no se dan sin intensidad y el secreto de Rajoy es el de apoyarse en la falta de la misma, en la falta de entusiasmo. No necesita que nadie le quiera. Sólo precisa que nadie le moleste.
Rajoy es el presidente de una sociedad desmovilizada y con atonía.
En el fondo, si pudiera, Rajoy es de esas personas que ante una pregunta sobre política dirían sin ningún problema: yo de política no entiendo.
Quizá sea el que más sepa. O no.


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