viernes, 29 de abril de 2016

PANAMÁ.

Ejercicio curioso sin duda el de leer el diario El País o escuchar la cadena Ser.
Cierto que Panamá es un territorio pequeño y estrecho, pero con todo es un pedazo de tierra entre dos subcontinentes. Es un istmo.
Estos medios han conseguido que Panamá desaparezca, no exista, como si el canal se hubiera tragado la tierra.

De haber sabido en su tiempo quienes construyeron el canal que se podía hacer desaparecer un pedazo de tierra con solo no citarlo jamás se habrían ahorrado mucho trabajo y muchas vidas perdidas en su construcción y a su vez Colombia tendría algunos kilómetros cuadrados más de territorio que perdió al surgir junto con el canal la nueva república.

lunes, 25 de abril de 2016

LA "MILI" TREINTA AÑOS DESPUÉS.

Se cumplen hoy treinta años desde que me licencié del Servicio Militar en la Academia de Artillería de Fuencarral.
La "mili", como popularmente era denominado el Servicio Militar, supuso en mi caso un tiempo de 13 meses repartidos entre el campamento de instrucción de Colmenar Viejo, donde estuve cuarenta días, y el destino definitivo en la citada academia.
Recuerdo como si fuera hoy el recibimiento que tuvimos los reclutas recién incorporados cuando nos bajamos del tren en la estación de Colmenar. Los soldados de la Vigilancia Militar, encargados de encuadrarnos, nos proferían todo tipo de gritos e insultos. " ¡Maricones, hijos de puta, os vais a enterar!."
El camión encargado de recogernos en la estación no apareció nunca. Menester fue iniciar a pie, con nuestros petates a cuestas, la pesada ascensión que desde la estación nos dirigía hacia



el centro de instrucción. A mitad de camino apareció, por fin, un camión que probablemente había servido en la guerra de Corea.
Al llegar al CIR ( Centro de Instrucción de Reclutas) ya estaba cerrado el servicio de cocina y se nos repartió a cada uno de los reclutas una salchicha por todo alimento.
Pesadas colas hubo que guardar durante toda la tarde para cumplimentar la información necesaria para proceder a nuestro encuadramiento.
Los cuarenta días de campamento lo fueron de tedio, tristeza y embrutecimiento. Tareas absurdas, prisas para no ir a ninguna parte, gestos ridículos que había que realizar de manera mecánica.



Un instructor catalán llamado Jordi, firmemente partidario de la independencia pero fiel obediente al ejército en el que estaba encuadrado, me dio en una ocasión una patada en los riñones para corregir mi errónea postura a la hora de realizar el tiro con el CETME, fusil de asalto que pesaba de manera considerable.
Mandos estúpidos, y entre los más, los oficiales universitarios, nos daban órdenes con jactancia y desprecio.
El capitán de nuestra compañía era de una especie ya desaparecida de nuestro ejército: un hombre de campo que se había reenganchado y que tras nuestra jura fue ascendido a comandante. Un "chusquero", como se decía antes. No era un hombre de gran preparación pero a su vez, tenía la dignidad de no ocultar lo humilde de sus orígenes, lo que lo hacía más respetable que alguno de sus subordinados, como su alférez, un biólogo que había llegado a ese grado como culminación de las Milicias Universitarias, de una jactancia y estupidez que raramente se mostraban en los mandos auténticamente profesionales.



Un recuerdo que guardo del periodo de instrucción en Colmenar fue cuando, encargado de llevar la sopa a un recluta enfermo, como quiera que se me derramara algo del contenido de recipiente, se me dijo que como se me volviera a derramar, lo recogería con la lengua.
No había piedad para el torpe. Todos éramos llamados por nuestro número. Yo era el 79. Desde un principio hubo un recluta, el 221, que destacó por su torpeza. Fue sometido a todo tipo de vejaciones. Aún lo recuerdo dando vueltas hasta la extenuación alrededor del campo de instrucción, al trote y con el fusil en alto, como castigo por alguna de sus infinitas equivocaciones a la hora de realizar la instrucción.
Frío, sed y cansancio. Las horas de sueño nunca se aprovechaban hasta el final. El nerviosismo provocaba que siempre despertáramos antes de que se encendieran las luces y hubiera que vestirse a la carrera para formar al toque de diana.
Los cuarenta días culminaron con el acto de Jura de bandera y el posterior permiso de ocho días, motivo de gran alegría para todos nosotros.



Cuando, tras el permiso de jura, me incorporé a mi nuevo destino en la Academia de Artillería de Fuencarral, me pareció que me encontraba en un lugar menos desagradable que el centro de instrucción de Colmenar. Con todo, hubo que pasar quince días en una unidad de instrucción, periodo que culminó con una marcha de varios kilómetros y una noche de lluvia en una tienda de campaña, todo ello denominado con la ridícula expresión de "operación de endurecimiento del personal". Pasado este periodo, cada uno de los artilleros fuimos destinados a una batería.
Las novatadas formaban parte del mecanismo de sometimiento de la voluntad a la arbitrariedad de quienes las fomentaban. No tengo hoy dudas de que las vejaciones a las que eran sometidos los nuevos artilleros por parte de los más veteranos eran de sobra conocidas por los mandos más inmediatos, que dejaban hacer pues los más veteranos, bajo la excusa de la broma, fomentaban el espíritu de obediencia a cualquier cosa que se nos ordenara, por ridícula y absurda que fuera. Fui objeto de bromas, si bien he de decir que en mi caso nunca excedieron de lo admisible, si es que puede entenderse por tal tener que hacer las gracias que a la fuerza se nos imponían. Aparte de desfilar con una escoba y tener que contar algún chiste ( habilidad con la que los dioses no me han obsequiado ) no tuve que realizar más excentricidades. Pagué, al igual que mis compañeros de reemplazo, mil pesetas a los más veteranos.
Dentro de lo que cabe tuve suerte pues, sin contactos con el mundo militar y sin "enchufe", no tuve un mal destino.
Me encargué de la transmisión por radio y, como otros compañeros con título ( me había incorporado tras finalizar los estudios)me encomendaron las clases para aquellos compañeros que no tenían el graduado escolar. Fueron mis primeras clases y en ellas me ocupaba un poco de historia, lengua y lo que en general era conocido como "sociales". El puesto de profesor otorgaba algunos privilegios, y el más provechoso de ellos era que hacíamos muchas menos guardias que nuestros compañeros. La atención de mis alumnos de entonces era más intensa que la de algunos de los que tengo hoy día.
El tiro de fusil y el propio de las piezas de artillería me desagradaban en extremo. El fusil lo disparábamos en el monte del Palancar. Mi única preocupación era contar los disparos y estar seguro de haber vaciado el cargador. Las maniobras con las piezas eran pesadas para mis compañeros puesto que yo me limitaba a transmitir por radio lo que me ordenaban.



En una ocasión nos trasladamos a Segovia con las piezas para un ejercicio. Al disparar las mismas prendimos fuego a unas boñigas de vaca, material altamente combustible. Para sofocar lo que amenazaba con convertirse en el incendio forestal con origen más ridículo fue necesario pisotear durante un buen rato las boñigas, de manera parecida a como se pisoteaba la uva.
Aunque Franco llevaba por entonces una década bajo la lápida del Valle de los Caídos, una extraña ficción jurídica hacía que aquel figurara encabezando los escalafones de los tres ejércitos.
La mentalidad de los mandos era franquista en su mayoría, aunque pocas veces se nos hacían recomendaciones de tipo político. La más explícita ocurrió cuando se realizó el referéndum  sobre la permanencia de España en la OTAN. Esa convocatoria nos vino muy bien pues se nos permitió ir a casa a votar. Los consejos para que votáramos "sí" fueron más que explícitos. Con todo, nosotros votamos lo que nos dio la gana, que dado el cariño que sentíamos hacia lo militar, se puede deducir con facilidad qué fue.
Maltrato de palabra lo pude ver en muchas ocasiones. Maltrato de obra sólo en una, cuando un subteniente de cocina propinó un bofetón a un artillero, nadie sabe por qué.
Para los que tienen la manía de dividir la vida en experiencias, el servicio militar sin duda lo era. Para quienes, como yo, no dividen la vida en experiencias sino en aconteceres, el servicio militar fue algo por lo que tuve que pasar y nada más. Sin duda viví momentos intensos, duros pero también gratos. Intenté no amargarme sino tratar de pasar de la mejor manera aquella situación.
El mundo militar supone un marco cerrado en el que se dan de manera pura, sin restricciones, los mecanismos de mando y obediencia.
La relación con los compañeros es también distinta a la de cualquier otra situación, pues quien más, quien menos, se encuentra en un terreno en el que lo que predomina es el desamparo y la indefensión. Ello hace que se dé lo mejor y lo peor de cada uno.
Los jóvenes de hoy no pasan ya por la experiencia militar. Los universitarios están acostumbrados a viajar y estudiar en el extranjero. Los no universitarios también están acostumbrados a ir al extranjero a buscar trabajo.
El Ejército de hoy es muy distinto al de entonces. La sociedad lo es sin duda.
En aquellos años existía políticamente el problema militar. Hoy hay otros problemas, pero el Ejército se ha convertido en lo que siempre debió ser, el gran mudo.
Los asuntos políticos conciernen a la sociedad y, salvo algún nostálgico, nadie piensa en el Ejército como solución a los problemas políticos.
Algo hemos avanzado.


sábado, 16 de abril de 2016

POLÍGLOTAS.

Hablar varios idiomas es una importante herramienta para trabajar en cualquier campo así como para gozar de los bienes culturales en su idioma original sin necesidad de depender de traducciones.
Las nuevas generaciones han tenido la oportunidad de adquirir un segundo idioma con una facilidad de la que anteriores generaciones no dispusieron ( lo cual no empece para que suspendan sistemáticamente inglés así como matemáticas y lengua, curiosamente las asignaturas que más veces aparecen desde la infancia hasta la primera juventud).
Lo que nunca hará un idioma es aumentar la inteligencia del que lo habla. Si quien lo hace es persona inteligente, el idioma será una palanca para que esa inteligencia se encauce con mayor fertilidad. Si quien lo hace es tonto de capirote, cosa más extendida de lo que parece, el idioma añadirá a su natural tontuna una pátina de pedantería y presunción para que su estupidez se muestre no sólo en su lengua materna sino en todas las que posea o crea poseer.
Parece que Ortega, cuando le comentaron que Madariaga hablaba en varias lenguas dijo que éste era tonto en varios idiomas ( a veces Ortega daba en el clavo).
La lengua, por importante que sea, no es más que un instrumento. Siempre será mejor disponer de varios instrumentos que de uno solo pero no estaría de más saber tocar con ellos alguna pieza que mereciera la pena.



sábado, 9 de abril de 2016

PRESIDENTES DE GOBIERNO QUE SALEN.

Una característica de la política española se puede observar en la manera que tienen los distintos presidentes de gobierno de abandonar el poder.
Cada uno de ellos lo ha hecho de distinta forma pero casi todos  con dosis más o menos intensas de traumatismo.
El primer ejemplo del que tengo constancia, por haberlo vivido y recordarlo perfectamente, es el del almirante Carrero Blanco. En su caso, la carga explosiva que ETA dispuso bajo la calzada de la madrileña calle de Claudio Coello provocó que su coche fuera lanzado a una altura de seis pisos para terminar alojado en un patio interior de la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano. Aquella lluviosa mañana de diciembre de 1973 no sólo acabó su vida el almirante Carrero sino que la bomba fue no sólo explosiva sino informativa y política. Era todo un mundo inmóvil y pétreo el que desaparecía con la muerte de aquel hombre de aspecto gris, sobrio y austero en lo personal, pero perteneciente a un mundo de ideas cada vez más alejado de la evolución de la sociedad española.

El almirante Luis Carrero Blanco saluda al jefe del Estado, Francisco Franco.


Su sucesor en la presidencia del gobierno, Carlos Arias Navarro, fue el último presidente de Franco y el primero de Juan Carlos. Hombre de lealtad personal al primero y más bien institucional al segundo, nunca se sintió a gusto en su cargo. Considerado demasiado "aperturista" por los más apasionados partidarios de Franco, apareció por el contrario como excesivamente timorato en el momento en que, bajo el rey Juan Carlos, se abrió un proceso de reformas. Cuando quería ofrecer una imagen de energía más bien se mostraba enfadado y nervioso. No transmitía autoridad sino inseguridad pues su forma de hablar en tales ocasiones se plasmaba en alzamiento de voz, señal siempre de falta de dominio de la situación.

Arias Navarro con Juan Carlos.


Su abandono del poder, formalmente una dimisión, fue en realidad un cese por parte del rey Juan Carlos. El escenario elegido por este último, un despacho que utilizaba su abuelo Alfonso XIII en el Palacio de Oriente, no dejaba de evocar una situación histórica parecida, puesto que en 1909, tras la crisis provocada por los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona y el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia, cuando la impopularidad del jefe de gobierno de la época Antonio Maura, amenazaba con salpicar la del propio Alfonso XIII, este último provocó una situación hasta entonces nunca dada: aceptó una dimisión que Maura nunca había presentado. Al entrar el político mallorquín en el despacho regio para tratar asuntos rutinarios el rey Alfonso le dio un fuerte abrazo y le dijo: muchas gracias, Antonio, por tu gesto patriótico. ¿ Qué te parece Moret como sucesor?. Parece que a Don Antonio no le agradó en exceso el movimiento del monarca.

Alfonso XIII despacha con Antonio Maura.


Arias, buen conocedor de esta historia, la evocó con sus amigos más íntimos la misma tarde de su cese. El presidente les dijo a sus amigos: el rey me ha "borboneado".
El sucesor de Arias, Adolfo Suárez, fue recibido por gran parte de la opinión como una incógnita. Suárez era un hombre joven que procedía del Movimiento. Sin una gran formación pero con una indudable intuición, supo captar bien el camino por el que debían hacerse reformas si se quería que la Monarquía tuviera un asidero firme. Bajo su primer gobierno se aprobó la ley para la Reforma política y se legalizaron todos los partidos políticos, incluido el Partido Comunista. Los partidos republicanos todavía no fueron legalizados pero sí pudieron presentarse bajo otras siglas en las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977.

Adolfo Suárez.


A partir de aquella fecha Suárez siguió en la presidencia pero ya no por designación personal del rey sino como ganador de las elecciones. Fue en este segundo periodo cuando se acordaron los pactos de la Moncloa y se aprobó la Constitución de 1978.
Tras ganar las elecciones de marzo de 1979 Suárez se convirtió en el primer presidente constitucional. A partir de aquel momento su estrella comenzó a declinar. El hombre que se había manejado con habilidad en el momento del cambio de régimen nunca se adaptó a los modos y maneras del sistema constitucional que tanto había contribuido a crear. Se mostraba incómodo en las comparecencias ante el Parlamento.
Suárez sufrió una doble oposición: la del partido socialista, muy contundente pero en cierto modo natural, y la de los suyos, que fue la más dañina. Suárez encabezaba un conglomerado, la UCD, cuyos votos procedían básicamente del electorado de centro-derecha, pero ciertas decisiones le acercaban a posiciones de centro-izquierda que a su vez ya estaban formalmente cubiertas por los socialistas.
La pérdida de confianza de los suyos y, probablemente, del propio rey, provocaron su dimisión en enero de 1981. El inmediato intento de golpe de estado del 23 de febrero le sorprendió en el Parlamento como presidente en funciones, comportándose con una gallardía y valentía que nadie pudo poner nunca en duda al no arrojarse al suelo durante el tiroteo que se produjo en el hemiciclo, al igual que hizo su vicepresidente, general Gutiérrez Mellado.

Leopoldo Calvo-Sotelo.


El siguiente presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, fue quien tuvo una salida menos traumática del cargo. Estuvo poco tiempo en el mismo y cubrió una etapa de transición hasta la llegada al poder de los socialistas con Felipe González al frente en 1982.
González, que estuvo en el poder 14 años, de 1982 a 1996, tampoco tuvo una salida tranquila. Los escándalos de corrupción que estallaron durante los últimos años de su mandato unidos a episodios oscuros como la denominada "guerra sucia" contra el terrorismo hicieron de sus tres últimos años un auténtico calvario.

Felipe González promete su cargo ante el rey Juan Carlos.


José María Aznar, que permaneció ocho años en el poder, de 1996 a 2004, también salió de manera traumática del cargo. En el caso de Aznar ocurrió un hecho nunca visto y difícilmente repetible: perdió unas elecciones a las que nunca se había presentado.

Aznar.


Aznar sostuvo siempre que su intención era la de permanecer sólo durante dos mandatos en el poder. Fiel a su promesa, no se presentó a las elecciones de 2004, designando en su lugar a Mariano Rajoy. Los atentados del 11 de marzo de 2004 y la pésima gestión de la información acerca de los mismos provocó un vuelco en el electorado que dio la victoria al socialista Zapatero. Aznar vivió la derrota de Rajoy como una derrota personal.

Zapatero.


El socialista Zapatero estuvo al frente del gobierno de 2004 a 2011. Durante su segundo mandato comenzó la crisis global que acabó afectando a España de una manera fortísima, con una caída brutal del empleo y un descontento generalizado. Zapatero vivió sus últimos años en la Moncloa como un náufrago que aplicaba políticas en las que no creía para paliar una crisis que se negó mucho tiempo a reconocer, llamándola "desaceleración", como si el cambio en las palabras pudiera suponer un alivio en la realidad. No dejaba de ser una actitud infantil rayana en el pensamiento mágico.
El actual presidente, Rajoy, ganó sus primeras elecciones, tras dos derrotas previas, por mayoría absoluta. Tras agotar la legislatura y celebradas las elecciones en diciembre de 2015, estuvo al frente de la candidatura más votada, pero sin apoyos suficientes para gobernar.
De Rajoy no se puede decir que haya abandonado el poder de manera traumática porque todavía sigue, en funciones, al frente del gobierno.

Rajoy practicando la lectura.


Ha estado durante cuatro años dirigiendo el gobierno como si no estuviera. Ha evitado comparecer ante la prensa en la medida de lo posible y cuando lo ha hecho no ha respondido con claridad a las preguntas.
El estilo de Rajoy no se parece al de ninguno de sus predecesores. Recuerda al de esos equipos de fútbol que esperan atrás con paciencia hasta que el adversario comete un error, momento en el que lanzan un contraataque y a veces hasta ganan el partido.
Gallego de Pontevedra, no es que cumpla aquel dicho de que si encuentras a un gallego por una escalera no sabes si sube o si baja. En su caso hay algo más: no sabes si entra o sale. Cuando acababa de entrar, parecía, por su displicencia, que estaba a punto de salir. Ahora, cuando se piensa que está a punto de salir, quizá esté a punto de entrar para largo tiempo.
Rajoy ha hecho de la inactividad un arte. Tiene sus seguidores, que alaban su "manejo de los tiempos". Difícilmente tendrá admiradores, pues su forma de conducirse no los necesita y hasta podrían serle perjudiciales.
La admiración y el entusiasmo no se dan sin intensidad y el secreto de Rajoy es el de apoyarse en la falta de la misma, en la falta de entusiasmo. No necesita que nadie le quiera. Sólo precisa que nadie le moleste.
Rajoy es el presidente de una sociedad desmovilizada y con atonía.
En el fondo, si pudiera, Rajoy es de esas personas que ante una pregunta sobre política dirían sin ningún problema: yo de política no entiendo.
Quizá sea el que más sepa. O no.