lunes, 25 de abril de 2016

LA "MILI" TREINTA AÑOS DESPUÉS.

Se cumplen hoy treinta años desde que me licencié del Servicio Militar en la Academia de Artillería de Fuencarral.
La "mili", como popularmente era denominado el Servicio Militar, supuso en mi caso un tiempo de 13 meses repartidos entre el campamento de instrucción de Colmenar Viejo, donde estuve cuarenta días, y el destino definitivo en la citada academia.
Recuerdo como si fuera hoy el recibimiento que tuvimos los reclutas recién incorporados cuando nos bajamos del tren en la estación de Colmenar. Los soldados de la Vigilancia Militar, encargados de encuadrarnos, nos proferían todo tipo de gritos e insultos. " ¡Maricones, hijos de puta, os vais a enterar!."
El camión encargado de recogernos en la estación no apareció nunca. Menester fue iniciar a pie, con nuestros petates a cuestas, la pesada ascensión que desde la estación nos dirigía hacia



el centro de instrucción. A mitad de camino apareció, por fin, un camión que probablemente había servido en la guerra de Corea.
Al llegar al CIR ( Centro de Instrucción de Reclutas) ya estaba cerrado el servicio de cocina y se nos repartió a cada uno de los reclutas una salchicha por todo alimento.
Pesadas colas hubo que guardar durante toda la tarde para cumplimentar la información necesaria para proceder a nuestro encuadramiento.
Los cuarenta días de campamento lo fueron de tedio, tristeza y embrutecimiento. Tareas absurdas, prisas para no ir a ninguna parte, gestos ridículos que había que realizar de manera mecánica.



Un instructor catalán llamado Jordi, firmemente partidario de la independencia pero fiel obediente al ejército en el que estaba encuadrado, me dio en una ocasión una patada en los riñones para corregir mi errónea postura a la hora de realizar el tiro con el CETME, fusil de asalto que pesaba de manera considerable.
Mandos estúpidos, y entre los más, los oficiales universitarios, nos daban órdenes con jactancia y desprecio.
El capitán de nuestra compañía era de una especie ya desaparecida de nuestro ejército: un hombre de campo que se había reenganchado y que tras nuestra jura fue ascendido a comandante. Un "chusquero", como se decía antes. No era un hombre de gran preparación pero a su vez, tenía la dignidad de no ocultar lo humilde de sus orígenes, lo que lo hacía más respetable que alguno de sus subordinados, como su alférez, un biólogo que había llegado a ese grado como culminación de las Milicias Universitarias, de una jactancia y estupidez que raramente se mostraban en los mandos auténticamente profesionales.



Un recuerdo que guardo del periodo de instrucción en Colmenar fue cuando, encargado de llevar la sopa a un recluta enfermo, como quiera que se me derramara algo del contenido de recipiente, se me dijo que como se me volviera a derramar, lo recogería con la lengua.
No había piedad para el torpe. Todos éramos llamados por nuestro número. Yo era el 79. Desde un principio hubo un recluta, el 221, que destacó por su torpeza. Fue sometido a todo tipo de vejaciones. Aún lo recuerdo dando vueltas hasta la extenuación alrededor del campo de instrucción, al trote y con el fusil en alto, como castigo por alguna de sus infinitas equivocaciones a la hora de realizar la instrucción.
Frío, sed y cansancio. Las horas de sueño nunca se aprovechaban hasta el final. El nerviosismo provocaba que siempre despertáramos antes de que se encendieran las luces y hubiera que vestirse a la carrera para formar al toque de diana.
Los cuarenta días culminaron con el acto de Jura de bandera y el posterior permiso de ocho días, motivo de gran alegría para todos nosotros.



Cuando, tras el permiso de jura, me incorporé a mi nuevo destino en la Academia de Artillería de Fuencarral, me pareció que me encontraba en un lugar menos desagradable que el centro de instrucción de Colmenar. Con todo, hubo que pasar quince días en una unidad de instrucción, periodo que culminó con una marcha de varios kilómetros y una noche de lluvia en una tienda de campaña, todo ello denominado con la ridícula expresión de "operación de endurecimiento del personal". Pasado este periodo, cada uno de los artilleros fuimos destinados a una batería.
Las novatadas formaban parte del mecanismo de sometimiento de la voluntad a la arbitrariedad de quienes las fomentaban. No tengo hoy dudas de que las vejaciones a las que eran sometidos los nuevos artilleros por parte de los más veteranos eran de sobra conocidas por los mandos más inmediatos, que dejaban hacer pues los más veteranos, bajo la excusa de la broma, fomentaban el espíritu de obediencia a cualquier cosa que se nos ordenara, por ridícula y absurda que fuera. Fui objeto de bromas, si bien he de decir que en mi caso nunca excedieron de lo admisible, si es que puede entenderse por tal tener que hacer las gracias que a la fuerza se nos imponían. Aparte de desfilar con una escoba y tener que contar algún chiste ( habilidad con la que los dioses no me han obsequiado ) no tuve que realizar más excentricidades. Pagué, al igual que mis compañeros de reemplazo, mil pesetas a los más veteranos.
Dentro de lo que cabe tuve suerte pues, sin contactos con el mundo militar y sin "enchufe", no tuve un mal destino.
Me encargué de la transmisión por radio y, como otros compañeros con título ( me había incorporado tras finalizar los estudios)me encomendaron las clases para aquellos compañeros que no tenían el graduado escolar. Fueron mis primeras clases y en ellas me ocupaba un poco de historia, lengua y lo que en general era conocido como "sociales". El puesto de profesor otorgaba algunos privilegios, y el más provechoso de ellos era que hacíamos muchas menos guardias que nuestros compañeros. La atención de mis alumnos de entonces era más intensa que la de algunos de los que tengo hoy día.
El tiro de fusil y el propio de las piezas de artillería me desagradaban en extremo. El fusil lo disparábamos en el monte del Palancar. Mi única preocupación era contar los disparos y estar seguro de haber vaciado el cargador. Las maniobras con las piezas eran pesadas para mis compañeros puesto que yo me limitaba a transmitir por radio lo que me ordenaban.



En una ocasión nos trasladamos a Segovia con las piezas para un ejercicio. Al disparar las mismas prendimos fuego a unas boñigas de vaca, material altamente combustible. Para sofocar lo que amenazaba con convertirse en el incendio forestal con origen más ridículo fue necesario pisotear durante un buen rato las boñigas, de manera parecida a como se pisoteaba la uva.
Aunque Franco llevaba por entonces una década bajo la lápida del Valle de los Caídos, una extraña ficción jurídica hacía que aquel figurara encabezando los escalafones de los tres ejércitos.
La mentalidad de los mandos era franquista en su mayoría, aunque pocas veces se nos hacían recomendaciones de tipo político. La más explícita ocurrió cuando se realizó el referéndum  sobre la permanencia de España en la OTAN. Esa convocatoria nos vino muy bien pues se nos permitió ir a casa a votar. Los consejos para que votáramos "sí" fueron más que explícitos. Con todo, nosotros votamos lo que nos dio la gana, que dado el cariño que sentíamos hacia lo militar, se puede deducir con facilidad qué fue.
Maltrato de palabra lo pude ver en muchas ocasiones. Maltrato de obra sólo en una, cuando un subteniente de cocina propinó un bofetón a un artillero, nadie sabe por qué.
Para los que tienen la manía de dividir la vida en experiencias, el servicio militar sin duda lo era. Para quienes, como yo, no dividen la vida en experiencias sino en aconteceres, el servicio militar fue algo por lo que tuve que pasar y nada más. Sin duda viví momentos intensos, duros pero también gratos. Intenté no amargarme sino tratar de pasar de la mejor manera aquella situación.
El mundo militar supone un marco cerrado en el que se dan de manera pura, sin restricciones, los mecanismos de mando y obediencia.
La relación con los compañeros es también distinta a la de cualquier otra situación, pues quien más, quien menos, se encuentra en un terreno en el que lo que predomina es el desamparo y la indefensión. Ello hace que se dé lo mejor y lo peor de cada uno.
Los jóvenes de hoy no pasan ya por la experiencia militar. Los universitarios están acostumbrados a viajar y estudiar en el extranjero. Los no universitarios también están acostumbrados a ir al extranjero a buscar trabajo.
El Ejército de hoy es muy distinto al de entonces. La sociedad lo es sin duda.
En aquellos años existía políticamente el problema militar. Hoy hay otros problemas, pero el Ejército se ha convertido en lo que siempre debió ser, el gran mudo.
Los asuntos políticos conciernen a la sociedad y, salvo algún nostálgico, nadie piensa en el Ejército como solución a los problemas políticos.
Algo hemos avanzado.


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