Con la de hoy nueve son ya las veces
en que he tenido la oportunidad de dirigir a los alumnos de Segundo de
Bachillerato el discurso de despedida, en cierto modo la última lección que les
voy a impartir.
La primera vez en que tuve
oportunidad de dirigir unas palabras a los alumnos de segundo de bachillerato
fue en el año 2007 en un acto que tuvo lugar en el patio del instituto en un
día en que la lluvia estuvo siempre amenazando con hacerse presente y dar al
traste con todos los preparativos de la celebración. Con posterioridad, desde
el año 2009 y hasta hoy he tenido el privilegio de poder dedicar a los alumnos
unas palabras en este recinto del teatro Joan Manuel Serrat.
Se comprenderá con facilidad que
haría falta mucha imaginación, y la mía no es muy caudalosa, para decir algo
nuevo e intentar no repetirse.
Con todo, y contando con las
limitaciones que acabo de reconocer, tampoco debiera ser un problema para mí
dirigir estas palabras pues se supone que aunque el profesor es el mismo no es
el mismo el público, pero, no es cierto. Por una lado no faltan casi nunca
hermanos mayores que acompañan a algún alumno que hoy se gradúa. Tampoco faltan
los que podríamos llamar especialistas en graduaciones, alumnos que debido al
cariño que sin duda sienten por nuestro centro, han decidido permanecer en sus
aulas más tiempo que el que en un principio estaba previsto. Por último, mis
compañeros los profesores que ya en cursos anteriores han asistido a esta
ceremonia pueden prever con facilidad el curso de mis palabras.
En definitiva, no tengo escapatoria y
necesariamente resultaré repetitivo.
Tampoco hay que preocuparse en exceso
por ello, pues al fin y al cabo, y puesto que de una última lección se trata,
qué mejor que mostrarme como he sido siempre, repetitivo y machacón con mis
indicaciones y consejos.
Si bien asistimos a una ceremonia que
se repite cada año, cierto es también que cada promoción tiene un estilo, una
personalidad distinta. En lo que a vosotros se refiere, creo no equivocarme y
no disentir de mis compañeros si afirmo que habéis constituido un grupo de
personas con las que ha resultado grato trabajar. Habéis destacado algunos de
vosotros en asignaturas de muy distinto carácter, desde las matemáticas a la
Educación Física. Hemos tenido la satisfacción de ver cómo un alumno nuestro ha
sido premiado a nivel nacional en una prueba en la que había que acreditar
extremada competencia. También hemos tenido alumno que ha sido calificado con
diez en todas las materias. Sé que muchos de vosotros habéis colaborado con generosidad
en actividades solidarias.
Cada uno de vosotros tiene su forma especial
de ser, de estudiar, de trabajar. Habéis mostrado el suficiente saber hacer
como para utilizar vuestras capacidades sin mostrar por ello suficiencia y
desprecio hacia el profesor, por más que soy consciente de que alumnos que hoy
me están escuchando tienen sin duda más altas capacidades de las que yo tuve
como estudiante, pese a que siempre
fuera considerado como un buen estudiante por mis profesores.
Dicho de una manera más franca o
coloquial: aquí hay alumnos con mucha más inteligencia que la mía ( punto este
último que no ofrece mucha dificultad) que sin embargo han intentado ser
receptivos a lo que yo les pudiera transmitir.
Habéis sido humildes en el buen
sentido de la palabra. Hay una humildad negativa, resentida, la humildad de
quien no tiene más remedio que ser humilde. Es esa la humildad a la que se
refería un filósofo alemán gruñón y malhumorado cuando sostenía que hay
personas que son humildes porque no pueden ser otra cosa. En vuestro caso no ha
sido así: habéis estado dispuestos a seguir al profesor sabedores de que con
independencia de las capacidades que cada uno de vosotros tiene, el profesor
tiene algo que aportaros por cuanto ha sabido las cosas antes que vosotros, ha
nacido antes, ha tenido alguna experiencia que quizá no sea desdeñable.
A la mayor parte de vosotros os
conocí en segundo de la ESO.
A lo largo de estos años os he podido
seguir debido a que casi siempre he tenido que impartir alguna materia aparte
de la específica de filosofía: ciudadanía, ética.
Cuando os conocí erais bastante
niños. Ahora sois personas muy jóvenes, pero desde luego ya no sois niños. Ni
siquiera adolescentes, por más que nuestra sociedad parece empeñada en
prolongar la adolescencia casi hasta la edad de jubilación, que vistas las
perspectivas de retraso de la misma, pueden hacer de la adolescencia algo
perenne.
Ha habido alumnos más interesados por
los estudios que otros, como es lógico. Los ha habido más tranquilos y más
inquietos. No ha faltado algún que otro alumno con tendencia al agobio, alguno
al que si le preguntabas por algún examen que hubiera realizado, te respondía
siempre que lo había hecho muy mal, que se le había olvidado poner esto y
aquello y yo, siempre que lo escuchaba lamentarse de tal manera pensaba: sacará
un nueve o un diez, y así era.
He visto cómo las nuevas tecnologías,
que ya no son tan nuevas, se han incorporado con naturalidad a vuestra forma de
hacer. El teléfono móvil se ha convertido en compañero imprescindible, casi en
parte de vuestro cuerpo, para desesperación y enojo nuestro. Lo virtual es casi
más real que lo tangible. Con todo, este año he observado con curiosidad y no
poca admiración cómo alguno de vosotros ha iniciado un regreso de lo virtual
hacia lo real. Antes era fácil advertir cuándo un alumno estaba haciendo uso de
su teléfono móvil. Este año he asistido a la insistente dedicación que alguno
de mis alumnos ha tenido con un cubo que constantemente estaba componiendo,
descomponiendo y volviendo a componer, en una especie de suplicio de Sísifo
voluntario. Si tal empeño proporciona placer, no seré yo quien lo critique.
He tenido a mi cargo personas
calladas y personas habladoras, alguna que no callaba nunca y que nunca
reconocía que hablaba. No faltaba quien dijera: ¡siempre me llamas la atención
a mí! Yo en estos casos no dudaba y respondía: ¡te tengo manía!
Este año hasta recibí un regalo, un
clavel, por parte de un alumno, gesto que yo agradezco tanto por lo que tiene
de generoso hacia mí como por ser el único regalo que he recibido en casi
treinta años de labor.
¿ Qué os hemos enseñado? Siempre está
presente la pregunta por la utilidad de los estudios. Probablemente en
cualquier materia el profesor se ha visto requerido por vosotros a responder
acerca de la utilidad de sus enseñanzas. En el caso de mi especialidad,
filosofía, la pregunta aparece desde el primer día con una importante
diferencia: el resto de días me acompaña, siempre tengo que responder a
cuestiones del tipo de :"para qué sirve esto, lo otro, lo de más
allá". Intento siempre responder de la mejor manera aunque confieso que en
ocasiones me llego a enfadar y respondo cosas del estilo de : "sirve para
aprobar ".
La enseñanza trata de transmitir
conocimientos y habilidades. A mí me gustaría que los alumnos alcanzaran el
grado de madurez que lleva a transitar de la pregunta acerca de para qué sirve
algo a la pregunta acerca de qué es ese algo que tratamos de enseñar.
El nivel de la enseñanza media
resulta por fuerza esquemático. Siempre hay algo de simplificación en los
planteamientos que realizamos para mostrar algo nuevo, simplificación no debida
a falta de profundidad o rigor por parte del profesor sino a la necesidad de
proporcionar un primer acercamiento a los distintos conocimientos. Yo he
insistido mucho en que debéis tratar de superar lo que os decimos, que los
esquemas que utilizamos son eso, esquemas, como escaleras que deberíamos
abandonar una vez que hemos accedido al nivel superior.
A veces tengo la sensación de que
muchos estudian más que cosas páginas, lo cual hace del estudio algo poco
grato.
Cuando cada uno de nosotros explica
algo, ya sea de física, matemáticas, historia, filosofía o cualquier materia,
se apoya en un material específico, pero lo ideal debería ser apuntar con la
mente a la cosa que mienta el material, trascender el instrumento y elevarse
hacia las cosas
Napoleón, Kant, la termodinámica, son
cosas en las que hay que pensar, no son la página 87 o la 41.
Si limitamos el estudio a la
memorización de la página estamos de hecho copiando, en este caso algo grabado
en nuestra mente que desaparecerá rápidamente de nuestro acerbo en cuanto no
nos sea requerido tal conocimiento. Ciertamente es más loable esta forma de
copiar, por cuanto tras ella hay un indudable esfuerzo, que la copia ilícita de
una nota escrita, tras la cual lo único que hay es engaño, pero ninguna de las
dos maneras son un buen camino para hacer nuestros los conocimientos.
Sin duda en estos años ha habido más
de un aspecto del Centro que no os ha resultado grato. Ello es inevitable. En
un centro conviven muchas personas y es difícil que todo el mundo esté de
acuerdo con todas las normas. Yo tampoco lo estoy pero esa circunstancia
también se dará en vuestro futuro laboral, probablemente con mayor crudeza.
Convivir es exigir pero también es transigir y adaptarse dado que no existe el
centro ideal.
También ha habido momentos difíciles,
de tensión, de enfado, muchas veces de malentendidos. Ello también es propio de
una comunidad viva.
Algunas veces podemos haber sido
nosotros, los profesores, los que hemos estado desacertados, en otras ocasiones
podéis haber sido vosotros los que no habéis acertado en vuestro modo de
conduciros.
Yo creo que, con todo, estos años
pasarán a formar parte de vuestros mejores recuerdos.
A partir de hoy iniciáis un nuevo
camino. En principio debiera ser un camino más llevadero por cuanto se supone
que vais a realizar estudios más acordes con vuestros intereses. Con todo, a
partir de ahora también va a ser mayor la presión que vais a sentir para no
desaprovechar vuestros estudios. Ya no es la misma la edad y tampoco la
despreocupación de la que a veces más de uno se ha dejado llevar. Estudiar es
una oportunidad pero también una exigencia. Los años pasan y el tiempo no aprovechado
se venga en forma de reproche o remordimiento cuando alguien no está poniendo
el empeño necesario para salir adelante.
El paso del colegio al instituto
supuso una mayor libertad, que puede que a más de uno le costara asimilar, pues
la libertad nos da una mayor dignidad pero también una mayor responsabilidad.
Esa libertad se va a ver incrementada
a partir de ahora. Estáis acostumbrados a una disciplina escolar, en la que
existe un control de faltas, un tutor, unos padres que se hacen presentes más
de una vez para interesarse por vuestros progresos. A partir de ahora vais a
ser vosotros los que vais a cincelar vuestra trayectoria. Vais a tener que dar
el paso desde una disciplina escolar a una disciplina académica.
Vais a tener que ser autónomos,
situación ésta mucho más digna pero también mucho menos confortable.
La mayoría de vosotros o bien sois
mayores de edad o bien estáis próximos a serlo. La mayoría de edad permite
obtener el carnet de conducir, votar pero sobre todo, la auténtica mayoría de
edad, como dijo otro filósofo alemán, consiste en la capacidad de usar de
nuestra razón por nosotros mismos, de atreverse a pensar y atreverse a saber,
sin buscar fórmulas o recetas que sustituyan al auténtico ejercicio de nuestra
razón.
Esa es la mayoría de edad digna de
tenerse en cuenta y hacia la cual os hemos intentado dirigir durante estos
años.
Antes me pregunté: ¿qué es lo que os
hemos enseñado? Justo es preguntarse también: ¿qué nos habéis enseñado vosotros
a nosotros?
La respuesta es difícil por cuanto yo no soy quien para responder por mis
compañeros. También es difícil porque ya no se pregunta por algo concreto, por
una materia, un conocimiento, una habilidad. Lo que sí puedo decir es que el
trabajo de profesor no se parece a ningún otro. Nosotros nos mantenemos siempre
en contacto con personas pertenecientes a un grupo de edad con el que la mayor
parte de gentes pierde el contacto una vez abandonada la primera juventud. El
padre, la madre, siempre guardan la misma distancia de edad respecto de sus hijos, se van haciendo mayores y sus hijos también.
Nosotros nos hacemos mayores pero
nuestros alumnos tienen siempre la misma edad. Vamos año a año perdiendo
nuestras energías, quién sabe si también la ilusión, pero nuestros alumnos ahí
están, siempre jóvenes y con sus energías intactas. Vosotros sois un espejo que
no cambia, que nos devuelve cuando nos miramos en él al joven que un día
fuimos. No nos engañamos, sabemos que ese joven ya no está en nosotros pero
también sabemos lo que de ilusión y fuerza puede haber en ese joven y ese
conocimiento nos mantiene vivos, nos presta a través de ese espejo imaginario y
por tanto doblemente virtual la energía y la fortaleza necesarias para tratar
de no defraudar en exceso la ilusión de ese joven.
Su imagen nos desconcierta, nos
increpa acusándonos por nuestro escepticismo fruto de muchas batallas perdidas
y de muchas ilusiones abandonadas pero esa imagen también nos exige que no
abandonemos, que no nos dejemos llevar de la desesperanza. No es poca la
enseñanza que de vosotros podemos recibir.
Vuestros recuerdos más vivos, fuera
ya del estricto marco de vuestros estudios, coinciden con unos años de crisis
muy aguda, de la que no podíais ser conscientes del todo en sus inicios puesto
que la misma coincidió con vuestra infancia. De lo que sí sois conscientes es
de sus consecuencias: un mundo mucho más hostil en el que os vais a tener que
abrir paso. Los derechos que tenemos, los que conservamos, no se adquirieron
por graciosa concesión de nadie, se adquirieron luchando. Luchando se mantendrán
y sin lucha se perderán y vosotros sois los que vais a tener que luchar pues
nadie lo va a hacer por vosotros.
Como es habitual en los últimos años,
en este se conmemoran aniversarios y centenarios.
Se celebra el aniversario del más ilustre
escritor en lengua inglesa, también el del más ilustre escritor en lengua
española. De estas celebraciones puede que tengáis noticia y que os hayan
hablado de las mismas.
También en este año, 2016, se cumplen
ochenta del inicio de nuestra Guerra Civil. Si se me permite una nota personal,
he de decir que en el transcurso de aquel desdichado conflicto fue movilizado
para ir a la guerra mi padre, entonces de edad de 17 años, la misma que alguno
de vosotros tiene hoy.
Hace cuarenta años, en 1976 era yo alumno
del Instituto de San Isidro. Eran los tiempos en que se iniciaba en España la
transición. Esos tiempos los tengo en mente como algo lejano pero a su vez
perfectamente recordado. Entonces a mí me parecía que los hechos de la guerra
civil eran algo remoto en el tiempo. Ahora, que poseo una visión real y no
estudiada de lo que son cuarenta años, me doy cuenta de que para la gente que
entonces tenía mi edad el recuerdo de la guerra era algo muy real, como muy
real es para mí acordarme de los personajes que en aquella transición
destacaron.
Los jóvenes de entonces queríamos el
cambio inmediato, radical, sin matices. Nuestros mayores, que sabían muy bien
de lo que estaban hablando, aconsejaban por el contrario prudencia, querían
avanzar pero a su vez tenían un miedo que nosotros no podíamos compartir porque
no se comparten experiencias que no se han vivido.
Ahora vivimos también momentos de
incertidumbre. Yo estoy en la misma situación ahora que aquellas personas
mayores de entonces a las que no acababa de comprender del todo. Vosotros puede
que a su vez tengáis unos deseos de cambio profundo en las cosas. Bueno sería
que fuéramos capaces de armonizar la experiencia con el impulso para avanzar
sin arriesgar los acuerdos mínimos de convivencia sin los que la paz no es
posible.
Por fortuna parece muy improbable que
se pudiera dar hoy día entre nosotros algo parecido a la vergüenza de la guerra
civil. Es necesario para poder vivir pasar la página pero también es necesario que
la página que pasemos la hayamos leído bien y la tengamos bien estudiada.
La guerra de las armas fue terrible
pero debemos aprender de ella a desterrar la guerra de las palabras, a no
confundir la discrepancia con la enemistad, a admitir al diferente no como una
molestia o como una nota exótica sino como alguien que tiene su propia
experiencia de la que podemos aprender. Debemos saber valorar lo que tenemos,
trabajar para superarlo y no despreciarlo. Hoy los chavales de 17 años están en
los pupitres y no en las trincheras.
Deberíamos superar la tolerancia e ir
francamente hacia el respeto, pues se tolera lo que no hay más remedio que
soportar pero se respeta a las personas, que son nuestros semejantes.
A partir de hoy nuestros caminos se
separan, queramos o no. Es frecuente que los alumnos prometan alguna visita al
centro, pero inevitablemente estas visitas se irán espaciando hasta
desaparecer. Vivir también es despedirse.
Los intereses de estudio o laborales
os absorberán y poco a poco la que ha sido vuestra segunda casa durante seis
años irá quedando arrinconada y a nosotros, que tal vez vierais en algún
momento como pesadillas que no desaparecían nunca de vuestras visiones, nos
iréis olvidando también, urgidos por vuestras preocupaciones más inmediatas.
Cuando pasen los mismos años que los
que me separan a mí de mis años de estudiante de instituto, si en algún momento
giráis la vista atrás, cuando ya alguno de nosotros, los más veteranos, no
estemos para poder saberlo, espero que consideréis que algo de bueno os llevasteis a vuestro
equipaje y que, con el paso del tiempo, el recuerdo que os quede sea el de unos
años gratos y ojalá que no perdidos.
Creo que puedo hablar en nombre de
mis compañeros si digo que cada uno de nosotros ha intentado ejercer su trabajo
de la mejor manera y con la mayor honestidad y en nombre exclusivamente mío digo
que si no lo he hecho mejor es simplemente porque no he sabido.
¡Larga vida a la promoción 2010-2016!