Hace ya bastantes años que desde la
altura del poder político se nos bombardea con el mensaje de la "cultura
del esfuerzo", esa coletilla que en su simplicidad resume una idea aún más
simple, la de la meritocracia.
Sin duda algo de razón tendrán pues
algún esfuerzo hay que hacer para llegar a altas posiciones sin que se pueda
apreciar cuál es el mérito que está detrás de tanto encumbramiento.
He tenido que soportar en mi trabajo
a señores que nos daban lecciones acerca de cómo dar las clases cuando apenas
sabían hablar, pues la jerga que empleaban no era correcta ni en castellano ni
en ninguna lengua, ya fuera ésta viva, muerta o putrefacta.
Supongo que llegaron a sus altos
puestos con esfuerzo, si por tal se entiende el ser servil constantemente con
el que manda.
También se esfuerzan en no abandonar
su situación por nada del mundo, no sea que tengan que aplicar lo que predican
y sufran en carne propia la inanidad de sus consejos, casi órdenes.
En España la inutilidad se premia.
Los que están en el Estado Mayor nada
quieren ya saber de las trincheras, cosa comprensible. Lo que sería de
agradecer es que disfrutaran de su confort sin dar la lata a los que aún siguen
al pie del cañón.
No hay nada como ascender a un
inútil. Será siempre alguien obediente y agradecido.
Nunca te van a resolver nada.
Si no hay nada que resolver, ya se
encargarán de inventarse algún problema que sirva para legitimar su inútil
trabajo.
¿ Inútil? Quizá no. Son utilísimos
para destrozar las cosas.
No confundamos inutilidad con
perversión.
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