sábado, 14 de mayo de 2016

DISCURSO DE GRADUACIÓN 2016.

Con la de hoy nueve son ya las veces en que he tenido la oportunidad de dirigir a los alumnos de Segundo de Bachillerato el discurso de despedida, en cierto modo la última lección que les voy a impartir.
La primera vez en que tuve oportunidad de dirigir unas palabras a los alumnos de segundo de bachillerato fue en el año 2007 en un acto que tuvo lugar en el patio del instituto en un día en que la lluvia estuvo siempre amenazando con hacerse presente y dar al traste con todos los preparativos de la celebración. Con posterioridad, desde el año 2009 y hasta hoy he tenido el privilegio de poder dedicar a los alumnos unas palabras en este recinto del teatro Joan Manuel Serrat.
Se comprenderá con facilidad que haría falta mucha imaginación, y la mía no es muy caudalosa, para decir algo nuevo e intentar no repetirse.
Con todo, y contando con las limitaciones que acabo de reconocer, tampoco debiera ser un problema para mí dirigir estas palabras pues se supone que aunque el profesor es el mismo no es el mismo el público, pero, no es cierto. Por una lado no faltan casi nunca hermanos mayores que acompañan a algún alumno que hoy se gradúa. Tampoco faltan los que podríamos llamar especialistas en graduaciones, alumnos que debido al cariño que sin duda sienten por nuestro centro, han decidido permanecer en sus aulas más tiempo que el que en un principio estaba previsto. Por último, mis compañeros los profesores que ya en cursos anteriores han asistido a esta ceremonia pueden prever con facilidad el curso de mis palabras.
En definitiva, no tengo escapatoria y necesariamente resultaré repetitivo.
Tampoco hay que preocuparse en exceso por ello, pues al fin y al cabo, y puesto que de una última lección se trata, qué mejor que mostrarme como he sido siempre, repetitivo y machacón con mis indicaciones y consejos.
Si bien asistimos a una ceremonia que se repite cada año, cierto es también que cada promoción tiene un estilo, una personalidad distinta. En lo que a vosotros se refiere, creo no equivocarme y no disentir de mis compañeros si afirmo que habéis constituido un grupo de personas con las que ha resultado grato trabajar. Habéis destacado algunos de vosotros en asignaturas de muy distinto carácter, desde las matemáticas a la Educación Física. Hemos tenido la satisfacción de ver cómo un alumno nuestro ha sido premiado a nivel nacional en una prueba en la que había que acreditar extremada competencia. También hemos tenido alumno que ha sido calificado con diez en todas las materias. Sé que muchos de vosotros habéis colaborado con generosidad en actividades solidarias.
 Cada uno de vosotros tiene su forma especial de ser, de estudiar, de trabajar. Habéis mostrado el suficiente saber hacer como para utilizar vuestras capacidades sin mostrar por ello suficiencia y desprecio hacia el profesor, por más que soy consciente de que alumnos que hoy me están escuchando tienen sin duda más altas capacidades de las que yo tuve como estudiante, pese a que  siempre fuera considerado como un buen estudiante por mis profesores.
Dicho de una manera más franca o coloquial: aquí hay alumnos con mucha más inteligencia que la mía ( punto este último que no ofrece mucha dificultad) que sin embargo han intentado ser receptivos a lo que yo les pudiera transmitir.
Habéis sido humildes en el buen sentido de la palabra. Hay una humildad negativa, resentida, la humildad de quien no tiene más remedio que ser humilde. Es esa la humildad a la que se refería un filósofo alemán gruñón y malhumorado cuando sostenía que hay personas que son humildes porque no pueden ser otra cosa. En vuestro caso no ha sido así: habéis estado dispuestos a seguir al profesor sabedores de que con independencia de las capacidades que cada uno de vosotros tiene, el profesor tiene algo que aportaros por cuanto ha sabido las cosas antes que vosotros, ha nacido antes, ha tenido alguna experiencia que quizá no sea desdeñable.
A la mayor parte de vosotros os conocí en segundo de la ESO.
A lo largo de estos años os he podido seguir debido a que casi siempre he tenido que impartir alguna materia aparte de la específica de filosofía: ciudadanía, ética.
Cuando os conocí erais bastante niños. Ahora sois personas muy jóvenes, pero desde luego ya no sois niños. Ni siquiera adolescentes, por más que nuestra sociedad parece empeñada en prolongar la adolescencia casi hasta la edad de jubilación, que vistas las perspectivas de retraso de la misma, pueden hacer de la adolescencia algo perenne.
Ha habido alumnos más interesados por los estudios que otros, como es lógico. Los ha habido más tranquilos y más inquietos. No ha faltado algún que otro alumno con tendencia al agobio, alguno al que si le preguntabas por algún examen que hubiera realizado, te respondía siempre que lo había hecho muy mal, que se le había olvidado poner esto y aquello y yo, siempre que lo escuchaba lamentarse de tal manera pensaba: sacará un  nueve o un diez, y así era.
He visto cómo las nuevas tecnologías, que ya no son tan nuevas, se han incorporado con naturalidad a vuestra forma de hacer. El teléfono móvil se ha convertido en compañero imprescindible, casi en parte de vuestro cuerpo, para desesperación y enojo nuestro. Lo virtual es casi más real que lo tangible. Con todo, este año he observado con curiosidad y no poca admiración cómo alguno de vosotros ha iniciado un regreso de lo virtual hacia lo real. Antes era fácil advertir cuándo un alumno estaba haciendo uso de su teléfono móvil. Este año he asistido a la insistente dedicación que alguno de mis alumnos ha tenido con un cubo que constantemente estaba componiendo, descomponiendo y volviendo a componer, en una especie de suplicio de Sísifo voluntario. Si tal empeño proporciona placer, no seré yo quien lo critique.
He tenido a mi cargo personas calladas y personas habladoras, alguna que no callaba nunca y que nunca reconocía que hablaba. No faltaba quien dijera: ¡siempre me llamas la atención a mí! Yo en estos casos no dudaba y respondía: ¡te tengo manía!
Este año hasta recibí un regalo, un clavel, por parte de un alumno, gesto que yo agradezco tanto por lo que tiene de generoso hacia mí como por ser el único regalo que he recibido en casi treinta años de labor.
¿ Qué os hemos enseñado? Siempre está presente la pregunta por la utilidad de los estudios. Probablemente en cualquier materia el profesor se ha visto requerido por vosotros a responder acerca de la utilidad de sus enseñanzas. En el caso de mi especialidad, filosofía, la pregunta aparece desde el primer día con una importante diferencia: el resto de días me acompaña, siempre tengo que responder a cuestiones del tipo de :"para qué sirve esto, lo otro, lo de más allá". Intento siempre responder de la mejor manera aunque confieso que en ocasiones me llego a enfadar y respondo cosas del estilo de : "sirve para aprobar ".
La enseñanza trata de transmitir conocimientos y habilidades. A mí me gustaría que los alumnos alcanzaran el grado de madurez que lleva a transitar de la pregunta acerca de para qué sirve algo a la pregunta acerca de qué es ese algo que tratamos de enseñar.
El nivel de la enseñanza media resulta por fuerza esquemático. Siempre hay algo de simplificación en los planteamientos que realizamos para mostrar algo nuevo, simplificación no debida a falta de profundidad o rigor por parte del profesor sino a la necesidad de proporcionar un primer acercamiento a los distintos conocimientos. Yo he insistido mucho en que debéis tratar de superar lo que os decimos, que los esquemas que utilizamos son eso, esquemas, como escaleras que deberíamos abandonar una vez que hemos accedido al nivel superior.
A veces tengo la sensación de que muchos estudian más que cosas páginas, lo cual hace del estudio algo poco grato.
Cuando cada uno de nosotros explica algo, ya sea de física, matemáticas, historia, filosofía o cualquier materia, se apoya en un material específico, pero lo ideal debería ser apuntar con la mente a la cosa que mienta el material, trascender el instrumento y elevarse hacia las cosas
Napoleón, Kant, la termodinámica, son cosas en las que hay que pensar, no son la página 87 o la 41.
Si limitamos el estudio a la memorización de la página estamos de hecho copiando, en este caso algo grabado en nuestra mente que desaparecerá rápidamente de nuestro acerbo en cuanto no nos sea requerido tal conocimiento. Ciertamente es más loable esta forma de copiar, por cuanto tras ella hay un indudable esfuerzo, que la copia ilícita de una nota escrita, tras la cual lo único que hay es engaño, pero ninguna de las dos maneras son un buen camino para hacer nuestros los conocimientos.
Sin duda en estos años ha habido más de un aspecto del Centro que no os ha resultado grato. Ello es inevitable. En un centro conviven muchas personas y es difícil que todo el mundo esté de acuerdo con todas las normas. Yo tampoco lo estoy pero esa circunstancia también se dará en vuestro futuro laboral, probablemente con mayor crudeza. Convivir es exigir pero también es transigir y adaptarse dado que no existe el centro ideal.
También ha habido momentos difíciles, de tensión, de enfado, muchas veces de malentendidos. Ello también es propio de una comunidad viva.
Algunas veces podemos haber sido nosotros, los profesores, los que hemos estado desacertados, en otras ocasiones podéis haber sido vosotros los que no habéis acertado en vuestro modo de conduciros.
Yo creo que, con todo, estos años pasarán a formar parte de vuestros mejores recuerdos.
A partir de hoy iniciáis un nuevo camino. En principio debiera ser un camino más llevadero por cuanto se supone que vais a realizar estudios más acordes con vuestros intereses. Con todo, a partir de ahora también va a ser mayor la presión que vais a sentir para no desaprovechar vuestros estudios. Ya no es la misma la edad y tampoco la despreocupación de la que a veces más de uno se ha dejado llevar. Estudiar es una oportunidad pero también una exigencia. Los años pasan y el tiempo no aprovechado se venga en forma de reproche o remordimiento cuando alguien no está poniendo el empeño necesario para salir adelante.
El paso del colegio al instituto supuso una mayor libertad, que puede que a más de uno le costara asimilar, pues la libertad nos da una mayor dignidad pero también una mayor responsabilidad.
Esa libertad se va a ver incrementada a partir de ahora. Estáis acostumbrados a una disciplina escolar, en la que existe un control de faltas, un tutor, unos padres que se hacen presentes más de una vez para interesarse por vuestros progresos. A partir de ahora vais a ser vosotros los que vais a cincelar vuestra trayectoria. Vais a tener que dar el paso desde una disciplina escolar a una disciplina académica.
Vais a tener que ser autónomos, situación ésta mucho más digna pero también mucho menos confortable.
La mayoría de vosotros o bien sois mayores de edad o bien estáis próximos a serlo. La mayoría de edad permite obtener el carnet de conducir, votar pero sobre todo, la auténtica mayoría de edad, como dijo otro filósofo alemán, consiste en la capacidad de usar de nuestra razón por nosotros mismos, de atreverse a pensar y atreverse a saber, sin buscar fórmulas o recetas que sustituyan al auténtico ejercicio de nuestra razón.
Esa es la mayoría de edad digna de tenerse en cuenta y hacia la cual os hemos intentado dirigir durante estos años.
Antes me pregunté: ¿qué es lo que os hemos enseñado? Justo es preguntarse también: ¿qué nos habéis enseñado vosotros a nosotros?
La respuesta es difícil por cuanto  yo no soy quien para responder por mis compañeros. También es difícil porque ya no se pregunta por algo concreto, por una materia, un conocimiento, una habilidad. Lo que sí puedo decir es que el trabajo de profesor no se parece a ningún otro. Nosotros nos mantenemos siempre en contacto con personas pertenecientes a un grupo de edad con el que la mayor parte de gentes pierde el contacto una vez abandonada la primera juventud. El padre, la madre, siempre guardan la misma distancia de edad respecto de sus hijos,  se van haciendo mayores y sus hijos también.
Nosotros nos hacemos mayores pero nuestros alumnos tienen siempre la misma edad. Vamos año a año perdiendo nuestras energías, quién sabe si también la ilusión, pero nuestros alumnos ahí están, siempre jóvenes y con sus energías intactas. Vosotros sois un espejo que no cambia, que nos devuelve cuando nos miramos en él al joven que un día fuimos. No nos engañamos, sabemos que ese joven ya no está en nosotros pero también sabemos lo que de ilusión y fuerza puede haber en ese joven y ese conocimiento nos mantiene vivos, nos presta a través de ese espejo imaginario y por tanto doblemente virtual la energía y la fortaleza necesarias para tratar de no defraudar en exceso la ilusión de ese joven.
Su imagen nos desconcierta, nos increpa acusándonos por nuestro escepticismo fruto de muchas batallas perdidas y de muchas ilusiones abandonadas pero esa imagen también nos exige que no abandonemos, que no nos dejemos llevar de la desesperanza. No es poca la enseñanza que de vosotros podemos recibir.
Vuestros recuerdos más vivos, fuera ya del estricto marco de vuestros estudios, coinciden con unos años de crisis muy aguda, de la que no podíais ser conscientes del todo en sus inicios puesto que la misma coincidió con vuestra infancia. De lo que sí sois conscientes es de sus consecuencias: un mundo mucho más hostil en el que os vais a tener que abrir paso. Los derechos que tenemos, los que conservamos, no se adquirieron por graciosa concesión de nadie, se adquirieron luchando. Luchando se mantendrán y sin lucha se perderán y vosotros sois los que vais a tener que luchar pues nadie lo va a hacer por vosotros.
Como es habitual en los últimos años, en este se conmemoran aniversarios y centenarios.
Se celebra el aniversario del más ilustre escritor en lengua inglesa, también el del más ilustre escritor en lengua española. De estas celebraciones puede que tengáis noticia y que os hayan hablado de las mismas.
También en este año, 2016, se cumplen ochenta del inicio de nuestra Guerra Civil. Si se me permite una nota personal, he de decir que en el transcurso de aquel desdichado conflicto fue movilizado para ir a la guerra mi padre, entonces de edad de 17 años, la misma que alguno de vosotros tiene hoy.
Hace cuarenta años, en 1976 era yo alumno del Instituto de San Isidro. Eran los tiempos en que se iniciaba en España la transición. Esos tiempos los tengo en mente como algo lejano pero a su vez perfectamente recordado. Entonces a mí me parecía que los hechos de la guerra civil eran algo remoto en el tiempo. Ahora, que poseo una visión real y no estudiada de lo que son cuarenta años, me doy cuenta de que para la gente que entonces tenía mi edad el recuerdo de la guerra era algo muy real, como muy real es para mí acordarme de los personajes que en aquella transición destacaron.
Los jóvenes de entonces queríamos el cambio inmediato, radical, sin matices. Nuestros mayores, que sabían muy bien de lo que estaban hablando, aconsejaban por el contrario prudencia, querían avanzar pero a su vez tenían un miedo que nosotros no podíamos compartir porque no se comparten experiencias que no se han vivido.
Ahora vivimos también momentos de incertidumbre. Yo estoy en la misma situación ahora que aquellas personas mayores de entonces a las que no acababa de comprender del todo. Vosotros puede que a su vez tengáis unos deseos de cambio profundo en las cosas. Bueno sería que fuéramos capaces de armonizar la experiencia con el impulso para avanzar sin arriesgar los acuerdos mínimos de convivencia sin los que la paz no es posible.
Por fortuna parece muy improbable que se pudiera dar hoy día entre nosotros algo parecido a la vergüenza de la guerra civil. Es necesario para poder vivir pasar la página pero también es necesario que la página que pasemos la hayamos leído bien y la tengamos bien estudiada.
La guerra de las armas fue terrible pero debemos aprender de ella a desterrar la guerra de las palabras, a no confundir la discrepancia con la enemistad, a admitir al diferente no como una molestia o como una nota exótica sino como alguien que tiene su propia experiencia de la que podemos aprender. Debemos saber valorar lo que tenemos, trabajar para superarlo y no despreciarlo. Hoy los chavales de 17 años están en los pupitres y no en las trincheras.
Deberíamos superar la tolerancia e ir francamente hacia el respeto, pues se tolera lo que no hay más remedio que soportar pero se respeta a las personas, que son nuestros semejantes.
A partir de hoy nuestros caminos se separan, queramos o no. Es frecuente que los alumnos prometan alguna visita al centro, pero inevitablemente estas visitas se irán espaciando hasta desaparecer. Vivir también es despedirse.
Los intereses de estudio o laborales os absorberán y poco a poco la que ha sido vuestra segunda casa durante seis años irá quedando arrinconada y a nosotros, que tal vez vierais en algún momento como pesadillas que no desaparecían nunca de vuestras visiones, nos iréis olvidando también, urgidos por vuestras preocupaciones más inmediatas.
Cuando pasen los mismos años que los que me separan a mí de mis años de estudiante de instituto, si en algún momento giráis la vista atrás, cuando ya alguno de nosotros, los más veteranos, no estemos para poder saberlo, espero que consideréis  que algo de bueno os llevasteis a vuestro equipaje y que, con el paso del tiempo, el recuerdo que os quede sea el de unos años gratos y ojalá que no perdidos.
Creo que puedo hablar en nombre de mis compañeros si digo que cada uno de nosotros ha intentado ejercer su trabajo de la mejor manera y con la mayor honestidad y en nombre exclusivamente mío digo que si no lo he hecho mejor es simplemente porque no he sabido.
¡Larga vida a la promoción 2010-2016!



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