Sufrir
persecución o incluso ir a la cárcel por defender unas convicciones es algo que
ha sucedido más de una vez. En principio es loable la coherencia de quien, en
aras a unas ideas que piensa que deben ser defendidas, es capaz de arrostrar
tales peligros.
Con
todo, el mérito de quienes así se han comportado radica en la firmeza de las
convicciones, no en el deseo de ser perseguido.
Ha
habido mucha gente que ha ido a la cárcel por sus ideas, pero es de suponer que
tal hecho fue para esas personas una consecuencia, no un motivo de sus
acciones.
Hay
otros tipos que lo que buscan es ir a la cárcel para de este modo realzar su
acción o, lo que es peor, realzarse a sí mismos. Conocí a un tipo, cuando yo
era estudiante, que mostraba un especial empeño en lograr que alguien lo
persiguiera. Era un profesional de la protesta. Al cabo de los años me lo he
ido encontrando, no en la calle, sino a través de la televisión, detrás de todo
tipo de pancartas. Cada vez más indignado, cada vez más gordo. El colmo fue
hace años, cuando en una información sobre protestas de estudiantes no
admitidos en medicina, lo pude ver a él, con su rotunda presencia y voz
inconfundible, tras una pancarta, cuando ni estudió medicina jamás ni mostró
nunca el menor indicio de interés por tan científicos estudios.
Años
después volví a escuchar su voz por la radio, con motivo de su insumisión al
servicio militar. En aquella ocasión estuvo a punto de cumplir sus deseos e
ingresar en prisión, pero, mártir impenitente y frustrado, a última hora el
juez aplazó la decisión y nuestro hombre se encontró sin cárcel. Poco después
se encontró sin causa pues Aznar suprimió el servicio militar.
Estuvo
años intentando ingresar en prisión sin conseguirlo.
Ahora
hay más de uno que, como no ordenen su ingreso en prisión, va a sufrir un
soponcio. Quizá les pase como a nuestro hombre. Quizá sería lo más inteligente
que se pudiera hacer, quién sabe.
No
todo el mundo es Mandela.
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