domingo, 22 de octubre de 2017

EL NIÑO QUE QUERÍA SER PERCEBE.


Entre las muchas novedades con que los distintos planes y ocurrencias de la administración educativa han marcado mi trabajo durante los últimos años, una de las más significativas ha sido la del cambio de edad de los alumnos que he tenido frente a mí , entiéndase ese "frente" tanto en el sentido de estar sentados frente a mí como en el de estar enfrentados conmigo.
Cuando entré en este negocio, allá por el año 87, mi asignatura estaba enfocada hacia el Bachillerato. Los alumnos de menor edad tenían 14 años. Poco a poco los departamentos de Filosofía se fueron encargando de éticas, ciudadanías, valores y demás artilugios con que la administración disimulaba su poco deseo de resolver de una manera valiente y definitiva qué hacer con la asignatura de religión. De profesores de una materia venerable aunque poco entendida pasamos poco a poco a ser los suplentes de aquellos que no cursaban religión, eso sí, con menos dotes lúdicas y menor capacidad de entretenimiento.
Hoy día mis alumnos más jóvenes tienen 12 años, en algunos casos todavía 11. Me cuesta adaptarme a unos niños a los que nunca pensé que tendría que dar clase, dada la lejanía que mi formación inicial tenía respecto de tal chiquillería.
Me sorprende su energía casi inagotable, su vitalidad, su falta de capacidad de disimulo. Me desesperan a veces pero otras me provocan la risa a carcajadas, risa que en mi caso siempre ha sido un poco escandalosa.
El otro día un niño me dijo: "profe, a mí me gustaría ser un percebe". No pude parar de reír durante un buen rato, tanto por la ocurrencia como por la inocencia de la expresión.
Percebe en español se refiere a un crustáceo pero también la usamos para referirnos a una persona torpe o ignorante.
El niño en cuestión se refería sin duda al primer sentido y valoraba sobre todo la poca actividad que parece ejercer tal ser.
Ahí se muestra la inocencia. La inocencia del niño tiene mucho que ver con la objetividad exenta de connotaciones con que percibe un mundo casi siempre nuevo. Lejos de él está la connotación que la palabra trae consigo.
Quizá la inocencia sea eso: el imperio de la denotación y el desconocimiento de la connotación.
La denotación apunta al significado prístino. La connotación es una adherencia que sólo se produce con el paso del tiempo, con la pérdida de la inocencia.
La infancia es objetividad. La subjetividad viene después y tras ella, el mal humor y la susceptibilidad.


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