La
primera vez que oí la palabra "líder" no fue en referencia a ningún
personaje político ni histórico.
Siendo
niño solía seguir con atención la información sobre el Tour de Francia.
Constantemente se hacía mención a ciclistas como el español Luis Ocaña, el
italiano Felice Gimondi y, por último y de forma destacada al "líder"
Eddy Merckx. Como quiera que la palabra "líder" iba siempre unida a
Merckx, la palabra "español" a Ocaña y la palabra
"italiano" a Gimondi, yo, llevado de mis pocos años y conocimientos,
llegué a pensar que "líder" hacía referencia a una nacionalidad, de tal
manera que en la escuela, cuando alguien me dijo que Merckx era belga, yo lo
negué con rotundidad y repliqué que el citado corredor no sólo no era belga
sino que era líder.
Lo
cierto es que mi infantil error encerraba algo de verdad, pues dudo que en el
último siglo Bélgica haya tenido nada parecido a un líder como su famoso
campeón ciclista.
Bélgica
siempre es más protagonista por lo que le pasa que por lo que hace. Dos
invasiones en el siglo XX sin que de nada le valiera exhibir sus pocos deseos
de luchar y su neutralidad.
Ahora
cae sobre ese extraño país un meteorito en forma de líder, no como Merckx, de
ciclismo sino de algo que nadie sabe muy bien qué es.
El
campeón belga fue durante años el amo de la ruta. Nuestro líder también corre
una carrera, pero que no lleva a ninguna meta sino al fracaso y a la
frustración.
Nuestro
líder está haciendo el ridículo. Más o menos lo que los italianos llaman una
"figura di merda".
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