Un
año más llegamos al día tan deseado por muchos de vosotros de la graduación.
Es
un día de sentimientos encontrados, en el que debe primar sin ninguna duda la
alegría pero en el que también se dan las lógicas frustraciones de quienes no
han conseguido todavía superar el objetivo deseado de aprobar completamente sus
estudios. Las felicitaciones a los primeros deben ir acompañadas del ánimo
dirigido a los segundos para que se sobrepongan a lo que en este momento quizá
vivan con incomprensión y rabia, pero que debe servirles como impulso para la
superación y no como barrera para su progreso.
También
es día de sentimientos encontrados por cuanto hoy se aúnan la fiesta y la
despedida. Mi primer encuentro con vosotros fue en Segundo de la ESO, cuando
todavía no os daba clase y por tanto no había aún ningún motivo para generar en
vosotros odio. Fue con motivo de una representación de teatro que tuvo lugar en
este escenario y en la que participé junto a alguno de vosotros y algún
profesor. Aquí veo a Don Quijote con sus saltos desenfrenados, a Sancho
tratando de contenerlo, a Segismundo clamando su incomprensión, a mí mismo como
Quevedo en actitud de insultar a Góngora e incluso la aparición a última hora
de la Razón con una peluca al estilo de las que se usaban en la segunda mitad
del siglo XVIII, tal como las que gastaban Haydn y Mozart y con un curioso
parecido a un también bastante razonable profesor de matemáticas. Han sido seis años durante los cuales habéis
convivido con los mismos compañeros y os habéis familiarizado con bastantes de
los profesores. Son seis años pero que marcan el paso de la infancia a la
juventud. De 12 a 18 años el cambio en cada uno de vosotros no necesita de
mucha explicación. Habéis tenido tiempo sobrado de conoceros en vuestras virtudes y defectos. También habéis podido
conocer de sobra las virtudes que cada uno de nosotros, los profesores, podamos
atesorar, pero desde luego lo que habéis conocido y escudriñado a fondo son
nuestros defectos y nuestras manías. Es momento de invertir la relación normal
entre alumno y profesor y pediros que no seáis muy severos con nosotros y
tengáis un poco de indulgencia con los defectos que todos, y yo el primero,
tenemos.
En
estos años hemos convivido en el centro personas de distintos países e incluso
continentes. Tienen especial mérito aquellas personas que un día, dejando atrás
amistades y familiares, vinieron a nuestro país en busca de un futuro mejor. De
ahora en adelante la situación se va a volver a producir, pero en este caso van
a ser algunos de nuestros compatriotas los que acudan a otros países en busca
de una buena condición laboral. Para ello va a ser necesario extremar el
esfuerzo y la preparación, así como abrir la mente para estar dispuestos a
conocer otros horizontes. Aunque a todo el mundo le liga un sentimiento
especial de cariño hacia su lugar de origen, no debemos olvidar que, aunque con
frecuencia tengamos la costumbre de hablar de nuestras raíces, la imagen no es
del todo adecuada, porque el ser humano no es una planta y por tanto no tiene
raíces. Tiene piernas y se desplaza y camina, y es normal que uno camine allá
donde sus talentos puedan ser valorados.
Hace
seis años vuestras ilusiones, preocupaciones, enfados, peleas eran los propios
de los niños. Ahora las mismas ilusiones y preocupaciones van a ser las propias
de hombres y mujeres jóvenes. Aquí tampoco puedo evitar la mención a los
sentimientos encontrados que hoy nos dominan. Siempre una celebración como esta
es ocasión de dirigirse a los jóvenes para hablarles de su inmediato futuro y a
nadie escapará que desde hace ya demasiados años es la juventud uno de los
segmentos de población que más dificultades está encontrando a la hora de
encaminar su vida laboral y profesional. No sois los únicos porque esta crisis
no está respetando a nadie, porque es una crisis especialmente irrespetuosa y
maleducada, que a la vez que cierra caminos abronca a los que son víctimas de
la misma. Por primera vez en muchos años se nos habla de la posibilidad cierta
de que las nuevas generaciones vivan peor de como lo han hecho las anteriores,
es decir, se nos habla claramente de retroceso. Ante este hecho, está claro que
no queda más solución que luchar y
trabajar para conseguir que tan pesimistas previsiones no se cumplan. Aquí
quizá no esté de más apelar al pesimismo de la inteligencia y al optimismo de
la voluntad.
Si
miramos con la frialdad propia de la inteligencia, lo que vemos no nos anima lo
más mínimo en aras a hablar del futuro de los jóvenes. Pero no sólo con
inteligencia y análisis se conforman nuestras vidas. También está la
determinación con que cada uno de vosotros se disponga a afrontar estos
próximos años, y esta determinación, todavía joven y vigorosa, es la que puede
vencer el pesimismo y resignación que últimamente nos invaden.
Toda
generación, en sus primeros años, se ha encontrado con tareas urgentes a las
que ha debido dar respuesta. Nosotros tuvimos que calafatear el barco viejo, en
el que ya no queríamos hacer ninguna singladura, que ya no nos servía. Las
reparaciones también envejecen, Quizá vuestra tarea sea construir un barco
nuevo, eso yo ya no lo sé, pero en todo caso, algo tendréis que hacer para no
ser víctimas de la falta de horizontes y perspectivas.
En
estos años de convivencia en el Centro habéis podido estudiar materias de muy
distinto tipo, y de todas ellas puede que hayáis podido obtener algo positivo.
También es posible que no, que muchas de esas materias las hayáis cursado
simplemente porque estaban en el programa y nada más. Habéis estudiado de muy
distinta manera: algunos memorizando, algún otro puede que tratando de ampliar
por su cuenta. Otros habéis utilizado las inmensas posibilidades que brindan
las nuevas tecnologías, unos de forma lícita, para informarse mejor, otros de
otra forma: imitando la manera medieval de transmitir en los monasterios la
cultura, o dicho de otra manera, haciendo de copistas, copiando. Allá cada cual
con sus métodos: el profesor debe impedir esto último pero cada vez el
virtuosismo del copista está más perfeccionado, lo cual muestra que talento e
imaginación no faltan. Sólo puedo invitar desde aquí a utilizar esos talentos
de una manera más profunda e interesante.
La
pregunta por la utilidad de lo que habéis estudiado tampoco faltará en esta
hora de balances y recuentos. Resulta obvio que no se debe abogar por la
enseñanza de cosas inútiles, pero, ¿qué es lo útil? Aquello que es buen
instrumento para conseguir otra segunda cosa de la cual a su vez también cabría
preguntar el para qué, su utilidad. Y así, hasta el infinito.
Del
mismo modo podríamos preguntarnos por lo que es importante. Son todas ellas
cuestiones muy difíciles de resolver.
Puede
que más de uno, al ver que soy profesor de filosofía, materia esencialmente
inútil mirada con criterios inmediatos, piense que de ahí se deriva por mi
parte una defensa de la inutilidad. No es así, ni mucho menos, pero tampoco un
centro de enseñanza media debe convertirse en una academia para la aplicación
inmediata de saberes concretos y delimitados. Hablamos de Bachillerato y
Bachillerato debiera ser igual a cultura, en sus dos ramas, humanística y
científica, entre las cuales tampoco debiera pensarse que hay un muro
infranqueable. El filólogo riguroso, el historiador serio, aplican sin duda
métodos científicos a sus investigaciones. El físico y el matemático profundos
no se pueden abstraer del ambiente cultural e histórico en el que realizan sus
avances. El buen médico ha de ser también un médico bueno y ver en sus
pacientes a seres humanos y no simplemente a casos o ejemplos médicos.
Un
médico español, el doctor Letamendi, solía afirmar que el médico que solo sabe
de medicina ni siquiera de medicina sabe. Del mismo modo se podría predicar de
cualquier otro saber. Eso no está reñido, por supuesto, con la necesaria
especialización que la acumulación de conocimientos requiere.
Hay
muchas materias que, en el momento de estudiadas, no les vemos una utilidad
inmediata, pero más tarde sí. En todo caso, si es verdad el dicho que afirma
que cultura es aquel poso que queda cuando se ha olvidado lo que hemos aprendido,
no sería mala idea intentar tener algo que olvidar. Si no hay nada que podamos
olvidar, ¿qué es lo que hemos tenido? También deberéis estar atentos a las
informaciones y conocimientos que los más expertos transmiten, pero siempre con
espíritu crítico y con una sana dosis de escepticismo, pues cuántos expertos no
han errado en sus cálculos y previsiones. Aun recuerdo yo, a título de ejemplo,
cómo en noviembre de 1989, en la víspera de la caída del muro de Berlín,
sesudos analistas nos explicaban que la reunificación alemana requeriría como
mínimo de 20 años. Hay que escuchar, estar dispuestos a aprender pero sin
renunciar nunca a nuestra propia capacidad de análisis si queremos avanzar en
los distintos ámbitos del conocimiento.
Sin
duda, en estos seis años muchos serán los aspectos del centro que no os han
gustado o que os han parecido insuficientes. Es difícil la convivencia en los
centros, nunca ha sido fácil, pero la dificultad se ha visto incrementada desde
hace unos cuantos años al incorporar a los institutos a parte de la población
escolar que antiguamente estaba en los colegios hasta los 14 años. Es compleja
la tarea de aunar criterios a la hora de llevar un centro con diferencias de
edad tan amplias: aquí conviven niños y jóvenes, con una dinámica muy distinta.
Lo que debemos intentar en los centros es acostumbrar a los alumnos a realizar
la transición entre un orden escolar ,que
es el característico de los colegios y un orden académico, que es el propio de la enseñanza de nivel superior.
A
partir de ahora iniciáis un nuevo camino. Poco a poco irán quedando atrás los
años de instituto. Algunos de vosotros volveréis al principio a girar alguna
visita, pero poco a poco, dejaréis de venir. Así ha sido siempre.
Con
todo, los años de instituto son los que con más cariño se recuerdan. Lo que
viene a continuación está más relacionado con vuestros intereses concretos,
pero ya vais a estar en un marco puede que más profesional pero también más
frío.
Como
la felicidad no se puede garantizar y no siempre el que la merece la alcanza,
por lo menos intentad cumplir con las enseñanzas del viejo Kant en lo que en
vuestra mano esté de tal modo que, sea lo que sea lo que el futuro os depare,
podáis cada uno de vosotros deciros con claridad que habéis sido dignos de ser
felices.