lunes, 20 de mayo de 2013

En la muerte de Videla


Jorge Rafael Videla
Ha  muerto Jorge Rafael Videla,  presidente de facto de la República Argentina entre 1976 y 1981.
Videla ha sido con toda seguridad el más siniestro de los dictadores que haya tenido la Argentina en el siglo XX y uno más de los infames personajes que ese siglo nos dio.
Con todo, Videla es la culminación, el exponente de una situación que fue común en Argentina desde que en 1930 las fuerzas armadas derrocaran al presidente Hipólito Yrigoyen.
Desde 1930 hasta 1983, con la toma de posesión del Alfonsín, fueron habituales las interrupciones de los procesos constitucionales y la asunción del poder por las fuerzas armadas.

El peronismo, movimiento político extraño, con componentes populistas, nacionalistas e incluso fascistas y movimiento con una gran fuerza sindical, consiguió dar un mensaje que aunado a una legislación de previsión social novedosa para la sociedad argentina, logró calar en amplias capas populares a la vez que provocaba el odio y la crispación tanto de elementos democráticos como de sectores oligárquicos. En 1955 las fuerzas armadas depusieron a Perón, curiosamente un general, e instalaron un régimen militar bajo el nombre de Revolución Libertadora. El hombre más destacado de la nueva situación fue el general Aramburu. Un regreso al régimen constitucional dio paso a la presidencia de Arturo Frondizi, que sin embargo, acabó sucumbiendo a las presiones militares.

Hipólito Yrigoyen

La presidencia de Arturo Illía, en 1963, acabó de manera abrupta con el golpe de Estado del general Juan Carlos Onganía, en 1966, que suprimió las actividades de los partidos políticos y de las centrales sindicales. Este proceso militar fue conocido bajo el nombre de Revolución Argentina. Un fuerte movimiento de oposición popular que tuvo como centro la ciudad de Córdoba y que fue conocido como el “cordobazo”,junto con el secuestro y asesinato del ex presidente Aramburu por la guerrilla peronista de los Montoneros provocó que los propios compañeros de armas de Onganía le retiraran la confianza y que fuera sustituido al frente de la república por el general Levingston en 1970.
Arturo Illía

En 1971, la junta de comandantes en jefe, presidida por el general Alejandro Lanusse, obligó a Levingston a dimitir, siendo sustituido por el propio Lanusse como presidente de la República. Este último decidió convocar elecciones y volver al régimen constitucional. Las elecciones se convocaron para marzo de 1973 y a ellas intentó presentarse en un principio el general Perón, ausente de Argentina durante 17 años y exiliado en Madrid. Para ello regresó a la Argentina a finales de 1972 pero Lanusse, amparándose en excusas de tipo administrativo impidió su candidatura y Perón renunció a favor de su colaborador Héctor Cámpora. Este se presentó bajo las siglas del Frente Justicialista de Liberación y obtuvo una amplia victoria bajo el lema de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Cámpora tomó posesión de su cargo el 25 de mayo de 1973. Si bien Cámpora, peronista escorado hacia la izquierda, intentó gobernar de pleno, en seguida se le hizo ver que su función era la de un simple testaferro del general todavía exiliado en Madrid, y tras su dimisión y la de su propio vicepresidente Vicente Solano Lima, hubo que convocar nuevas elecciones a las que, en esta ocasión sí se pudo presentar el general Perón, que las ganó ampliamente, acompañado por su mujer María Estela Martínez de Perón como vicepresidenta. Juan Domingo Perón tomó posesión de su tercer mandato el 12 de octubre de 1973.
Juan Domingo perón
Este último mandato de Perón se vio ensombrecido por sus problemas de salud y por el enfrentamiento dentro de sus filas de dos sectores: un sector izquierdista, los montoneros, y un sector de la extrema derecha encabezado por el siniestro José López Rega, líder de la llamada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina ). Perón acabó repudiando a los montoneros, a los que de hecho expulsó de la Plaza de Mayo.

En julio de 1974 falleció el general Perón y su viuda, María Estela,  Isabelita, accedió a la presidencia de la República. Se apoyó con fuerza en el ministro de bienestar social, José López Rega. Los montoneros pasaron a la clandestinidad y a la lucha armada. Otro grupo, el Ejército Revolucionario del Pueblo, emprendió acciones armadas en la provincia de Tucumán. Los actos terroristas se sucedieron, y junto ellos, la respuesta del ejército. Junto a estos problemas hubo que añadir las consecuencias negativas que para los ahorros tuvo una hiperinflación a la que el gobierno no parecía capaz de hacer frente.
Juan Carlos Onganía
En el ejército preocupaba especialmente la situación en la provincia de Tucumán. Las fuerzas armadas, educadas en la doctrina de la seguridad nacional propia de la guerra fría veían las acciones de la guerrilla como un claro peligro de subversión y se fueron haciendo cada vez más partidarias de erradicar el terrorismo por medios que no tuvieran en cuenta lo que ellas consideraban como cortapisas legales. En 1975 el gobierno de la viuda de Perón emitió un decreto en el que facultaba a las fuerzas armadas a emplear todos los medios necesarios para la erradicación del terrorismo. Este decreto sería utilizado por la dictadura posterior como un intento de justificación de sus acciones.
En agosto de 1975 el comandante en jefe del ejército, general Alberto Numa Laplane, se vio obligado a renunciar a su cargo por las presiones de otros compañeros de armas que lo consideraban en exceso “constitucionalista”. Su sustituto en el cargo fue el general Jorge Rafael Videla.
Los últimos meses del gobierno de Isabelita Perón fueron caóticos en todos los órdenes. Cada vez menos sectores dentro del propio peronismo reconocían su autoridad. La inflación y las acciones terroristas se sucedieron, así como la represión del ejército en la provincia de Tucumán.
La fecha del 24 de marzo de 1976 como la que señalaría el golpe de estado era conocida por la opinión pública. Se hablaba claramente en la prensa de dicha fecha.

El 24 de marzo de 1976, María Estela Martínez de Perón, tras acabar su jornada oficial en la Casa Rosada, tomó el helicóptero que, como de costumbre, debía dirigirla hacia su residencia de Olivos, pero en esta ocasión el helicóptero no se dirigió a su habitual destino sino hacia una base militar donde la ya ex presidenta quedó detenida. Se formó una junta militar presidida por el general Jorge Videla en su calidad de Comandante  en Jefe del Ejército y formada además por el almirante Massera como representante de la armada y por el brigadier Agosti como representante de la fuerza aérea. El nuevo régimen de tipo militar se calificó a sí mismo como Proceso de Reorganización Nacional y el general Videla asumió rápidamente, junto a la presidencia de la junta la de la República, convirtiéndose en un nuevo presidente de facto.
María Estela Martínez de Perón ,Isabelita
Quedaron suspendidas las actividades de los partidos políticos y centrales sindicales y se disolvió el cuerpo legislativo.
El nuevo gobierno fue bien recibido por un sector de la opinión pública preocupado por el progresivo desorden público y por la inflación. También el golpe fue bien recibido por el sector empresarial y por la jerarquía de la iglesia católica.
La represión, que ya se había iniciado bajo el gobierno constitucional adquirió una intensidad inusitada. Empezaron los secuestros por fuerzas de la seguridad del estado de aquellas personas consideradas como subversivas. La práctica de la tortura se hizo habitual, especialmente en la Escuela de mecánica de la armada. En la provincia de Tucumán el ejército actuó sin ningún tipo de limitación.
Cada vez fue más frecuente no tener noticias de las personas secuestradas por las propias fuerzas de seguridad del estado. Empezó el fenómeno de los desaparecidos.
El general Videla pretendía defender ante la opinión internacional su proceder como un intento de reorganización del estado para que se acabara definitivamente con los movimientos pendulares entre gobiernos constitucionales débiles y gobiernos militares fuertes, pero sus explicaciones no convencían a la comunidad internacional. Los desaparecidos pesaban ante cualquier intento de justificación y los exiliados empezaron a llegar a Europa.
Junto a la represión meramente militar, también se produjo una regresión cultural. Se llegó a considerar como peligrosas cosas como la manera de vestir de los jóvenes e incluso ciertos contenidos educativos como las matemáticas en el aspecto de la teoría de conjuntos.
Se volvió a una exaltación de los valores de tipo tradicional.
En cuanto a la política económica, el ministro de economía Martínez de Hoz se aplicó a una política ultraliberal para la cual no tuvo que hacer frente a ninguna oposición efectiva dada la represión de las actividades sindicales.
El nuevo régimen, ante las acusaciones de graves violaciones de los derechos humanos, buscó la complicidad de la opinión pública utilizando para ello un nacionalismo siempre presente en gran parte de la sociedad argentina. Como ejemplo de ello, muchos automovilistas llevaban en sus vehículos pegatinas con la leyenda “Los argentinos somos derechos y humanos”. Tampoco se dudó en instrumentalizar a los alumnos de la escuela secundaria, a los que no se dudó en lanzar a las calles con canciones en cuyas letras se hacían burlas de los derechos humanos.
Una ocasión que no fue desperdiciada por el régimen para su propia propaganda fue la celebración en 1978 del campeonato mundial de fútbol. La selección argentina logró alzarse con el trofeo tras vencer a Holanda, pero siempre quedará la duda del partido de clasificación contra Perú en el que la selección de Argentina venció por 6 a 0, justo el tanteo que necesitaba para clasificarse. La entrega de la copa de campeona del mundo por parte de Videla al capitán de la selección, Passarella, quedó como uno de los momentos de mayor gloria del régimen.
La situación de los desaparecidos no era desconocida por la mayor parte de la opinión, pero se impuso un ambiente de silencio y cuando se hacían comentarios eran frecuentes frases del tipo de “algo habrá hecho” o “no te metas”.
Un grupo de madres de desaparecidos empezó a dar vueltas de forma silenciosa a la plaza de Mayo. Fueron conocidas como las madres de la plaza de Mayo. Su actitud fue calando como una lluvia fina en la sociedad argentina. Poco a poco surgieron activistas como Adolfo Pérez Esquivel, que recibió el premio Nobel de la paz.
En 1978 Videla fue sustituido como comandante en jefe del ejército y jefe de la junta militar por el general Viola, pero permaneció en su cargo de presidente de la República de facto.
Los años de Videla al frente de la Nación fueron los más duros en lo que respecta a la represión. Se ha llegado a hablar de cifras próximas a los treinta mil desaparecidos. El propio Videla reconoció la existencia de desaparecidos, pero lo vio siempre como una consecuencia inevitable de la guerra contra la subversión.
En la segunda mitad de los años 70, en eso que de forma tan fea se ha llamado el cono sur, hubo un momento determinado en que sólo dos países mantuvieron un régimen constitucional: Venezuela y Colombia, si bien en el caso de este último país siempre había que recurrir a leyes de excepción.
Videla fue un exponente claro de la doctrina de la seguridad nacional, que en los años de la guerra fría justificaba las actividades de cualquier régimen, por despótico que fuera, como un mal necesario en la lucha contra el comunismo.
El proceso militar argentino, a diferencia del de Chile con Pinochet, siempre estuvo regido por la institucionalidad militar más que por el protagonismo personal. Videla acumuló los cargos de presidente de la República y jefe de la junta militar entre 1976 y 1978. En este último año fue sustituido al frente del ejército por el general Viola. En 1981 Videla abandonó la presidencia de la República a favor del propio Viola.

El llamado proceso de reorganización nacional continuó con los presidentes Galtieri y Bignone.
Leopoldo Galtieri
Galtieri, en una aventura mal calculada, precipitó el fin de la dictadura militar al invadir las islas Malvinas previendo que el Reino Unido no lucharía por recuperarlas. Ignoraba que el gobierno de la dama de hierro no se conformaría con asistir impávido ante este hecho. La derrota de Argentina en la guerra contra el Reino Unido precipitó la caída de Galtieri, que fue sustituido por el general Cristino Nicolaides al frente del ejército y por el general Bignone como presidente de la República. Este último dio fin a la experiencia militar con un llamamiento a elecciones de las que resultó vencedor Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical, que tomó posesión de la presidencia de la República en diciembre de 1983.
Alfonsín dio pasos encaminados a juzgar las actividades de las tres primeras juntas militares y Videla, junto con sus compañeros de armas fue juzgado y condenado a cadena perpetua. Posteriormente, el gobierno del peronista de derecha Menem promulgó las conocidas como leyes de punto final y obediencia debida, que exoneraron de la condena a Videla y otros militares.

Una acción judicial iniciada en España por el juez de la audiencia nacional García Castellón y posteriormente retomada por el juez Garzón consiguió establecer una jurisdicción universal de acuerdo con la cual los delitos de lesa humanidad son universalmente perseguibles y no prescriben. Esto, junto con la nueva actitud del presidente Kirchner hizo que se reactivaran los procedimientos contra Videla. Junto a las causas por desaparecidos se añadieron las de secuestros de niños de madres que estaban en cautividad.
Videla en sus últimos años
Videla fue condenado por estos hechos y volvió a ingresar en prisión, donde ha fallecido el pasado día 17 de mayo.
La figura física de Videla era la de un hombre enjuto. Su forma de hablar era pausada y fría. Su proceder corresponde al de alguien que está convencido de que su actuación es la correcta. Jamás mostró arrepentimiento por sus decisiones. Su crueldad no era la del hombre sanguinario sino la del funcionario que piensa que está realizando una acción correcta a favor de la defensa de la sociedad y de la civilización.
Recuerda bastante su figura y proceder a lo que Hannah Arendt denominó como la banalidad del mal.
En las entrevistas que concedió a medios y televisiones extranjeros aparecía siempre como un hombre reposado, educado y con cierta tendencia didáctica a la hora de explicar las intenciones que le movían tanto a él como a su régimen.
En vano buscaremos en sus gestos nada parecido a la fanfarronería ni al exabrupto.
Eso sí, no le recuerdo en ninguna de esas entrevistas nada parecido a una sonrisa.





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