Ha muerto Jorge Rafael Videla, presidente de facto de la República Argentina
entre 1976 y 1981.
Videla
ha sido con toda seguridad el más siniestro de los dictadores que haya tenido
la Argentina en el siglo XX y uno más de los infames personajes que ese siglo
nos dio.
Con
todo, Videla es la culminación, el exponente de una situación que fue común en
Argentina desde que en 1930 las fuerzas armadas derrocaran al presidente
Hipólito Yrigoyen.
Desde
1930 hasta 1983, con la toma de posesión del Alfonsín, fueron habituales las
interrupciones de los procesos constitucionales y la asunción del poder por las
fuerzas armadas.
El
peronismo, movimiento político extraño, con componentes populistas,
nacionalistas e incluso fascistas y movimiento con una gran fuerza sindical,
consiguió dar un mensaje que aunado a una legislación de previsión social
novedosa para la sociedad argentina, logró calar en amplias capas populares a
la vez que provocaba el odio y la crispación tanto de elementos democráticos
como de sectores oligárquicos. En 1955 las fuerzas armadas depusieron a Perón,
curiosamente un general, e instalaron un régimen militar bajo el nombre de
Revolución Libertadora. El hombre más destacado de la nueva situación fue el
general Aramburu. Un regreso al régimen constitucional dio paso a la
presidencia de Arturo Frondizi, que sin embargo, acabó sucumbiendo a las
presiones militares.
Hipólito Yrigoyen |
La
presidencia de Arturo Illía, en 1963, acabó de manera abrupta con el golpe de
Estado del general Juan Carlos Onganía, en 1966, que suprimió las actividades
de los partidos políticos y de las centrales sindicales. Este proceso militar
fue conocido bajo el nombre de Revolución
Argentina. Un fuerte movimiento de oposición popular que tuvo como centro
la ciudad de Córdoba y que fue conocido como el “cordobazo”,junto con el secuestro y asesinato del ex presidente
Aramburu por la guerrilla peronista de los Montoneros provocó que los propios
compañeros de armas de Onganía le retiraran la confianza y que fuera sustituido
al frente de la república por el general Levingston en 1970.
Arturo Illía |
En
1971, la junta de comandantes en jefe, presidida por el general Alejandro
Lanusse, obligó a Levingston a dimitir, siendo sustituido por el propio Lanusse
como presidente de la República. Este último decidió convocar elecciones y
volver al régimen constitucional. Las elecciones se convocaron para marzo de
1973 y a ellas intentó presentarse en un principio el general Perón, ausente de
Argentina durante 17 años y exiliado en Madrid. Para ello regresó a la
Argentina a finales de 1972 pero Lanusse, amparándose en excusas de tipo
administrativo impidió su candidatura y Perón renunció a favor de su
colaborador Héctor Cámpora. Este se presentó bajo las siglas del Frente
Justicialista de Liberación y obtuvo una amplia victoria bajo el lema de
“Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Cámpora tomó posesión de su cargo el 25
de mayo de 1973. Si bien Cámpora, peronista escorado hacia la izquierda,
intentó gobernar de pleno, en seguida se le hizo ver que su función era la de
un simple testaferro del general todavía exiliado en Madrid, y tras su dimisión
y la de su propio vicepresidente Vicente Solano Lima, hubo que convocar nuevas
elecciones a las que, en esta ocasión sí se pudo presentar el general Perón,
que las ganó ampliamente, acompañado por su mujer María Estela Martínez de
Perón como vicepresidenta. Juan Domingo Perón tomó posesión de su tercer
mandato el 12 de octubre de 1973.
Juan Domingo perón |
Este
último mandato de Perón se vio ensombrecido por sus problemas de salud y por el
enfrentamiento dentro de sus filas de dos sectores: un sector izquierdista, los
montoneros, y un sector de la extrema derecha encabezado por el siniestro José
López Rega, líder de la llamada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina ).
Perón acabó repudiando a los montoneros, a los que de hecho expulsó de la Plaza
de Mayo.
En
julio de 1974 falleció el general Perón y su viuda, María Estela, Isabelita,
accedió a la presidencia de la República. Se apoyó con fuerza en el ministro de
bienestar social, José López Rega. Los montoneros pasaron a la clandestinidad y
a la lucha armada. Otro grupo, el Ejército
Revolucionario del Pueblo, emprendió acciones armadas en la provincia de
Tucumán. Los actos terroristas se sucedieron, y junto ellos, la respuesta del
ejército. Junto a estos problemas hubo que añadir las consecuencias negativas
que para los ahorros tuvo una hiperinflación a la que el gobierno no parecía
capaz de hacer frente.
Juan Carlos Onganía |
En
el ejército preocupaba especialmente la situación en la provincia de Tucumán.
Las fuerzas armadas, educadas en la doctrina de la seguridad nacional propia de
la guerra fría veían las acciones de la guerrilla como un claro peligro de
subversión y se fueron haciendo cada vez más partidarias de erradicar el
terrorismo por medios que no tuvieran en cuenta lo que ellas consideraban como
cortapisas legales. En 1975 el gobierno de la viuda de Perón emitió un decreto
en el que facultaba a las fuerzas armadas a emplear todos los medios necesarios
para la erradicación del terrorismo. Este decreto sería utilizado por la
dictadura posterior como un intento de justificación de sus acciones.
En
agosto de 1975 el comandante en jefe del ejército, general Alberto Numa
Laplane, se vio obligado a renunciar a su cargo por las presiones de otros
compañeros de armas que lo consideraban en exceso “constitucionalista”. Su
sustituto en el cargo fue el general Jorge Rafael Videla.
Los
últimos meses del gobierno de Isabelita Perón
fueron caóticos en todos los órdenes. Cada vez menos sectores dentro del propio
peronismo reconocían su autoridad. La inflación y las acciones terroristas se
sucedieron, así como la represión del ejército en la provincia de Tucumán.
La
fecha del 24 de marzo de 1976 como la que señalaría el golpe de estado era
conocida por la opinión pública. Se hablaba claramente en la prensa de dicha
fecha.
El
24 de marzo de 1976, María Estela Martínez de Perón, tras acabar su jornada
oficial en la Casa Rosada, tomó el helicóptero que, como de costumbre, debía
dirigirla hacia su residencia de Olivos, pero en esta ocasión el helicóptero no
se dirigió a su habitual destino sino hacia una base militar donde la ya ex
presidenta quedó detenida. Se formó una junta militar presidida por el general
Jorge Videla en su calidad de Comandante en Jefe del Ejército y formada además por el
almirante Massera como representante de la armada y por el brigadier Agosti
como representante de la fuerza aérea. El nuevo régimen de tipo militar se
calificó a sí mismo como Proceso de
Reorganización Nacional y el general Videla asumió rápidamente, junto a la
presidencia de la junta la de la República, convirtiéndose en un nuevo
presidente de facto.
María Estela Martínez de Perón ,Isabelita |
Quedaron
suspendidas las actividades de los partidos políticos y centrales sindicales y
se disolvió el cuerpo legislativo.
El
nuevo gobierno fue bien recibido por un sector de la opinión pública preocupado
por el progresivo desorden público y por la inflación. También el golpe fue
bien recibido por el sector empresarial y por la jerarquía de la iglesia
católica.
La
represión, que ya se había iniciado bajo el gobierno constitucional adquirió
una intensidad inusitada. Empezaron los secuestros por fuerzas de la seguridad
del estado de aquellas personas consideradas como subversivas. La práctica de
la tortura se hizo habitual, especialmente en la Escuela de mecánica de la
armada. En la provincia de Tucumán el ejército actuó sin ningún tipo de
limitación.
Cada
vez fue más frecuente no tener noticias de las personas secuestradas por las
propias fuerzas de seguridad del estado. Empezó el fenómeno de los desaparecidos.
El
general Videla pretendía defender ante la opinión internacional su proceder
como un intento de reorganización del estado para que se acabara
definitivamente con los movimientos pendulares entre gobiernos constitucionales
débiles y gobiernos militares fuertes, pero sus explicaciones no convencían a
la comunidad internacional. Los desaparecidos pesaban ante cualquier intento de
justificación y los exiliados empezaron a llegar a Europa.
Junto
a la represión meramente militar, también se produjo una regresión cultural. Se
llegó a considerar como peligrosas cosas como la manera de vestir de los
jóvenes e incluso ciertos contenidos educativos como las matemáticas en el
aspecto de la teoría de conjuntos.
Se
volvió a una exaltación de los valores de tipo tradicional.
En
cuanto a la política económica, el ministro de economía Martínez de Hoz se
aplicó a una política ultraliberal para la cual no tuvo que hacer frente a
ninguna oposición efectiva dada la represión de las actividades sindicales.
El
nuevo régimen, ante las acusaciones de graves violaciones de los derechos
humanos, buscó la complicidad de la opinión pública utilizando para ello un
nacionalismo siempre presente en gran parte de la sociedad argentina. Como
ejemplo de ello, muchos automovilistas llevaban en sus vehículos pegatinas con
la leyenda “Los argentinos somos derechos
y humanos”. Tampoco se dudó en instrumentalizar a los alumnos de la escuela
secundaria, a los que no se dudó en lanzar a las calles con canciones en cuyas
letras se hacían burlas de los derechos humanos.
Una
ocasión que no fue desperdiciada por el régimen para su propia propaganda fue
la celebración en 1978 del campeonato mundial de fútbol. La selección argentina
logró alzarse con el trofeo tras vencer a Holanda, pero siempre quedará la duda
del partido de clasificación contra Perú en el que la selección de Argentina
venció por 6 a 0, justo el tanteo que necesitaba para clasificarse. La entrega
de la copa de campeona del mundo por parte de Videla al capitán de la
selección, Passarella, quedó como uno de los momentos de mayor gloria del
régimen.
La
situación de los desaparecidos no era desconocida por la mayor parte de la
opinión, pero se impuso un ambiente de silencio y cuando se hacían comentarios
eran frecuentes frases del tipo de “algo habrá hecho” o “no te metas”.
Un
grupo de madres de desaparecidos empezó a dar vueltas de forma silenciosa a la
plaza de Mayo. Fueron conocidas como las madres
de la plaza de Mayo. Su actitud fue calando como una lluvia fina en la
sociedad argentina. Poco a poco surgieron activistas como Adolfo Pérez
Esquivel, que recibió el premio Nobel de la paz.
En
1978 Videla fue sustituido como comandante en jefe del ejército y jefe de la
junta militar por el general Viola, pero permaneció en su cargo de presidente
de la República de facto.
Los
años de Videla al frente de la Nación fueron los más duros en lo que respecta a
la represión. Se ha llegado a hablar de cifras próximas a los treinta mil
desaparecidos. El propio Videla reconoció la existencia de desaparecidos, pero
lo vio siempre como una consecuencia inevitable de la guerra contra la
subversión.
En
la segunda mitad de los años 70, en eso que de forma tan fea se ha llamado el
cono sur, hubo un momento determinado en que sólo dos países mantuvieron un
régimen constitucional: Venezuela y Colombia, si bien en el caso de este último
país siempre había que recurrir a leyes de excepción.
Videla
fue un exponente claro de la doctrina de la seguridad nacional, que en los años
de la guerra fría justificaba las actividades de cualquier régimen, por
despótico que fuera, como un mal necesario en la lucha contra el comunismo.
El
proceso militar argentino, a diferencia del de Chile con Pinochet, siempre
estuvo regido por la institucionalidad militar más que por el protagonismo
personal. Videla acumuló los cargos de presidente de la República y jefe de la
junta militar entre 1976 y 1978. En este último año fue sustituido al frente
del ejército por el general Viola. En 1981 Videla abandonó la presidencia de la
República a favor del propio Viola.
El
llamado proceso de reorganización
nacional continuó con los presidentes Galtieri y Bignone.
Leopoldo Galtieri |
Galtieri,
en una aventura mal calculada, precipitó el fin de la dictadura militar al
invadir las islas Malvinas previendo que el Reino Unido no lucharía por
recuperarlas. Ignoraba que el gobierno de la dama de hierro no se conformaría con asistir impávido ante este
hecho. La derrota de Argentina en la guerra contra el Reino Unido precipitó la
caída de Galtieri, que fue sustituido por el general Cristino Nicolaides al
frente del ejército y por el general Bignone como presidente de la República.
Este último dio fin a la experiencia militar con un llamamiento a elecciones de
las que resultó vencedor Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical, que tomó
posesión de la presidencia de la República en diciembre de 1983.
Alfonsín
dio pasos encaminados a juzgar las actividades de las tres primeras juntas
militares y Videla, junto con sus compañeros de armas fue juzgado y condenado a
cadena perpetua. Posteriormente, el gobierno del peronista de derecha Menem
promulgó las conocidas como leyes de punto final y obediencia debida, que
exoneraron de la condena a Videla y otros militares.
Una
acción judicial iniciada en España por el juez de la audiencia nacional García
Castellón y posteriormente retomada por el juez Garzón consiguió establecer una
jurisdicción universal de acuerdo con la cual los delitos de lesa humanidad son
universalmente perseguibles y no prescriben. Esto, junto con la nueva actitud
del presidente Kirchner hizo que se reactivaran los procedimientos contra
Videla. Junto a las causas por desaparecidos se añadieron las de secuestros de
niños de madres que estaban en cautividad.
Videla en sus últimos años |
Videla
fue condenado por estos hechos y volvió a ingresar en prisión, donde ha fallecido
el pasado día 17 de mayo.
La
figura física de Videla era la de un hombre enjuto. Su forma de hablar era
pausada y fría. Su proceder corresponde al de alguien que está convencido de
que su actuación es la correcta. Jamás mostró arrepentimiento por sus
decisiones. Su crueldad no era la del hombre sanguinario sino la del
funcionario que piensa que está realizando una acción correcta a favor de la
defensa de la sociedad y de la civilización.
Recuerda
bastante su figura y proceder a lo que Hannah Arendt denominó como la banalidad del mal.
En
las entrevistas que concedió a medios y televisiones extranjeros aparecía
siempre como un hombre reposado, educado y con cierta tendencia didáctica a la
hora de explicar las intenciones que le movían tanto a él como a su régimen.
En
vano buscaremos en sus gestos nada parecido a la fanfarronería ni al exabrupto.
Eso
sí, no le recuerdo en ninguna de esas entrevistas nada parecido a una sonrisa.
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