viernes, 17 de mayo de 2013

DISCURSO PARA LOS GRADUADOS DE BACHILLERATO.


Un año más llegamos al día tan deseado por muchos de vosotros de la graduación.
Es un día de sentimientos encontrados, en el que debe primar sin ninguna duda la alegría pero en el que también se dan las lógicas frustraciones de quienes no han conseguido todavía superar el objetivo deseado de aprobar completamente sus estudios. Las felicitaciones a los primeros deben ir acompañadas del ánimo dirigido a los segundos para que se sobrepongan a lo que en este momento quizá vivan con incomprensión y rabia, pero que debe servirles como impulso para la superación y no como barrera para su progreso.
También es día de sentimientos encontrados por cuanto hoy se aúnan la fiesta y la despedida. Mi primer encuentro con vosotros fue en Segundo de la ESO, cuando todavía no os daba clase y por tanto no había aún ningún motivo para generar en vosotros odio. Fue con motivo de una representación de teatro que tuvo lugar en este escenario y en la que participé junto a alguno de vosotros y algún profesor. Aquí veo a Don Quijote con sus saltos desenfrenados, a Sancho tratando de contenerlo, a Segismundo clamando su incomprensión, a mí mismo como Quevedo en actitud de insultar a Góngora e incluso la aparición a última hora de la Razón con una peluca al estilo de las que se usaban en la segunda mitad del siglo XVIII, tal como las que gastaban Haydn y Mozart y con un curioso parecido a un también bastante razonable profesor de matemáticas.  Han sido seis años durante los cuales habéis convivido con los mismos compañeros y os habéis familiarizado con bastantes de los profesores. Son seis años pero que marcan el paso de la infancia a la juventud. De 12 a 18 años el cambio en cada uno de vosotros no necesita de mucha explicación. Habéis tenido tiempo sobrado de conoceros en vuestras  virtudes y defectos. También habéis podido conocer de sobra las virtudes que cada uno de nosotros, los profesores, podamos atesorar, pero desde luego lo que habéis conocido y escudriñado a fondo son nuestros defectos y nuestras manías. Es momento de invertir la relación normal entre alumno y profesor y pediros que no seáis muy severos con nosotros y tengáis un poco de indulgencia con los defectos que todos, y yo el primero, tenemos.
En estos años hemos convivido en el centro personas de distintos países e incluso continentes. Tienen especial mérito aquellas personas que un día, dejando atrás amistades y familiares, vinieron a nuestro país en busca de un futuro mejor. De ahora en adelante la situación se va a volver a producir, pero en este caso van a ser algunos de nuestros compatriotas los que acudan a otros países en busca de una buena condición laboral. Para ello va a ser necesario extremar el esfuerzo y la preparación, así como abrir la mente para estar dispuestos a conocer otros horizontes. Aunque a todo el mundo le liga un sentimiento especial de cariño hacia su lugar de origen, no debemos olvidar que, aunque con frecuencia tengamos la costumbre de hablar de nuestras raíces, la imagen no es del todo adecuada, porque el ser humano no es una planta y por tanto no tiene raíces. Tiene piernas y se desplaza y camina, y es normal que uno camine allá donde sus talentos puedan ser valorados.

Hace seis años vuestras ilusiones, preocupaciones, enfados, peleas eran los propios de los niños. Ahora las mismas ilusiones y preocupaciones van a ser las propias de hombres y mujeres jóvenes. Aquí tampoco puedo evitar la mención a los sentimientos encontrados que hoy nos dominan. Siempre una celebración como esta es ocasión de dirigirse a los jóvenes para hablarles de su inmediato futuro y a nadie escapará que desde hace ya demasiados años es la juventud uno de los segmentos de población que más dificultades está encontrando a la hora de encaminar su vida laboral y profesional. No sois los únicos porque esta crisis no está respetando a nadie, porque es una crisis especialmente irrespetuosa y maleducada, que a la vez que cierra caminos abronca a los que son víctimas de la misma. Por primera vez en muchos años se nos habla de la posibilidad cierta de que las nuevas generaciones vivan peor de como lo han hecho las anteriores, es decir, se nos habla claramente de retroceso. Ante este hecho, está claro que  no queda más solución que luchar y trabajar para conseguir que tan pesimistas previsiones no se cumplan. Aquí quizá no esté de más apelar al pesimismo de la inteligencia y al optimismo de la voluntad.
Si miramos con la frialdad propia de la inteligencia, lo que vemos no nos anima lo más mínimo en aras a hablar del futuro de los jóvenes. Pero no sólo con inteligencia y análisis se conforman nuestras vidas. También está la determinación con que cada uno de vosotros se disponga a afrontar estos próximos años, y esta determinación, todavía joven y vigorosa, es la que puede vencer el pesimismo y resignación que últimamente nos invaden.
Toda generación, en sus primeros años, se ha encontrado con tareas urgentes a las que ha debido dar respuesta. Nosotros tuvimos que calafatear el barco viejo, en el que ya no queríamos hacer ninguna singladura, que ya no nos servía. Las reparaciones también envejecen, Quizá vuestra tarea sea construir un barco nuevo, eso yo ya no lo sé, pero en todo caso, algo tendréis que hacer para no ser víctimas de la falta de horizontes y perspectivas.
En estos años de convivencia en el Centro habéis podido estudiar materias de muy distinto tipo, y de todas ellas puede que hayáis podido obtener algo positivo. También es posible que no, que muchas de esas materias las hayáis cursado simplemente porque estaban en el programa y nada más. Habéis estudiado de muy distinta manera: algunos memorizando, algún otro puede que tratando de ampliar por su cuenta. Otros habéis utilizado las inmensas posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, unos de forma lícita, para informarse mejor, otros de otra forma: imitando la manera medieval de transmitir en los monasterios la cultura, o dicho de otra manera, haciendo de copistas, copiando. Allá cada cual con sus métodos: el profesor debe impedir esto último pero cada vez el virtuosismo del copista está más perfeccionado, lo cual muestra que talento e imaginación no faltan. Sólo puedo invitar desde aquí a utilizar esos talentos de una manera más profunda e interesante.
La pregunta por la utilidad de lo que habéis estudiado tampoco faltará en esta hora de balances y recuentos. Resulta obvio que no se debe abogar por la enseñanza de cosas inútiles, pero, ¿qué es lo útil? Aquello que es buen instrumento para conseguir otra segunda cosa de la cual a su vez también cabría preguntar el para qué, su utilidad. Y así, hasta el infinito.
Del mismo modo podríamos preguntarnos por lo que es importante. Son todas ellas cuestiones muy difíciles de resolver.
Puede que más de uno, al ver que soy profesor de filosofía, materia esencialmente inútil mirada con criterios inmediatos, piense que de ahí se deriva por mi parte una defensa de la inutilidad. No es así, ni mucho menos, pero tampoco un centro de enseñanza media debe convertirse en una academia para la aplicación inmediata de saberes concretos y delimitados. Hablamos de Bachillerato y Bachillerato debiera ser igual a cultura, en sus dos ramas, humanística y científica, entre las cuales tampoco debiera pensarse que hay un muro infranqueable. El filólogo riguroso, el historiador serio, aplican sin duda métodos científicos a sus investigaciones. El físico y el matemático profundos no se pueden abstraer del ambiente cultural e histórico en el que realizan sus avances. El buen médico ha de ser también un médico bueno y ver en sus pacientes a seres humanos y no simplemente a casos o ejemplos médicos.
Un médico español, el doctor Letamendi, solía afirmar que el médico que solo sabe de medicina ni siquiera de medicina sabe. Del mismo modo se podría predicar de cualquier otro saber. Eso no está reñido, por supuesto, con la necesaria especialización que la acumulación de conocimientos requiere.
Hay muchas materias que, en el momento de estudiadas, no les vemos una utilidad inmediata, pero más tarde sí. En todo caso, si es verdad el dicho que afirma que cultura es aquel poso que queda cuando se ha olvidado lo que hemos aprendido, no sería mala idea intentar tener algo que olvidar. Si no hay nada que podamos olvidar, ¿qué es lo que hemos tenido? También deberéis estar atentos a las informaciones y conocimientos que los más expertos transmiten, pero siempre con espíritu crítico y con una sana dosis de escepticismo, pues cuántos expertos no han errado en sus cálculos y previsiones. Aun recuerdo yo, a título de ejemplo, cómo en noviembre de 1989, en la víspera de la caída del muro de Berlín, sesudos analistas nos explicaban que la reunificación alemana requeriría como mínimo de 20 años. Hay que escuchar, estar dispuestos a aprender pero sin renunciar nunca a nuestra propia capacidad de análisis si queremos avanzar en los distintos ámbitos del conocimiento.
Sin duda, en estos seis años muchos serán los aspectos del centro que no os han gustado o que os han parecido insuficientes. Es difícil la convivencia en los centros, nunca ha sido fácil, pero la dificultad se ha visto incrementada desde hace unos cuantos años al incorporar a los institutos a parte de la población escolar que antiguamente estaba en los colegios hasta los 14 años. Es compleja la tarea de aunar criterios a la hora de llevar un centro con diferencias de edad tan amplias: aquí conviven niños y jóvenes, con una dinámica muy distinta. Lo que debemos intentar en los centros es acostumbrar a los alumnos a realizar la transición entre un orden escolar ,que es el característico de los colegios y un orden académico, que es el propio de la enseñanza de nivel superior.
A partir de ahora iniciáis un nuevo camino. Poco a poco irán quedando atrás los años de instituto. Algunos de vosotros volveréis al principio a girar alguna visita, pero poco a poco, dejaréis de venir. Así ha sido siempre.
Con todo, los años de instituto son los que con más cariño se recuerdan. Lo que viene a continuación está más relacionado con vuestros intereses concretos, pero ya vais a estar en un marco puede que más profesional pero también más frío.
Como la felicidad no se puede garantizar y no siempre el que la merece la alcanza, por lo menos intentad cumplir con las enseñanzas del viejo Kant en lo que en vuestra mano esté de tal modo que, sea lo que sea lo que el futuro os depare, podáis cada uno de vosotros deciros con claridad que habéis sido dignos de ser felices.



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